jueves, 28 de febrero de 2013

8 años y…

…705 entradas después


Mi televisor de ahora
Mi televisor de ahora
Hace ocho años, un 27 de febrero como ayer, se estropeó mi televisor. Era un nokia totalmente analógico y algo gordito; pero eso sí, con muy buena calidad de imagen.

¿Qué por qué me acuerdo ahora de aquello? Porque aquella circunstancia sirvió para que al día siguiente, un 28 de febrero como hoy, naciera La Isla Inexistente.

Mucho ha llovido desde aquella primera entrada titulada La televisión se rompió. No es que no me reconozca, pero sí encuentro en aquellos tiempos una búsqueda por dar con la voz propia de la Isla, la que unificara el blog y marcara su sentido. Probé diferentes caminos, pero siempre intenté hablar con franqueza desde estas líneas. Mirando hacia atrás creo que terminé tropezando con el lugar y ese cascarón vacío e inexistente se fue llenando de restos del naufragio hasta convertirse en ese estado imaginario, eliminado de toda geografía, donde se practica la crítica cultural.

Han pasado 8 años y 705 entradas -si contamos también ésta- y el blog sigue activo. Es cierto que muchas cosas han cambiado, sin ir muy lejos mi televisor es otro, el de la foto de arriba, un samsung flaquito y más acorde con los tiempos. No es lo único que ha adelgazado, el mueble que lo sujeta también, vino un día de lejos, creo recordar que de Malasia. El sofá que no sale en la foto es diferente, algo más largo. Incluso la orientación del salón es la contraria a la de entonces. La cámara de fotos que toma la imagen es distinta. Las cosas hoy en día no duran, están construidas con su obsolescencia programada, la actualidad pasa página muy rápido y el olvido gobierna. Son ocho años y ya apenas queda nada de entonces.

La televisión volvió a los cuatro días reparada y duró aún algún tiempo hasta que un día se rompió de verdad y dos técnicos que se encargaban de arreglar televisores me dijeron que me iba a salir mucho más barato comprar una nueva que repararla. Aquellos cuatro días sin televisión en casa fueron un pretexto. Hoy solo quería recordarlo.

martes, 26 de febrero de 2013

Chile, la alegría ya viene

No, la película de Pablo Larraín que recupera la campaña que derrocó a Pinochet


Cartel de la película No
Cartel de la película No
¿Por qué? Porque forma y emociona.
No fue la película ganadora en el festival de La Habana y también en Cannes dentro de la la Quincena de Realizadores, pasó por San Sebastián dentro de la sección de Zabaltegi Perlas y además estuvo nominada a los Oscars representando a Chile. Y sin embargo reconozco que me dio algo de injustificada pereza el ir a verla. Iba dejándola pasar, pero la película resultó ser persistente, se mantenía en cartelera y con cabezonería cada viernes volvía a encararse para decirme que ahí seguía, esperándome, que algo especial debía tener, ¿no?. Al final cedí, dejé ganar a la razón y me fui a los Cines Paz, en Fuencarral. En la sala de al lado ponían Blancanieves, arriba Amor y también estaban en el mismo cine Argo y Blue Valentine: una ramillete de películas de festivales, en cierta manera extrañas y más bien alejadas de lo que se suele llamar cine comercial, aunque dos de ellas se hayan llevado el Oscar como mejor película el pasado domingo y otra unos cuantos Goyas el fin de semana anterior. Aunque hacen una selección que me suele interesar, el Paz no tiene las mejores salas de Madrid, es como si el tiempo se hubiera detenido en ellas, sus butacas han envejecido más de lo deseado y ni siquiera cuidan demasiado la proyección al deformar el 4:3 en un raro trapecio que incluso me hizo dudar si habría sido una decisión del director y no del proyeccionista. Y sin embargo de todo ello me olvidé en cinco minutos porque me di cuenta de que estaba sentado viendo una gran película, de esas que no abundan, de las que te sacan de tu realidad y te hacen viajar a otros lugares, a otros tiempos.

No, tras los títulos de crédito, arranca de una forma extraña, con una campaña publicitaria que se ve interrumpida por una visita que quiere hablar con el publicista. A ese corte le sigue una misma conversación en tres momentos diferentes, en tres lugares distintos pero sin perder el diálogo. Luego una larga galopada en monopatín entre el tráfico. Y después otra conversación, troceada como la anterior. En realidad es un cebo, una forma de situar con rapidez al espectador dentro de un falso documental enmarcado en el contexto social del Chile de 1988 cuando se convoca el plebiscito que el régimen de Pinochet se vio obligado a realizar por la presión de la comunidad internacional. En unos pocos minutos, la película se ha llevado al espectador hacia atrás a un tiempo diferente, pero del que quedan reminiscencias en su cabeza, puntos con los que enganchar, y a la vez ha despertado su curiosidad. Y a partir de ahí, ya no te suelta, te ha atrapado en apenas diez minutos y sin que sepas explicar por qué. Así es el marketing y la publicidad, juega con nuestros sentidos, con nuestros recuerdos, con nuestros sueños.

Pablo Larraín recupera las texturas del cine y la televisión de aquel tiempo rodando con cámaras de vídeo analógicas. Lo hace para integrar las imágenes de archivo sin que ese trabajo se note y que no tengamos la sensación de estar yendo y viniendo. Así que su apuesta porque todo sea 1988 y lo estemos viviendo en directo, funciona al hacerse imposible una separación entre el rodaje nuevo de las imágenes recuperadas de entonces. Los colores ocres, azulados y más básicos de entonces, donde se sentía hasta el peso del aire en la imagen, que producían aquellas cámaras de 1983 con tubo Ikegami se extienden a toda la película combinando una mezcla perfecta entre documental y construcción, algo que se impregna como cierto porque nos muestra una realidad auténtica. Y sin embargo, a pesar de ese viaje hacia el pasado con sus mismas herramientas, No se aleja de ser un rancio documental.

Pinochet cayó porque perdió un referéndum democrático que sirvió para acabar con una dictadura, un plebiscito que le impuso la comunidad internacional como condición para legitimar su régimen desde el exterior. Pero en realidad su derrota fue el trabajo de despertar la esperanza con la campaña del «NO», un movimiento que supo unir y aprovechar la pequeña oportunidad que tuvieron los chilenos para decidir. Como un milagro, a sus manos vino la opción del cambio, de caminar con optimismo hacia la felicidad. Fue un trabajo difícil, pues había que salir del pozo del dolor y de las consecuencias políticas de un gobierno militar impuesto por la fuerza y que dejó torturados, muertos, desaparecidos y exiliados, que acabó con las libertades civiles de un país controlado con mano dura por la poderosa minoría de la derecha y los militares. No olvidemos que la de Pinochet fue una de las dictaduras más sangrientas.

Las armas para este combate, de un lado y otro, son desiguales. La campaña del «SÍ» es la campaña de los dueños de las empresas. La del «NO», la de los empleados. El «SÍ» está al servicio del poder y maneja todas las estructuras del sistema, vigila a sus oponentes, les amedrenta si es necesario y se comporta de forma despótica porque siente que tiene la victoria en su mano. Pero ese plebiscito y los 15 minutos diarios en la televisión para cada una de las dos opciones, son un espacio por el que se cuela la esperanza. Defender la opción del «NO» permitió el derecho a una información libre durante ese cuarto de hora diario que duraba su franja. Ese derecho fue el primer paso, el que sirvió para que muchos dieran la cara y otros decidieran no rendirse. Ese «NO» rotundo a Pinochet tuvo que diseñarse como una campaña creativa más, que pudiese llegar a todos los ciudadanos y romper las barreras represivas que el régimen había colocado durante todos aquellos años. Sin resentimiento y sin complejos, frente a dictadura se ofreció el mensaje de que «la alegría estaba en marcha» un eslogan que sirvió para aunar bajo la misma bandera a disidentes, temerosos e indecisos a través de unos sentimientos que resultaron imparables. Una emoción que la película sabe contagiar.

El uso de técnicas publicitarias y de marketing para la defensa de una idea política genera controversia. Dice Pablo Larraín que en su opinión «la campaña del NO es el primer nivel de consolidación del capitalismo como único sistema posible en Chile. No se trata de una metáfora, es exactamente eso: publicidad pura y dura llevada a la política». Larraín quiere sembrar dudas, que haya una revisión crítica de aquella etapa que fue la transición chilena de la dictadura a la democracia, porque en el fondo, igual que aquí, el resultado del proceso no modificó lo sustancial del sistema instaurado por Pinochet y mantuvo detrás del poder a las mismas familias. Así lo refleja tras la victoria la mirada de su protagonista que ha vivido un despertar político pero que siente que sin embargo las cosas no han cambiado demasiado, que faltó algo más.

Una escena de la película No
Una escena de la película No
En España hay dos niveles para extrapolar. En primero preguntarse por qué, tras la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional no presionó a Franco con un plebescito que determinara su continuidad. Al contrario, el mundo poco a poco fue tolerando primero lo que aquí pasaba y abriendo la mano después. El resultado fue que la dictadura se mantuvo cuarenta años y terminó simplemente porque Franco murió en su cama. El segundo de los niveles comparables es esa ilusionante Transición construida como un camino de felicidad pero que no sirvió para cambiar las estructuras. Nuestra Transición se diseñó para aparentar ser brillante, pero en el fondo no pasó de haber sido una falsedad construida, una puesta en escena de una nueva España que seguía en las manos de los mismos.

Extrapolable de la película a nuestra realidad del año 2013 en España es también el mecanismo de la derecha para desacreditar los mensajes de la izquierda. Las mismas falacias y construcciones del «SÍ» atacando al «NO» las podemos ver hoy en el ABC, La Razón, Intereconomía o en los telediarios de TVE. También Rajoy hoy hace el mismo uso de las fuerzas represivas contra el pueblo que emplean todas las dictaduras. Cuando no se tiene la razón, queda la fuerza.

Hay demasiadas referencias de nuestra propia sociedad con las que vincular la película como para que ésta pueda pasar inadvertida. Forma y emociona a la vez y uno se va de la sala agradecido porque haya cineastas capaces de contarnos las grandes historias que nos interesan.

viernes, 22 de febrero de 2013

Marea ciudadana #23F

Que se escuche la voz de la ciudadanía


Mañana me toca ser marea, por responsabilidad y porque no hay otra forma de entender el concepto de ciudadanía.

Mañana hay que salir a la calle, a la pelea pacífica de la honestidad, para volver atrás los recortes, para que no se venda lo público a los intereses económicos de unos pocos, para que se vayan los corruptos, para que tengamos una verdadera democracia… ¡Hay tantos motivos para no quedarnos callados en casa!

Despidiendo que es gerundio (Fotos: Coque Couto)
Marea ciudadana #23F. Cartel de la convocatoria

Manifiesto: Marea Ciudadana Unida contra los recortes y por una verdadera Democracia

La presión de los mercados financieros, la deuda ilegítima creada por el propio sistema financiero especulativo y las brutales políticas de ajuste dirigidas contra la mayoría de la sociedad, junto con la corrupción y la pérdida de legitimidad de las instituciones, están causando en nuestro país la mayor crisis de la democracia de las últimas décadas.

El creciente desempleo, el ataque a la Sanidad y la Educación públicas, a los derechos laborales y sociales, al medio ambiente, nos ha hecho confluir en las calles, en las mareas ciudadanas, blanca, verde, roja, naranja, amarilla, negra, azul, violeta… defendiendo nuestros derechos.

Una sociedad justa y viable sólo será posible si la ciudadanía se une para defender los derechos sociales por encima de los mercados y la política honesta y la justicia social por encima de los intereses de las élites financieras.

La reforma del artículo 135 de la Constitución española, sin consulta alguna a la ciudadanía, supedita todos los recursos del Estado al pago de esta deuda ilegítima a costa de recortar todos los servicios públicos y de subastar a precio de saldo el patrimonio del Estado. Esta reforma supuso un «golpe de estado financiero», primando el pago de los intereses frente a las obligaciones propias de un Estado Social y de Derecho.

En 1981, tras el golpe militar, la ciudadanía se manifestó masivamente en defensa de la Libertad y la Democracia. Ahora, 32 años después, llamamos a toda la ciudadanía, a todas las mareas, asambleas, organizaciones y colectivos a confluir en una jornada de movilización el próximo 23 de febrero.

Por la Democracia, la Libertad y los Derechos sociales.

No al golpe de estado financiero. No debemos, no pagamos.


Hay alternativas. Hay soluciones:

  • Por la Justicia social y ambiental.
  • Por la Transparencia y la Democracia participativa.
  • En defensa de unos Servicios Públicos y Universales.
  • Por una Auditoria Ciudadana de la Deuda. Contra la Deuda ilegítima.

jueves, 21 de febrero de 2013

Cuando se juntaron un ser humano destructor y un dios que no escucha

El Centro Dramático Nacional pone en escena El malentendido, un texto de Albert Camus


Miércoles 20 de febrero de 2013. Teatro Valle Inclán. Madrid

Cartel de la obra de teatro El malentendido
Cartel de la obra de teatro El malentendido
¿Por qué? Por las preguntas que lanza Camus al ser humano.
Quizá sea Albert Camus uno de los escritores fundamentales que nos dejó el existencialismo del siglo pasado, de los que mejor supo describir ese desasosiego tan doloroso que acompaña al ser humano. Vivió la Segunda Guerra Mundial que convirtió a Europa en un páramo yermo. Sintió a su alrededor la destrucción que había provocado la falta de humanidad de las personas. Las guerras traen lo peor, lo más despreciable de nuestra esencia, sacan afuera los instintos más bajos, los más salvajes. No es fácil sobreponerse a todo esto, pero el escritor tiene un deber con la sociedad en la que vive. Debe retratarla y también está obligado a hacerla pensar, a no dar nada por sentado. El malentendido es fruto de ese compromiso de Camus, a su intención de cumplir con su parte. Utiliza para ello un hecho real que le conmovió profundamente y que leyó en la prensa. A través de esa historia, de lo particular, nos representa lo general, nuestro universo.

Cuenta Cayetana Guillén Cuervo, la protagonista e impulsora de este proyecto, que lo abordó como un homenaje a su padre cuando éste aún se encontraba enfermo. Quería llevar al teatro una obra que le conmoviera y que pudiera servir para rendir un cierto homenaje a sus progenitores, Gemma Cuervo y Fernando Guillén. Escogió El malentendido, una obra que ellos habían producido e interpretado en 1969. La estrenaron en Barcelona, en el teatro Poliorama, dirigidos por Adolfo Marsillach y con un reparto en el que también estaban María Luisa Ponte y Alicia Hermida.

Se trata de una historia sencilla, sembrada de símbolos y que busca provocar la reflexión en el espectador sobre su presente. Los diálogos están envenenados, los silencios respiran angustiosos el aire de una era muerta que nos asfixia sin remedio. En la historia, un hombre regresa a su casa después de veinte años. Se fue siendo un adolescente. Como la vida se ha portado bien con él, ahora quiere que el dinero que ha ganado sirva para hacer felices a su familia. Su madre y su hermana, regentan el mismo hostal del que se marchó y que sin embargo ha cambiado. Ellas no le reconocen, él no encuentra las palabras, y entre una cosa y otra surge el malentendido que da nombre a la obra. Lo que va a pasar lo deduce con rapidez el espectador tras las primeras escenas, atando dos cabos evidentes. No hay sorpresa y sí una cierta predestinación, la de un ser humano deshumanizado.

A pesar de esa sencillez, muchos son los temas que están latentes en la representación. El principal es la presencia de una Europa inhóspita convertida en páramo y el anhelo de huir hacia un lugar añorado en el sur, con mar y sol. Pensamos que escapando de nuestras ruinas podemos ser felices, porque la felicidad debe anteponerse a todo. Ese egoísmo es la primera pieza que sirve para socavar nuestra sociedad, para hacer que la ética colectiva se subordine a los intereses propios. Surge así ese «yo tengo derecho» con el que se justifica lo más atroz. Hay un retrato del capitalismo que nos va haciendo inhumanos porque en nuestros días la felicidad solo llega con el dinero y para conseguir éste todo sirve, incluso matar. El capitalismo no tiene valores y si ese es el sistema elegido por nuestra sociedad, nuestra sociedad se irá haciendo inmoral. Lo cierto es que ya nos hemos convertido en ese mundo sin valores del que la moral ha desaparecido.

El ser humano está solo ante la tragedia de esta vida, así que debe enfrentarla por sí mismo, con esa pesadumbre y esa angustia a cuestas. No hay quien nos descargue y por tanto tampoco tenemos a quien echar las culpas. No hay dios y si lo hubiera no sería otra cosa que un silencio cómplice, como esa presencia cumplidora y servicial que hay en la obra, un ser que sabe, pero que no interviene para al final poder señalar con el dedo y que sea nuestra propia conciencia la que nos remuerda. Cuando dios, cualquier dios, habla solo dice sabe decir «no», su monosílabo solo sirve para negar hasta la más mínima piedad. Entonces sabemos que estamos condenados, que lo estábamos desde siempre, que es imposible no vivir arrastrando las cadenas de nuestra condición. El ser humano se encuentra solo, perdido y sin rumbo. Viéndolo así, quizá la locura no sea una mala solución.

El tercero de los temas en los que profundiza El malentendido sirve para completar la descripción de nuestro mundo hostil: solo podemos continuar viviendo si logramos paralizar cualquier sentimiento, es decir dotarnos de medidas de inmunidad ante la crueldad propia del ser humano. Así nos adormecemos, fingimos, hablamos de vaguedades… Esa no profundización a la que tiende nuestra sociedad y que nos convierte en tontos está presente en la obra y hace que no consigamos, como el protagonista, encontrar las palabras que describan la realidad y nuestro interior, que expliquen cómo nos sentimos y hacia dónde vamos irremediablemente.

Nuestro destino, no cabe otro remedio, ha de ser trágico porque somos seres impotentes, incapaces de moverlo. Albert Camus no nos da respuestas, simplemente nos muestra la barbarie de lo que somos para ver si así podemos ser capaces de pararnos a pensar y no repetir los mismos errores cometidos en el pasado.

Cayetana Guillén Cuervo y Julieta Serrano en una escena de la obra de teatro El malentendido
Cayetana Guillén Cuervo y Julieta Serrano en una escena de la obra de teatro El malentendido (Foto: David Ruano; por cortesía del CDN)
Dejando a un lado lo filosófico para entrar en lo más tangible de la función destaco algún elemento más. El primero es la distribución del espacio que ha obligado a colocar las butacas del teatro Valle Inclán de otra forma, incluso variando su orientación. El escenario es un largo rectángulo, transversal a una parte de los espectadores, con sonora tarima de madera. Dos bancos, una mesa grande y una especie de atril-aparador, todos ellos de aspecto sólido y también de madera, completan el atrezo. Es difícil de llenar un espacio tan grande y eso sirve para representar la soledad del ser humano, tanto como la distancia entre unos y otros. En las primeras escenas, a propósito, los personajes están muy alejados, no permitiendo contemplar a ambos en un mismo plano, el espectador debe girar la cabeza para ir de uno a otro. Es el primer esfuerzo que se le pide, el segundo es una decisión, que tenga que elegir a quién seguir con sus ojos, qué detalles no perderse mientras sucede la escena.

Otro elemento distorsionador es la música. Una viola y un acordeón suenan en directo como banda sonora. Emiten sonidos agudos, lastimeros, como si fueran quejidos unas veces y otras viento. Son plegarias que nadie escucha, las voces perdidas de la desolación. No es una música agradable, solo inquietud. Para el descanso de los ojos, el sosiego, tenemos los paisajes que aparecen sobre la pantalla del fondo, como esa grabación fija de un río por el que corre el agua, o las olas soñadas llegando a la playa…

Para el final he dejado las interpretaciones. Son intensas, cargadas de pesadumbre y predestinación. Sus parlamentos no pueden resultan extraños, a pesar de ser complejos y estar vestidos de distancia. Después llega la furia y la rabia porque todo se ha hecho añicos. El malentendido requiere mucha fuerza anímica para transitar por los diferentes estadios y sus personajes brillan con la luz que el elenco les da. Julieta Serrano arrastra el cansancio de la madre de una manera sentida. Lara Grube nos muestra el ímpetu de una joven enamorada, pero también sabe lucirse cuando le toca el dolor de cerca. Juan Reguilón inquieta con su presencia silenciosa y con su cruzar rápido, brusco, siempre atareado. Ernesto Arias transmite con soltura un personaje comido por las dudas y por un presente complicado que se le desborda. Y Cayetana Guillén Cuervo marca con el ritmo de sus deseos, con la entonación de su voz, la escena.

viernes, 15 de febrero de 2013

El aburrido cuento de Blancanieves

Blancanieves acapara el mayor número de candidaturas a los premios Goya


Cartel de la película Blancanieves
Cartel de la película Blancanieves
¿Por qué? Porque te vas a aburrir.
Hubiera preferido que Blancanieves me gustase, pero no ocurrió así. Lo que me resultó fue aburrida, tanto que preferí no escribir reseña de ella en aquel momento, dejarla pasar. Los motivos que me obligan a ceder y terminar dedicándole unas líneas son la actualidad de los premios Goya el próximo domingo y esas numerosas apuestas que la dan como clamorosa vencedora. Lo hago un poco a regañadientes conmigo mismo, lo reconozco. No niego que el largometraje tenga algunos buenos valores cinematográficos, faltaría más, ni que cada cual tenga derecho a hacer de su capa un sayo, pero la verdad es que no es para tanto como se ha escrito. Eso que llaman cine con mayúsculas, de modernidad deslumbrante, a menudo no pasa de ser un divertimento snob. Las ínfulas de nueva experiencia sensorial no son más que una etiqueta marketiniana que se utiliza con la intención de vender entradas y de competir en el mismo terreno que otra marca cercana, la del 3D, pero que en realidad es una frase que no significa nada. El cine en sí mismo es esa fábrica de sueños.

Blancanieves no me conmueve, por mucho silencio, fotografía en blanco y negro y musicalidad de que se la rodee. No lo hacen tampoco esa mirada triste de huérfana que mantiene Macarena García, ni la redención del atormentado padre-torero que interpreta Daniel Giménez Cacho, ni la madre salerosa de Inma Cuesta, ni la abuela sentida de Ángela Molina, ni el pelele con el que le toca bailar a Pere Ponce, ni siquiera la mala-malísima que hace Maribel Verdú. Quiero explicarme para que se me entienda. Verdú aquí destila maldad por los cuatro costados, su trabajo en la película es soberbio y nada malo se puede decir de él, hace una gran intepretación. Al resto del equipo artístico le ocurre lo mismo; todas las interpretaciones son maravillosas, es cierto, pero están encajadas en el contexto de la película y por tanto impregnadas de la falsedad y la manipulación. Caminan para enseñarnos un ejemplo ético, así que se colocan a un lado o a otro de la línea, sin grises, como puros arquetipos.

Que en el mundo conviven buenos y malos ya se sabe, que los malos son muy malos y los que sufren son los inocentes también. El amor por dinero y los braguetazos tampoco resultan novedosos. Sí, de tópicos se alimenta esta Blancanieves de Pablo Berger. El director llena de españolidad andaluza el cuento de los hermanos Grimm, la huerfanita que con esfuerzo, tesón y genes se convierte en una gran mujer torera.

Supongo que hay mucha metáfora debajo de esta mirada al sur. Por un lado tenemos el retrato de esa España en blanco y negro que bien podía ser la de Franco aunque la película esté ambientada en los años 20. Una España de pobreza para muchos, de rosario, fe y sangre, pero que no pierde la alegría en unas pocas celebraciones. Una España pasada que recuerda a este presente en crisis económica y moral. Una España taurina que se ríe de los que trabajan porque son enanos. Una España de envidias y de trepas. Una España tutelada por una madrastra mala. Puestos a interpretar la imaginación es libre, basta unas pocas imágenes y que el espectador hile, que vea lo que quiere ver.

Para eso, para que se pueda no decir y sugerir, la estética está muy cuidada y se ha mimado la plasticidad con esos fotogramas que dan pie a reminiscencias oníricas y unos primeros planos para que los gestos sustituyan a las palabras. Hay un cierto toque gótico en la fotografía y un homenaje al cine mudo y en blanco y negro. Uno se puede detener a mirar una imagen y encontrar el parecido con nuestro cine más clásico. En realidad sirve para traernos recuerdos que rememoran la niñez de los que crecimos en el babyboom. A mí por ejemplo, cuando Blancanieves viajaba en el carromato y miraba por el pequeño ventanuco, me acordaba de las películas de Rocío Durcal, algunas de ellas también haciendo de huérfana y saliendo adelante sin perder la sonrisa ni la inocencia.

Pero la película es un cuento y por tanto tiene un final feliz y una moraleja. Los buenos triunfan por el mérito de su trabajo porque el esfuerzo es redentor. Es decir, no debemos preocuparnos de los malos que viven sin sudar porque tarde o temprano les llegará su condena. Y ni una cosa, ni la otra son ciertas en esta España real. No lo son y pocas veces lo han sido.

jueves, 14 de febrero de 2013

Evelyn, el tráfico de mujeres y su proceso psicológico

Isabel de Ocampo es la única mujer en la carrera por el Goya a mejor dirección novel


Cartel de la película Evelyn
Cartel de la película Evelyn
¿Por qué? Por la sensibilidad con la que se cuenta una historia atroz.
Isabel de Ocampo, después de mucho tiempo en el cortometraje, se ha pasado al largo. Cuando oí hablar de Evelyn por primera vez y leí su argumento, pensé en Miente, uno de sus cortos. Me pareció que trataba de llevar la misma historia a una película para poder narrarla con mayor amplitud, profundizando con más tiempo en lo que quería contar para que el mensaje quedase más claro. Es cierto que el tema es el mismo, pero ahora el tratamiento es diferente y por lo tanto ambas historias divergen y apenas si tiene ya puntos de contacto. En el corto se habla de las redes de tratas de blancas de Europa del Este; cuenta la directora que cuando tomaron la primera decisión, la de convertir a su protagonista en una mujer latinoamericana para evitar el doble idioma constante en la cinta y su consiguiente subtitulado, todo cambio. Con los primeros trabajos de investigación se dieron cuenta que el comportamiento de unas redes y otras es diametralmente distinto.

El largometraje cuenta el viaje a España desde un pueblito peruano de Evelyn, una muchacha que piensa que viene a trabajar de camarera al lado de su prima, una joven madre que ya lleva un tiempo aquí ganando dinero. Pero la realidad con la que se encuentra es otra: ha venido engañada y ahora está secuestrada para ejercer la prostitución en un club de carretera. Su voluntad, poco a poco, va siendo vencida en ese proceso concienzudo que ejercen las mafias para convertir a una chica normal en una esclava sexual. Asistimos horrorizados a un juego psicológico y emocional de doma entre el proxeneta y la mujer. Engaños, deudas, chantajes, encierros, desgaste y el ejemplo que dan las otras chicas sumisas forman parte de ese lavado de cerebro que pretende transformar la rebeldía inicial en una aceptación y sometimiento a la voluntad de su nuevo amo. El impacto para el espectador es ir recorriendo ese mismo camino.

Ocampo, que forma parte de CIMA, la asociación de mujeres cineastas y de medios audiovisuales, defiende que las mujeres tienen otra forma de abordar el cine. Su mirada en Evelyn así lo señala. Nada hay de glamuroso en un prostíbulo, recorrer sus pasillos o entrar en las habitaciones resulta desagradable, imposible que se pueda tener la menor sensación de felicidad en su interior. Todo en él es sordidez, música alta, violencia, machismo y dinero sucio. Lo que corresponde a un negocio ilegal que mueve enormes cantidades de dinero, ni más ni menos. Esa mirada diferente está también en la sensibilidad con la que la directora es capaz de contar una historia tan atroz, una forma de poner la cámara que lleva al espectador a sentirse allí dentro, sufriendo con esa mujer indefensa y pudiendo vivir por un rato la misma cárcel que ellas viven todos los días.

Ellas son mujeres explotadas como mercancía. Algunas vienen de países en los que una mujer no tienen ningún valor. Han escapado de aquello para volver a encontrarse sin oportunidades siendo putas en un país rico. Esa puerta trasera, ese estercolero de las sociedades avanzadas, se oculta bajo llave y se le da un giro perverso, las perseguidas, las criminalizadas, son esas mujeres forzadas a ejercer la prostitución. La película indaga sobre quién puede ayudarlas, y la respuesta es que nadie puede hacerlo. Quizá una palabra, un gesto tierno de quien lo ve a diario, o una esperanza que nunca se convierte en realidad porque solo va a traer problemas. Hay un apartar la vista hacia otro lado general, un no querer saber, un desentenderse que Evelyn nos señala.

La culpabilidad está presente en todo la película de una forma dolorosa. En primer lugar porque los responsables de la situación no se sienten así, juegan a que dan oportunidades, a que lo que ofrecen es una vida mejor y el favor de conseguir dinero rápido, a que todo es pasajero y necesario. En segundo lugar porque quien asume esa culpa, quien la siente totalmente suya, es la muchacha. Quizá esa verdad es la que más duela al espectador, la que le produzca una punzada de vergüenza, la que le haga revolverse incómodo en el asiento sin saber donde meterse. La culpabilidad de un inocente siempre es una injusticia que conmueve.

Es de destacar la interpretación de Adolfo Fernández en el papel del proxeneta, un tipo repelente que el actor sabe bordar. Es firme y manipulador, de esos que te miran a la cara y te dicen con inocencia algo así como «no me eches la culpa, yo también fui un buen tipo, pero ahora me toca estar en el otro lado y tengo que cuidar el negocio». No se me pude olvidar sus miradas de odio, sus gestos violentos y la contención del último instante que supone perdonar la vida, que le deban una. Le veo con ese recriminar constante a las chicas insistiendo en que tienen el «oficio más fácil del mundo» y que lo único que tienen que hacer es «chupar y follar». Repulsivo es la palabra que me viene a la boca; repulsivo pero veraz.

Un infierno insospechado

Después de Lucía, de Michel Franco, el largometraje mexicano que compite por llevarse el Goya a la mejor película Iberoamericana


Cartel de la película Después de Lucía
Cartel de la película Después de Lucía
¿Por qué? Por el nudo en la garganta que produce.
Si exceptuamos Juan de los muertos, las películas que compiten este año por el Goya a la mejor película iberoamericana tienen un punto en común: los jóvenes son los protagonistas. Son los mundos de la infancia y la adolescencia, con toda su complejidad, lo que retratan. La candidata de México tampoco es una excepción. Después de Lucía es una historia de dolor, pérdidas y bullying que ganó el premio de la sección Una cierta mirada en Cannes, obtuvo una Mención Especial en San Sebastián y su país la envió a competir a los Óscars aunque finalmente no pasara el corte.

Después de Lucía es cine directo y de denuncia, del que ata un nudo en la garganta. Algo que uno no se espera, pues está rodada con la técnica de cámara testigo, lo que supone inicialmente un cierto distanciamiento del espectador hacia la historia, como si la estuviese contemplando desde lejos y con cierta desgana. Parte de un enigma: un hombre que recupera arreglado su coche del taller, que circula unos kilómetros y que se baja de él para dejarlo abandonado con las llaves puestas y ocupando un carril del tráfico. Después un cambio de ciudad, un restaurante nuevo para el padre y otro instituto para la hija. Encontrar una pandilla de niños bien como ella y en la que encaje no le va a resultar difícil pues se ve que es una muchacha decidida. Cuando la película entra en esos derroteros uno piensa que ya está toda la carne en el asador. Y sin embargo todo acaba de empezar. Sorprende especialmente cuando pensamos que se va a introducir en un camino trillado y en realidad lo que hace es girar para mostrarnos una cara no sospechada. El ser humano es una fuente inagotable de comportamientos inesperados.

Hay momentos que ponen la piel de gallina como el egoísmo de los más jóvenes y también la crueldad con la que unos adolescentes tratan a otros. Observamos intranquilos lo fácil que resulta hacer daño. Vemos una docilidad de los que se sienten derrotados que nos duele. De pronto nos hacemos frágiles a la misma velocidad que padre e hija y se instaura en nosotros una sensación molesta de que una historia similar a la que estamos viendo nos puede pasar a todos. Ese es el mayor poder de la película de Michel Franco que consigue alterarnos, sacarnos de ese espacio de comodidad en el que nos hemos instalado y hacernos sentir un poco de frío en el corazón.

Hay en la película un mensaje que nos dice que no siempre podemos evitar los golpes que sufren las personas a las que queremos y también que nos puede ocurrir a cualquiera. Es un aviso a quienes bajan la guardia. Tras una mala situación nos puede surgir una depresión, que todo se reblandezca y miremos nuestro alrededor desde otra perspectiva. Se empieza un camino donde las responsabilidades dejan de asumirse, se rebaja el nivel de las normas establecidas y se va dejando de dar importancia a casi todo sobre lo que nos habíamos basado hasta ahora. La educación es una tarea diaria que no permite descuidos, ni excusas, ni mirar hacia otro lado. Padres y docentes nunca están exentos, bajo ninguna circunstancia, para ser eximidos de su labor. Es así que no se puede pedir a los adolescentes que asuman el papel de los mayores cuando éstos pierden su fuerza. Tampoco sirven los padres-amigos, pues el control se diluye.

Que una muchacha se deje ir es algo que ocurre, está en pleno proceso de formación y hay asuntos que no parecen tan peligrosos como pintan los adultos que se pasan la vida colocando etiquetas de peligro. A veces no sucede nada y la vida sigue con la misma normalidad, pero en otras se cumple el aviso. Basta el mínimo detalle -una diferencia, algo de envida, una interpretación sesgada…- y todo estalla. Demasiados elementos para tenerlos controlados siempre.

Es cierto que todo estaba delante de los ojos y no lo vimos. Después de Lucía hace una crítica velada a esa sociedad con prisas que se ha quedado ciega en lo más importante; una película tan dura como necesaria.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Humor que destapa lo más dramático

Paco León se estrena con el falso documental Carmina o revienta


Cartel de la película Carmina o revienta
Cartel de la película Carmina o revienta
¿Por qué? Porque Paco León retrata una realidad a su manera.
Reconozco que he sufrido viendo Carmina o revienta, la sordidez que acompaña a la historia me duele y más sabiendo el poso de realidad que hay bajo ella. Cuenta Paco León que hace años que le rondaba en la cabeza hacer una película con historias de su madre -el «mundo Carmina» que él dice-. Sabía que tenía buen material y que todo estaba a su mano, así que no lo dudó cuando tuvo la oportunidad. Con pocos medios, tirando de la familia y armándose de ingenio arrancó.

Uno, a priori, puede pensar que se va a encontrar con una tontería contada con cierto gracejo, algo sustentado en los tópicos andaluces como el que dice que «más cornás da el hambre», con mucha picaresca y demasiado morro. Pero el que piensa así se equivoca; aunque todo eso está en la cinta, el resultado final lo transciende. Si se quiere decir que es una comedia hay que añadir el adjetivo triste. El mundo que vemos se está cayendo, rodeado por la miseria, y sin embargo en su agotamiento no deja de tener «punch», el que da con fuerza Carmina, una mujer que tira para delante luchando por la supervivencia de toda su familia y sabiendo que solo puede contar consigo misma, que los demás se han borrado de hacer el mínimo esfuerzo, rendidos ya con desesperación a la vida que les tocó. Carmina o revienta es amarga porque nos lleva por la puerta de atrás a contemplar la vida de los que nada tienen, a los que incluso les birlan la comida de la boca.

Contado como un falso documental, Paco León toma distancia. Su mirada no es amable y se ha distanciado como si nada de lo que está mostrando le afectara. No hay pudor en lo que enseña, no esconde lo feo y los vicios están presentes con la misma naturalidad que los vive la familia. Es directo y disparatado al mismo tiempo, una especie de amalgama en la que resulta imposible separar la ficción de la realidad. El director confiesa que todo lo que se cuenta tiene algo de verdad; pero que no ocurrió así, sino de otra manera. Parece que va a ser cierto que la realidad siempre supera a la ficción. Mentiras y verdades se cruzan y se justifican las unas a las otras.

A pesar de todo esto te ríes, como si el lado cutre tuviera maldita gracia. No lo puedes remediar, en medio de lo más dramático se te escapa una sonrisa y eso produce más desasosiego. Es como no querer mirar y levantar un poquito los dedos con los que nos tapamos para arrepentirnos después. El humor es el bálsamo que sirve a la historia para ir destapando un mundo miserable, la manera de soportar las cuestas abajo de la vida.

Brillan las interpretaciones. Sin ellas la película no mantendría la atención del público. Las cosas se pueden contar de muchas maneras, pero la que se elige es la de la espontaneidad y esa especie de improvisación hace que todo fluya natural. Carmen Barrios, María León y Paco Casaus bordan con honestidad su papeles, con ese mirar tranquilo a la cámara y ese verbo que con pocas palabras lo dice todo.

No se puede hablar de Carmina o revienta sin contar lo que ha supuesto de revolución con respecto al modelo tradicional de distribución. La película se estrenó a la vez en salas de cine, internet -a través del canal de filmin- y en DVD -Cameo y el diario El País-. Hubo quien no vio con buenos ojos el camino elegido y se habla de un cierto boicot de las grandes cadenas de salas de proyección que se negaron a programarla. Son tiempos de probaturas y por lo que parece, ésta no ha salido mal.

Si yo tuviera una familia así, lo último que se me ocurriría sería filmarla, por eso me sorprende tanto que Paco León se haya atrevido a hacerlo. Es cierto que, sin poder explicarlo, se les coge algo de cariño, pero es angustiosa la vida y la condición con la que la viven. Casi nada es positivo. Sin embargo, el genio de su director logra hacer una buena película explorando una forma nueva y moderna de contar viejas historias.

La clandestinidad impuesta

Infancia clandestina, de Benjamín Ávila, el largometraje argentino que compite por llevarse el Goya a la mejor película Iberoamericana


Cartel de la película Infancia clandestina
Cartel de la película Infancia clandestina
¿Por qué? Por el reflejo de la clandestinidad y la descripción de cómo afecta al protagonista.
Toda dictadura está cargada de muerte. Combatirla es una obligación moral y organizarse una necesidad. Explicar todo esto a un niño y que lo viva resulta complejo. Los mecanismos de la clandestinidad se pueden interiorizar, e incluso cumplir sus leyes, pero para el adolescente con una pierna en cada mundo no es fácil mantener la dualidad que esta vida de renuncias exige. No puede haber normalidad posible y la infancia se resquebraja sin poder remediarse. Infancia clandestina nos habla de esto, y lo hace desde la voz de Juan-Ernesto, un muchacho de 12 años inmerso en esa clandestinidad de una familia combativa.

Infancia clandestina es la primera película de Benjamín Ávila, que había realizado con anterioridad el documental Nietos sobre las Abuelas de la Plaza de Mayo. Para este debut, el director se ha basado en hechos reales de su propia infancia y ha dedicado la película a su madre que fue detenida y desaparecida en octubre de 1979 en Buenos Aires. El largometraje rinde un sentido homenaje a los montoneros que lucharon activamente contra la dictadura militar del general Videla y es también una añoranza de los seres queridos que la dictadura se llevó por delante.

La infancia es esa época en la que se aprende a vivir, lo que en ella se pierda no se recuperará nunca, quedará como una ausencia. Ser testigo y parte de ese mundo clandestino tiene un precio muy alto. No es solo el peligro, la cercanía de la muerte de la que siempre se siente su aliento. Lo que se deja en el camino es la normalidad de crecer como los demás, con sus mismos juegos, experimentando idénticas sensaciones. El protagonista es un niño que vive siempre alrededor de los altos ideales de unos mayores que quieren acabar con la injusticia de la dictadura sangrienta en su país y que la combaten con ideas y con armas. Esa fuerte politización impone una rígida disciplina que va dejando al margen un tiempo para disfrutar la vida. No hay espacio para otras cosas que no sean convertir cada minuto en un trabajo constante para derrocar el régimen. Su sentido de la normalidad no puede ser el mismo que el de sus compañeros de colegio. A esto hay que añadir otro factor, el de tener que aparentar que todo es normal en su vida, que nada en ella se sale de los cauces.

Los secretos no se pueden compartir con nadie y el silencio de todo lo que se calla pesa como una rueda de molino. Y en frente hay una vida que podría estar llena de alegrías, de cosas que experimentar y compartir, de sentimientos nuevos… Vivir se vuelve una contradicción.

El final se desencadena trepidante y nos llena de inquietudes, de lo que pasa cuando todo acaba, de lo que se queda en la sombra, de la tortura, de los desaparecidos, de los niños robados, de los niños devueltos… Entonces, cuando la película ha terminado y sube el volumen del roquero tema musical que cierra, se produce el último impacto. La música se convierte en un elemento disruptivo de la acción que nos deja noqueados. Los sentimientos dan como un respingo con esa canción, como que nos falta aire para reincorporarnos a la vida después de la historia vista.

Destacable también resulta la fotografía, llena de primeros planos que potencian y apoyan las estupendas interpretaciones. Entre los mayores están Ernesto Alterio, Natalia Oreiro, César Troncoso y Cristina Banegas; pero también brillan los dos jóvenes: Juan Gutiérrez Moreno y Violeta Palukas.

Si bien es cierto que Infancia clandestina tiene muchos aciertos, también lo es que el hecho de retratar la propia experiencia hace que se desenfoque la historia por insistir con reiteración en querer contar un estado de ánimo que queda claro desde el inicio. A veces el director se da un largo paseo y parece que la película deja de caminar hacia algún lugar, como que entonces se estanca sin nada real que decir.

Hay una apuesta personal de Ávila en toda la película que ya llama la atención desde el primer instante, es la decisión de narrar todas las escenas de violencia física y muerte a través de dibujos e ilustraciones que sustituyen la interpretación de los actores. Es una forma sutil de indicarnos de qué forma y cómo quedan grabadas en la cabeza del muchacho todas esas muertes. Son imborrables, van formando parte de su universo futuro. Son dolor y miedo mezclándose.

martes, 12 de febrero de 2013

¿Por qué desaparece un cadáver?

Oriol Paulo compite con El cuerpo por el Goya al mejor director novel


Cartel de la película El cuerpo
Cartel de la película El cuerpo
¿Por qué? Porque es un buen thriller.
Con El cuerpo, Oriol Paulo debuta en la dirección de un largo. Aunque ya tenía cierta experiencia dirigiendo -un corto, un mediometraje y una película para televisión-, su carrera cinematográfica la había desempeñado sobre todo como guionista, destacando especialmente por el guion de Los ojos de Julia.

El cuerpo solo tiene una nominación en estos premios Goya, la de dirección novel para Oriol. Quizá se merecía alguna otra más, pues se trata de una digna película de género, bien hecha y mejor rematada. La intriga se mantiene y tras cada pieza que se coloca surge otra que parece tener peor encaje con las anteriores, que vuelve tirante el puzzle hasta que se le encuentra su lugar exacto. Ese desconcierto programado que se crea en el espectador como un estado de ánimo inducido es un elemento peligroso sobre el que jugar, sin embargo, la película lo controla y lo convierte en su punto fuerte. Ese control que existe entre lo que los personajes saben y lo que el espectador descubre está milimétricamente inmerso hasta en la propia sinópsis: «El vigilante nocturno de un depósito de cadáveres es atropellado tras abandonar su puesto de trabajo en estado de pánico. Cuando la policía se presenta para investigar, descubre que el cadáver de una mujer recién fallecida ha desaparecido de la morgue. Sin ninguna pista que aclare el extraño suceso, el Inspector Jaime Peña recurre a Álex Ulloa, el viudo de la mujer desaparecida. Juntos, durante el transcurso de una noche intensa, intentarán descubrir la verdad sobre las misteriosas causas de la muerte de la mujer y la desaparición de su cuerpo…»

Cuando se pierde el control de una situación preparada y ésta se vuelve adversa, cuando las dudas nos van rodeando hasta hacerse insoportable la presión, la condición humana se resquebraja. Confesar hasta el último secreto se convierte en una posibilidad que nos puede parecer plausible. Pero esa confesión ni calma ni alivia. Las cosas no son ni la sombra de lo que parecen, porque hay otro que ahora tiene los hilos y está tirando de ellos. Ni siquiera los secretos contados disminuyen la incertidumbre de lo desconocido, de esa trama angulosa que nos intranquiliza. Con ese material está construido El cuerpo a través de dos elementos: un guion si fisuras y una interpretación que aumenta la inquietud.

Nadie nos cae bien. En ningún personaje encontramos rasgos que nos hagan confiar ciegamente en él. Mayka Villaverde (Belén Rueda) es egoísta y mala porque tiene el mundo a sus pies obedeciéndole. El inspector Peña (José Coronado) resulta inquietante con su caracterización inocente y ridúcula y sus explosiones de carácter, además llega con un pasado confuso. Álex Ulloa (Hugo Silva) tampoco tiene un comportamiento que pueda gustar, ya que es el siervo que quiere convertirse en amo. Carla Miller (Aura Garrido), a pesar de sus hermosos ojos, tampoco es clara.

Precisamente, de esa desconfianza en los personajes porque cada cual esconde algo surge la necesidad del espectador por descubrir todo el entramado que hay detrás. La primera pregunta que se hace es quién ha robado el cadáver, pero el interrogante correcto, el que se debería hacer para desentrañar el misterio, es por qué desaparece el cadáver. ¿Para qué todo esto?, ¿cuál es el propósito que hay detrás?

Fuera llueve, es una noche plomiza. Ese tiempo inclemente es el único posible para dibujarnos el estado de ánimo en el que confluyen los personajes. En esas noches de lluvia es cuando todos nos entretenemos mirando por la ventana, fabulando mientras las gotas resbalan inexorables tras el cristal. Dentro, sin embargo, están los culpables, las consecuencias y el ajustar las cuentas. Esa tensión insoportable con la que apretar para saber la verdad. El proceso de construir esa explicación se va pegando a la película, respirando su aire y jugando bazas nuevas. Por eso sorprende que ésta sea una primera película pues está hecha con asombrosa madurez.

7 cajas, el despertar del cine paraguayo

Los directores Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori firman una película redonda que compite por llevarse el Goya a la mejor película Iberoamericana


Cartel de la película 7 cajas
Cartel de la película 7 cajas
¿Por qué? Porque es un cine distinto, ingenioso, que conecta con el espectador.
Para mí, aunque no ha conseguido estrenar en España aún, 7 cajas es la película del año. LLega de Paraguay, un país en el que se realizan muy pocas producciones al año y por tanto con escasos canales de distribución, así que no debe resultarles sencillo exportar su filmografía. Tal vez su candidatura a mejor película iberoamericana en los premios Goya siva para ello y pueda abrirle la puerta a un merecido estreno en las salas comerciales de nuestro país y de toda América Latina. En Paraguay se ha convertido en todo un éxito, llegando a superar en taquilla la recaudación que allí hizo Titanic. En Reino Unido e Irlanda también tienen firmado su estreno inmediato. Su camino desde su finalización ha sido largo y ha llevado a la película por festivales de todo el mundo: San Sebastián, Palm Spring, Mar de Plata, el Círculo Polar Ártico… Su paso por estos lugares ha sido más bien modesto en cuanto a premios, pero positivo en cuanto a sensaciones. De San Sebastián, por ejemplo, se llevó el premio del jurado joven. Sin embargo en todos estos festivales ha funcionado el boca a boca que ha hecho que la película no haya pasado desapercibida.

Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, sus directores, tienen a sus espaldas un largo recorrido de realización en cortometrajes y series para televisión, pero 7 cajas es su primer largometraje. La financiación para su proyecto la han conseguido a través del programa Cine en Construcción. Han aprovechado cuidadosamente el dinero y han construido una película muy dinámica, que sabe administrar la tensión y de gran impacto visual. La han realizado sin concesiones, con honestidad y con maestría, desde una mirada nueva. Todo transcurre en le Mercado 4 de la ciudad de Asunción, un día cualquiera, donde un muchacho se gana la vida arrastrando una carretilla. Sobre ella va transportando las mercancías de unos clientes que no abundan. No hace preguntas, solo lleva los paquetes donde le dicen. Un día de inspección policial, en una de las tiendas le encargan que se ocupe de transportar siete cajas sin saber lo que contienen.

7 cajas es una película ingeniosa, contada con sentido del humor y con un guion soberbiamente administrado para mantener la atención del espectador en cada momento. Una película de género pero que resulta novedosa por su gran acierto de mantenerse integrada en una idiosincrasia que no pierde sus raíces pero que no tiene nada de irreal para un espectador globalizado, ni en lo exagerado, ni en la vida difícil que a cada uno de los personajes les ha tocado llevar. Es realista y es dura porque nos muestra el pobre valor de la vida frente al importe que hay que pagar por conseguir un nuevo celular.

Los protagonistas son personas con pocos recursos económicos, marginados de la sociedad. Pero el mundo tiene dos caras, frente a ellos y aprovechándose de su miseria monetaria están los otros, los de la pobreza moral, mafiosos corruptos y vividores a los que, con sus trapicheos, les cae siempre el dinero llovido del cielo. Son los que conocen como funciona el sistema, al menos los que lo tienen suficientemente comprado. En 7 cajas lo que hay delante son las diferencias sociales y una profunda mirada hacia las carencias de los que menos tienen, de los que están abocados a ganarse la vida desde pequeños entre la misera, los que no tienen pasado, ni presente, ni futuro. Pero para los que nada tienen, la sociedad de consumo también les ha fabricado los mismos sueños y las mismas necesidades. Para Víctor, el protagonista, conseguir un celular o tener sus cinco segundos de gloria saliendo en la televisión son su máxima aspiración, y por ambas se sacrifica. Nada más espera de la vida.

Uno sabe que la suerte nunca se pone del lado de los pobres, así que toda la película el espectador rumia en solitario un final trágico que confía que no llegue. Necesita ponerse del lado del protagonista, el desprotegido, deseando que toda la aventura le salga bien, le anima y le perdona esa cierta inconsciencia con la que va bordeando lo ilegal. A uno le gustaría que Víctor corriese más aún con su carretilla y lograse escapar esta noche del desastre que se le avecina para que mañana empezara otra vida diferente sin peligros, pero no cree que pueda ocurrir. La película sabe jugar en esa cuerda floja con la curiosidad, con esas expectativas y con un doble rasero entre la realidad y lo deseable. Y lo hace sin defraudar.

El Mercado 4 es un microcosmos en el que cabe representar toda una sociedad que cada día sale a ganarse su pan en jornadas infinitas que van desde antes de que amanezca hasta mucho después de haber oscurecido. La honestidad con la que se ha retratado ha hecho que todos los que forman parte de ese Mercado 4 se consideren parte de 7 cajas. El Mercado 4 también es el lugar desde el que se organiza la venta de los dvds piratas de las películas. Sin embargo, en sus puestos han colocado el cartel: «No tenemos la película 7 cajas, ni la vamos a tener». Supongo que ese aviso explica mejor que nada el perfecto retrato que ha hecho el largometraje del lugar y su ambiente, hasta tal punto que quienes allí viven y trabajan han llegado a sentirse plenamente identificados. 

Celso Franco en una escena de la película 7 cajas
Celso Franco en una escena de la película 7 cajas
No solo la buena opinión de quien es retratado nos sirve de balanza con la que pesar la película. También se mide la calidad de una cinta por los inconvenientes que el espectador debe superar. Los subtítulos son uno de esos elementos. Si una película consigue que el público salga feliz después de obligarle a estar leyendo lo que dicen los personajes y que además confiese que no le ha importado, es porque la película es buena. 7 cajas tiene unos pocos diálogos en castellano, pero casi toda ella está hablada en jopará, un idioma local a medio camino entre el guaraní y el castellano. No importa que sea así, la película lo necesita, pues en ese idioma se establecen los códigos, las estructuras y el nivel al que pertenecen los personajes. Es por tanto consustancial al film y el idioma forma parte indisoluble con la historia. En el fondo esa dificultad se va haciendo un placer al poder escuchar otra musicalidad diferente de la nuestra. De la misma forma participa la música, muy tenue, pero perceptible, que va usándose como otra forma de contar y anticipar.

7 cajas es una película emocionante en la que al final, cuando uno termina de verla, lo único que le sale hacer es aplaudir con fuerza.

No me resisto a cerrar esta reseña sin contar una anécdota de ella. A Juan Carlos Maneglia, después de llevar escribiendo el guion cuatro años, se lo robaron. Lo había dejado en el coche y alguien se lo sustrajo con el auto. La noticia tuvo cierta repercusión y llegó hasta el penal de la ciudad. Varias noches recibió llamadas desde allí que le pedían un rescate por recuperarlo. No lo consiguió y le tocó volver a ponerse a reescribirlo de nuevo.

lunes, 11 de febrero de 2013

Cine pequeño que sin embargo es muy grande

Repaso a los cuatro cortometrajes de ficción nominados a la 27 edición de los Premios Goya y de alguna otra categoría


Aquel no era yo, La boda, Ojos que no ven y Voice over son los cuatro cortometrajes de ficción que ha elegido la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España para competir por el Goya.

Cartel del cortometraje Aquel no era yo
Cartel del cortometraje Aquel no era yo
Esteban Crespo se ha marcado toda una película en el corto Aquel no era yo. Trata de una guerra en un país africano y de unos niños en medio de ella que se han visto convertidos en soldados. Dos españoles viajan hasta allí colaborando con una O.N.G. y se encuentran de frente con ese mundo en el que los niños han perdido la posibilidad de desarrollarse como seres humanos. Las leyes de la guerra contrastan con lo que serían sus actividades a esa corta edad. No tienen valores morales por encima de disparar, mentir, matar o seguir viviendo a cualquier precio. Han perdido la infancia para ser admitidos en un grupo rocoso que les da la protección familiar que los niños no tienen. En ellos, la dureza de la guerra se hace costumbre, su violencia algo natural. En eso se ha convertido su vida. Muchos mueren, los que sobreviven cargan con las secuelas tanto físicas como morales. El corto podría haberse detenido en aquello que pasó, sin embargo se adentra valiente en contarnos el presente y enseñarnos cómo uno de aquellos niños afronta su vida ahora, después de todo aquel horror, sin poder dejarlo nunca del todo atrás, cargando siempre con él.

Esta división en dos partes del corto, aunque vayan entremezclándose, hace que el corto presente un comportamiento desigual. La primera, la que narra el pasado de guerra, está construida sobre la acción trepidante, sobre el nervio de una pistola sobre una sien, sobre del dedo inconsciente sobre el gatillo y sobre la fuerza de las imágenes de un combate en el interior de una pequeña población. No le faltan medios y Crespo sabe aprovecharlos para que veamos el horror en directo y en los rostros de sus protagonistas, unos espantados y otros impasibles. La segunda parte, la que llama a nuestra conciencia, es de planos más desdibujados. En ella nos lleva a una conferencia en un salón de actos. Las palabras van dibujando los sentimientos en las caras de quienes escuchan. Es esa revelación y el cómo la aceptemos la que marcará el éxito de este trabajo.

En mi opinión es un corto potente, con mucho significado y rotundo en el mensaje.

Cartel del cortometraje La boda
Cartel del cortometraje La boda
La boda, de Marina Seresesky, nos cuenta una pequeña anécdota. Y sin embargo el corto resulta una maravillosa historia de grandes mujeres, tan llenas de fuerza como acostumbradas a cargar con las dificultades que llegan. Su protagonista es una cubana que vive en Madrid y que trabaja en la limpieza, como muchas otras inmigrantes. No es fácil mantener el curro, ni que el salario tan corto llegue para todo el mes, y menos que se pueda estirar un poquito para alguna ocasión que merece una celebración especial. La vida que soñó no se cumple en este falso paraíso del capitalismo en el que todo son obstáculos colocados tan altos que son imposibles de saltar. Pero ni ella ni sus compañeras se quejan, siguen adelante. Es la amistad el vínculo que mantiene su fortaleza indisoluble y la solidaridad entre estas mujeres trabajadoras el último atisbo de esperanza. Excelentes interpretaciones de un gran reparto y muchos sentimientos saliendo a flor de piel. A Yailene Sierra le basta una mirada triste para contarnos las dificultades de todas las vidas de quienes se fueron de su país para prosperar y no encontraron otra cosa que los peores trabajos. La boda nos revuelve en el asiento ante las pequeñas injusticias con las que se envuelve el día a día. Nos hace sentir por un ratito mejores personas.

Es un corto de mujeres, muy directo y lleno de una superación constante. Esa fuerza lo hace especial.

Cartel del cortometraje Ojos que no ven
Cartel del cortometraje Ojos que no ven
Natalia Mateo con Ojos que no ven nos dice eso que ya sabemos, que en todas las familias se cuentan demasiadas mentiras piadosas y que la realidad se pospone para otro momento mejor. Ojos que no ven es un corto de lo que callamos por no molestar, por tener hoy la fiesta en paz, porque no es el momento más oportuno. Callan con esa coartada y colaboran unos con las mentiras de otros y así la cobardía de cada uno se oculta y pasa desapercibida una vez más. No ocurre nada, mañana lo contamos todo y ya está. Lo malo es cuando mañana también se aplaza y el engaño se convierte en hábito y surge un nudo dentro con tanto secreto que nos ahoga, que no nos deja respirar y que nos impide contar esa verdad que la verdad es que nos duele.

Narrado en tono de comedia y con un reparto excepcional que encabeza la veterana actriz Asunción Balaguer, el corto nos va llevando con sonrisas que lentamente se van haciendo grotescas hasta convertirse en una mueca amarga que deja al descubierto todo el drama, la mentira y el ocultamiento. Cada uno cede y ese ceder le pone en una situación que a cada instante resulta más humillante.

Bien dosificado y con esos villancicos de fondo que piden la benevolencia del espectador, Natalia Mateo desnuda con ironía el entramado de una familia tipo y, entre risas, nos muestra las carencias que toda relación familiar cobija.

Cartel del cortometraje Voice Over
Cartel del cortometraje Voice over
Voice over, de Martin Rosete, quizá tenga el guion más original de los cuatro. Lo firma Luiso Berdejo, un chico que hace unos años, después de hacer unos cuantos cortometrajes aquí, se fue a Hollywwod a trabajar. Voice over tiene mucho de juego, o de manipulación si se prefiere. Una voz en off y en francés, la del actor Féodor Atkine, nos va llevando por tres historias que se parecen. Su tono es el que va induciendo al espectador a sacar conclusiones, a equivocarse, a rebobinar para volver atrás… La voz va jugando con el público. Los tres personajes los interpreta el actor Jonathan Mellor, con el peso dramático justo de quien se está jugando la vida, de quien ve la muerte al final de una pequeña cuenta atrás. Los tres son hombres metidos en situaciones límites, en épocas distintas. Pero quizá cada historia tenga otra forma de ser vista.

Si el guion es original y estupenda la interpretación, tampoco se queda atrás la tercera pata: una espectacular fotografía con la que se recrean las tras atmósferas llenas de colores fuertes, terrosos y asfixiantes, marinos y vibrantes, de noche de luna llena y muerte. El corto es un derroche visual que sabe a algo nuevo y diferente.

Cartel del cortometraje El vendedor de humo
Cartel del cortometraje El vendedor de humo
Otros cortos que compiten en otras secciones:

Dos de los cortos que se enfrentan por el Goya de animación son El vendedor de humo de Jaime Maestro y La mano de Nefertiti de Guillermo García Carsí.

El vendedor de humo es un trabajo de animación que nos cuenta con trazos seguros la historia de alguien que vive de que los demás le compren una ilusión. El problema es que la vende como realidad. El vendedor llega con su carromato a la plaza de un pueblo. No le hacen mucho caso. Pasa el tiempo, pero no pierde su paciencia. De pronto surge una oportunidad. Los demás miran y se les va contagiando una necesidad que no tenían. Todos tienen sueños, deseos de mejorar, de que la imagen de sus enseres cotidianos sea algo más bonita y están dispuestos a pagar por ese embellecimiento pensando que será para siempre, o al menos duradero. Y la realidad es que las mentiras tienen siempre una vida muy corta, que se esfuman cuando cambia el viento. Nuestros tiempos son así. ¡Qué nadie se atreva a pedir responsabilidades!, la culpa es nuestra por habernos dejado engañar y haber comprado humo solamente.

La mano de Nefertiti es un corto que utiliza algunos de los personajes secundarios de Tadeo Jones, no en vano es de la misma productora. Técnicamente el corto es estupendo, pero el argumento es más bien frío y tontorrón. Se trata más bien de un ejercicio práctico o una prueba de animación, con una pequeña historia sin la menor importancia y sobre la que poder explotar esos personajes, como una secuela.

A mejor corto documental está nominado El violinista de Auschwitz de Carlos Hernando, una historia sobre el holocausto del pueblo judío en las cámaras de gas de los centros de exterminio nazi. Hernando entrevista a un superviviente de Auschwitz que nos va narrando lo que allí vivió. Lo que cuenta, por mucho que lo sepamos, es espeluznante. El corto levanta al espectador por el relato en primera persona y por ese acento sefardí del protagonista.

domingo, 10 de febrero de 2013

Haciendo contrapoder

El Frente Cívico Somos Mayoría organiza un acto abierto en Madrid


Domingo 10 de febrero de 2013. Círculo de Bellas Artes. Madrid

Juan Carlos Monedero, Julio Anguita, Pilar García y Víctor Ríos presentando el Frente Cívico Somos Mayoría. (Foto: Toni Gutiérrez)
Juan Carlos Monedero, Julio Anguita, Pilar García y Víctor Ríos presentando el Frente Cívico Somos Mayoría. (Foto: Toni Gutiérrez)
Julio Anguita es el terco ejemplo de un político honesto, con ideas y con programa, de esos pocos que no se doblan ante el poder. Su obstinación se empeña en demostrarnos que es necesario cambiar las cosas. Hay una manera de salir de esta crisis, para ello es preciso abandonar el capitalismo y que las personas -los ciudadanos- estén por encima de los intereses económicos de una minoría. Nadie dice que sea un camino sencillo, pero es el que nos toca por pura conciencia, por deber, por responsabilidad. No es extraño que cada vez que se organiza un acto en el que Anguita interviene la sala reservada se quede pequeña. Así ocurrió con el teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes en el acto público del Frente Cívico Somos Mayoría, porque mayoría somo los que padecemos y es hora de convertir nuestra indignación en rebeldía.

Dijo Juan Carlos Monedero en su turno de palabra que vivimos un tiempo en el que los canallas están envalentonados y los honrados perplejos, así que tenemos que ser desobedientes y atrevidos. Frente a esa España perpleja pero honesta hay otra a la que se le llena la boca con su españolidad, pero que tiene sus cuentas en Suiza. Después nos advirtió de la manipulación que realizan los medios de comunicación, los supuestos detentadores de la verdad, y nos fue describiendo la situación que tenemos en nuestro país. Esta crisis nos obliga a trabajar para que se mantengan los privilegios de una minoría, para que entre todos paguemos el bienestar de los otros. Habló de la Transición como ese mal acuerdo que sirvió para que España se acostara franquista y se levantara demócrata. Le gustaría que se reconociera como primer paso que entonces no se hizo mucho más de lo que se pudo, porque lo cierto es que seguimos bajo el mismo poder de la mafias territoriales y la iglesia católica. Para salir de aquí, advirtió Monedero, no bastan las ideas, es necesario liderazgos, programas y estructuras. Debemos rebajar la incertidumbre de la ciudadanía para que entienda la alternativa, organizar nuestras convergencias y atrevernos a experimentar con ideas que nos emancipen. Conocemos el modelo que impone el poder, así que hay que lanzar el nuestro, porque nadie puede tomar decisiones por nosotros. Es mucha la tarea, pero Monedero está decidido a hacer su parte.

Víctor Ríos explicó que el Frente Cívico Somos Mayoría quiere estar con las personas, trabajando y luchando por los de abajo y con los de abajo. La aspiración del Frente es que la mayoría social se reconozca como tal para convertirse en un contrapoder ciudadano sin complejos y abierto. Confesó que se sumó a la propuesta al saber que la convocaba Julio Anguita, porque para él es una garantía de honestidad, consistencia y sentido común. Preguntó si queremos vivir o que nos vivan. Si elegimos la repuesta primera está en nuestra mano acabar con este régimen y que no se perpetúe transvestido. No debemos dejar que sean otros los que vengan a cambiarlo para que nada varíe. Ante la situación actual no podemos seguir aislados, tenemos que juntarnos para formarnos, informarnos y actuar. Hay que reflexionar, argumentar para desmontar la demagogia reinante y divulgar las ideas.

Julio Anguita durante su intervención. (Foto: Toni Gutiérrez)
Julio Anguita durante su intervención. (Foto: Toni Gutiérrez)
Julio Anguita dijo que quería hablar de los hechos pequeños, aparentemente insignificantes, pero que forman la red sobre la que se asienta la sociedad. Él y muchos como él que se han unido al Frente Cívico tienen la vida más o menos resuelta, se podrían haber quedado en casa, pero no lo han hecho ni lo van a hacer. Se han costeado sus billetes y se han molestado en ocupar el tiempo de un fin de semana para reunirse pensando en los demás. Ese es un pequeño hecho. Nos encontramos frente al fracaso del régimen de la Transición y a una crisis de civilización. La pregunta fundamental nos la hizo a los que allí estábamos: ¿qué vais a hacer cuando se acabe la euforia del acto y los aplausos hayan pasado, cuando cada uno haya vuelto a su casa, mañana al levantaros? Ese es el verdadero desafío.

El Frente Cívico Somos Mayoría se ha constituido en torno a siete cartas que marcan las líneas de actuación. Son puntos de vista con los que trabajar, que hay que seguir limando hasta poner a punto. El 98% tenemos problemas, pero no estamos unidos, votamos cosas distintas y tenemos valores diferentes. Esa es la mayoría plural con la que tenemos que trabajar. Cuando conseguimos un éxito de convocatoria creemos que hemos cambiado las cosas, pero en realidad no habremos conseguido nada hasta que la mayoría esté en la calle y no sentados en sus casas. Duele, pero no cambiaremos este país hasta que una parte importante de la base que vota al PP se pase con nosotros. Tendremos que intentar negarnos, que dejar nuestros símbolos y construir juntos la solución con el trabajo duro del día a día. ¿Cómo vamos a conseguir unir a esa mayoría? A través del mal que nos afecta a todos, aquello que nos une. A eso, Anguita lo llama programa, el programa de lo inmediato, de lo concreto, de lo que necesita una intervención urgente. Porque si mañana empezamos a tomar medidas que van creciendo ya veremos como sigue. El Frente Cívico Somos Mayoría ha encontrado diez puntos sencillos. No será difícil que la gente los acepte pues son de sentido común. Cuando estemos de acuerdo habrá que pelear, es decir, tendremos que llevar con persuasión a la gente hacia la política. El primero de esos puntos dice que el salario mínimo deben ser 1.000€, el segundo que ninguna pensión estará por debajo del salario mínimo; para conseguir ambos no hace falta más que una reforma fiscal. A las pequeñas empresas no les llega el crédito; se podría resolver haciendo una Banca Pública. En los 90 se desarticuló la industria y la agricultura, cerramos las fábricas y dejamos de cultivar los campos pensando que íbamos a ser un país de negocios; si de la mano del sector privado no se garantizan las necesidades de la sociedad tendremos que nacionalizar los sectores estratégicos. Esa es la labor didáctica y pedagógica a realizar, la que va desde lo concreto hasta lo abstracto, la de pizarra y tiza. Es necesario tener la paciencia de ir sacando estas ideas por su propio peso, desde los sentimientos, para que cada uno asuma su responsabilidad, que sepa que sabe.

El Frente Cívico no quiere ser un partido político sino un contrapoder. Nos equivocaremos si lo que buscamos es el gobierno. Estamos frente al poder porque es el poder (la banca, las multinacionales, los medios de comunicación, las grandes familias…) el que está detrás del gobierno. El gobierno no es otra cosa que el capataz que cuida los intereses de los poderosos. El poder vive a base de trampear con su propia ley, porque no soporta su legalidad. Si el poder es violencia institucionalizada y legal, nosotros nos convertiremos en la exhibición de una fuerza tranquila, serena y paciente. Hay que ocupar la calle, llamar a las consciencias y construir ese mayoría tan plural con la que enfrentarse al poder: a Botín, a Francisco González, a la banca alemana…

Cartel del acto abierto del Frente Cívico Somos Mayoría
Cartel del acto abierto del Frente Cívico Somos Mayoría
El contrapoder se tiene que plantear en un momento determinado la desobediencia. Pero cuando la mayoría desobedece, la ley está muerta. Subversión, contagio y combate para cambiar, pues aunque el capitalismo está herido de muerte no vamos a esperar que caiga, hay que derrumbarlo y mientras empezar a dar forma al modelo alternativo. Debemos construir y destruir de manera simultánea, creando, en lugar de los muchos «Yo» de hoy, el «Nosotros» como sujeto colectivo que transcienda a la individualidad. El Frente Cívico Somos Mayoría es una organización muy horizontal, pero no del todo porque el poder es vertical. Somos anormales, pero queremos que este país tenga un número inmenso de anormales, que luchan de otra manera por una sociedad para todos.

¿Con qué empezamos a trabajar? Con el cumplimiento de los treinta artículos de los Derechos Humanos y de la carta de la Tierra. Nosotros seremos honestos en la vida cotidiana, sin coartadas. Cada uno hará su parte para unirnos a los demás por el programa, lo concreto, lo inmediato, lo pequeño. Luego llegarán los compromisos. Vendrá la justicia, la democracia, la ética y la cultura como fenómeno dinamizador democrático de la sociedad.

Tras la intervención de Julio Anguita se mostró una animación audiovisual de Juan Hervás que recoge los diez puntos del Frente Cívico Somos Mayoría. A continuación se abrió un turno de palabra en el que el público expuso sus ideas y lanzó preguntas a la mesa. El acto se cerró con un pequeño concierto de Rojo Cancionero, el duo formado por Gabriel Ortega y Salvador Amor.

domingo, 3 de febrero de 2013

Si nos roban el trabajo, nos roban el futuro

Adolfo Dufour Andía firma Nosotros, la película documental sobre un SINTEL presente


Sábado 2 de febrero de 2013. Sala Berlanga. Madrid

Cartel de la película Nosotros
Cartel de la película documental Nosotros
¿Por qué? Porque golpea y duele con el impacto emocional de un pasado convertido en presente y el futuro desesperante que nos aguarda a todos los trabajadores.
Hace tiempo que no me emocionaba tanto en una sala de cine. Nosotros me dejó sin aire, sobrecogido y roto. Es un documental que duele, que golpea y sobre todo que nos enseña el injusto drama de los obreros que sufren las decisiones de quienes todo lo miden con egoísmo y por interés financiero. Esos son los que mandan, los que controlan el sistema, los que roban y matan, los que deciden un futuro de pobreza para sus semejantes. El neoliberalismo lo reduce todo a números: a ganancias, a beneficios, a indignidad. La mano de obra es ya un concepto deshumanizado e incluso prescindible. En la Sala Berlanga, donde se proyectaba el documental, los trabajadores de SINTEL no estaban solos, les acompañaban los de Telemadrid y los de Iberia, empleados a los que también se les está robando su puesto de trabajo y que experimentan hoy en sus carnes el mismo sufrimiento que ellos empezaron a padecer hace ya casi doce años. Nosotros no es una historia del pasado, ni tampoco un caso excepcional e irrepetible. Hoy aquello se ha convertido en el pan nuestro de cada día.

Antes de entrar en el análisis de lo visto, quería incluir en esta reseña la sinopsis que ha preparado el equipo de la película, pues muestra el espíritu que impregna todo el documental y lo describe a la perfección: «En el invierno de 2012, un Madrid, denso, geométrico, guía los pasos perdidos de personas conmocionadas por el despido inesperado del trabajo que hasta entonces realizaban. Un rumbo impreciso alienta sus anhelos de superar el conflicto económico y emocional sufrido. El ámbito del desempleo es colectivo, pero el pago de lo acontecido, personal. El azar voltea las letras perdidas en el tiempo y evoca, metafóricamente, itinerarios novelados muchas décadas atrás por Steinbeck. El camino también reverbera ecos más recientes: Siete trabajadores de la Empresa Pública filial de Telefónica Sintel, se suicidaron al poco tiempo de recibir la noticia de su despido. Varios más murieron prematuramente. ¿Los otros? Los otros luchan aún hoy por mantener su autoestima. Han pasado once años desde que el "Campamento de la esperanza" dejase su huella en el centro financiero de Madrid. Tras tantos años, ahora, en el 2012, se celebra el juicio y se desvelan muchas de las claves del entramado financiero político que quebró Sintel. Los trabajadores despedidos de Sintel se vieron abocados a una épica que nunca desearon y superaron obstáculos insospechados. Agradecidos los agasajos y desmentidas las calumnias, todo quedó ya atrás. Desde la dificultad del hoy miran el ayer cuando fueron ensalzados como héroes por los mismos que después les denostaron y ahora les han olvidado, Héroes que ellos no quisieron nunca ser porque sus aspiraciones eran mucho más modestas: volver a ser trabajadores con dignidad, y recuperar para serlo lo que sin ningún sentido ni razón les fue arrebatado. Hoy, todos ellos acometen su presente mirando de soslayo a aquel pasado de conmoción, que cambió su vida e hipotecó su futuro, bien diferente del que entonces podían prever».

Nosotros arranca en una obra parada, detenida por la crisis financiera que atraviesa el sector de la construcción. Ante ella un hombre nos confiesa que allí pasó las últimas horas remuneradas que trabajó. Tras él viene otro. Ambos nos hablan del drama del paro, de su soledad, de que han agotado prestaciones y subsidios y siguen sin encontrar un trabajo. Temen el tiempo que va a venir, y a ciencia cierta no saben que va a ser de ellos y de sus familias. Así está su ánimo, unos días mal y otros peor. Son personas cualificadas que han pasado de los 45 años y a los que el mercado laboral les está cerrando todas las puertas de ganarse dignamente el futuro con su trabajo. La tragedia humana de los trabajadores de SINTEL se repite hoy y se generaliza. Ese es el primer nexo de unión de cualquier espectador con el documental, que no va a ver el pasado, sino a observar el presente, ése que ya conoce, y lo va a hacer buceando en una realidad experimentada por otros que empieza a ver que se le parecen.

SINTEL era un organismo público, subsidiario de Telefónica y con beneficios económicos. De la noche a la mañana se privatizó y se destruyó a través de un plan premeditado que dejó a sus trabajadores desamparados y en una situación administrativa ambigua: sin ser despedidos pero sin trabajo, sin salario y sin posibilidad de cobrar el paro. Nosotros explica, sin sobreentendidos ni dar cosas por supuestas, todo ese proceso y logra hacerlo comprensible, a pesar de su gran complejidad, porque está bien contado y porque tiene la capacidad de hacer preguntas que la inteligencia del espectador resuelve. Uno se pregunta por qué eligieron desmotar SINTEL. Les iba bien, no les faltaba trabajo, ganaban dinero y contaban con una plantilla con mucha experiencia en lo suyo. Pero el sistema capitalista veía en ellos algo diferente, dos enormes pecados: estaban afiliados a sindicatos mayoritariamente y muchos pasaban de los cuarenta años. El modelo laboral actual prefiere obreros entre los treinta y los cuarenta y pocos, gente dócil, que no proteste, que no tenga capacidad de organizarse y que no tenga posibilidad de reclamar sus derechos. Trabajadores callados y tristes que solo sepan cumplir con las obligaciones exigidas.

Cuando me incorporé al mundo laboral, por cada empresa que pasaba siempre se vanagloriaban de lo joven que era la plantilla. Tantas veces me lo dijeron que en uno de esos trabajos, en mi primer día, cuando mi jefe me paseaba por la oficina para presentarme también me lo soltó. Le miré y le pregunté: «Y qué hacéis cuando envejecen, ¿los matáis?» Se rió, pero no respondió. Supongo que lo consideró una ocurrencia y prefirió seguir la presentación como si nada. Adiviné en aquellos principios que alguna vez iba a tener cuarenta y cinco años y que entonces, laboralmente, para las empresas informáticas yo no iba a tener el menor interés. Los que son algo más jóvenes, los que están formando una familia, son más rentables, sobre todo en una economía como la nuestra y dentro de una sociedad que ha preferido la velocidad de un consumismo vacío a la calidad de algo bien hecho. Ganó lo rápido a lo bueno. Nos olvidamos de ser responsables.

Nosotros nos cuenta el presente de aquellos trabajadores de SINTEL, de qué forma cada uno de ellos ha ido rehaciendo su vida y de las profundas secuelas que aquel proceso les ha ido dejando. Obligado por el realismo, la derrota y la impotencia recorren todo el documental. Y eso lo hace tremendamente humano. Son personas las que hablan, las que nos cuentan lo que pasó y recuerdan aquel momento que truncó sus vidas; una decisión ajena, económica e injusta, que no les tuvo en cuenta y que les sacó del mercado laboral. El documental está contado desde el plano más personal e íntimo y sin embargo sirve para dar respuestas a lo colectivo, lo de todos. El paro es una lacra social que viven individualmente demasiadas personas.

Un fotograma de la película documental Nosotros
Un fotograma de la película documental Nosotros
El caso de los hombres y mujeres de SINTEL nos habla de lucha y de solidaridad, la que sirve para mantener la dignidad, para poder mirarse cada mañana al espejo y ser conscientes de que no tienen, a esa cara que ven enfrente, motivo para hacerle un reproche. No pudieron ganar. Les traicionaron. Les abandonaron. Y siguen en pie, peleando por su dignidad, contando como les robaron su puesto de trabajo. Nosotros es un drama que sirve para enseñarnos las orejas del lobo, para que sepamos que está ahí y que va a seguir dándonos zarpazos asesinos. Por eso SINTEL es en estos días actualidad.

La actualidad de ese pasado convertido en presente y el futuro desesperante que nos aguarda a todos los trabajadores deben herir al espectador, generarle un estado de shock que le obligue a despertar, a tomar conciencia y a rebelarse. No podemos seguir soportando gobiernos títeres de un poder financiero e inhumano, no debemos seguir consintiendo los caprichos de esos políticos que han demostrado haber doblado las rodillas ante las grandes multinacionales y que obedientes están vendiendo lo público para dejarnos desnudos en la calle.

No me extraña que Nosotros ganase el Primer Premio al mejor largometraje documental en la pasada SEMINCI. Tampoco que cuando leyeron ese premio en el palmarés se escucharan aplausos unánimes.