viernes, 15 de febrero de 2013

El aburrido cuento de Blancanieves

Blancanieves acapara el mayor número de candidaturas a los premios Goya


Cartel de la película Blancanieves
Cartel de la película Blancanieves
¿Por qué? Porque te vas a aburrir.
Hubiera preferido que Blancanieves me gustase, pero no ocurrió así. Lo que me resultó fue aburrida, tanto que preferí no escribir reseña de ella en aquel momento, dejarla pasar. Los motivos que me obligan a ceder y terminar dedicándole unas líneas son la actualidad de los premios Goya el próximo domingo y esas numerosas apuestas que la dan como clamorosa vencedora. Lo hago un poco a regañadientes conmigo mismo, lo reconozco. No niego que el largometraje tenga algunos buenos valores cinematográficos, faltaría más, ni que cada cual tenga derecho a hacer de su capa un sayo, pero la verdad es que no es para tanto como se ha escrito. Eso que llaman cine con mayúsculas, de modernidad deslumbrante, a menudo no pasa de ser un divertimento snob. Las ínfulas de nueva experiencia sensorial no son más que una etiqueta marketiniana que se utiliza con la intención de vender entradas y de competir en el mismo terreno que otra marca cercana, la del 3D, pero que en realidad es una frase que no significa nada. El cine en sí mismo es esa fábrica de sueños.

Blancanieves no me conmueve, por mucho silencio, fotografía en blanco y negro y musicalidad de que se la rodee. No lo hacen tampoco esa mirada triste de huérfana que mantiene Macarena García, ni la redención del atormentado padre-torero que interpreta Daniel Giménez Cacho, ni la madre salerosa de Inma Cuesta, ni la abuela sentida de Ángela Molina, ni el pelele con el que le toca bailar a Pere Ponce, ni siquiera la mala-malísima que hace Maribel Verdú. Quiero explicarme para que se me entienda. Verdú aquí destila maldad por los cuatro costados, su trabajo en la película es soberbio y nada malo se puede decir de él, hace una gran intepretación. Al resto del equipo artístico le ocurre lo mismo; todas las interpretaciones son maravillosas, es cierto, pero están encajadas en el contexto de la película y por tanto impregnadas de la falsedad y la manipulación. Caminan para enseñarnos un ejemplo ético, así que se colocan a un lado o a otro de la línea, sin grises, como puros arquetipos.

Que en el mundo conviven buenos y malos ya se sabe, que los malos son muy malos y los que sufren son los inocentes también. El amor por dinero y los braguetazos tampoco resultan novedosos. Sí, de tópicos se alimenta esta Blancanieves de Pablo Berger. El director llena de españolidad andaluza el cuento de los hermanos Grimm, la huerfanita que con esfuerzo, tesón y genes se convierte en una gran mujer torera.

Supongo que hay mucha metáfora debajo de esta mirada al sur. Por un lado tenemos el retrato de esa España en blanco y negro que bien podía ser la de Franco aunque la película esté ambientada en los años 20. Una España de pobreza para muchos, de rosario, fe y sangre, pero que no pierde la alegría en unas pocas celebraciones. Una España pasada que recuerda a este presente en crisis económica y moral. Una España taurina que se ríe de los que trabajan porque son enanos. Una España de envidias y de trepas. Una España tutelada por una madrastra mala. Puestos a interpretar la imaginación es libre, basta unas pocas imágenes y que el espectador hile, que vea lo que quiere ver.

Para eso, para que se pueda no decir y sugerir, la estética está muy cuidada y se ha mimado la plasticidad con esos fotogramas que dan pie a reminiscencias oníricas y unos primeros planos para que los gestos sustituyan a las palabras. Hay un cierto toque gótico en la fotografía y un homenaje al cine mudo y en blanco y negro. Uno se puede detener a mirar una imagen y encontrar el parecido con nuestro cine más clásico. En realidad sirve para traernos recuerdos que rememoran la niñez de los que crecimos en el babyboom. A mí por ejemplo, cuando Blancanieves viajaba en el carromato y miraba por el pequeño ventanuco, me acordaba de las películas de Rocío Durcal, algunas de ellas también haciendo de huérfana y saliendo adelante sin perder la sonrisa ni la inocencia.

Pero la película es un cuento y por tanto tiene un final feliz y una moraleja. Los buenos triunfan por el mérito de su trabajo porque el esfuerzo es redentor. Es decir, no debemos preocuparnos de los malos que viven sin sudar porque tarde o temprano les llegará su condena. Y ni una cosa, ni la otra son ciertas en esta España real. No lo son y pocas veces lo han sido.

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