miércoles, 20 de marzo de 2013

«La movida» que nos queda

María Velasco construye y estrena La ceremonia de la confusión en el Centro Dramático Nacional, un diálogo intergeneracional a través del que podemos realizar un análisis crítico de la cultura de los ochenta


Miércoles 20 de marzo de 2013. Centro Dramático Nacional. Teatro Valle Inclán. Madrid

Cartel de la obra de teatro La ceremonia de la confusión
Cartel de la obra de teatro La ceremonia de la confusión
¿Por qué? Porque es un buen ejemplo de teatro emergente, innovador, creativo y con ideas
«Escritos en la escena» es un proyecto del Centro Dramático Nacional que busca un modelo de escritura dramática a pie de escenario y donde el joven autor desarrolle su texto en el propio ámbito escénico, trabajando estrechamente con un director y un grupo de intérpretes durante un plazo de tiempo determinado de 45 días. Es por tanto un concepto de exploración y ensayos para construir un texto dramático a representar. María Velasco participó con un borrador de su obra La ceremonia de la confusión y fue elegida para desarrollarlo siguiendo este proceso. Se muestra feliz de ello y satisfecha con el resultado. Llegó desde el primer día con la idea clara de la obra, su forma y su discurso y hoy su proyecto es una realidad, un teatro de ideas consumadas. Se confirman las buenas sensaciones que María Velasco ya había dejado con piezas como Perros en danza y el suyo comienza a ser un teatro emergente, visible, con una dialéctica nueva, la de los jóvenes que reivindican su lugar y que quieren escribir el teatro de los próximos años. Es creativa, e innovadora, y sobre todo una luchadora; de eso queda traza en cada palabra que escribe.

La ceremonia de la confusión arranca con un monólogo de Olga (Camen del Valle), una mujer que no abandonó los ochenta. Ella ha pasado de los cuarenta, pero cada noche sigue intentando que sea como las de entonces. Viaja borracha en el «buho» y busca el último bar que queda abierto para tomarse la penúltima. Sabe que el del tanatorio de la M-30 no cierra nunca. Cuando llega desconoce que allí está el cuerpo sin vida de «el Negro» (Richard Collins-Moore), líder carismático de aquellos años y de un grupo musical del que ella también formó parte. En la barra del bar se encuentra con Pau (Julio Rojas). Ella toma un sol y sombra, él pide una tila. Pau es joven. Lleva muchos años viviendo con el «el Negro». Es su pareja y quien le ha cuidado todos estos años de descenso. Al velatorio acuden el resto de los miembros del grupo, con su pasado a cuestas y la opción de presente que han elegido. Roberta (Miquel Insua) se ha cambiado de sexo para ser la mujer que sentía, pero aún le quedan heridas abiertas, muchos remordimientos. Fabio (Juan Calot) se subió al carro de los nuevos tiempos y parece un triunfador, pero la vida no siempre es lo que parece sino lo que se calla y la verdad es que arrastra con cierta dignidad sus fracasos personales y profesionales. Éstos, con el apoyo de Julian Ortega que va interpretando otros personajes menores, son los mimbres con los que María Velasco construye esta excelente reflexión sobre los ochenta y establece el diálogo entre dos generaciones que permite comparar los sueños de quienes tuvieron veinte años entonces y los que los tienen ahora.

Desarrollar una obra sobre los ochenta hace obvio incluir música de la época. «El Negro», entre otros temas, interpreta Obediencia y nada más de Gabinete Caligari, ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? de Burning, Groenlandia de Los Zombies, Adictos a la lujuria de Parálisis Permanente o Lola de Cicatriz. Olga se luce con No, rien de rien de Edith Piaf. Así, La ceremonia de la confusión, en realidad se convierte en un pseudomusical donde la música es una especie de marcador fluorescente de lo que pasó. Son versiones que mantienen la misma letra -salvo una excepción- pero que contienen una cierta interpretación, un tono, que nos hace mirar hacia atrás con una especie de poso que se ha ido acumulando por el tiempo y por tanto con una sensación diferente. El tema de Burning se transforma brillantemente, y sin variar una palabra, en una conversación, un primer coqueteo entre dos hombres. Groenlandia encierra la curiosa emoción de toda una generación despidiéndose. Son canciones trilladas, pero que aquí logran despertar unos sentimientos contradictorios. No saben a nuevas, pero sí a otra cosa diferente difícil de explicar, como a contar una cierta parte de nosotros que ha cambiado con las letras de esas canciones.

En la obra, el fantasma de «la movida», circula por el escenario, como una presencia de la que ninguno de los demás personajes puede desprenderse. Sin embargo, el mensaje que nos lanza la autora es que necesitamos enterrar esa época para poder pasar a encarar un nuevo futuro cultural, algo que es obligación de la juventud de ahora. Así, La ceremonia de la confusión presenta la estructura de un proceso de duelo que nos reconcilia con ese pasado y que derrota un limbo enfermizo que no nos permitía progresar. En realidad, el tanatorio en el que sus amigos velan el cuerpo del líder en sus última horas es un purgatorio en el que los ochenta rinden cuentas. «El Negro», como los ochenta, tampoco tuvo el final épico que le hubiera gustado. Un día se acabó, dejo de respirar, sin la menor poesía.

Pero el principal discurso viene de la distancia generacional de Pau que sirve para plantear el conflicto. Parte de que «esto es lo que hay, lo que nos habéis dejado» para desde hay enfocar la necesidad de volver a tomar las calles, de dar un vuelco a esta cultura mitificada que se ha anquilosado y que nos ha dejado dormidos en el salón frente a la televisión. Pau, por edad, no participó en los ochenta, y sin embargo toda su vida se ha visto obligado a soportar lo que aquellos años dejaron atrás. Ha cuidado de su pareja y todo lo que simbolizaba, pero «en la vida real, los malditos son inaguantables», lo absorben todo, como si no hubiera otra alternativa, y no dejan un espacio propio. Pau siente que le han negado otra posibilidad de cultura diferente a la que estableció «la movida madrileña», como si nada hubiera vuelto a brillar desde entonces, como si todo se quedase pequeño a su lado. La voz de Pau representa a nuestra juventud, esos veinteañeros que cada vez que inician algo creativo se encuentran como barrera con la comparación respecto a aquél fenómeno social. Los ochenta construyeron todo el entramado cultural y dieron la medida. Están cansados y se preguntan hasta cuándo este país va a seguir viviendo aprisionado por lo que hicieron entonces. Han pasado treinta años y su vigencia sigue pesando sobre nuestros jóvenes.

Pau no es el único con dudas, los miembros del grupo miran hacia los ochenta de diferente forma y en cada uno de ellos se nota una cierta nostalgia de aquella revolución que propusieron y tras la que luego ya no vino nada más que volviera a sonar interesante. A todos les dejó huellas profundas, angustias, claroscuros y una vida marcada. Es a través de esas miradas, de sus nostalgias, cuando la autora va construyendo un discurso revulsivo que nos sirve para indagar sobre la trayectoria que recorrimos con aquellos mitos y nos permite a la vez reflexionar sobre el presente.

Los ochenta fueron frenesí en estado puro, el despertar a la libertad después de cuarenta años de una cruel y asesina dictadura. La sociedad cambió y aprovechó los primeros instantes de confusión tras la muerte en la cama de Franco. Esos pequeños aires aperturistas que se colaban sirvieron para que la juventud se lanzara a la calle a vivir la noche, a explorar, a probar y a experimentar; porque de pronto las prohibiciones habían desaparecido y todo valía. Así se fueron educando culturalmente y emocionalmente en un mundo por construir aquellos jóvenes que consiguieron sentirse piezas importantes de lo que estaba ocurriendo. Ellos cambiaron España.

Julio Rojas y Richard Collins-Moore en una escena de la obra La ceremonia de la confusión
Julio Rojas y Richard Collins-Moore en una escena de la obra La ceremonia de la confusión
La autora no vivió «la movida» en primera persona, pero dice que todos hemos convivido con esa generación, con sus errores y sus aciertos. Eso no la desacredita para escribir sobre aquella época, la Historia se escribe de esta misma forma, mirando hacia un pasado y analizando cada uno de sus elementos. Se queja de que en este país no tuvimos modernidad, pasamos del franquismo a la post-modernidad. Confiesa que su intención es establecer un sano diálogo intergeneracional que nos lleve a algún sitio. Para ello ha primado la dialéctica de los personajes por encima incluso de su consistencia. Esa confrontación, en cierta forma, nos permite a la vez valorar y cuestionar el fenómeno de «la movida» y sus consecuencias. El director, Jesús Cracio, sí participó de aquellos años. Explica que en realidad fue un movimiento que ya existía en las casas y que salió a las calles cuando murió Franco. Sirvió para dar colorido a ese pueblo triste y aburrido que éramos entonces. Generó vida y libertad y se convirtió en una explosión maravillosa en la que de pronto todos nos convertimos en artistas. Las noches eran de fiestas y copas, pero también de trabajo. Cosas que entonces se consideraban de lo más normales, ahora se han vuelto pecado. Parece que vamos hacia atrás.

Respecto al proyecto «escritos en la escena» con el que se ha terminado de construir La ceremonia de la confusión, la autora, el director, los actores y la actriz coinciden en destacar el periodo de improvisaciones, lo que les han permitido construir los personajes y asentarlos en su situación más que sacar frases. Toda interpretación es un proceso de crisis y de grandes hallazgos. Explica María Velasco que en toda escritura dramática, cuando conoces el casting, se producen reajustes. La cercanía que establece este proyecto ha facilitado esa reescritura. Sin embargo aclara que no se trata de una escritura colectiva, que dar forma al texto es obligación de la autora. Ésta debe mantener la visión externa y encargarse de organizar lo que quiere decir con la obra. El comportamiento de los personajes, su discurso, es siempre una elección de quien escribe. Confiesa que antes de empezar ese era su mayor miedo, que el proceso llevase al equívoco de pensar en convertir su borrador en una escritura entre todos.

A mí me gusta La ceremonia de la confusión porque es una obra fresca y sin embargo cargada de literatura y de personajes a la vez eruditos y borrachos que vivieron la vida de un trago, con libertad y sin medida. Personajes que son de una generación enfrentada a sus contradicciones. El tiempo cambió y sin embargo, en cierta manera, ellos se quedaron parados, colapsados por una época, la de los ochenta, que les absorbió. Tienen que volver a caminar, salir de aquel estado, ponerse en marcha, pero la inercia que se lo impide es fuerte pues carga con el peso de muchos iconos, de demasiadas noches imborrables que no se van a repetir. El movimiento está descrito como una ley física y se explica como el cambio de posición que experimentan los cuerpos en el espacio, con respecto a un tiempo y un punto de referencia. Para moverse hay que recorrer una distancia, por pequeña que sea, y para ello hace falta un impulso, una acción. En realidad, se precisan las mismas ganas y necesidades que impulsaron los tiempos de «la movida». Es nuestra juventud la que tiene que liberarse, soltar lastre, huir de las comparaciones, moverse de nuevo y crear la nueva contracultura que este momento necesita. Son ellos los que deben marcar los nuevos tiempos que vendrán y nadie les podrá parar.

martes, 19 de marzo de 2013

El garabato de una película estrellándose

Los amantes pasajeros es la nueva película de Pedro Almodóvar

Cartel de la película Los amantes pasajeros
Cartel de la película Los amantes pasajeros
¿Por qué? Porque no pasa de esperpento.
En cierta manera Los amantes pasajeros es un tributo de Almodóvar a su propio cine y para ello realiza, como en la alta cocina, una especie de «deconstrucción» de una comedia. A mí no me gustó. Me explico: lo primero es que a la historia le falta una mínima profundidad, vamos, que la película vaya de algo, por tonto que esto sea. No sé por qué, pero el director ha hecho de la anécdota y el cameo el principal objetivo en la película. Y es una lástima, pues medios artísticos y técnicos tenía, esos mismos que muchos no logran conseguir. Y eso es lo que da rabia, lo que te deja cara de idiota, el hecho de que los malgaste por pura excentricidad. Al terminar, cuando aparecieron los títulos de crédito del final me quedé callado como si aún no pudiera creérmelo. Los miré con atención y en ellos figuraba lo mejor de esta profesión en cada especialidad y sin embargo lo que había visto no era otra cosa que un garabato. Cuando me levanté de la butaca aún tenía la misma cara de tristeza y salí de la sala diciéndome ¡qué pena más grande!

Hacer reír es un arte. Almodóvar lo logró en el pasado y debería recordar lo trabajoso que resulta construir una comedia, lo complicado que es hacer que lo sencillo no sea difícil, lo que hay que andar y desandar para que lo artificioso no ensombrezca lo natural. Y luego la infinita paciencia que se necesita para ir labrando aquello que se convertirá en risas durante la proyección, limando cada frase hasta que sea perfecta. Almodóvar, en Los amantes pasajeros, se ha olvidado de realizar su trabajo de director y así no se hacen las grandes comedias; lo único que puede salir es una película floja, de las que no vas a recomendar ver a nadie que aprecies. A los grandes directores hay que exigirles siempre mucho.

La película chirría por muchos puntos, uno de ellos es el propio avión, su interior resulta falso porque no tiene vida propia y hace que sintamos que lo que estamos viendo ocurre en un decorado. También sucede con las historias colaterales de los que están fuera del avión. Parece que solo tienen lugar para el cameo de turno, lo que hace que la película pierda interés narrativo y se vaya acercando por su construcción a una especie de desfile de «amiguetes» como suele hacer Torrente. Ninguna de esas escenas tiene la menor importancia ni nos aclara nada. Las historias que nos van contando los pasajeros, para que vayamos construyendo el rompecabezas de España, no se desarrollan lo suficiente y todas se quedan cojas, como en el aire. Algunas por superficiales, otras por absurdas, o inconexas o porque tratan de ser provocativas sin conseguirlo, los ochenta ya pasaron y escandalizarse no es lo que era. En el fondo todas ellas se quedan en una mera presentación, como ocurre en las series con el capítulo piloto. Esos capítulos iniciales nunca van a ningún sitio y solo sirven para ponernos delante a una serie de personajes para que el público vaya estableciendo lazos y se pueda ir comparando con unos y otros mientras se sitúa y espera que las cosas ocurran. Son pinceladas que se irán trabajando y cerrando en los capítulos posteriores, pero con el problema de que aquí no hay continuación la semana que viene.

Hay tanto énfasis en esa fragmentación que se pierde el objetivo de mostrar ese mosaico de nuestra situación actual y con él su valor de la visión en conjunto. Nosotros no podemos ser esos viajeros de clase preferente que viven por encima de sus posibilidades y con los que la ciudadanía no tiene otros vínculos que la mala televisión que se hace aquí y que convierte en arquetipos y paradigmas del triunfo a una vidente apocada, una antigua amante del rey que fue actriz en el cine de destape y ahora dirige una red de mujeres dominatrix, un banquero corrupto al que le late el corazón, una pareja de novios en su noche de bodas pasados de drogas y alcohol, un asesino a sueldo o un actor que se busca una salida en un culebrón mexicano. Sí somos, sin embargo, ese avión descontrolado que manejan dos profesionales de lo suyo, cargados de vicios y deseos, que nos gobiernan desde lejos y encerrados en un despacho, con una tripulación de políticos por debajo y a su servicio que es quien tiene que dar explicaciones. Sí somos esa clase turista a la que han servido un somnífero para que no se entere de nada y duerma tranquila, a la que solo se avisa unos momentos antes del caos para que se aprendan el procedimiento de emergencia que se va a aplicar. Sí, nosotros somos esos de quienes abusan los que mandan.

Almodóvar ha hecho lo que ha querido, y eso lo defiendo. A quien no le encuentro explicación es a su entorno, ¿nadie se atrevió a decirle que el emperador estaba desnudo? Me gustaría poder contar maravillas de Los amantes pasajeros, pero la verdad es que apenas si encuentro algo positivo que destacar, quizá solo dos cosas que me han gustado. La primera las estupendas interpretaciones de los tres azafatos (Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo) y la segunda el numerito que se montan ellos tres con su coreografía del tema musical I’m so excited de The pointer sisters para entretener al pasaje. Ese videoclip insertado tiene frescura y atrevimiento. Por lo demás, no creo que Los amantes pasajeros quede en el recuerdo de nadie.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Un teatro que se atreve a hablar de nuestra historia reciente

Transición es un proyecto de las compañías L'Om Imbrebís, Teatro Meridional y Teatro del Temple que se estrena en el Centro Dramático Nacional


Miércoles 13 de marzo de 2013. Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero. Madrid

Cartel de la obra de teatro Transición
Cartel de la obra de teatro Transición
¿Por qué? Porque tenemos que hablar con libertad de nuestro país y de la historia reciente. No debemos tener tabúes.
Dicen Alfonso Plou y Julio Salvatierra, los autores de Transición, que «una sociedad para existir debe contarse a sí misma, y la Transición es un período trascendental de nuestra historia cuya revisión, desde la ficción escénica, puede ayudarnos a comprenderla y a comprendernos mejor». Esa es la sana intención de la obra de teatro: mirar hacia atrás y hacia dentro, a lo que somos, a nuestro propio país. No hay flor sin tallo, ni tallo que no tuviera raíces. Transición no echa la vista demasiado atrás, simplemente al comienzo de la democracia, al momento que sirvió para dejar atrás cuarenta años de dictadura y que pensábamos que traía aires nuevos. Pero lo cierto es que las ventanas no estaban demasiado abiertas, alguna rendija a lo sumo, porque Franco dejó atado lo que vendría tras él. En Transición vemos la relación continuista entre Franco y el rey Juan Carlos. No lo oculta y quizá la mejor broma de toda la función sea el falso juramento del rey -en aquel momento príncipe- como sucesor. Jurar mantenerse fiel a los principios del movimiento le desacredita obligatoriamente como paladín de la democracia. Puede parecer que estoy corriendo demasiado empezando primero por este punto, así que me toda explicar por qué elijo comenzar por esto. Lo hago porque esa decisión de no esconder el pasado del monarca sitúa la obra en su justo lugar, lejos de tanto documental de loa a la gran labor de los que participaron en la Transición y a lo «requetebién» que lo hicieron todo. No es eso lo que se pretende en esta obra. La primera pregunta que se nos hace es cómo un cambio de régimen tiene en sus dos actores principales a un ministro de Franco y a un rey que había jurado lealtad al dictador y si ese hecho lo desacredita. Desde ese lugar nos llega un disparo a bocajarro: ¿hubo intención de transformación verdadera o fue todo un simple enjuague?

Ahora sí, ya puedo rebobinar y empezar por el principio. Transición es un proyecto para el Centro Dramático Nacional de tres de nuestras compañías de teatro, L'Om Imbrebís, Teatro Meridional y Teatro del Temple, que han trabajado juntas, colaborando y realizando diversos talleres con sus actores y equipos, para gestar la obra. El montaje actual se establece mediante un proceso de recuperación y selección que implica un consenso y una apuesta. No son muchos los textos dramáticos sobre nuestro pasado reciente que se suben a un escenario. Menos aún los que lo hacen con valentía y con intención de cuestionar los tópicos asumidos.

La composición de Transición se realiza a través de integrar cuatro partes diferenciales que permiten repasar los hechos históricos desde diferentes prismas. Nos encontramos en cuatro lugares distintos a la misma vez: una clínica en la que ingresa un paciente que sufre una cierta memoria alterada, en mitad de la grabación de un debate televisivo sobre la Transición, en el presente recordando la música y televisión de la sociedad de entonces y dentro de una sátira sobre la sociedad que formó la propia transición. Una y otra parte se van intercalando, incluso mezclando para que la historia converja.

La representación comienza por un hombre que ingresa en un sanatorio. Se llama Adolfo y tiene unos recuerdos que podrían ser los del primer presidente de nuestra joven democracia. Pero todo recuerdo es una reconstrucción personal, en cierta forma embellecida, que transforma la realidad de lo que ocurrió y por tanto una interpretación. Esta parte se utiliza como método directo para repasar los hechos fríos que le sucedieron a Suárez, sus reuniones a puerta cerrada. También se utiliza para empujar al espectador para que empatice con el personaje principal y en cierta manera lo convierta en una prolongación suya, porque a veces, a Adolfo, se le nubla la cabeza y su desmemoria es la nuestra.

El debate televisivo, por el contrario, se utiliza para fijar posturas y enfrentarlas. Es el momento de las justificaciones. Cada parte defiende su opinión y su punto de vista sin que la obra se incline hacia ninguno de los dos lados. Esa equidistancia aséptica señala luces y sombras y obliga al espectador a navegar entre ellas, a que reflexione sobre los hechos históricos a la vez que se ve obligado a hacerse las preguntas que flotan en el aire, como por ejemplo el sentido que tuvo la Transición y de qué forma condicionó toda nuestra realidad posterior.

Lo más lúdico está en esa parte dedicada a la nostalgia donde se recupera la música y la televisión de entonces vista con la distancia del ahora. Los hechos vividos son mostrados en su realidad sobre las paredes y reinterpretados por los personajes, mirándolos con cierta añoranza, pues en el fondo representan un tiempo en el que éramos más jóvenes y juventud y felicidad suelen ir de la mano. Esta parte da pie a varios número musicales que desmitifican aquellas canciones a la vez que las usan para sus propósitos teatrales.

Entroncado con lo anterior surge también un apartado satírico sobre la España que nos dejó la Transición, una España ridícula que aúna progresía convertida en clase alta, tradición, cantautores, corrupción entre el poder judicial y los ayuntamientos, modernidad transvestida y herencia franquista. Así es nuestro presente.

El elenco completo en una escena de la obra Transición
El elenco completo en una escena de la obra Transición
Los disparos suenan más fuertes sobre un teatro. Por eso no es extraño llevarse la impresión de que en nuestra historia reciente hay muchos tiros. Por el escenario desfilan la matanza de los abogados de Atocha, un atentado de ETA y el golpe de Estado del 23F. Vistos así resultan tan estruendosos como dramáticos, pero forman también parte de nuestra transición política.

Transición es también un repaso rápido de los puntos que considera más estratégicos en la vida política de Adolfo Suárez. Se detiene un instante en cada uno de ellos, lo recrea o lo explica y sigue. La primera conversación con el rey, su paso por TVE, su relación con Torcuato, la apuesta del rey por él, las elecciones, sus decisiones que se van desviando de lo previsto, las autonomías con su café para todos, la charla con Carrillo para legalizar al PCE a cambio de sus tres cesiones, su renuncia… Veo en esa velocidad para tratar tantos asuntos un cierto guiño de Adolfo (Antonio Valero) a Groucho Marx, que se acentúa en alguna de sus conversaciones con otros personajes.

Transición reconstruye fragmentos de los discursos de Suárez en dos sentidos, para constatar su pensamiento y como medida de comparación, en oratoria e ideales, que nos pueda servir para medir la valía de la casta política de entonces y la de ahora. Así le escuchamos decir «esta España que ya es políticamente de todos debe comenzar a serlo en lo social, en lo económico y en lo cultural». Y luego viene el tirón de orejas cuando Suárez confiesa que él hizo su parte y mirando al espectador le insinúa a éste que haga ahora la suya, que vuelva a luchar. Si queremos un cambio, tenemos que ganarlo entre todos; ser cada uno de nosotros los que empujemos saliendo a la calle y empezando una nueva revolución.

martes, 12 de marzo de 2013

Conciencia que atormenta tanto a emprendedores como a progres

A cielo abierto, un texto de David Hare, que traduce, dirige e interpreta José María Pou


Martes 12 de marzo de 2013. Teatro Español. Madrid

Cartel de la obra de teatro A cielo abierto
Cartel de la obra de teatro A cielo abierto
¿Por qué? Por los excelentes trabajos de Nathalie Poza y José María Pou
El teatro estaba lleno de actores, actrices y otras personas relacionadas con la profesión. Una noche así sirve para lucirse ante los compañeros, pero sobre todo para recoger el calor de los amigos y cargar las pilas ante todo lo que vendrá luego. José María Pou y Nathalie Poza se llevaron dos estruendosas ovaciones, de esas que se escuchan pocas veces, al terminar la representación de A cielo abierto. Sus trabajos interpretativos en la obra son fabulosos, una afirmación que resulta incuestionable. Nathalie Poza marca el tono y no se deja arrebatar el protagonismo, ni siquiera cuando el peso del diálogo recae en Pou. Nos gana con su forma activa de escuchar, su réplica natural, los pequeños gestos llenos de luz, la delicadeza, el saber estar sobre el escenario, su pasión interpretativa… José María Pou, un monstruo de nuestra escena, también está soberbio, contenido cuando explica y con un excelente trabajo de voz para evitar ese vozarrón clásico que tiene. La verdad que es una delicia contemplar el duelo que la pareja se trae entre manos y eso se nota en la función.

La obra la escribió en 1995 el británico David Hare, un dramaturgo brillante y comprometido con la sociedad en la que vive. El texto, aunque es una historia amorosa entre los dos protagonistas, va forjando un segundo nivel con una mirada profunda hacia el estado convulso en el que nos encontramos como sociedad. En esa segunda capa está presente ese compromiso del que hablábamos y que subyace en los diálogos, la que transciende a un ser humano individual y concreto para preguntarse por el bien colectivo y su utilidad o no. Cada personaje está en un extremo. Tom (José María Pou) es un maduro empresario, dueño de una cadena de restaurantes. Representa al capitalismo, a la ideología dominante de la derecha y a los nuevos ricos hechos a sí mismos que miran a la ciudadanía por encima del hombro y que se atreven a echar sermones porque solo ellos saben como son las cosas «de verdad», las que «realmente importan». Tom se queja de los banqueros porque son pasivos y demasiado conservadores para asumir el menor riesgo. Es el emprendedor el que pone la acción, el que mueve la sociedad, y por tanto se le debe permitir todo. El camino del enriquecimiento sostiene el país y a los demás, a los otros, solo les queda la gratificación de que se les valore por su trabajo. Kyra (Nathalie Poza) es una mujer aún joven que cree en la acción social. Ella escucha a la gente. Malvive en un frío apartamento de la periferia y lo hace con ilusión, porque ha encontrado en la enseñanza su lugar. Da clase de infantil en un colegio público, en la otra punta de la ciudad. Es la antítesis de Tom, progresista, con fe en el género humano, altruista y dispuesta a entregarse por las ideas en las que cree porque espera que el mundo cambie hacia mejor y no le importa que el sacrificio personal sea el precio por satisfacer su vocación.

Confrontar las tesis de uno y otro personaje permite cuestionar los valores sociales. Cada uno defiende con temperamento su posición. Me gusta que Tom sea un tipo de esos que cuando hablan no te pueden caer bien y que tenga que comportarse de una manera sibilina, medida y enmascarando sus intenciones porque busca algo que sus palabras no muestran. Ahora que su mujer ha muerto quiere recuperar a la que fue su amante. En realidad lo que busca es el perdón, que su conciencia no siga atosigándole y poder pasar página a sus errores. Kyra es una mujer dividida, con las ideas claras en todo menos en el lado romántico y en cierta manera su rebeldía pierde fuelle; lo teórico, lo correcto, se diluye cuando vuelve Tom porque necesita más fuerza para sobreponerse a los estragos en el individuo producidos por el capitalismo.

A cielo abierto representa un teatro en lucha permanente entre la razón y los sentimientos. Para ello aprovecha todos los elementos y se convierte incluso en sensorial. Kyra prepara la cena y hasta las últimas butacas del patio llega el aroma de la cebolla al freírse. Es un teatro de la vida, de esos en el que el espectador se cuela por una rendija de una pared y asiste a una especie de instante privado en la vida de otros, para, sin querer, ir aprendiendo de ellos, creando elementos consistentes de juicio que le sirvan para la vida real.

José María Pou en una escena de la obra de teatro A cielo abierto
José María Pou en una escena de la obra de teatro A cielo abierto (Foto por cortesía del Teatro Español)
Me gustaría hablar de la estructura de la obra, pues me parece que en ella se encierra también parte de su acierto. Consta de cuatro elementos: un prólogo, una primera parte, una segunda parte y un epílogo. Prólogo y epílogo son cortos y en ellos participan Kyra y Edward (Sergi Torrecilla). El prólogo nos sirve para situarnos rápidamente, pues Edward va contando al espectador lo que necesita saber. El epílogo nos cambia el sabor de boca. Simboliza un paso de página en Kyra porque la obra no podía acabar con el final de la segunda parte. Nos dice que los sueños, si son sencillos, se cumplen, porque sigue habiendo quien nos quiere y cree que nos movemos por el buen camino. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde.

El peso de la obra se queda para Tom y Kyra en las otras dos partes de la función. En cierta manera hay una división, tanto en el peso narrativo como en la distribución del espacio en cada una de ellas. El apartamento presenta tres lugares diferenciados: el de los invitados donde está la mesa, la cocina como lugar de encuentro donde se dan las coincidencias y también las diferencias y finalmente el sitio privado que representa un viejo sillón. La primera parte, el reencuentro, se da básicamente en la cocina y alrededor de la mesa. Habla él y ella escucha. La segunda parte, como si la historia fuera una balanza, se desplaza, aunque también ocupe los otros dos espacios, hacia el sillón. Ahora es Kyra quien nos cuenta de ella. Con sus confesiones nos va llevando hacia la parte íntima de la casa, donde se siente cómoda y puede empezar a abrir su corazón. Tom, sin embargo, también quiere apropiarse de ese espacio y ocupar el sillón.

Pero A cielo abierto no es perfecta. Encuentro en ella dos defectillos. El primero es que me resulta demasiado larga la función para su contenido. Tal vez sea culpa de que hay en ella muchos preámbulos, como si hubiera un exceso de construcción que va preparando algo para que explote con milimetrada precisión después y que en cierta forma rompe la agilidad del texto. El segundo de esos defectos tiene que ver con que no conseguí interesarme por la historia de amor de los protagonistas y en cierta forma es que no puedo entender que una mujer como Kyra pueda sentir algo por un hombre como Tom, me resulta imposible ver cómo consiguió deslumbrarla.

Interpretación y texto son excelentes, pero también se nota que la obra está muy trabajada. No es extraño, aunque estemos hablando de sus primeras funciones en Madrid con dos piezas nuevas en el reparto. Pou la estrenó a principios del 2003 en el Teatro Romea de Barcelona con gran éxito. Repitió al año siguiente y después de sobrepasar las 100 funciones en el Romea inició una extensa gira alrededor de Cataluña. Ganó varios premios con ella. El año pasado, quizá acuciado por la actualidad de la obra en estos tiempos de crisis, la recuperó para re-estrenarla de nuevo en Barcelona. Se le agradece que haya propiciado el regreso de A cielo abierto a los escenarios.

sábado, 9 de marzo de 2013

La Manifestación del «Todo es verdad»

Manifestación es el nuevo espectáculo de Albert Pla


Sábado 9 de marzo de 2013. Teatro Fernando de Rojas Círculo de Bellas Artes. Madrid

Cartel del monólogo musical de Albert Pla Manifestación
Cartel del monólogo musical de Albert Pla Manifestación
¿Por qué? Porque no verás otra cosa igual.
Catalogar a Albert Pla es una tarea imposible. Él no es alguien que se deje poner etiquetas. Parece que le da igual casi todo. Va a lo suyo y lo demás no le importa. ¿O sí? No sabría responder. En el escenario se muestra hierático, como si hubiera perdido los sentimientos, igual que un extraterrestre recién aterrizado en nuestro planeta e incapaz de entender lo que hacemos los seres humanos. Pero los medios siempre se empeñan en etiquetarlo todo. Me imagino la conversación entre el jefe de sección y el redactor: «Oye, ¿dónde ponemos la reseña del espectáculo Manifestación?». «Ponlo en cultura y no especifiques. Es Albert Pla». «¿Bueno, pero en conciertos o en teatro?». «Donde quieras entonces. En realidad se trata de un monólogo musical». «De eso no tenemos nada, vamos que ésta inaugura la sección y en veinte años no nos llega otra, así que cuéntame algo más a ver si así doy con el mejor sitio donde pueda encajarlo». Entonces el redactor irá describiendo lo que vio, que será algo parecido a lo que me encontré yo.

Llegas, te sientas y ves un escenario sucio, revuelto, desordenado, con los restos que han quedado en la calle tras una manifestación: latas, pancartas, hojas, neumáticos, cubos… En el medio, de un cable cuelga una sábana blanca a medio recoger. Delimitando el escenario se puede ver una cinta amarilla y negra, de ésas que se usan para precintar el lugar de un crimen. También una guitarra abandonada. Cuando es la hora, un humo sin olor va llenado el lugar. Entonces aparece un hombre vestido con una túnica que lleva una máscara antigás. Recorre el escenario y despliega el resto de la sábana en la que se lee en letras rojas «Tú vida es una puta mierda y lo sabes». Toda una declaración de principios. Va revisando los restos con una voz apocalíptica.

Cuando se quita la máscara se convierte en un hombre al que un día le llamó una chica para ir juntos a una manifestación. No es que él estuviera de acuerdo con el lema de la manifestación, ni que no lo estuviera tampoco. Ni siquiera había pensado en ello. Pero el amor, que es ciego, le guía. Así que responde con un sí y quedan en verse allí. Dice que se viste usando una camiseta roja con consigna y se lanza a la calle a manifestarse por el «Todo es verdad», pero se equivoca de manifestación. ¡Son todas tan parecidas! Escapa y se cruza con otra, y con otra, y con otra, y con otra… La ciudad es un hervidero de manifestantes. Quiere volver a casa y no puede. Es un hombre atrapado en una manifestación eterna, que ya no sabe ni por qué protesta, pero al que le resulta imposible escapar. En medio de este caos, reflexiona sobre su situación, cómo llegó a ella y qué soluciones puede tener.

¿Por qué me he detenido en contar los detalles? Porque son como fotografías que todos hemos visto en algún momento, pero que sin querer las tenemos abandonadas. En realidad es que no importa conocer de antemano la historia, la sorpresa consiste en vivirlo en directo, en experimentarlo. Narrada por un amigo no es igual que ver interpretarla a Albert Pla ya que el espectáculo es él mismo, su forma de mirar la vida y lo que nos rodea desde ese punto de vista peculiar, distante y marciano. La mirada es limpia y en cierta manera de inocencia personificada. El artista simplemente se pregunta por qué repetimos las cosas que hacemos cuando hemos visto que ya no funcionan. Quizá ese interrogante lanzado al aire sea la esencia de Manifestación, lo que hay debajo del artificio y sujeta el espectáculo. Visible ante nuestros ojos durante toda la función se mantiene el lema «Tú vida es una puta mierda y lo sabes» como un recordatorio al espectador. Puede producir una conmoción al principio, pero te vas conformando. En cierta manera el aviso nos está obligando a reconocer que hace tiempo que asumimos la derrota. Ya estamos comprados. No tenemos remedio. Y sin embargo Pla se revuelve para hacer una llamada a la acción, a la rebeldía, a que cada uno dé sentido a su vida por sí mismo, para que al menos podamos sentirnos alguna noche satisfechos de nosotros.

Albert Pla va pasando por cada manifestación con distancia, sin demasiado apego a ninguna, carente de ilusión, como si transitara por un concepto vacío. Nos enseña que la repetición de pautas se convierte en un sinsentido y que lo pacífico se asienta sobre un cierto aire pusilánime. Está claro que las protestas pacíficas no cumplen su objetivo. Ésa es la crítica que nos lanza. ¿Qué hacemos entonces? No responde porque cada cual debe hacer examen de conciencia y encontrar su solución. Cada uno debe resolver su propio deseo de cambiar su mundo, de solventar sus problemas personales. Pla solo nos avisa para que dejemos de ser conformistas. Lo hace a través de un humor que es a la vez provocador y abstracto.

El protagonista de Manifestación es un hombre con buenas intenciones, pacífico. Pero a veces tiene malos pensamientos. A través de ellos aparece la única llamada a la acción que se hace al público. Es una insinuación de que quizá no sea tan malo dejar desbordar esas ideas alocadas que nos asaltan. Al menos deberíamos protestar de otra forma y dejar de ser tan cándidos si queremos que nuestra vida deje de ser una puta mierda. Pla es irreverente porque es un creador libre que busca que sus espectáculos nos agiten, aunque no pretenda que sus propias reflexiones se conviertan en bandera de nada.

Albert Pla en una escena de Manifestación (Por cortesía de Albert Pla)
Albert Pla en una escena de Manifestación (Por cortesía de Albert Pla)
Hay también ironía, o al menos una cierta sorna. Así lo hace cuando habla de nuestra indignación, pero en las redes sociales que están que arden: un millón de personas apalancadas en su casa tecleando en el móvil «estoy indignado» y dando negocio con su indignación a las «telefónicas». Así está el patio y así lo cuenta. Tampoco perdona a los periodistas y a sus frases manidas, a los policías, a los banqueros y a tantos otros que han hecho del sistema «su sistema», eso sí, con nuestro consentimiento.

Manifestación tiene mucho más texto que música. Dice el propio autor que «hay alguna cancioncilla, pero muy poquitas y medio rotas». Entre lo que canta está Todo es mentira, No quiero hablar de mi pero yo, Teófilo Garrido, No te hagas policía o A veces tengo malos pensamientos. El bis, tras los aplausos, es musical, el tema Adiós terrícolas, una despedida sarcástica de quien deja por propia voluntad esta planeta sin solución.

La primera parte está llena de risas y resulta corrosiva, pero el final, desde que se viste con pantalón y chaqueta, va decayendo, como si no terminara de encajar del todo en el espectáculo. Ese es quizá el punto débil a limar, lo que hace que no sea un espectáculo totalmente redondo.

Enseñando y aprendiendo en la calle

La Universidad pública madrileña sale a la calle para mostrar su labor cotidiana y visibilizar sus reivindicaciones en defensa de la educación y contra los recortes del gobierno


Sábado 9 de marzo de 2013. En las calles y plazas de Madrid

Cartel de la convocatoria La Uni en la calle
Cartel de la convocatoria La Uni en la calle
Frente a la injusticia se puede protestar de muchas maneras. El profesorado de las universidades públicas madrileñas ha salido a nuestras calles y plazas a impartir sus clases, ante la mirada de todos, con luz y taquígrafos, para que podamos ver su labor cotidiana y nos sirva a todos para seguir aprendiendo. Enseñarnos su trabajo y la forma en la que lo hacen es su manera de visibilizar el deterioro al que nos llevan las actuales políticas de educación, tanto estatales como de la Comunidad de Madrid. Se han subido las tasas en las matrículas, se han reducido las becas, se ha recortado el gasto en investigación y se han acortado significativamente los presupuestos educativos en un intento de estrangulamiento económico que termine ahogando la enseñanza pública. A esta jornada la han llamado La Uni en la calle.

Profesores y alumnos vienen a decirnos que ya está bien, que no es posible tener una sociedad democrática y avanzada si nos falta una buena universidad, pública y accesible sin discriminación alguna, porque no debemos olvidar que es la universidad quien forma ciudadanos libres. Esa es su labor social. Nos lo enseñan con humildad, impartiendo los profesores universitarios una clase abierta de su materia en plena calle, al aire libre. Por un día nuestras calles se convierten en aulas y cada uno de nosotros en un alumno improvisado, en alguien que está aprendiendo y formándose, porque esta vida es tan puñetera que nunca se deja de estudiar.

La jornada no arrancó bien, el Ayuntamiento de Madrid quería encargarse de dificultar la protesta, así que, a primera hora y en varios de estos lugares públicos, envió a la Policía Municipal para obstaculizar estas clases, impidiendo la colocación de carteles o equipos de sonido y solicitando identificación a los asistentes para posible sanción administrativa posterior. Son los métodos que ahora usa el poder, claros actos intimidatorios con los que pretendían romper la participación. La coordinadora de la protesta se mostró rápida, contactó con la Delegación de Gobierno y confirmó con ella que no precisaba ninguna autorización adicional a la comunicación hecha a la Delegación para seguir impartiendo las clases y los municipales fueron desapareciendo.

La Uni en la calle buscaba también la solidaridad de la ciudadanía, que saliéramos y nos plantáramos ante los recortes. Elegí acercarme a El Campo de la Cebada, un lugar donde las vecinas y vecinos del Distrito Centro de Madrid se han agrupado para fomentar el uso temporal del solar del derribado polideportivo de La Latina. Esos vecinos y vecinas han levantado un espacio comunal que cuenta con un huerto, un solario, unas canastas… Allí se proyecta cine, se hacen conciertos y muchos mañanas de domingo se cede el espacio a diferentes cantautores. El lugar también sirve para que correteen muchos niños y niñas jugando entre las modélicas construcciones de madera mientras los mayores leen el periódico. En definitiva se trata de un espacio de encuentro entre iguales. Hasta allí se acercaron dos profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de Universidad Autónoma de Madrid. José Luis Velázquez nos contó de una forma didáctica y amena El cerebro y las emociones morales, mientras que Eduardo Álvarez disertó sobre Los conceptos antropológicos de Marx y su sentido filosófico. Hablaban rodeados de gente, explicándose cada uno con su método. El primero sentado, el segundo en pie. Convivían sus clases con las actividades cotidianas sin que unos interrumpieran a otras, con naturalidad, porque enseñar forma parte de vivir. Mientras el profesor habla, un anciano cruza por delante, dos niños corretean detrás de una pelota de goma, un grupo de personas rueda un corto, alguien habla por teléfono, un perro olisquea una maceta, dos mujeres toman el sol tumbadas mientras charlan, un alumno toma notas y otra se lía un cigarro. Y la integración de todo ello produce una estampa perfecta de una mañana importante.

José Luis Velázquez impartiendo su clase en el Campo de la Cebada
José Luis Velázquez impartiendo su clase en el Campo de la Cebada
La Universidad publica tiene sus problemas y seguro que ha cometido errores en su sistema formativo porque no es perfecta y sí mejorable, pero es nuestra educación, la de todos, la que vela porque sigamos educando las personas que queremos ser, la que construye nuestro futuro como sociedad, la que pone en contacto al profesor que quiere enseñar con el alumno que desea aprender. La universidad ha salido a la calle, un sitio que no debe abandonar, y nos pide que entre todos la defendamos y no permitamos que sigan podándola porque irremediablemente, cuando arrepentidos nos demos cuenta del error, será tarde, el árbol estará muerto y con él habremos perdido varias de nuestras generaciones.

Vivimos una crisis que nos ahoga como sociedad. El gobierno sin vergüenza nos culpabiliza a los ciudadanos insultando nuestra inteligencia con eso de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Solo es un problema de desigualdad, porque la brecha entre los más ricos y los más pobres se ha disparado, y de redistribución que lo corrija; pero se nos cuenta monsergas de sostenibilidad cuando lo que se busca es empobrecer, hacer ineficaz y desprestigiar nuestra sanidad y educación, para que otras manos, esta vez privadas, se llenen los bolsillos de billetes. Recorta de lo público para favorecer el negocio privado. El gobierno se empeña en decirnos que nos sobran personas tituladas, pero lo cierto, la realidad, es que lo que nos faltan son puestos de trabajo cualificados. Es el empleo la prioridad, lo que hará sostenible todo nuestro sistema social del bienestar, así que cualquier política que elimine un solo puesto de trabajo lo que hace es hundirnos más.

Los ciudadanos hemos decidido salir a la calle para protestar. El problema es que tenemos un gobierno sordo, pretencioso, chulesco y arrogante al que ya no le importan sus ciudadanos. Es culpa del PP y responsabilidad de quienes les votaron. Este gobierno insiste en que solo hay un camino, el neoliberal, y que va a ser mejor que no tengamos Estado, cada cual según su fuerza, según lo que tiene, según lo que mueve. Así que se han puesto a desmontar lo que por un lado llaman «chiringuitos» y por otros «lujos que nos podemos permitir como sociedad». Pero nos están engañando y las mentiras siempre terminan teniendo las patas muy cortas.

jueves, 7 de marzo de 2013

Chismes y poder

Natalie Pinot da vida a la Louella Persons de Secun de la Rosa


Jueves 7 de marzo de 2013. La casa de la portera. Madrid

Cartel de la obra de teatro Louella Persons
Cartel de la obra de teatro Louella Persons
¿Por qué? Porque se pierde en nombres y eso le hace bajar la intensidad.
Louella Persons cuenta la historia de Louella Parsons, la primera columnista de espectáculos que hubo en Estados Unidos. Dicen que con ella nació el cotilleo oficial de la crónica social. Se convirtió en una mujer poderosa, pues con sus columnas periodísticas en Los Angeles Examiner que se difundían en toda la prensa mundial y con su programa de radio podía hundir cualquier carrera en el mundo cinematográfico, algo que la hizo ser temida y a la vez odiada. Fue tan grande su influencia en el cine de Hollywood de los años 30, 40 y 50 que cuenta con dos estrellas en el Paseo de la Fama.

Pero dejemos a Louella Parsons para hablar de Louella Persons, la construcción del personaje que ha escrito Secun de la Rosa, interpretado Natalie Pinot y dirigido Benja de la Rosa. Lo primero que encontramos, y quizá lo que más fuerza le da, es la realidad latente de una persona de carne y hueso tras la actriz que la interpreta, hablando de su vida y contándola en pequeñas anécdotas, a sorbos cortos. Esa sustentación en lo real da para mucho, especialmente para resaltar aquellas luces y sombras que más nos puedan interesar. Secun no se anda por las ramas, va directo a lo que quiere que veamos: algún chisme y el conflicto de una mujer con la vida que lleva, holgada en lo económico pero con un cierto poso de infelicidad.

Louella se gana muy bien la vida, tiene fama, reconocimiento y es temida. Ese cierto prestigio lo ha alcanzado contando los secretos de los demás. Esa es la gran contradicción que nos ofrece la obra, que su protagonista acepta que el hecho de guardar silencio a menudo vale mucho más que las palabras. Aprende, quien siempre ha tenido la lengua suelta, a mordérsela por una vez. Así construye Secun de la Rosa el conflicto principal y el devenir del monólogo. Los secretos que se callan marcan la complicidad, las alianzas, y también las pesadillas. Una noche, en una fiesta de lujo y barco, presencia una escena que de saberse al día siguiente sería portada en toda la prensa. Y sin embargo calla y elige el poder aceptando la «falsa verdad» de Hearst y convertir la muerte que produce el disparo de un amante celoso en un infarto «oficial». Esa lealtad sin fisuras crea el personaje y hunde a la persona.

Con pocas pinceladas y alguna palabra velada que se escapa en una conversación de teléfono se va sembrando la curiosidad en el espectador. Es cierto que el primer poder de Louella viene por su capacidad para conocer los secretos y los chismes del mundo del espectáculo, pero el segundo, el que la hace invencible, el que surge escarbando debajo de su figura pública, el que explica el miedo verdadero que provoca, le llega sobre todo por estar protegida y amparada por el magnate de los medios de comunicación Randolph Hearst, algo que sucedió tras aquel incidente en el yate. ¿Qué poder tenía Hearts? Hay quien dice que fue el hombre más poderoso de Estados Unidos en aquel momento. Baste recordar que señaló a España como culpable del sabotaje que produjo la explosión del acorazado estadounidense Maine en el puerto de la Habana e instó al presidente estadounidense William McKinley a iniciar una guerra contra los españoles, algo que al gobierno ni se le había pasado por la cabeza. Así, con la fuerza del cuarto poder y empujada por Hearst, tuvimos la guerra de Cuba de 1898, y dicen que todo fue porque el empresario tenía ciertos intereses que le permitirían controlar el canal de Panamá y que esa guerra le facilitó. Él mismo decía que se dedicaba a hacer, en el sentido de construir, noticias. Este multimillonario compró el monasterio cisterciense de Santa María en Segovia, e hizo que se lo desmontaran piedra a piedra y se lo enviaran después a los Estados Unidos donde se lo volvieron a armar. La vida de Hearts inspira Ciudadano Kane y por eso se empeñó en prohibirla.

La vida de Louella se empequeñece según va creciendo su imagen y no se entiende sin la presencia de Hearst, algo que refleja a la perfección el monólogo. Comparten una misma ideología, son xenófobos y anticomunistas, lo que les convierte a ambos en dos de los más fervientes propulsores de la caza de brujas. En Louella se da también una cierta necesidad de sentirse la protectora de la moral y de las buenas costumbres, es decir, ella encarna la defensa a ultranza del modelo conservador, así que siente como una obligación atacar sin piedad a quienes impulsan ideas progresistas, a los liberales y a cualquiera que atente contra su ideal de decoro. Homosexuales, lesbianas y comunistas están siempre en su punto de mira y carga con saña contra todos estos elementos. Es venenosa inquina lo que transmite cuando señala con el dedo a cada una de sus víctimas. Y estas caen, una detrás de otra.

En el monólogo, los detalles se van mostrando con sutileza, como esa botella de Jack Daniels de la que Louella se sirve y que nos sugiere un cierto grado de alcoholismo con el que superar los problemas, o la soledad siempre presente que se presupone a quien logra el éxito profesional a costa de su vida personal, o la distancia con una hija ausente que también evidencia ese estar sola en la cima. Así, con esa suavidad, sugiere también de qué forma obtenía la información y cómo compraba a sus peones. Y en todo ello vamos viendo como crece su maldad a la vez que su poder.

Me gusta la interpretación de Natalie Pinot, cargada de matices y con gran capacidad para transmitir la montaña de sentimientos con los que va recorriendo la vida de Louella. Su mirada directa, a los ojos del espectador, comunica y contagia la realidad de un personaje que adquiere su condición -entre humana y divina- durante la hora de la función. Louella Persons es la historia de la ascensión y de la caída de esta mujer, incapaz al final de su vida de asumir su pasado y soñando con ser todas las actrices que nunca fue. Cualquier cosa le resultaba menos amarga que la mujer en la que se había convertido.

sábado, 2 de marzo de 2013

#resistenciaminera: verdad, dignidad y emoción

Javier Bauluz y Marcos Martínez Merino presentan su libro-DVD acompañados por Jordi Évole


Sábado 2 de marzo de 2013. La Casa Encendida. Madrid

Cartel de la presentación de #resistenciaminera en Madrid
Cartel de la presentación de #resistenciaminera en Madrid
#resistenciaminera es un libro de fotografía de 58 páginas y también un DVD con 97 minutos de vídeo. Las fotografías son obra de Javier Bauluz y el audiovisual lo grabó Marcos Martínez Merino. Ambos trabajos documentan los 65 días de la última huelga minera en España. A ellos no se les han añadido ni comentarios, ni interpretaciones. Y la verdad, los pocos minutos que nos mostraron durante la presentación sobrecogen. A mí se me pusieron los pelos de punta. Lo que vemos son hombres peleando por la continuidad de su puesto de trabajo. Y combaten porque en esta sociedad los trabajadores nada consiguen sin esfuerzo y sin lucha. A pesar de esa sencillez, las imágenes impresionan y electrizan, como si se estableciera una corriente de sentimientos subterránea, una mirada especial hacia los verdaderos héroes de nuestros días.

Se presentó el libro-DVD en Madrid, en la Casa Encendida, con sus dos autores acompañados por el periodista Jordi Évole haciendo las funciones de presentador. Évole empezó directo, diciendo que #resistenciaminera transmite y señalando los tres porqués. Primero, es un trabajo audiovisual puro, sincero y sin trucos para mostrarnos la verdad de la lucha de los mineros. Segundo, tiene mucha dignidad, la de ellos como personas y también la de ese movimiento obrero que Évole espera que no sea el último y que se convierta en un ejemplo para otros. Y tercero, está lleno de emoción, de momentos que ponen la piel de gallina y de otros en los que hay que frenar la lágrima. Pronosticó que será un éxito porque se ve que el trabajo tiene alma. Añadió que ve mucha libertad, que nadie ha condicionado a Javier Bauluz y a Marcos Martínez porque detrás de ellos no está ninguna cadena de televisión, ni ninguna editorial. Quizá por ahí pase el futuro de esta profesión, por esos grupos de periodistas que se están juntando y haciendo cooperativas; por ser ellos, con su criterio periodístico, los que deciden lo que publican. Son una alternativa fantástica porque intentan hacer ver al ciudadano lo que está pasando en toda su perspectiva.

Javier Bauluz quiso empezar por las últimas palabras de Évole y explicar su proyecto Periodismo humano, un medio de comunicación digital que ha cumplido ya los tres años. Arrancó con un grupo de periodistas que querían contar las historias de lo que pasaba sin depender de los bancos y haciéndolo de una manera libre, honesta e independiente que les permitiera recuperar su oficio. Por ejemplo, ellos llevan muchos años contando el tema de los desahucios. ¿Cómo surgió #resistenciaminera? Respondió que los propios mineros les pedían las fotos y los vídeos que realizaban, así que pensaron en hacerlo bien, una cosa humilde y de calidad para devolver a los mineros esa parte de la historia que Marcos y él han capturado. Les servirá también para que los nietos de los mineros en un futuro puedan ver quiénes eran sus abuelos y qué hicieron el verano de 2012. Su intención fue siempre la de ir más allá de la barricada y de los tiros para contar la realidad de esos hombres, sus emociones, las reacciones de las mujeres de la cuenca…, en definitiva, no quedarse en la visión simplista que nos ofrecen los medios tradicionales. Bauluz habló también del nivel de represión que se está utilizando en nuestra sociedad ante las protestas, tanto con el número desmedido de antidisturbios en las manifestaciones pacíficas de la ciudadanía, como con el uso de otras dos armas: las porras y las multas económicas que vienen después de que un policía solicite una identificación.

Marcos Martínez Merino explicó que el vídeo de #resistenciaminera es el embrión de un documental en el que está trabajando, ReMine, el último movimiento obrero. Un trabajo que incluye entrevistas y que espera poder estrenar a finales de primavera. Contó que hizo 250 km con los mineros en su marcha a pie hasta Madrid y que en cierta forma, durante ese trayecto, se fue «aminerando». Se unió a ellos como periodista porque tenía un tema claro: quería conocer su estado de ánimo, el que les llevaba a este comportamiento. Los medios no habían ido más allá de mostrar las barricadas. El gobierno tampoco dio su visión de por qué incumplía unilateralmente el acuerdo del carbón y nunca contará por qué decide que se cierran los pozos y se deje de explotar el carbón nacional. Un gobierno que tampoco ha preparado una alternativa seria para la región. No hay un futuro para esos lugares. Además, para agravarlo se produce un silencio informativo. Marcos indicó que aquellos que trabajan en la mina son personas especiales y quería tener una mirada sin prejuicios hacia ellos. Así que, con su familia, se marchó a vivir a la cuenca minera asturiana durante siete meses y convivió con ellos.

Le interrumpió Bauluz, para explicar que Marcos desde Madrid se va a la cuenca y al final termina viviendo en Gijón, en el mismo edificio que él. Así se conocieron, como vecinos. Luego hace un repaso personal contando que las primeras fotos que él hizo como periodista fueron de guardias civiles persiguiendo a mineros. Era 1984. Después de tantos años yendo por el mundo, retratando conflictos, se encuentra ahora haciendo las mismas fotos que al principio, al lado de casa. Reconoce que con Marcos Martínez ha hecho un buen equipo porque los dos están dispuestos a llegar al mismo lugar y a un mismo tiempo, ni antes ni después. Ambos autores se han encargado personalmente de la distribución manual de #resistenciaminera pueblo por pueblo. Durante ese reparto han tenido muchos momentos emotivos en los que fue necesario contener las lágrimas. Aquellos lugares son diferentes y su gente especial, son sinceros y no se cortan a la hora de decir lo que piensan de una forma directa.

Marcos Martínez comentó las diferentes soluciones propuestas para resolver el conflicto minero del carbón como la subrogación de sus trabajadores a otros tipos de minería. Ahora se habla también de diversificación verde. Dijo que son todo ideas peregrinas, la verdad es que en este momento lo que empiezan son los expedientes de regulación y con ellos la mitad de los trabajadores se quedan en la calle la semana que viene porque cierra toda la minería privada del carbón. Añadió Javier Bauluz que estas propuestas no son otra cosa que excusas dilatorias y que los mineros están teniendo una paciencia infinita. No le extrañaría que dentro de unos meses tuvieran que hacer la segunda parte: #resistenciaminera, el regreso.

Javier Bauluz, Jordi Évole y Marcos Martínez Merino durante la presentación. (Foto por cortesía de Periodismo Humano)
Javier Bauluz, Jordi Évole y Marcos Martínez Merino durante la presentación. (Foto por cortesía de Periodismo Humano)
A continuación se abrió un debate en el que el público también participó haciendo las preguntas que consideraban relevantes. Sobre las redes sociales Javier Bauluz señaló que no les influyeron, en el sentido de que hubieran hecho lo mismo sin ellas. Las han utilizado después, para difundir el trabajo. Lo que han descubierto a través de ellas es el interés de miles de personas por conocer estas historias que los medios de siempre no quieren cubrir. Con respecto a la misma pregunta de las redes sociales, Marcos Martínez matizó que él sí vio su importancia en un detalle. Explica que la noche antes de que la marcha minera entrara en Madrid, los mineros estaban preocupados por las fuerzas armadas que les iban a recibir y no esperaban que hubiera mucha gente. Sin embargo, las redes extendieron la información y ocurrió que muchos madrileños salieron a las calles a recibirles. Marcos Martínez fue el único periodista que entró con la columna de mineros, Bauluz reconoció cierta envidia y luego añadió también que allí estaban todos los medios, pero que sin embargo al día siguiente, en la prensa, no era una noticia relevante. Lo mismo que ha ocurrido con las mareas ciudadanas del 23F.

Cuando les preguntaron si era posible la objetividad después de convivir tanto tiempo con los protagonistas, Bauluz explicó que Robert Capa decía que si una foto no era buena es porque no habías estado lo suficientemente cerca a la hora de tomarla. Así que cree que es necesaria esa proximidad para informar, psicológicamente también, porque eso es lo que permite poder entender un problema y saberlo explicar a los demás, y en ese consiste la profesión del periodista. Martínez por su parte señaló que en el vídeo no hay entrevistas y que está montado cronológicamente. Aún así no se puede ser objetivo al cien por cien. Indicó que por su parte hay una intención de que el conflicto se vea y eso ya es tomar una postura. Évole añadió que los periodistas son personas con inclinaciones y sentimientos, pero al espectador hay que darle opción a que tenga su propio criterio y analice lo mostrado desde su punto de vista. «Es importante tener pocos amigos entre tus entrevistados», completó. Sobre la objetividad, Marcos Martínez habló de la que le puede quedar a un niño de cinco años que está viendo desde el balcón como los guardias civiles persiguen a su padre.

Preguntado Bauluz por qué todas la fotografías del libro son en blanco y negro, explicó que cuando mira ve así. El blanco y negro sirve para mostrar las cosas con más claridad, porque pone la esencia de lo que sucede. También ha servido para unir y no hacer diferencias con los dos colores de camisetas, una por cada sindicato. El fotógrafo confesó que también le han pedido fotos los guardias civiles, que entre ellos seguro que habrá compradores de este trabajo y que, con mucha probabilidad, en las bibliotecas de los cuarteles mantendrán ejemplares como parte de su historia. Dijo que ha tenido conversaciones muy surrealistas con ellos sobre esto, que consideran que están cumpliendo con su trabajo «sin acritud». En general, los guardias civiles que son de allí están con la causa de los mineros, así que los traen de fuera y muy jóvenes para evitar la empatía.

Marcos Martínez contó que durante la huelga y para evitar su impacto, al Musel, el puerto de Gijón, estaba llegando carbón de Colombia. Goldman Sachs son los dueños de esas minas y están invirtiendo en ellas, así que detrás hay un carácter especulativo. Si no explotamos carbón aquí lo tendremos que comprar al precio que nos digan los que lo producen. Martínez dijo que el sector minero del carbón está subvencionado, pero igual que ocurre en Alemania y en su misma cuantía. Sin entrar en lo medioambiental, afirmó que es discutible la sentencia de que la explotación de carbón en España no tiene futuro. El carbón no es una energía que se esté terminando, al contrario. Señaló que es el único combustible fósil que hay en todos los continentes. ¿Es rentable extraerlo aquí?, se preguntó. El de la rentabilidad es un concepto confuso. Si la opción es traerlo de Colombia o Sudáfrica porque es más barato, el dinero se irá a los paraísos fiscales. Entonces limitaremos la rentabilidad a un concepto bursátil y de los mercados y nos estaremos olvidando de otra rentabilidad igual de importante, la social. Se está dejando morir la mina y no es un negocio que pueda recuperarse a través de cooperativas de los propios trabajadores, pues necesita de una inversión muy alta. Los mineros tendrán que abandonar las cuencas si se produce el cierre, pero van a luchar hasta que llegue ese momento y les quiten su forma de ganarse la vida. Contó que durante la huelga la Guardia Civil había empleado como medio de disuasión colectiva las identificaciones. Te paraban a cinco kilómetros de una barricada y si alguno de los que viajaba en el coche era minero identificaban a todos los ocupantes. Eso significaba que en breve te llegaría la notificación de un proceso judicial con una posible multa que podía moverse entre los 300€ y los 6.000€. A partir de ahí, si te pillaban cortando una carretera, al tener antecedentes por esa identificación, supondría el ingreso en prisión.

Se preguntó si los métodos que han empleado los mineros son justificables. El término violencia es complejo y en relación con ello hay muchas cosas que el periodista no se había plantado antes y que ahora sí lo hace. Dijo que si nos ponemos en su lugar y lo vemos como la manera de defender su trabajo y el pan de sus hijos, quizás sí sea justificable el camino tomado. Son un colectivo con un nivel de afiliación altísimo, en un porcentaje del 97% de sus trabajadores. También tienen detrás mucha historia de lucha, por ejemplo, en los últimos 22 años llevan 322 días de huelga. Los derechos sindicales que todos tenemos nacieron en estos lugares y se ganaron por la lucha de la clase obrera, entre los que estaban los mineros. Reconoció que lo que emocionalmente ha aprendido en su convivencia con ellos es algo que resulta impagable. Los mineros no han podido tener mucha formación académica y sin embargo todos ellos tienen discurso y sentido común. Uno de ellos le decía que no creía que existiese la clase media, que simplemente hay gente que trabaja y gente que vive de la gente que trabaja. Marcos Martínez, periodista económico, se fue de Telecinco muy quemado y solo tras su llegada a las cuencas, con lo que allí vio, pudo reconciliarse con la especie humana. Bauluz añadió que es preciso recuperar el concepto de clase obrera, eso es precisamente lo que ocurrió en Madrid cuando llegó la marcha minera: que las personas salieron a la calle porque se dieron cuenta de que ellos mismos no eran otra cosa más que trabajadores, igual que los mineros. Évole reconoció que todos hemos sido víctimas de creernos clase media y eso nos ha hecho más conservadores, pero vuelve a haber una conciencia de clase. Señaló que va a costar lo de unirnos porque el sistema ha puesto una raíz muy fuerte, pero los mineros nos han enseñado un camino. En Madrid se les recibió con el grito de «ésta es nuestra selección» y eso preocupa arriba a los que mandan que no quieren que veamos que sí se puede. Bauluz explicó que el poder lleva mucho tiempo diciéndonos que las protestas de los ciudadanos en la calle no sirven para nada, pero por contra, cada vez hay más personas que se empeñan en insistir en que si se pueden cambiar las cosas. Hay otras fórmulas, otro movimiento social funcionando y el periodista reconoce que no se sabe hasta dónde llegará. Ahí está Ana Colau con el tema de los desahucios o el germen del 15M que está latente en todas estos movimientos. Tenemos nuevos métodos, otros eslóganes y no porque estas cosas no se cuenten dejan de existir. Somos el 99% y ellos solo el 1%.

Otra de las preguntas se orientó hacia si los periodistas estaban viendo una intención política de desarticular los sectores sociales con mayor tradición de lucha obrera. Marcos Martínez señaló que en toda Europa estamos viviendo un proceso de reconversión y que básicamente hay dos formas de hacerlo. Una es como lo hizo Margaret Thatcher, aplastando directamente todos los movimientos sindicales y la otra es siguiendo una vía de desincentivación. Ahora es el momento de dar la estocada porque resulta determinante ideológicamente acabar con el movimiento obrero. Por eso nuestro gobierno se ha empleado con tanta dureza contra los mineros. Piensan lo que significará simbólicamente para los demás colectivos el haber acabado con los mineros.

Marcos Martínez Merino, Jordi Évole y Javier Bauluz posan en apoyo a la minería. (Foto por cortesía de Mujeres del Carbón en Lucha)
Marcos Martínez Merino, Jordi Évole y Javier Bauluz posan en apoyo a la minería. (Foto por cortesía de Mujeres del Carbón en Lucha)
Jordi Évole señaló que los medios se han convertido en prensa de partido. Hablando de la situación de su profesión insistió en que le resulta incompresible que se siga aceptando cubrir ruedas de prensa sin preguntas. La salida pasa porque cada uno convierta su puesto de trabajo en una trinchera. Deben anteponerse a los intereses de los medios insistiendo en publicar todo aquello que su criterio profesional les dice que es noticia. Que sean los directivos los que tengan que decir que no, pero que no hayan sido ellos mismos los que no lo han intentado. La información es algo básico. Los medios hacen la parrilla. Confiesa que su programa es una anomalía, pero que sirve para demostrar que cuando se ofrece un contenido alternativo el público también lo quiere ver. Si no se pueden seguir haciendo estos programas diferentes, habrá que realizarlos por otras vías y con otros mecanismos, pero sin cambiar los objetivos. Javier Bauluz añadió que el periodista tiene una labor social: si los ciudadanos no reciben una buena información se van a convertir en borregos. Si se quiere luchar contra el pensamiento único, es la gente la que tiene que apoyar el periodismo o lo que vamos a tener será lo que Botín diga. Martínez explicó que cuando dejó Telecinco lo hizo por la deriva intelectual de su trabajo, el medio no le dejaba espacio para contar otras cosas diferentes que él quería contar. Nos hemos convertido en una sociedad muy infantilizada. Bauluz recuperó la palabra para explicar que lo que hacen en Periodismo Humano es dar espacio a esas otras historias que el poder no quiere que se cuenten, para hacer el periodismo que los periodistas quieren hacer. Ahora tienen el megáfono en la mano, pero hay que conseguir el mínimo de dinero para que estos proyectos periodísticos puedan seguir.

Sobre la corrupción Évole también dio su opinión: cree que hay mucha gente honrada, incluso en la política, y que en cierta manera nos despistamos poniendo el foco en aquellos a los que se consigue corromper y no tanto en los corruptores, con quienes no hemos sido igual de críticos. Señaló a los poderes económicos y a «los de siempre», esos que presumen de españoles con una banderita en la pulsera del reloj y que luego tributan en la Isla de Man. Martínez completó el mensaje diciendo que, mientras no demos un paso adelante, todos somos cómplices. Es necesario mojarse.

Bauluz, respondiendo sobre la situación actual, dijo que vivimos de las rentas de la protesta pacífica del 15M, pero cada vez hay más familias sin ningún ingreso. No sabe cuando va estallar esto, pero siente que la gasolina está en el suelo y que solo falta la chispa. Depende de una mecha bien puesta, pero no falta mucho para ello. Luego recordó que están aquí para hablar de su libro y que se puede comprar a través de internet en paquebote.com. Añadió Marcos Martínez que el libro-DVD sirve para financiar la post-producción del documental ReMine, el último movimiento obrero.

Escuchándoles uno se da cuenta de que los mineros no están solos.