martes, 26 de febrero de 2013

Chile, la alegría ya viene

No, la película de Pablo Larraín que recupera la campaña que derrocó a Pinochet


Cartel de la película No
Cartel de la película No
¿Por qué? Porque forma y emociona.
No fue la película ganadora en el festival de La Habana y también en Cannes dentro de la la Quincena de Realizadores, pasó por San Sebastián dentro de la sección de Zabaltegi Perlas y además estuvo nominada a los Oscars representando a Chile. Y sin embargo reconozco que me dio algo de injustificada pereza el ir a verla. Iba dejándola pasar, pero la película resultó ser persistente, se mantenía en cartelera y con cabezonería cada viernes volvía a encararse para decirme que ahí seguía, esperándome, que algo especial debía tener, ¿no?. Al final cedí, dejé ganar a la razón y me fui a los Cines Paz, en Fuencarral. En la sala de al lado ponían Blancanieves, arriba Amor y también estaban en el mismo cine Argo y Blue Valentine: una ramillete de películas de festivales, en cierta manera extrañas y más bien alejadas de lo que se suele llamar cine comercial, aunque dos de ellas se hayan llevado el Oscar como mejor película el pasado domingo y otra unos cuantos Goyas el fin de semana anterior. Aunque hacen una selección que me suele interesar, el Paz no tiene las mejores salas de Madrid, es como si el tiempo se hubiera detenido en ellas, sus butacas han envejecido más de lo deseado y ni siquiera cuidan demasiado la proyección al deformar el 4:3 en un raro trapecio que incluso me hizo dudar si habría sido una decisión del director y no del proyeccionista. Y sin embargo de todo ello me olvidé en cinco minutos porque me di cuenta de que estaba sentado viendo una gran película, de esas que no abundan, de las que te sacan de tu realidad y te hacen viajar a otros lugares, a otros tiempos.

No, tras los títulos de crédito, arranca de una forma extraña, con una campaña publicitaria que se ve interrumpida por una visita que quiere hablar con el publicista. A ese corte le sigue una misma conversación en tres momentos diferentes, en tres lugares distintos pero sin perder el diálogo. Luego una larga galopada en monopatín entre el tráfico. Y después otra conversación, troceada como la anterior. En realidad es un cebo, una forma de situar con rapidez al espectador dentro de un falso documental enmarcado en el contexto social del Chile de 1988 cuando se convoca el plebiscito que el régimen de Pinochet se vio obligado a realizar por la presión de la comunidad internacional. En unos pocos minutos, la película se ha llevado al espectador hacia atrás a un tiempo diferente, pero del que quedan reminiscencias en su cabeza, puntos con los que enganchar, y a la vez ha despertado su curiosidad. Y a partir de ahí, ya no te suelta, te ha atrapado en apenas diez minutos y sin que sepas explicar por qué. Así es el marketing y la publicidad, juega con nuestros sentidos, con nuestros recuerdos, con nuestros sueños.

Pablo Larraín recupera las texturas del cine y la televisión de aquel tiempo rodando con cámaras de vídeo analógicas. Lo hace para integrar las imágenes de archivo sin que ese trabajo se note y que no tengamos la sensación de estar yendo y viniendo. Así que su apuesta porque todo sea 1988 y lo estemos viviendo en directo, funciona al hacerse imposible una separación entre el rodaje nuevo de las imágenes recuperadas de entonces. Los colores ocres, azulados y más básicos de entonces, donde se sentía hasta el peso del aire en la imagen, que producían aquellas cámaras de 1983 con tubo Ikegami se extienden a toda la película combinando una mezcla perfecta entre documental y construcción, algo que se impregna como cierto porque nos muestra una realidad auténtica. Y sin embargo, a pesar de ese viaje hacia el pasado con sus mismas herramientas, No se aleja de ser un rancio documental.

Pinochet cayó porque perdió un referéndum democrático que sirvió para acabar con una dictadura, un plebiscito que le impuso la comunidad internacional como condición para legitimar su régimen desde el exterior. Pero en realidad su derrota fue el trabajo de despertar la esperanza con la campaña del «NO», un movimiento que supo unir y aprovechar la pequeña oportunidad que tuvieron los chilenos para decidir. Como un milagro, a sus manos vino la opción del cambio, de caminar con optimismo hacia la felicidad. Fue un trabajo difícil, pues había que salir del pozo del dolor y de las consecuencias políticas de un gobierno militar impuesto por la fuerza y que dejó torturados, muertos, desaparecidos y exiliados, que acabó con las libertades civiles de un país controlado con mano dura por la poderosa minoría de la derecha y los militares. No olvidemos que la de Pinochet fue una de las dictaduras más sangrientas.

Las armas para este combate, de un lado y otro, son desiguales. La campaña del «SÍ» es la campaña de los dueños de las empresas. La del «NO», la de los empleados. El «SÍ» está al servicio del poder y maneja todas las estructuras del sistema, vigila a sus oponentes, les amedrenta si es necesario y se comporta de forma despótica porque siente que tiene la victoria en su mano. Pero ese plebiscito y los 15 minutos diarios en la televisión para cada una de las dos opciones, son un espacio por el que se cuela la esperanza. Defender la opción del «NO» permitió el derecho a una información libre durante ese cuarto de hora diario que duraba su franja. Ese derecho fue el primer paso, el que sirvió para que muchos dieran la cara y otros decidieran no rendirse. Ese «NO» rotundo a Pinochet tuvo que diseñarse como una campaña creativa más, que pudiese llegar a todos los ciudadanos y romper las barreras represivas que el régimen había colocado durante todos aquellos años. Sin resentimiento y sin complejos, frente a dictadura se ofreció el mensaje de que «la alegría estaba en marcha» un eslogan que sirvió para aunar bajo la misma bandera a disidentes, temerosos e indecisos a través de unos sentimientos que resultaron imparables. Una emoción que la película sabe contagiar.

El uso de técnicas publicitarias y de marketing para la defensa de una idea política genera controversia. Dice Pablo Larraín que en su opinión «la campaña del NO es el primer nivel de consolidación del capitalismo como único sistema posible en Chile. No se trata de una metáfora, es exactamente eso: publicidad pura y dura llevada a la política». Larraín quiere sembrar dudas, que haya una revisión crítica de aquella etapa que fue la transición chilena de la dictadura a la democracia, porque en el fondo, igual que aquí, el resultado del proceso no modificó lo sustancial del sistema instaurado por Pinochet y mantuvo detrás del poder a las mismas familias. Así lo refleja tras la victoria la mirada de su protagonista que ha vivido un despertar político pero que siente que sin embargo las cosas no han cambiado demasiado, que faltó algo más.

Una escena de la película No
Una escena de la película No
En España hay dos niveles para extrapolar. En primero preguntarse por qué, tras la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional no presionó a Franco con un plebescito que determinara su continuidad. Al contrario, el mundo poco a poco fue tolerando primero lo que aquí pasaba y abriendo la mano después. El resultado fue que la dictadura se mantuvo cuarenta años y terminó simplemente porque Franco murió en su cama. El segundo de los niveles comparables es esa ilusionante Transición construida como un camino de felicidad pero que no sirvió para cambiar las estructuras. Nuestra Transición se diseñó para aparentar ser brillante, pero en el fondo no pasó de haber sido una falsedad construida, una puesta en escena de una nueva España que seguía en las manos de los mismos.

Extrapolable de la película a nuestra realidad del año 2013 en España es también el mecanismo de la derecha para desacreditar los mensajes de la izquierda. Las mismas falacias y construcciones del «SÍ» atacando al «NO» las podemos ver hoy en el ABC, La Razón, Intereconomía o en los telediarios de TVE. También Rajoy hoy hace el mismo uso de las fuerzas represivas contra el pueblo que emplean todas las dictaduras. Cuando no se tiene la razón, queda la fuerza.

Hay demasiadas referencias de nuestra propia sociedad con las que vincular la película como para que ésta pueda pasar inadvertida. Forma y emociona a la vez y uno se va de la sala agradecido porque haya cineastas capaces de contarnos las grandes historias que nos interesan.

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