lunes, 25 de julio de 2011

Fernando Marías habla a los jóvenes de los muertos de la Guerra Civil que siguen sin tumba

Marías presenta en la Semana Negra su novela El silencio se mueve


Lunes 25 de julio de 2011. Gijón


Fernando Marías durante la presentación de El silencio se mueve
Fernando Marías durante la presentación de El silencio se mueve. Foto Toni Gutiérrez
Una Semana Negra sin Fernando Marías no sería lo mismo. Su pericia contando historias en las presentaciones de libros es conocida y manifiesta. En este caso presentaba El silencio se mueve.

Vestido de rojo, como la mancha que recorre la portada de su novela, de pie y con puntualidad de reloj suizo comenzó su presentación. Lo primero fue abrir una carpeta de cartón con un cartel promocional. Dejó un tiempo para las fotografías, pues estos son tiempos llenos de flashes y empezó.

«Nada es lo que parece». En realidad lo que contiene el cartel es la resolución de un largo enigma, la muerte de un miembro de su familia y que gracias a la escritura del libro se resolvió. Es una novela juvenil para todos los públicos, que también pueden leer los adultos. Ha estado promocionándola con charlas en los institutos, en ellas siempre preguntaba a los alumnos lo que veían el dibujo de la portada. Una mancha de pintura, de vino, de Ketchup para el hambriento. Una cabeza de gallina, alguien incluso vio la misma cabeza de gallina pero degollada. Fernando Marías explica que lo que contiene el dibujo es el corazón del libro, un sentimiento desgarrado. Pero para conocer el secreto hay que leer la novela y es sus últimas páginas se comprenderá.

Hace algún tiempo le convocaron de la editorial SM para que escribiera este libro. Le pidieron que tuviera de todo: páginas web, música, cine, cómic… Aunque le apasionan las nuevas tecnologías, no es experto en ellas. Pensaba que los elementos tecnológicos podrían desenfocar la historia. Se han creado páginas web con pistas falsas colgadas para que personajes de la novela puedan ser encontrados a través del buscador de Google. No quería que la tecnología absorbiera el libro. Cuando le dieron esta oportunidad pensó que quería tratar un tema esencial con una asignatura pendiente, hablar a los jóvenes de los muertos de la Guerra Civil que siguen sin tumba. Que la juventud tenga criterio propio sobre este asunto, que sepan que nuestro país es un gran cementerio clandestino y que es necesario abordar el tema para que pueda reposar. Pensó que al hablar de esto con la editorial le dirían que no. Se equivocó. En nuestro país hay miles de personas en fosas, así que como escritor tenía la necesidad moral de contarlo.

La historia es lineal, un libro clásico, transcurre en un paisaje de un gran caserón sobre unos acantilados. Pero al llegar a la página 200 de El silencio se mueve, el lector se encuentra con un cómic de 36 páginas que el personaje Joaquín Pertierra, de quien sabemos que es un ilustrador, dice ser su autor. El dibujante quiere contarle a su hijo lo que sucedió en la Guerra Civil y para ello realiza esta historieta gráfica. Cuando el lector llega a esta parte empieza a sospechar que lo leído hasta ahora podría ser de otra manera, se plantea entonces quién miente (narrador, el cómic…) Cuando llega al final del libro tiene que leer otra vez el cómic (en realidad ilustrado por Javier Olivares que por contrato no podía firmarlo para mantenerse la ficción literaria de Pertierra) porque tiene otro sentido.

Fernando Marías mostrando el cómic incluido en El silencio se mueve
Fernando Marías mostrando el cómic incluido en El silencio se mueve. Foto Toni Gutiérrez
Cuando Fernando Marías empezó a escribir el libro acudió al Centro de la Memoria Histórica en Salamanca. Aquí hace un punto y aparte para contar su historia familiar. Habla de que cuando comenzó la Guerra Civil, las tres provincias vascas quedaron divididas. El gobierno vasco se puso como objetivo recuperar Álava para que así las tres estuvieran en la zona republicana. Muchos se alistaron. Eran jóvenes que se encontraron con expertos militares del otro lado. Las balas de los republicanos no servían para sus armas, no tenían médicos… El resultado: una escabechina. El padre de Fernando Marías tenía entonces 16 años y junto con su hermano Luis se presentaron voluntarios. Su tío Luis murió en aquella batalla sin una fecha cierta para la familia que solo recibió una carta comunicando que había muerto y se le había enterrado de forma anónima. La familia no contaba esta historia, ni siquiera entre ellos. Lo único que su padre decía es que él había tenido una buena vida de marinero mercante, pero que siempre pensaba en su hermano que murió de una forma absurda sin posibilidad de futuro y sin que la familia pudiera visitar su tumba.

Volviendo al Centro de Memoria Histórica, contó Marías que allí se guardan tres millones de fichas realizadas por el bando nacional y utilizadas para la represión. Le comentaron si quería buscar alguna ficha. Dijo que no, pero la segunda vez que se lo ofrecieron se le ocurrió mirar su apellido. Encontró la ficha de su padre que decía que había desaparecido el 26 de agosto de 1937. Resultaba brutal encontrarse con un documento que daba por desaparecido al padre que le había cuidado toda su vida. Encontró también la de su tío. Como faltaba poco para el 26 decidió volverse a Bilbao. Le puso las dos fichas delante a su padre. Es un hombre callado, pues el mar enseña a apreciar los silencios.

Recuerda entonces Marías la historia de su padre huyendo por Asturias. Le capturaron y estando entre los prisioneros republicanos le llamó un capitán del bando nacional. «¿Tú no eres ese chaval que jugaba con mi hijo?». Resultó que sí y el capitán le sacó de allí, le dijo que le enrolaría en el ejército nacional porque no podía soportar matar a alguien que pudiera ser su hijo. Tenía 16 años. El padre de Marías es un hombre de izquierdas que pudo desarrollar sus ideas gracias a un enemigo.

Con las fichas delante hablaron de la Guerra. Le dijo que los muertos tienen que descansar en un lugar donde la gente que les quiera les pueda visitar. Después le miró y le dijo a su hijo que lo que le había traído de él resultaba muy curioso, pero lo tremendo e importante era la ficha de su hermano y un detalle del que Fernando Marías no se había percatado. En ella figuraba la fecha de su muerte el 2 de diciembre de 1936. Gracias a ese papel pudieron saber el día en que murió. Su padre se había pasado toda la vida intentando encontrar cualquier detalle de la muerte de su hermano. A partir de aquel día pudo celebrar con más intensidad esa fecha para recordar a su hermano que murió en una guerra por una bala estúpida.

Esa fecha es lo que le ha regalado a su autor el libro. Los muertos deben tener su tumba. Es evidente que hubo asesinados en ambos bandos, pero cuando la guerra terminó el bando de los vencedores siguió asesinando a civiles en cunetas. El silencio se mueve es un libro militante en ese asunto, tratado sin crispación. Su oficio de escritor le permitió a Fernando Marías poder llevar a su padre la fecha en que murió su hermano.

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