jueves, 14 de febrero de 2013

Un infierno insospechado

Después de Lucía, de Michel Franco, el largometraje mexicano que compite por llevarse el Goya a la mejor película Iberoamericana


Cartel de la película Después de Lucía
Cartel de la película Después de Lucía
¿Por qué? Por el nudo en la garganta que produce.
Si exceptuamos Juan de los muertos, las películas que compiten este año por el Goya a la mejor película iberoamericana tienen un punto en común: los jóvenes son los protagonistas. Son los mundos de la infancia y la adolescencia, con toda su complejidad, lo que retratan. La candidata de México tampoco es una excepción. Después de Lucía es una historia de dolor, pérdidas y bullying que ganó el premio de la sección Una cierta mirada en Cannes, obtuvo una Mención Especial en San Sebastián y su país la envió a competir a los Óscars aunque finalmente no pasara el corte.

Después de Lucía es cine directo y de denuncia, del que ata un nudo en la garganta. Algo que uno no se espera, pues está rodada con la técnica de cámara testigo, lo que supone inicialmente un cierto distanciamiento del espectador hacia la historia, como si la estuviese contemplando desde lejos y con cierta desgana. Parte de un enigma: un hombre que recupera arreglado su coche del taller, que circula unos kilómetros y que se baja de él para dejarlo abandonado con las llaves puestas y ocupando un carril del tráfico. Después un cambio de ciudad, un restaurante nuevo para el padre y otro instituto para la hija. Encontrar una pandilla de niños bien como ella y en la que encaje no le va a resultar difícil pues se ve que es una muchacha decidida. Cuando la película entra en esos derroteros uno piensa que ya está toda la carne en el asador. Y sin embargo todo acaba de empezar. Sorprende especialmente cuando pensamos que se va a introducir en un camino trillado y en realidad lo que hace es girar para mostrarnos una cara no sospechada. El ser humano es una fuente inagotable de comportamientos inesperados.

Hay momentos que ponen la piel de gallina como el egoísmo de los más jóvenes y también la crueldad con la que unos adolescentes tratan a otros. Observamos intranquilos lo fácil que resulta hacer daño. Vemos una docilidad de los que se sienten derrotados que nos duele. De pronto nos hacemos frágiles a la misma velocidad que padre e hija y se instaura en nosotros una sensación molesta de que una historia similar a la que estamos viendo nos puede pasar a todos. Ese es el mayor poder de la película de Michel Franco que consigue alterarnos, sacarnos de ese espacio de comodidad en el que nos hemos instalado y hacernos sentir un poco de frío en el corazón.

Hay en la película un mensaje que nos dice que no siempre podemos evitar los golpes que sufren las personas a las que queremos y también que nos puede ocurrir a cualquiera. Es un aviso a quienes bajan la guardia. Tras una mala situación nos puede surgir una depresión, que todo se reblandezca y miremos nuestro alrededor desde otra perspectiva. Se empieza un camino donde las responsabilidades dejan de asumirse, se rebaja el nivel de las normas establecidas y se va dejando de dar importancia a casi todo sobre lo que nos habíamos basado hasta ahora. La educación es una tarea diaria que no permite descuidos, ni excusas, ni mirar hacia otro lado. Padres y docentes nunca están exentos, bajo ninguna circunstancia, para ser eximidos de su labor. Es así que no se puede pedir a los adolescentes que asuman el papel de los mayores cuando éstos pierden su fuerza. Tampoco sirven los padres-amigos, pues el control se diluye.

Que una muchacha se deje ir es algo que ocurre, está en pleno proceso de formación y hay asuntos que no parecen tan peligrosos como pintan los adultos que se pasan la vida colocando etiquetas de peligro. A veces no sucede nada y la vida sigue con la misma normalidad, pero en otras se cumple el aviso. Basta el mínimo detalle -una diferencia, algo de envida, una interpretación sesgada…- y todo estalla. Demasiados elementos para tenerlos controlados siempre.

Es cierto que todo estaba delante de los ojos y no lo vimos. Después de Lucía hace una crítica velada a esa sociedad con prisas que se ha quedado ciega en lo más importante; una película tan dura como necesaria.

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