sábado, 22 de octubre de 2011

Christina Rosenvinge: fragilidad, dulzura y coraje

Christina Rosenvinge presenta en los escenarios su nuevo disco La joven Dolores con un formato más íntimo


Sábado 22 de octubre de 2011. Sala Galileo Galilei. Madrid


Christina Rosenvinge en una foto de archivo
Christina Rosenvinge en una foto de archivo
Christina Rosenvinge sale al escenario del Galileo Galilei acompañada por Refree (Raül Fernández) y Aurora Aroca, una banda corta, sin percusión, para ofrecer un concierto más íntimo. Toma decidida su guitarra y se planta frente al micrófono, mientras su compañeros se sientan, Refree con una guitarra que va templando y Aurora tras su violonchelo. Christina lleva un vestido negro, ligero y vaporoso, con transparencias, que deja ver una camiseta interior de tirantes. La falda corta, con volantes, las botas altas y un cinturón muy estrecho que se ciñe a su cintura. La tez pálida solo se rompe por unos labios perfilados tenuemente en rojo y porque, a veces, esconde el rostro tras su larga melena rubia.

Abre el concierto con dos temas de su disco Tu labio superior. Primero La distancia adecuada con el que rompió el hielo y después Negro cinturón. Con el sonido ya afinado, es el momento de Tu sombra un tema de su nuevo disco, La joven Dolores, que hoy presenta. Se oyen aplausos entre un público joven y heterogéneo. Su música recoge lo más pop, con muchas influencias del rock más canalla. Pero también es una búsqueda interior de un sonido diferente, de sabor intenso y cargado de matices que hacen sencillo lo más complejo. Sus historias narradas en voz alta, con singularidad, consiguen sonar siempre de tal forma que producen una mezcla de sensaciones, un remolino. Lo suyo, donde más se lucen, son las letras con voz propia, cargadas de mujeres de su generación que han roto moldes, desgarradas, y que han ido dejando demasiadas cosas por el camino.

Refree se sienta al piano, con su mirada miope que esconde tras la gafas, con su barba larga y desaliñada por pura casualidad, como si fuera un chico que carga con un saco de timidez. Chistina canta en inglés As the wind blows, un tema de su disco Frozen pool.

Cuenta que para navidades se publicará Un caso sin resolver. Se trata de una caja con toda su discografía en cuatro Cd`s y un DVD. También traerá novedades, ya que ha grabado cinco canciones en formato acústico con Refree y Aurora. Son dos versiones de su época de Christina y los Subterráneos, de cuando el disco Que me parta un rayo, otra versión de un tema de La joven Dolores y dos más que no están en ninguno de sus discos y de las que hablará luego. Hace uno de esos cinco temas: Alguien que cuide de mí, una canción de tiene veinte años, comenta. Después de decirlo se asusta por el tiempo que ha pasado y se le escapa un «joder». El público corea el tema de principio a fin, sin duda una de sus mejores canciones. Le sigue otro tema del mismo disco Mil pedazos, otra de las canciones más aplaudidas. Aquel pop que hacía en los 90 mantiene aún toda su fuerza.

Otro de los temas que estará en Un caso sin resolver es una versión que hace Christina de la canción de Refree El sud, del disco Els invertebrats. Un hermoso poema cargado de sensibilidad. Christina aparca su guitarra y nos habla del catalán como lengua que todos deberíamos aprender, porque sin saberlo nos estamos perdiendo grandes letras, como la de este tema que canta en catalán.

Aurora Aroca, Refree y Chistina Rosenvinge durante la prueba de sonido previa al concierto
Aurora Aroca, Refree y Chistina Rosenvinge durante la prueba de sonido previa al concierto
Tras este momento cargado de belleza e intimidad, Refree y Christina toman de nuevo sus guitarras y regresan al presente, al disco de la La joven Dolores para hacer Weekend. Al terminar alguien le grita «guapa» y ella responde que mejor que la llamen guapa, prefieren que le lleve el desayuno a la cama, y nos da más pistas: un croissant y un zumo a las diez. Con ese preámbulo hace Anoche (El puñal y la memoria), del disco Tu labio superior. Su voz melosa y dulce, a veces da sensación de fragilidad, pero sabe subir con fuerza, mostrar todo el carácter que tiene. Se va sintiendo cómoda en el escenario y habla un poco más. Refree regresa al piano y ella se sienta sobre él para hacer el siguiente tema a cuatro manos. Pero antes decide desmigarlo, cuenta al público que hace algún tiempo fue a un psiquiatra. Le cobró 200€ -no escatima detalles- y le dijo que no necesitaba tomar ninguna pastilla, pero que de todas formas le iba a dar algo. Escribió la receta y se la extendió. Sin leerla la llevó a la farmacia, pero la farmacéutica se rió y le dijo que de eso no tenían allí. Lo que el médico le había prescrito era «un hombre formal». Así surge esta canción, Un hombre muy formal, que no aparece en el disco La joven Dolores, pero que es un bonus track del mismo para itunes.

Después se queda sola al piano pues Refree regresa a la guitarra, para desgranar otro tema de La joven Dolores: Eva enamorada. Salta de nuevo al pasado, para cantar Tú por mí. Cuenta antes que hace veinte años vivía en el barrio de Tetúan, en una casa compartida con mucha gente y a la que ellos llamaban «la pensión internacional». Tenían un mexicano que cocinaba, una inglesa que trabajaba en el Templo del Gato y mucha más gente. Un día, la inglesa, se enamoró de un hombre y desapareció. Cuando la volvieron a ver, trabajaba en la calle de la Ballesta. Mientras tanto, en ese tiempo en el que la habían perdido de vista, le escribió esta canción. Christina es capaz de contar lo más íntimo, como sin querer, pero directamente. Así, de su propia vida, de quienes la rodean, se van nutriendo sus canciones. Cuando termina el tema nos da la nota de esperanza a la angustia que surgió tras conocer el origen que inspiró la canción. Nos dice que, al final, Sara, la inglesa, acabó muy bien, con un montón de animales y un marido.

Mi vida bajo el agua, otro tema del disco La joven Dolores, suena de maravilla, por algo lo eligió como primer single. Le siguen sonidos con cierta psicodelia, recuperados del disco Continental 62 y agudizados por el cello que tiembla, por la voz que sube en Christina y por unas notas más tétricas que escarba en su piano al final de Tok tok.

Faltaba por hablar de la última versión que formará parte de Un caso sin resolver, ahora lo desvela, se trata del Allelujah de Leonard Cohen. Dice que quiere felicitar al maestro y que también lo hace por «molestarle» de lejos, porque sabe que le «irrita» la existencia de tantas versiones que hay ya del Allelujah. Con él se cierra el concierto.

Para los bises, Aurora abandona por primera vez el vilonchelo para sentarse al piano. Viste de oscuro, con ropa amplia y cómoda, como buscando un cierto anonimato. Refree toma la guitarra y Christina, con las manos libres, coge el micrófono y comienza las primera notas de No lloro por ti, un tema del disco Verano fatal, el que hizo en el 2007 a medias y compartido con Nacho Vegas. Al terminar recupera la guitarra y nos vuelve a contar una pequeña historia personal. Hace algún tiempo salió con un chico que solo le puso una condición: le pidió que nunca le escribiera una canción. Después hace Jorge y yo, un tema nostálgico desde el que recupera su infancia y que forma parte de su último disco.

Se va de nuevo, pero el público la reclama y no tardan en regresar guitarra en mano, como Refree, y con Aurora de nuevo al violonchelo. Hacen Nadie como tú, de Tu labio superior. Y termina con un tema estupendo, de aires entre mitológicos y oníricos: La Canción del eco que es el que abre su último disco La joven Dolores. Así cierra un ciclo, terminando el concierto tal y como empieza el disco.

A modo de pequeño anecdotario: La historia de Christina Rosenvinge en el mundo de la música es muy larga. Ya formaba parte de la movida de los 80 con Ella y Los Neumáticos, formación de la que era cantante y compositora. Luego con Álex de la Nuez forma el grupo Magia Blanca, una banda que se va reduciendo hasta quedar convertida en el dúo Álex & Christina. Alcanzan un gran éxito en 1987 con su tema ¡Chas! y aparezco a tu lado. En 1988 representan a España en el festival de la OTI con la canción Dulce maldición, quedando décimos, empatados con Costa Rica. Sacarían un segundo disco más antes de cerrar el dúo.

En 1992 reaparece con el nombre de Christina y Los Subterráneos y grabará uno de sus discos más míticos Que me parta un rayo, al que siguen otros dos álbumes más. Después viene su etapa en solitario, aunque en el año 2007 sacó un disco con Nacho Vegas que llamaron Verano Fatal, siete temas firmados e interpretados por ambos.

jueves, 20 de octubre de 2011

La mano invisible aborda el mundo del trabajo con precisión

Isaac Rosa utiliza la ficción para desgranar los mecanismos del trabajo y la alienación de los trabajadores


Portada de la novela La mano invisible
Portada de la novela La mano invisible
Isaac Rosa se ganó un merecido prestigio dentro del mundo literario tras publicar su segunda novela, El vano ayer; un libro impactante, tanto por su contenido como por la estructura con la que el autor envolvió la novela. Su presencia, entonces, trajo un aire limpio, nuevo, de un escritor comprometido con la sociedad que ejerce su profesión con una militancia activa desde la izquierda y que habla sin tapujos. Seguramente le obsesiona el mundo el trabajo, no en vano su columna diaria en Público se llama Trabajar Cansa. Con su nueva novela, La mano invisible encuentra un terreno que siempre ha estado ahí, a nuestro lado, sin que se haya explotado casi nunca en la literatura. Isaac Rosa pone el foco sobre los trabajadores en los que no solemos reparar y nos da una oportunidad de observarlos mientras están trabajando. Vemos el deterioro del mundo laboral y a la vez de los que trabajan, su sufrimiento. No nos engañemos, la belleza del trabajo no existe. En La mano invisible no hay trabajadores felices, todos encaran sus jornadas laborales con tristeza.

Vivimos un tiempo donde triunfan los mercados sobre las personas, en el que los libros de «autoayuda» y «management» se han puesto de moda, donde el capitalismo feroz se ha convertido en el único sistema posible y en el que se sigue soñando con el falso sueño americano que «trae progreso y riqueza a quien se esfuerza». La mano invisible no les gustará a esos que aclaman la mercantilización de la vida, los que miran el trabajo como beneficio, los que buscan medrar a costa de los demás, los que piensan como quieren los empresarios que piensen. No, no es una novela para ellos, porque no aprecian que les digan las verdades con profunda sinceridad.

Isaac Rosa nos presenta a un grupo de trabajadores que aceptan que les miren mientras trabajan, que desconocen para qué sirve lo que hacen, que no saben quiénes son sus jefes, que creen participar en un experimento social. Con maestría nos va describiendo a cada uno de ellos, inseparable del trabajo que realiza, casi sin rostro, como personajes anónimos que representan una profesión. Nos cuentan sus pensamientos mientras va transcurriendo sus jornadas y lo hacen a la vez que va pasando una historia que les afecta a todos, que nos afecta a todos. Cuando vemos trabajar desde fuera lo hacemos como si contempláramos a una orquesta interpretando una sinfonía, desde dentro es otra cosa.

Lo primero son esos pensamientos que surgen mientras ejecutamos un trabajo mecánico, los que nos sirven para ocupar la mente, los que nos permiten no preguntarnos por lo que estamos haciendo y seguir adelante, los que nos hacen soportable lo repetitivo, lo monótono del trabajo. Son las cadenas de montaje las que nos deshumanizan, las que proponen una planificación y una mecanización por encima de las personas que se utilizan como piezas, las que alejan al ser humano del resultado de su trabajo. Van surgiendo miles de pensamientos, uno tras otros que nos acercan a cada trabajador, pues piensan como cualquiera de nosotros, con las mismas ideas.

La novela va pasando y nos percatamos de la necesidad que tienen los personajes de aprovechar el tiempo, un tiempo escaso, pues las obligaciones profesionales merman la vida privada. Por si fuera poco, vemos que cada vez se respetan menos los derechos de los trabajadores, que se les ataca constantemente y que ellos no son capaces de ponerse de acuerdo para encontrar un remedio, descubren que el compañerismo es fingido, que les falta un sentimiento de clase que les una y que todo aquello del sindicalismo se quedó atrás, abandonado sin sentido. «La sociedad es así», asumen sin apenas pelear, «siempre habrá otro que esté peor y quiera hacer mi trabajo en unas condiciones aún más ínfimas». Pasan los trabajos precarios, los trabajadores que sirven para hacer cualquier cosa, lo intercambiable de unos y otros. Somos sustituibles. Así que nos dejamos apretar constantemente para producir más. La mano invisible se va convirtiendo según avanza en una apología de la explotación y a la vez en la conciencia del obrero para que éste pueda percibir la verdadera magnitud de su situación, la injusticia que conlleva.

Narra muchas historias, cada perfil -cada profesión- le sirve al autor para destapar más problemáticas. Por ejemplo que cuando se dejan los estudios, los caminos se empequeñecen, las oportunidades son escasas y se elige la única alternativa: los peores trabajos, esos que nos hacen sentir vergüenza porque sentimos que los demás los desprecian. En esos casos se empieza por lo que se conoce, ayudando a algún familiar en su trabajo, continuando la saga sin remedio para sumar una nueva generación. Pronto se asume la falta de cualificación y se pierden la perspectiva de un trabajo mejor, sin que nuestra vergüenza por ello descienda nunca.

También están los vocacionales, esos que dicen disfrutar con lo que hacen y que lo seguirían haciendo aunque no les pagasen. Quienes tienen sueños de nuevos emprendedores y serán capaces de explotar a sus compañeros con tal de prosperar ellos. Esos que siempre se muestran dispuestos a aprovecharse de la bondad de los demás con el fin de ascender ellos. Hay obreros que se hacen autónomos y comienzan una vida de sacrificios. Es humano sentirse tentado por el dinero, querer vivir sin trabajar, darle la vuelta a la humillación y aspirar a estar en el lugar del otro, pensar que todo valdrá para conseguirlo, en ser capaz de perder los escrúpulos y aguantar a los clientes para conseguir sus migas, pensar en el esfuerzo por encima de los horarios y ofenderse con una juventud que está en otra cosa, pensando egoístamente en sí mismos, que no quieren ser aprendices. Engañarse en el fondo, entrado en una espiral de consumismo y pensando que ese es el único camino por el que llegar a la felicidad. Estar dispuesto, a poco que se tenga, a pagar para que otros limpien la mierda de uno mismo. Y así aceptamos los despidos, nos volvemos más cobardes, estamos dispuestos a pisar al de más abajo, nos hacemos serviles y tragamos con todo. Hemos convertido el dinero en el centro de todo, y asumimos que trabajamos por dinero, para tener todo eso de más.

Isaac Rosa en una foto de archivo
Isaac Rosa en una foto de archivo realizada por Marta Velasco
Desengañémonos, no hacer un trabajo manual, no implica pasar a otro nivel, ni ser más independiente, ni dejar de estar dominado por los medios de producción. Supone la misma explotación con idéntica carga pesada. Si vendemos nos adiestran para mentir, para fijar una sonrisa en nuestra cara y aprovecharnos de las debilidades del que está delante, aunque sea con engaños. A estar al servicio del marketing y las técnicas de venta también lo llamamos trabajar.

Ocurre con los informáticos, esos bichos raros que nadie sabe lo que hacen pero que se asume la necesidad de tenerlos en plantilla. La tecnología se utiliza como elemento de control y también como herramienta para elevar la capacidad de producción. Con ella se acabó con el trabajo tal y como lo conocían nuestros padres, tal vez ellos pensarían que lo que hacemos ahora es simular que trabajamos. Los informáticos se entregan a un trabajo intelectual que absorbe, que muchas veces les hace ir más allá de él, buscando un perfeccionamiento en todo lo que desarrollan. Parece una labor entretenida que permite aportar un cierto componente subjetivo, incluso para añadir también lo que piensan que querrá quien les ha pedido el trabajo sin apenas haber detallado lo que necesita. Siempre pensamos que la tecnología permite el sueño de pasar del garaje al parque tecnológico más lustroso, al no va más, que cada uno de ellos terminará enriqueciéndose con la idea de una aplicación que todos necesitábamos más que el comer sin saberlo. Y así se van desnudando de su condición de trabajador, sintiéndose príncipes llamados a gobernar un nuevo mundo, y entonces, por esta idea mítica, asumen trabajar en una oficina moderna, agradable que van convirtiendo en su casa, en la que producirán nuevas ideas en jornadas infinitas, descartando cualquier modelo y patrón de trabajo. Sin darse cuenta, un día se percatan de que llevan años en lo que lo único que han hecho ha sido pensar en los problemas profesionales pendientes y en cómo encontrar la solución. Han gastado cada hora de los días y de las noches en ello. Sin embargo no es cierto que sean los elegidos de la nueva economía, los asalariados privilegiados que desarrollan su pasión y afición como un trabajo. El informático es un obrero más, uno que no desconecta nunca, que arrastra por su profesión un agotamiento físico y mental.

No hay trabajador que no se haya sentido espiado alguna vez, que no sienta que debe recuperar algo de lo que entrega con su trabajo y quiera llevarse unos bolígrafos de la oficina, que no acepte que le den un móvil de empresa desde el que podrá hacer llamadas personales como un mejora en su estatus laboral, que no convierta su mesa en una extensión de su casa -con fotos de sus hijos y demás personalizaciones-, que deseche coger una copia de las llaves de la oficina para cuando tenga que seguir trabajando fuera de horario, que no termine alargando sus jornadas, que no invente una justificación cuando no quiere aceptar un trabajo extra al que se siente injustamente obligado. Vivimos los falsos gestos de confianza en el trabajo con orgullo. Nos engañamos con una camaradería imaginada, que en realidad esconde una competencia atroz entre los empleados que termina funcionando como una presión grupal, la misma que nos convierte en gregarios dispuestos a hacer más horas porque los demás también se quedan, por el qué dirán. Y hacemos tantas que asumimos debilitar la vida personal siempre en aras de la profesional. A cambio nos retribuyen con compensaciones arbitrarias e individuales, que nos dicen que no todos somos iguales, que nosotros somos mejores. Compensaciones que recibimos a modo de premio y no nos damos cuenta que aceptarlas supone socavar lo colectivo. Nos sumamos a participar en esos engranajes creados desde la dirección en prejuicio del obrero y no protestamos por las rotaciones de personal, se caen los débiles. Nos mentimos con falsas oportunidades y nos cargamos con deudas psicológicas hacia el patrón porque se muestra paternalista con sus empleados. No somos capaces de cruzarnos de brazos y exigir que no haya esfuerzos por encima de lo imprescindible, que se cumplan los horarios estipulados en los contratos sin sobrepasarse un solo minuto de más, ser escrupulosos con el trabajo por el que se nos paga. Despreciar un ascenso o no aceptar los falsos beneficios de forma individual nos hace sospechosos. Esos planteamientos podrían ser las primeras grietas en la fábrica pero solo los vemos como causa de despido. A cambio queremos tener ambición, no conformarnos con el trabajo que tenemos, y así asumimos la presión por llegar más arriba. Si todos quisiéramos ser tropa en lugar de oficialidad no calaría tanto ese espíritu de la cultura de empresa que hace al empleado defenderla como algo propio. No percibimos las relaciones de poder en el trabajo, entre el que cobra y el que paga, como el sistema perverso que es, simplemente lo asumimos como algo natural. ¡Ah, si nos atreviésemos a dejar de participar en el juego del mando y la obediencia!

Hay una dignidad del trabajo que viene aprendida de la propia familia, un orgullo de hacer bien el trabajo por pura decencia. Vendrá la escuela después, donde desde pequeño se nos domará a los futuros trabajadores para someternos al modo de producción de los dueños del trabajo. Se condenará la ociosidad como un vicio malvado y en los malos tiempos se entenderá que el patrón, el dueño, el empresario, dejarán de cubrir las bajas y asumiremos el trabajo de los demás como una bendición porque seguimos en plantilla. Haremos como que no sentimos la dureza del trabajo y no nos preguntaremos ¿por qué son necesarias ocho, nueve o diez horas diarias de trabajo para vivir de él?, ¿por qué tanta desproporción para lo que obtenemos a cambio? Si encontramos respuestas nos vendrán nuevas preguntas ¿De qué va todo esto?, ¿para qué lo hacemos?, ¿quién está verdaderamente detrás? ¿Los sabemos?, ¿queremos saberlo?

La mano invisible es una gran novela, que además nos despierta, nos hace plantearnos con dolor el mundo del trabajo y nos sirve de preámbulo para que cada uno escriba el siguiente capítulo, el suyo propio, pues todos tenemos nuestra historia del trabajo, todos sabemos los pensamientos que nos pasan cada día por la cabeza mientras trabajamos.

A modo de pequeño anecdotario: El término de La mano invisible lo acuñó por primera vez el filósofo político escocés Adam Smith en Teoría de los sentimientos morales (1759) y lo volvió a utilizar en La riqueza de las naciones (1776). Lo empleaba, en términos económicos, como una metáfora a través de la que expresar la capacidad autorreguladora del mercado libre, capacidad en la que la ideología liberal coloca uno de sus fundamentos. La teoría parte del egoísmo psicológico del ser humano que le lleva a elegir siempre en cualquier situación el mayor beneficio para sí mismo, un egoísmo que si generalizamos, es decir lo colocamos en un mundo donde todos buscamos lo mejor, y además le unimos la competencia como sistema para evitar los desmanes, entonces los liberales dicen que lo mejor para uno produce lo mejor para todos. Sus teorías hablan de este egoísmo racional como un término positivo. La mano invisible no es otra cosa que este proceso explicado y que, según los economistas liberales, conduce a una configuración social de bienestar general. Esa mano invisible es la que compensa las acciones y regula las conformaciones sociales, es, en el fondo y según ellos, una garantía de justicia social de la actividad económica.

domingo, 9 de octubre de 2011

El teatro pedagógico del gota a gota

Himmelweg. El camino del cielo, una obra de Juan Mayorga, dirigida por Paco Macià y producida por la Compañía Ferroviaria


Domingo 9 de octubre de 2011. Teatro Fernando de Rojas Círculo de Bellas Artes. Madrid


Cartel de la obra Himmelweg. El camino del cielo
Cartel de la obra Himmelweg. El camino del cielo
A la XVI Edición de la Muestra de Teatro de las Autonomías llega desde Valencia la Compañía Ferroviaria para representar Himmelweg. El camino del cielo. Una obra con muchos planos y unas cuantas lecturas, construida sobre una estructura de cierta complejidad por uno de nuestros más celebrados dramaturgos contemporáneos: Juan Mayorga. Parte de un hecho real, la visita a un campo de concentración civil nazi de un delegado de la Cruz Roja en medio de la II Guerra Mundial. Arranca con el monólogo de este delegado al que el presente le hace daño por lo que no fue capaz de ver entonces. Se justifica para no mortificarse más. Es un hombre normal, como casi todos, que quiere ayudar y que siente el dolor ajeno con la misma fuerza que el propio.

El planteamiento con el que arranca nos hace pensar que estamos ante una obra del llamado teatro histórico, que nos va a contar un pasado cercano y un tanto doloroso, para acercarnos al exterminio de los judíos por los nazis. Terminada esta primera parte la cabeza se llena de dudas, ¿cómo fue capaz aquel hombre de dejarse engañar con una burda mentira?, ¿hacia dónde miró?, ¿por qué no se atrevió a ir más allá?, ¿por qué no desconfió?, ¿qué nos hubiera pasado a nosotros en su caso?

Los hilos del teatro llegan y vemos el ensayo y la repetición de tres escenas: unos muchachos jugando con una peonza, una pareja discutiendo y una niña con su muñeca. Los textos suenan irreales, tienen la voz del teatro. No salen bien y se van repitiendo, se van perfeccionando. Es el primer aviso de la manipulación alrededor de nosotros. La luz se apaga y el foco se dirige al final del patio de butacas, allí vemos al comandante alemán que se levanta y nos cuenta su historia, la de cómo se tejió aquella mentira: con el ensayo y la repetición.

El comandante nos habla seductor de una Europa en construcción, multicultural como nos señala al enseñarnos una estantería de libros con autores de diferentes países y épocas con los que quiere representarnos esa diversidad. Nos habla del odio como estrategia para generar un amor más fuerte, nos habla de una guerra necesaria para fortalecer aún más esa imagen de Europa, como camino para alcanzar esa paz perfecta que nos espera al final de ella. Es un hombre culto, viajado, que usa metáforas, sin llamar a las cosas por su nombre, con un lenguaje cargado de falsos símiles para que no nos demos cuenta de donde está lo real. Es un hombre que a la rampa que sube hacia la cámara de gas la llama Himmelweg, el camino del cielo.

Una escena de la obra Himmelweg. El camino del cielo
Una escena de la obra Himmelweg. El camino del cielo
Tras este monólogo arranca la última parte, donde vemos la trama urdida con detalle. El comandante se convierte en un director de escena, ambicioso y manipulador, del que vamos viendo que no le queda la menor gota de compasión en sus venas. Para llevar a cabo sus planes es necesaria la colaboración de los judíos. Se nos presenta aquí el último lado de este triángulo, el jefe de la comunidad judía, un hombre gris, apocado, al que el comandante asigna el papel de ser su traductor con el resto de personajes. Duda, se muestra indeciso, quiere saber la verdad de unos trenes que les atormentan a todos cada noche, pero termina cooperando con los verdugos.

¿Por qué aceptan los judíos? La obra explica que lo hacen porque mientras estén ensayando, mientras no haya llegado el hombre ante el que tienen que hacer su representación, no estarán viajando en uno de esos trenes hacia la cámara de gas. Aceptan participar por ganar tiempo, por seguir con vida, por salvar la de otros que son sus familiares, sus hijos, sus amigos, sus conocidos... ¿Aceptaríamos también nosotros?

Sin embargo, no hay en la representación que realizan ante el delegado de la Cruz Roja un gesto que delate su impostura sobre la realidad, no huyen, no avisan, como mucho una niña que juega y una frase un tanto más filosófica para compararse con unos barcos que van llegando a un puerto cargado de minas. Asumen su derrota, convertidos en parte del entramado, aceptan que han llegado a un final de trayecto que no les sirve de salvación. Ellos también subirán esa rampa que es el camino del cielo.

La obra habla de la manipulación, la mentira y el falseamiento de la realidad. La estructura de Himmelweg. El camino del cielo es compleja y novedosa, hasta tenemos un trío de músicos en directo. La obra se construye a través de la repetición para resultar más pedagógica, utilizando la misma técnica con la que los medios siguen construyendo hoy en día la realidad de nuestro entorno. Es como si nos contara la historia de un vaso sobre el que rítmicamente va cayendo una gota desde un grifo que no se ha cerrado del todo, para que vayamos viendo el proceso completo. Ninguna gota nos parece más importante que las demás, todas por separado son tan poca cosa que ni siquiera debemos preocuparnos por ellas, y aún así sabemos que al final el agua terminará desbordando el vaso.

Hay un conformismo en nuestra sociedad para quedarnos con las imágenes que los medios nos ofrecen, con las realidades que nos pintan los políticos a través de sus bonitas palabras cargadas de corrección, esas mismas que van destruyendo el significado de los términos más duros, camuflando de perfume nuestra vida. Vivimos sin oponernos ni enfrentarnos a las mentiras aceptables que nos cuentan, desde un cómodo sofá, con una mando a distancia, anestesiados. Esa vocación de comparar nuestra inacción que permite los mayores horrores nos acerca la obra hasta el presente, a preguntarnos a dónde nos lleva nuestra pasividad, a decirnos que no habrá vuelta atrás si no actuamos, a señalarnos como culpables de los genocidios presentes y futuros.

Las reflexiones que produce Himmelweg. El camino del cielo son importantes, tanto como las imágenes que se van quedando en nuestra retina. Sin embargo hay dos obstáculos que no logra levantar la obra. El primero es el exceso de repeticiones, de vueltas al mismo punto, de regresos una y otra vez. El segundo, el pecado que nuestros tiempos no perdona: la lentitud.

A modo de pequeño anecdotario: Himmelweg. El camino del cielo es una obra que escribió Juan Mayorga en 2003 y que varias compañías han paseado por los escenarios mundiales. El dramaturgo madrileño imparte clases en la RESAD de Madrid, donde no sólo ensaña Dramaturgia, sino su relación con la Filosofía. Es licenciado en Filosofía y en Matemáticas, habiendo ampliado sus estudios en estas materias en Münster, Berlín y París. Cuenta con un doctorado en Filosofía. Imparte el Seminario Memoria y pensamiento en el teatro contemporáneo en el Instituto de Filosofía del CSIC.

viernes, 7 de octubre de 2011

Política-ficción con mucho ingenio

Hendaya. Cuando Adolfo encontró a Paco, una disparatada y divertida comedia musical de una historia entre Franco y Hitler que quizá no pasó nunca


Viernes 7 de octubre de 2011. Teatro Fernando de Rojas Círculo de Bellas Artes. Madrid


Cartel de la obra Hendaya. Cuando Adolfo encontró a Paco
Cartel de la obra Hendaya. Cuando Adolfo encontró a Paco
La de este año es ya la XVI Edición de la Muestra de Teatro de las Autonomías, un espacio que busca, entre la diversidad escénica de nuestro país, compañías que hacen un teatro de calidad pero que se desenvuelven en otras comunidades autonómicas. Son compañías, que a pesar de su valía, no les resulta sencillo darse a conocer y llegar a estrenarse en las salas madrileñas. La Muestra se celebra en el Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes del 4 al 16 de octubre y este año nos trae media docena de obras de tres comunidades autónomas: Asturias, Murcia y Valencia.

De Murcia, nos llega Hendaya. Cuando Adolfo encontró a Paco una producción de Ribalta Teatro. Se trata de una obra singular en muchos aspectos, heterogénea en esencia, que además sabe aportar mucha frescura escénica. Y todo parte de un hecho histórico, aquel 23 de octubre de 1940 en el que tuvo lugar el encuentro de Adolf Hitler y Francisco Franco en la estación de Hendaya. De aquella reunión de siete horas en un vagón de tren poco se sabe, han quedado algunas fotos y muchos secretos que la Historia (con mayúsculas) no nos ha querido desvelar. Con aquellos silencios, que pusieron a trabajar la imaginación de Pepe Macías y Carla Guimarães, les dio para hacer política-ficción de aquel encuentro. Lo resolvieron con el planteamiento más absurdo que se les ocurrió, sin dejar de lado la historia profunda de nuestro país. Ironía, disparate, desparpajo, naturalidad y mucha diversión, son los elementos que mezclan. No es algo nuevo lo de buscar la comedia con estos personajes cuya imagen física da para esto y para mucho más. Convertirlos en protagonistas de un musical fue el siguiente paso.

Hendaya. Cuando Adolfo encontró a Paco es una comedia musical, de pequeño formato, como dicen ellos, con ocho números musicales, cuatro actores y un texto escrito con mucho humor. Nada escapa del ridículo, de la exageración, de lo hipotético, pero aún así es encantadora. Todo está permitido en la representación, desde parar, rebobinar, cambiar el idioma, o hacer otra versión. Es teatro y juega con las posibilidades que esto le da, sabiendo explotarlas a su favor.

Rafael Galán, Miguel Ángel Jiménez, Juan Carlos Mestre y Luis Yagüe en una escena de Hendaya. Cuando Adolfo encontró a Paco
Rafael Galán, Miguel Ángel Jiménez, Juan Carlos Mestre y Luis Yagüe en una escena de Hendaya. Cuando Adolfo encontró a Paco
Al aparecer Franco, gesto perfecto y una imitación excelente de su voz, figura y paso, no es extraño que se escape la risa. Sin duda es un personaje esperpéntico, al igual que el recuerdo que nos deja el nodo en nuestros días del Franco real, pero hacer que sea el más cuerdo de todos los personajes sobre el escenario, el único al que parece quedarle un poco de sentido común, es un gran acierto. Tomarle como comparación nos da la medida de la genialidad de la obra. Y desde ese punto explota los mejores momentos, sus pensamientos mesiánicos, su discurso tan dormitivo como vacío, su simplismo y su catolicismo a ultranza convertido en único valor que guía su camino. Se apoya en su cuñado, Serrano Suñer, y juntos esquematizan el sistema arbitrario de toma de decisiones de su dictadura.

El paso de ser el Generalísimo a convertirse en el Caudillísimo es la oferta que le presenta Hitler y esta petición le resulta a nuestro dictador patrio en sus propias palabras «La cosa más absurda que me han propuesto estando vestido». Sin embargo, a pesar de lo impropio, es cierto que se siente tentado por los superlativos aplicados a su persona, que se relame de gusto con la idea de volver a desplegar su capacidad de estratega militar y que se siente llamado a emprender una nueva cruzada moral. Su estupidez no tiene límites.

El extremismo cristiano de la iglesia española de la época también da para unas cuantas bromas. Franco vive su religión por encima de todo, con sus señas claras de católico, apostólico y romano. Y el tufo que nos da es el de su olor a rancio, como el de la mano incorrupta de Santa Teresa que le acompaña siempre como una de sus mejores consejeras. Con este tema empezamos a jugar a las diferencias de dos dictadores bajitos y con bigote que comparten la misma ideología fascista. Las parejas de ambos, Eva Braun y Carmen Polo, también resultan fácilmente distinguibles. Y las velocidades que toman cada uno de los países puede ser otra, nosotros vamos enfilando un cierto atraso en todas las materias y ellos están en la cresta de la ola. Que aquí nos vestimos de sabio provincianismo y allí de cierta arrogancia y ferocidad…

Hablando de diferencias se vuelve a caer en los parecidos, y esta vez nos traen a Aznar a escena para que nos amenice con unos chistes de los suyos, esos que tan bien hace sobre las copas de vino. Y sus tonterías, su bigote y el deje de su voz nos recuerdan a Franco sin querer.

Los números musicales resultan divertidos, son variados, están bien encajados y ayudan a explicar la historia profundizando en lo hilarante. Los actores hacen un papel extraordinario, pues luchan contra grandes estereotipos y salen airosos. Saben hacerse simpáticos, tiernos incluso, y algunas veces parodian utilizando con maestría el estilo de los hermanos Marx.

Disfruté viendo el espectáculo, me reí y salí contento. Lo demás fue un pretexto, pero uno tan ingenioso como bien construido.

A modo de pequeño anecdotario: Pepe Macías y Carla Guimarães son los autores de Hendaya. Cuando Adolfo encontró a Paco. Antes de pasar por los teatros y convertirse en un musical, los dos autores ya habían rodado la historia en un cortometraje del mismo título realizado en el 2007. Aquel corto obtuvo varios premios (público, guion y mejor corto) entre los que destaca el de Mejor Corto Nacional en el Festival de Jóvenes Realizadores de Zaragoza. En aquella ocasión el propio Pepe Macías interpretaba a Franco y el papel de Hitler lo representaba Íñigo Núñez. Los papeles de Suñer y Ribbentrop, al igual que ahora, los interpretaron Rafael Galán y Luis Yagüe.

sábado, 1 de octubre de 2011

Hombres y mujeres que ya solo sienten la derrota

Serendipia Teatro nos ofrece Maquis, una obra de Rubén Buren sobre la guerrilla antifranquista


Sábado 01 de octubre de 2011. Centro de Nuevos Creadores - Sala Mirador. Madrid

Cartel de la obra de teatro Maquis
Cartel de la obra de teatro Maquis
Maquis es una obra sencilla que nos pinta la España de 1949, diez años después de terminada la Guerra Civil. En el monte queda un grupo de maquis, republicanos que no abandonan la lucha, y en el pueblo aumenta la presencia de la Guardia Civil para acabar con ellos. Entre esa dualidad, se ven obligados a convivir los habitantes del pueblo, mezclándose delatores que se saben vencedores y enlaces cuyas esperanzas se va nublando con el paso de cada nuevo día.

Rubén Buren, su autor, nos pinta muy bien el ambiente rural, la opresión del campo, la envidias, el estar siempre unos vecinos en la boca de otros, el qué dirán y los planes para los hijos como única esperanza de superación familiar. Los mayores se dan ya por perdidos, asumen que el tiempo de vida que les queda será negro, pero confían que no ocurra así con sus hijos. Se siente el dolor en las casas, donde las familias rotas no saben si reconstruirse o limitarse a sobrevivir. Es un tiempo lleno de lutos, de sacrificios, de rezos, de disimulos, y también de torturas y de violaciones para las que no agacharon la cabeza.

Maquis se adentra a la perfección en el mundo femenino, en sus sentimientos, algo en lo que imagino que tendrá mucho que ver la estupenda dirección de Paloma Pérez Montoro quien ha dotado a las palabras de Buren del gesto preciso con su buena mano en la dirección artística e interpretativa. El mundo femenino nos llega pronto al corazón, entendemos las dudas, conocemos sus anhelos y suspiramos con ellas. Las hay realistas, las hay idealistas, y cada una tira de una cuerda para construir la siguiente generación con sus dos puntos de vista: «No te lleves a engaños, la vida es como es y nada se puede hacer» frente a «Mientras tengamos ideales construiremos nuestro futuro».

Sin embargo esa rotundidad que vemos en el pueblo no se vislumbra en el monte, donde los personajes que aparecen están cargados de dudas. Su ideología apenas les mantiene en pie y van dejando que se diluya mientras esperan que sean los norteamericanos los que lleguen a salvarnos de esta atroz dictadura. Con sus principios tambaleándose no saben si esperar y mantener el enfrentamiento como única llama de esperanza o escapar a Francia para salvar la vida. El personaje de Anselmo (Rafael Gallardo) tiene miedo y no le quedan esperanzas, cree que nada bueno le espera, que no tiene salida, que está atrapado, de casi nada le sirve ese amor que siente por Sagrario porque ha pedido el sentido de su lucha. Machete (Alberto Casas) sigue por puro instinto. Hasta el Comandante (Igor Estévez) se plantea dudas y su fuerza ha decaído. ¿Esos guerrilleros republicanos son solo luchadores vencidos, asumiendo una derrota, como nos quiere hacer ver su autor? ¿No había salida tampoco para las mujeres del pueblo?

Raquel Mirón y Paloma Pérez Montoro en una escena de Maquis
Raquel Mirón y Paloma Pérez Montoro en una escena de Maquis
Me gusta las mujeres de la obra, tienen la fuerza que les falta a los personajes masculinos. Basta la mirada rotunda de Pilar (Paloma Pérez Montoro), la ternura con la que se toma la vida Sagrario (Raquel Mirón) y, sobre todo, el coraje de Adela (Blanca Lara) para poder sentir emoción, algo que ellos apenas consiguen. Las de ellas son interpretaciones sobresalientes que sostienen la obra desde sus enfrentamientos, las que dan el verdadero sentido dramático.

Acompaña a la obra una tenue iluminación y poco atrezzo. Negras ropas, algún vestido más florido para la ocasión, y una tristeza perenne que se les ha pegado a la piel. Dolor de derrota.

Noto en el texto mucha distancia con la historia que cuenta, y una visión desde el presente, sin un fuerte anclaje con aquel pasado. Una mirada subjetiva hacia la guerrilla antifranquista que se aleja sin querer de lo profundo, de lo sentido, de lo importante para aquellos luchadores por la libertad, los que mantuvieron una llama de dignidad en una España vencida.

No acaba bien, no hay siquiera una victoria mínima, ni en lo personal que nos ofrece las mayores derrotas. Suele pasar con las obras que arrinconan la esperanza, cuando el ser humano se hace egoísta, pierde la ideología y es incapaz de sostener los principios de libertad, igualdad y fraternidad.

A modo de pequeño anecdotario: Rubén Buren, el autor de Maquis, es un dramaturgo madrileño, nacido en 1974. Ha participado en la televisión gallega como guionista. Compagina las labores de escritura con la interpretación como actor y humorista. Es profesor de teatro. También ha publicado varias novelas. Además de lo anterior, tampoco se puede olvidar su actividad en otra artes como la pintura y la música.

Una de sus alumnas fue Blanca Lara, que en la obra representa el papel de Adela. Ella no ha pasado por La Katarsis del Tomatazo, un punto en común que tienen sus otros ocho compañeros de interpretación en Maquis.