Transición es un proyecto de las compañías L'Om Imbrebís, Teatro Meridional y Teatro del Temple que se estrena en el Centro Dramático Nacional
Miércoles 13 de marzo de 2013. Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero. Madrid
Cartel de la obra de teatro Transición
¿Por qué? Porque tenemos que hablar con libertad de nuestro país y de la historia reciente. No debemos tener tabúes.
Ahora sí, ya puedo rebobinar y empezar por el principio. Transición es un proyecto para el Centro Dramático Nacional de tres de nuestras compañías de teatro, L'Om Imbrebís, Teatro Meridional y Teatro del Temple, que han trabajado juntas, colaborando y realizando diversos talleres con sus actores y equipos, para gestar la obra. El montaje actual se establece mediante un proceso de recuperación y selección que implica un consenso y una apuesta. No son muchos los textos dramáticos sobre nuestro pasado reciente que se suben a un escenario. Menos aún los que lo hacen con valentía y con intención de cuestionar los tópicos asumidos.
La composición de Transición se realiza a través de integrar cuatro partes diferenciales que permiten repasar los hechos históricos desde diferentes prismas. Nos encontramos en cuatro lugares distintos a la misma vez: una clínica en la que ingresa un paciente que sufre una cierta memoria alterada, en mitad de la grabación de un debate televisivo sobre la Transición, en el presente recordando la música y televisión de la sociedad de entonces y dentro de una sátira sobre la sociedad que formó la propia transición. Una y otra parte se van intercalando, incluso mezclando para que la historia converja.
La representación comienza por un hombre que ingresa en un sanatorio. Se llama Adolfo y tiene unos recuerdos que podrían ser los del primer presidente de nuestra joven democracia. Pero todo recuerdo es una reconstrucción personal, en cierta forma embellecida, que transforma la realidad de lo que ocurrió y por tanto una interpretación. Esta parte se utiliza como método directo para repasar los hechos fríos que le sucedieron a Suárez, sus reuniones a puerta cerrada. También se utiliza para empujar al espectador para que empatice con el personaje principal y en cierta manera lo convierta en una prolongación suya, porque a veces, a Adolfo, se le nubla la cabeza y su desmemoria es la nuestra.
El debate televisivo, por el contrario, se utiliza para fijar posturas y enfrentarlas. Es el momento de las justificaciones. Cada parte defiende su opinión y su punto de vista sin que la obra se incline hacia ninguno de los dos lados. Esa equidistancia aséptica señala luces y sombras y obliga al espectador a navegar entre ellas, a que reflexione sobre los hechos históricos a la vez que se ve obligado a hacerse las preguntas que flotan en el aire, como por ejemplo el sentido que tuvo la Transición y de qué forma condicionó toda nuestra realidad posterior.
Lo más lúdico está en esa parte dedicada a la nostalgia donde se recupera la música y la televisión de entonces vista con la distancia del ahora. Los hechos vividos son mostrados en su realidad sobre las paredes y reinterpretados por los personajes, mirándolos con cierta añoranza, pues en el fondo representan un tiempo en el que éramos más jóvenes y juventud y felicidad suelen ir de la mano. Esta parte da pie a varios número musicales que desmitifican aquellas canciones a la vez que las usan para sus propósitos teatrales.
Entroncado con lo anterior surge también un apartado satírico sobre la España que nos dejó la Transición, una España ridícula que aúna progresía convertida en clase alta, tradición, cantautores, corrupción entre el poder judicial y los ayuntamientos, modernidad transvestida y herencia franquista. Así es nuestro presente.
El elenco completo en una escena de la obra Transición
Transición es también un repaso rápido de los puntos que considera más estratégicos en la vida política de Adolfo Suárez. Se detiene un instante en cada uno de ellos, lo recrea o lo explica y sigue. La primera conversación con el rey, su paso por TVE, su relación con Torcuato, la apuesta del rey por él, las elecciones, sus decisiones que se van desviando de lo previsto, las autonomías con su café para todos, la charla con Carrillo para legalizar al PCE a cambio de sus tres cesiones, su renuncia… Veo en esa velocidad para tratar tantos asuntos un cierto guiño de Adolfo (Antonio Valero) a Groucho Marx, que se acentúa en alguna de sus conversaciones con otros personajes.
Transición reconstruye fragmentos de los discursos de Suárez en dos sentidos, para constatar su pensamiento y como medida de comparación, en oratoria e ideales, que nos pueda servir para medir la valía de la casta política de entonces y la de ahora. Así le escuchamos decir «esta España que ya es políticamente de todos debe comenzar a serlo en lo social, en lo económico y en lo cultural». Y luego viene el tirón de orejas cuando Suárez confiesa que él hizo su parte y mirando al espectador le insinúa a éste que haga ahora la suya, que vuelva a luchar. Si queremos un cambio, tenemos que ganarlo entre todos; ser cada uno de nosotros los que empujemos saliendo a la calle y empezando una nueva revolución.
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