Infancia clandestina, de Benjamín Ávila, el largometraje argentino que compite por llevarse el Goya a la mejor película Iberoamericana
Cartel de la película Infancia clandestina
¿Por qué? Por el reflejo de la clandestinidad y la descripción de cómo afecta al protagonista.
Infancia clandestina es la primera película de Benjamín Ávila, que había realizado con anterioridad el documental Nietos sobre las Abuelas de la Plaza de Mayo. Para este debut, el director se ha basado en hechos reales de su propia infancia y ha dedicado la película a su madre que fue detenida y desaparecida en octubre de 1979 en Buenos Aires. El largometraje rinde un sentido homenaje a los montoneros que lucharon activamente contra la dictadura militar del general Videla y es también una añoranza de los seres queridos que la dictadura se llevó por delante.
La infancia es esa época en la que se aprende a vivir, lo que en ella se pierda no se recuperará nunca, quedará como una ausencia. Ser testigo y parte de ese mundo clandestino tiene un precio muy alto. No es solo el peligro, la cercanía de la muerte de la que siempre se siente su aliento. Lo que se deja en el camino es la normalidad de crecer como los demás, con sus mismos juegos, experimentando idénticas sensaciones. El protagonista es un niño que vive siempre alrededor de los altos ideales de unos mayores que quieren acabar con la injusticia de la dictadura sangrienta en su país y que la combaten con ideas y con armas. Esa fuerte politización impone una rígida disciplina que va dejando al margen un tiempo para disfrutar la vida. No hay espacio para otras cosas que no sean convertir cada minuto en un trabajo constante para derrocar el régimen. Su sentido de la normalidad no puede ser el mismo que el de sus compañeros de colegio. A esto hay que añadir otro factor, el de tener que aparentar que todo es normal en su vida, que nada en ella se sale de los cauces.
Los secretos no se pueden compartir con nadie y el silencio de todo lo que se calla pesa como una rueda de molino. Y en frente hay una vida que podría estar llena de alegrías, de cosas que experimentar y compartir, de sentimientos nuevos… Vivir se vuelve una contradicción.
El final se desencadena trepidante y nos llena de inquietudes, de lo que pasa cuando todo acaba, de lo que se queda en la sombra, de la tortura, de los desaparecidos, de los niños robados, de los niños devueltos… Entonces, cuando la película ha terminado y sube el volumen del roquero tema musical que cierra, se produce el último impacto. La música se convierte en un elemento disruptivo de la acción que nos deja noqueados. Los sentimientos dan como un respingo con esa canción, como que nos falta aire para reincorporarnos a la vida después de la historia vista.
Destacable también resulta la fotografía, llena de primeros planos que potencian y apoyan las estupendas interpretaciones. Entre los mayores están Ernesto Alterio, Natalia Oreiro, César Troncoso y Cristina Banegas; pero también brillan los dos jóvenes: Juan Gutiérrez Moreno y Violeta Palukas.
Si bien es cierto que Infancia clandestina tiene muchos aciertos, también lo es que el hecho de retratar la propia experiencia hace que se desenfoque la historia por insistir con reiteración en querer contar un estado de ánimo que queda claro desde el inicio. A veces el director se da un largo paseo y parece que la película deja de caminar hacia algún lugar, como que entonces se estanca sin nada real que decir.
Hay una apuesta personal de Ávila en toda la película que ya llama la atención desde el primer instante, es la decisión de narrar todas las escenas de violencia física y muerte a través de dibujos e ilustraciones que sustituyen la interpretación de los actores. Es una forma sutil de indicarnos de qué forma y cómo quedan grabadas en la cabeza del muchacho todas esas muertes. Son imborrables, van formando parte de su universo futuro. Son dolor y miedo mezclándose.
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