viernes, 21 de diciembre de 2012

Sexo, discapacidad y sentido del humor

Se estrena en salas Las sesiones, película que se llevó el premio del público en Sundance y San Sebastián

Cartel de la película Las sesiones
Cartel de la película Las sesiones
¿Por qué? Por su poderoso humor tan reparador.
Las sesiones es una dulce película del director Ben Lewin que toma los escritos autobiográficos del poeta y periodista Mark O'Brien para acercarnos con mucho humor a las prácticas sexuales de un discapacitado. La habitación de O'Brien apenas tiene muebles, pues su vida se la pasa en el interior de un pulmón artificial, del que en los buenos días puede salir hasta unas cuatro horas. En esos ratos, la vida la ve desde una camilla, empujado por la cuidadora de turno. Viene siendo así desde su infancia, cuando sufrió una poliomielitis, y no presenta visos de que vaya a cambiar. Tiene 38 años cuando decide perder su virginidad. Para ello debe vencer dos obstáculos: sus impedimentos físicos y sus dudas morales fruto del férreo catolicismo en el que se ha educado. Los primeros miedos los resuelve con su terapeuta y los segundos escuchando al sacerdote de su parroquia, un hombre sensato y con la justa medida que requería O'Brien.

Sin embargo, no hay que dejarse llevar por lo aparatoso que pueda sonar este argumento, pues la película es todo lo contrario: fresca, ágil y sobre todo divertida. Ese es su gran éxito, un personaje que nos gana por su inteligencia y sentido del humor, lo que hace olvidarnos de su minusvalía y que cualquier gesto de compasión desaparezca para centrarnos en la historia. Vemos a un hombre que es como todos y que trata de superar un reto. Hay en él algo que lo hace peculiar, sin duda, la amable ironía con la que mira el mundo a su alrededor. Lo que toca es vivir, y esa decisión se contagia mágicamente al resto de personajes que admiran esa vitalidad del protagonista, porque sienten que ellos ya la habían perdido y O'Brien se la vuelve a traer. Es ese optimismo y la luminosidad las armas que usa Ben Lewin para desarmar al espectador, y las utiliza muy bien. Claro ejemplo de ello son los dos premios del público que la película ha obtenido en los festivales de cine de San Sebastián y Sundance.

Cuenta Lewin que el proyecto de la película comenzó con el artículo de Mark O’Brien, On Seeing a Sex Surrogate publicado en la revista literaria The Sun. Con este texto el director escribió el esqueleto del guion y luego fue profundizando al entrevistar a otras dos personas muy cercanas a esta historia: Susan Fernbach, que fue la compañera del escritor en su última etapa, y Cheryl Cohen-Greene, la terapeuta sexual que le ayudó en aquel proceso. La visión de aquellas dos mujeres sobre O’Brien y los recuerdos de la segunda sobre aquellos días hicieron que, con todos estos detalles, Lewin pudiera cristalizar unos personajes potentes y llenos de interés para el espectador.

En realidad Las sesiones es una película sobre relaciones entre seres humanos, la historia de un hombre que decide dejarse de impedimentos y cumplir lo que solo podía considerar un sueño hasta entonces. No es fácil encontrar el tono adecuado para abordar el tema del sexo y la discapacidad de una forma que no resulte ni sensiblera ni condescendiente. La minusvalía es un plano más dentro de la película, algo que está ahí presente desde el arranque, pero que sabiamente se va quedando atrás durante el transcurso de la acción como una característica más, sin focalizarse en ella. De pronto el espectador percibe que la película le habla de algo que conoce, de experiencias por las que todos hemos pasado o con las que podemos identificarnos. Esa barrera se logra romper con buenos momentos de comicidad y sobre todo de un optimismo contagioso.

Algunos de esos momentos graciosos vienen dados por la presencia del sacerdote al que O’Brien acude para que le oriente sobre la validez de su solución. ¿Por qué necesita el visto bueno de su sacerdote? Sin duda por su catolicismo practicante y los valores que esta religiosidad le imponen, con los que él está de acuerdo y comparte profundamente. Por ello necesita acercarse a su iglesia para la absolución de lo que podría ser un posible pecado o al menos una falta, para que en el fondo pueda pasar del pensamiento a la realización. Sus confesiones posteriores hacen que se desahogue y convierten al personaje del sacerdote en una especie de conciencia que le escucha y que termina dándole su bendición. El padre no deja de ser un hombre que al conocer a O’Brien y oír de qué forma va tomando decisiones en el asunto se siente atraído e interesado por esa historia. Algo similar a lo que le ocurre al espectador que sin querer se va convirtiendo en cómplice de lo que va pasando.

Las situaciones con la terapeuta son otra fuente de humor, en realidad todo lo que tiene que ver con el sexo en la película lo es. Y sin embargo descansa sobre esta parte el tono más serio y humano, del que emana la filosofía desplegada en Las sesiones, la que nos hace sentir que ésta no es una película frívola, sino todo lo contrario.

John Hawkes y Helen Hunt en una escena de la película Las sesiones
John Hawkes y Helen Hunt en una escena de la película Las sesiones
Si bien es importante la historia principal, se tiene especial cuidado en los pequeños detalles, en las conversaciones y todos esos otros elementos que normalmente se van quedando en los márgenes. Hay en todo momento una intención del director para que no dejamos de ver nunca en pantalla a gente que está sintiendo, independientemente de su condición intelectual o física. Sentir es vivir, y esa es la sensación a transmitir. Las palabras cuentan, pero las miradas lo hacen mucho más, con ellas se comunica lo que no se dice y se afianza una atmósfera de complicidad que el espectador percibe y en la que se va sintiendo inmerso.

Las sesiones resulta conmovedora, tanto por el guion construido como por la forma de estar concebida la película. Si el texto resulta brillante, lo es también en gran medida por la gran interpretación de sus protagonistas: John Hawkes (Mark O’Brien), Helen Hunt (la terapeuta sexual) y William H. Macy (el sacerdote), todos ellos en registros difíciles de los que saben sacar petróleo.

Ingenio, sarcasmo, mordacidad y honradez son adjetivos que definen esta terapia de auto-aceptación que resulta ser Las sesiones y que hacen de ella un curioso bálsamo reparador.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Teatro de resistencia

Ha llegado a Madrid el neocabaret de La barraca del zurdo


Viernes 14 de diciembre de 2012. Sala Cuarta Pared. Madrid

Cartel de la obra de teatro La barraca del zurdo
Cartel de la obra de teatro La barraca del zurdo
¿Por qué? Un musical con ideología y emoción.
La compañía granadina Laví e Bel se ha empeñado en dotar al cabaret de una nueva identidad, modernizándolo, renovando el lenguaje artístico y creando un «neocabaret» propio. Llevan para ello veinte años subiéndose a los escenarios con esa revolución siempre a cuestas. Su última producción, La barraca del zurdo, demuestra que se puede hacer un excelente teatro musical que también contenga una carga ideológica profunda. El espectáculo ha conseguido un Premio Max 2012 a la Mejor Dirección Musical que se llevó su músico Alejandro Cruz Benavides.

La barraca del zurdo está hecha sobre números musicales, de variedades, de clown moderno, con coreografías… En ella treinta y siete personajes desfilan por el escenario para contarnos un siglo XX convulso en el que ganó más veces la barbarie que la razón. Nos habla del poso que deja en el corazón el dolor de ese tiempo, el totalitarismo que expulsa lo diferente, los anhelos aplazados, la asunción de aquello que resulta imposible de realizar, el compromiso con el género humano derrotado pero inquebrantable y también nos ofrece un pequeño ramillete de breves instantes plenos de felicidad individual. Para todo esto les basta con dos actores, dos actrices, un músico en directo y dos técnicos para la iluminación y el sonido.

Lo hacen arriesgado en las formas, con los actores intercambiándose los personajes, cruzando los diálogos, mezclando generaciones y con un lenguaje propio construido que sin embargo resulta natural. Ese riesgo que asumen funciona, principalmente por dos motivos. El primero es el trabajo intenso y constante que logra en todo el equipo una técnica perfecta. El segundo de los secretos está en establecer un vínculo emocionalmente intenso con el público, algo que consiguen cuidando un texto y una historia que mantiene la misma tensión desde el principio hasta el final.

La barraca del zurdo es una historia de amor, la de Aurora y «El zurdo», y la de una familia consagrada al mundo del espectáculo y comprometida con una forma de pensar. Participaron en las Misiones Pedagógicas porque la cultura pertenece y debe llegar al pueblo; actuaron en el frente para dar moral, apoyo y una sonrisa a los soldados republicanos; se exiliaron en América porque aquí nos quedamos sin futuro; volvieron a Europa sin poder pisar España; y regresaron al fin para culminar el siglo y la vida. Este espectáculo transmite un sentido homenaje a todos aquellos artistas de variedades con conciencia que mantuvieron su compromiso político cada día de su vida a través del trabajo y el desarrollo de su oficio. Dieron la cara y resistieron sin darse nunca por vencidos. Pero a su vez, la función también sirve como punto de reflexión sobre nuestro presente. Intenciones no le faltan.

Cuenta Emilio Goyanes, autor y director, que, entre otras muchas opciones, quizás escribió La barraca del zurdo por «la necesidad de decir, de gritar con una paz espasmódica que éste es nuestro oficio, que nadie nos va a desalojar de él, que vivimos en la resistencia, una resistencia alegre, jodida e inamovible, justo en este momento que la apisonadora de esta crisis fabricada a la medida del sistema nos pasa por encima».

«El zurdo» es anarquista y su ideología le acompaña en todo lo que emprende, pues el ser humano no puede dejar atrás su conciencia. Todo en la vida es política, cada detalle, por pequeño que sea, nos concierne y no sirve cruzarse de brazos y esperar que sean otros los que decidan y diseñen por nosotros el futuro. Siempre hay que pelear. Y la bandera republicana que aparece en una de las escenas nos lo recuerda al simbolizar esa democracia que nos quitaron por la fuerza entonces y que ahora, inertes, nos estamos dejando arrebatar de nuevo. Pero sin duda, lo que más me impresiona de la obra es el excelente tratamiento de la Memoria Histórica, con un sentido emotivo y revolucionario, que nos obliga a emprender un camino a través del exilio, un viaje que arranca y que quizá no encuentre nunca su final, en esa búsqueda de asentar la vida con las raíces perdidas, o robadas en este caso, en otro lugar que siempre será de paso.

Antonio Ramos Leiva, Larisa Ramos, Nerea Cordero y Piñaki Gómez en una escena de la obra de teatro La barraca del zurdo
Antonio Ramos Leiva, Larisa Ramos, Nerea Cordero y Piñaki Gómez en una escena de la obra de teatro La barraca del zurdo
Una historia coherente que hace que los números no sean estampas, sino que formen parte del todo que es la La barraca del zurdo. Me gusta esa estética de cabaret moderno, de luces y negros, de ropas oscuras que mezclan dos tiempos con sus pequeños detalles, de mirada nostálgica y de riesgos, que cuida la plasticidad. Me gustan los momentos cómicos, los números variados que rompen el tono y que nos dicen que en una misma vida caben muchas cosas. Me gustan los números musicales, los distintos estilos de cada uno de ellos, las voces hermosas, sus coreografías y la emoción que transmiten.

Increíble el trabajo de los cuatro intérpretes, Piñaki Gómez, Larisa Ramos, Nerea Cordero y Antonio Ramos Leiva, tanto por su versatilidad como por la capacidad de desdoblamiento que tienen durante cada instante de la función; pero sobre todo por la manera tan preciosa que tienen de transmitir todo el sentimiento que la obra atesora y que ellos y ellas regalan al público tan generosamente.

La barraca del zurdo es un obra estupenda, de las que difícilmente se olvidan, y que tiene un trabajo soberbio detrás. Además de encontrar un nuevo lenguaje la compañía Laví e Bel ha sabido dar con el espíritu de la Memoria y acercarlo al público. Una lástima que solo se hayan programado seis funciones en la Sala Cuarta Pared.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El ocaso de los machos alfa

Cesc Gay retrata la crisis de los cuarenta de los hombres en Una pistola en cada mano

Cartel de la película Una pistola en cada mano
Cartel de la película Una pistola en cada mano
¿Por qué? Por hacer una comedia de la crisis de los cuarenta.
¡Qué difícil es ser hombre y estar en esa edad intermedia de los cuarenta y tantos! La verdad es que no nos prepararon para ello. La vida que nos contaron cuando éramos pequeños iba a ser otra cosa que nada tiene que ver con esto que nos termina pasando. El problema es que vivir no tiene un manual de instrucciones. Como mucho te dicen que basta con trabajar, ganar dinero y ser feliz con las personas que quieres. Luego, cuando se va creciendo, que no madurando, cada uno se las apaña como puede, es decir: mal. Y así se sobrevive, sin saber muy bien donde ir dejando tantos sueños rotos y buscando una felicidad que seguro está en otro sitio, en otra forma de comportarse, en algo que dejamos perder sin haberle dado la suficiente importancia. Una pistola en cada mano hace de todo esto una comedia, ni empalagosa, ni amarga, con un tono sutil y sincero. Quizá ese sea el truco que utiliza Cesc Gay para lograr la cercanía con el espectador y hacer amena una película de diálogos, introvertida y sin otras acciones que no sean las de caminar, esperar, charlar, sujetar algo o sentarse.

Son cinco historias, encuentros casuales la mayoría, que retratan al hombre en esa etapa de su vida donde se produce la crisis de identidad masculina. Hombres desconcertados, fuera de lugar, que se cuestionan al mirar hacia atrás ese camino que les ha traído hasta su presente. Buscan, en ese pasado, el lugar dónde cometieron su error o cuál fue aquella bifurcación que eligieron mal para intentan volver a ella, con su experiencia, y escoger esta vez el sendero bueno. Quizá con eso baste y se pueda resolver todo sin grandes complicaciones. Cerrar los ojos, volver atrás y usar las cartas marcadas. Pero no, las oportunidades que pasaron ya no vuelven. Es cuestión de ir construyendo poco a poco, de por mucha pila de platos que tengamos, mantener la calma e ir metiéndolos de uno en uno en el lavavajillas.

Lo de los cuarenta, la crisis de la media vida, es algo que todo el mundo barrunta, pero que es complicado de poner en palabras o en imágenes. Decía antes lo de mirar atrás y hacer esa especie de balance. Es el primer estadio, pero no el único. También está el imaginar echando la vista otra vez hacia delante y ver que no queda tiempo para hacer todo aquello que pensábamos que íbamos a realizar. Es el tiempo de reconocer lo que se nos va a escapar, de bajar las prioridades a los sueños incumplidos y de asumir esa especie de impotencia con nosotros mismos que duele aún más.

Los protagonistas de Una pistola en cada mano son hombres que cuando se cruzan están a punto de irse, que se despiden muchas veces como si tuvieran prisa porque tienen algo pendiente que hacer, pero que en el último instante se quedan. Lo hacen al ver que esta vez la conversación va de algo más importante que el fútbol, habla de ellos, y ese «me tengo que ir» se pospone y se queda flotando como si no fuera a llegar nunca. En esos momentos aparecen las verdades y salen a la luz unos sentimientos reprimidos que siempre estuvieron ahí, aunque nunca se habían exteriorizado. Es la toma de conciencia de lo principal y la terca huida del que nunca está preparado. Es la última ocasión para poner en palabras lo callado.

Una pistola en cada mano nos habla de sentimientos y de la dificultad ancestral que arrastra el sexo masculino para expresarlos. Lo hace mirando hacia adentro, enfrentando a ese macho alfa con su ocaso y mostrándole toda su trayectoria para que se pregunte por cómo ser feliz de verdad. Aunque en el cartel los actores sonríen, son sus rostros serios, preocupados y desorientados el marchamo de la película, mostrando que hay un momento para la sinceridad y que se puede dar un paso con el que establecer una buena comunicación con los demás.

El cartel de la película, también engañoso en esto, nos pregunta «¿de qué hablan los hombres?». No es ese el interés, pues Una pistola en cada mano supera los tópicos, no habla de trivialidades y no propone otra solución para resolver problemas que la de hablar primero abiertamente para entenderlos. Lo que nos quiere preguntar de verdad el film es más bien cómo se ponen a hablar los hombres, de qué manera se enfrentan a una conversación importante y qué palabras eligen para saltar el vacío de su alrededor.

Jordi Mollà y Alberto San Juan en una escena de la película Una pistola en cada mano
Jordi Mollà y Alberto San Juan en una escena de la película Una pistola en cada mano
Otro elemento con el que juega la película es con un humor soterrado, que sirve de complicidad, pero que también tiene sentido por sí mismo, pues en cierta manera desata los nudos y nos señala en la escala universal de lo prioritario el lugar verdadero que debe ocupar cada cosa. Ellos se ríen porque no les queda más remedio. Los espectadores lo hacen porque desde fuera la situación resulta de lo más cómica.

Una pistola en cada mano es una película coral, donde se dan cita lo mejor de nuestro cine en interpretación, especialmente masculina. Desfilan Leonardo Sbaraglia, Eduard Fernández, Javier Cámara, Clara Segura, Ricardo Darín, Luis Tosar, Eduardo Noriega, Candela Peña, Alberto San Juan, Leonor Watling, Cayetana Guillén Cuervo y Jordi Mollà. El hecho de reunir este reparto en una película, ya nos avisa de la importancia de la misma.

¿Y las mujeres? Bien, ellas bien. Como si fueran siempre unos pasos por delante.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Las cosas han sido así y seguirán siéndolo

La actriz Lina Lambert y sus Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna


Miércoles 5 de diciembre de 2012. Sala Cuarta Pared. Madrid

Lina Lambert en una escena de la obra de teatro Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna
Lina Lambert en una escena de la obra de teatro Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna
¿Por qué? Es un teatro diferente con sabor a clásico.
La compañía Tantarantana lleva a los escenarios el monólogo Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna que interpreta Lina Lambert. En el programa que te entregan con la entrada, se señala que es un libreto escrito en 1993 por Jean-Luc Lagarce, el autor francés contemporáneo más representado. A continuación se explica que en realidad no es un texto original, sino que se trata de la reescritura de un manual con el mismo título editado en 1889 y escrito por una inexistente baronesa Staffe. La verdadera autora del tratado de 1889 fue una señora de la alta burguesía francesa de provincia que nunca frecuentó el mundo noble que describió en su libro, lo que sin embargo no impidió que el manual tuviera un éxito enorme, se reeditase continuamente y aparecieran nuevas versiones. La autora se convirtió en una referencia de los modales y las reglas de sociedad burguesa del siglo XX. Lagarce nos muestra con astucia lo poco que habíamos avanzado un siglo más tarde.

Lagarce utiliza la ironía y el sarcasmo con la intención de preguntarse, y preguntarnos, para qué sirven las reglas de una sociedad y eso que llamamos la buena etiqueta; qué hace con nosotros, ciudadanos libres, ese corsé rígido que fija con hipocresía las normas de nuestro comportamiento. ¿No será una forma de ocultar nuestros sentimientos y eliminar toda sinceridad en cada una de las relaciones sociales? Lo que solo parecía un divertimento ligero se convierte así en una aguda crítica a nuestras sociedades «modernas» tan alejadas de la esencia del ser humano.

Regular los comportamientos con normas del «saber estar» es ir contra lo instintivo, aplacarlo e incluso llegar a que lo olvidemos. A cambio aprenderemos un esquema de comportamiento social heredado y asumido como mejor que nuestras propias capacidades. Lo mecanizaremos y regirá cada una de nuestras decisiones. Así pasamos a tomar la sinceridad y lo sentimental como puntos débiles en estos tiempos, algo a erradicar porque son valores antagónicos con el concepto burgués y capitalista del éxito. Las reglas del buen comportamiento se crean para no pensar. Controlan las vidas. Pudren y matan toda relación. Ofrecen esa miserable capa de apariencia. Nos dan una escala comparativa entre los unos y los otros. Nos separan en clases y prejuzgan la preponderancia de unas sobre otras. Dejarse gobernar por esas normas es olvidarse de buscar siempre la mejor solución particular para aplicar cada vez la general, la que toca, y entrar así bajo la protección de una estructura férrea que deja la responsabilidad al pasado, cuando alguien mejor que nosotros fijó la pauta de comportamiento «correcto». A cambio se cobra poca cosa, el precio son nuestras emociones.

Cuando nos damos cuenta, nos vemos encerrados en la casa de muñecas en que se ha convertido el escenario, manipulados por una inexistente baronesa Staffe, a quien da vida maravillosamente la actriz Lina Lambert. Con pausa, en un proceso lento para estimular la complicidad con el público, donde los gestos son importantes pues enfatizan y marcan el peso de las palabras. Son estas frases necesariamente precisas, nunca se dice una cosa diferente a lo que se describe, ni queda nada en el aire, al arbitrio de una interpretación. Y sin embargo esos gestos, esa cara marchita, ese rostro ya insensible, nos avisan de que quizá quien nos cuenta las normas las repite aprendidas, interiorizadas y asumidas, mientras a su alrededor va levantando un mundo lleno de insatisfacciones personales.

Es el uso perfecto del lenguaje quien oculta las grietas sobre las que se rigen esos principios burgueses del buen comportamiento. Es su técnica la repetición machacona que conduce a un mecanismo fácil de aprendizaje, asunción y repetición. Así lo muestra Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna y también lo hace por contraposición en lo que no dice, en la vida destemplada que queda detrás y que no se cuenta; en ella está el verdadero aprendizaje. La obra nos señala que «por nuestro bien» las cosas han sido así y seguirán siéndolo. El remedio, si de verdad queremos salir de esa casa de muñecas, de esa vida repetida e insensible, lo debemos poner nosotros.

Como público miro absorto ese camino reglado por el que nos conducen hacia la jaula y la infelicidad. Esa dirección sobre la que se argumenta con el discurso diciendo que es única, que no hay otra posible. Hoy, desde el gobierno, también ladran en el mismo sentido Rajoy y sus ministros diciéndonos que vayamos rápido y sin pensar hacia esa senda que ellos nos marcan como única vía para salir de la crisis-estafa sin que nada cambie.

martes, 4 de diciembre de 2012

Cambiar de vida con cabeza

La parte de los ángeles, la comedia más dulce de Ken Loach

Cartel de la película La parte de los ángeles
Cartel de la película La parte de los ángeles
¿Por qué? Es divertida y aún le queda un poco del Ken Loach social.
Ken Loach es el mayor exponente cinematográfico del realismo británico. Su películas se construyen con una clara intención reivindicativa que queda patente en cada una de sus imágenes. Nos retratan la injusticia social sin rehuir lo ideológico ni lo político y sabiendo mantener también un fuerte compromiso con la memoria histórica. Sin embargo, con su última película, La parte de los ángeles, el director ha probado un nuevo tono. Ha optado por la parábola y se ha decantado sobre todo por la comedia para contar esta historia. Es cierto que aún mantiene una cierta carga social, pero también lo es que ha relajado su estilo inconfundible de denuncia al que nos tiene acostumbrados. Por eso los que buscábamos ese realismo comprometido que la firma de Loach asegura nos sentimos un tanto defraudados. Vamos, que esta vez el café es descafeinado y además viene endulzado con un cucharadita de azúcar. No digo que Ken Loach no pueda hacer un tratamiento amable, una comedia bienintencionada, sino que echo de menos ese sello inconfundible y la dura realidad que refleja su cinematografía, esa especie de espejo sobre el que mirarnos como sociedad y que obliga a no admitir la verdad única que dicen tener los gobiernos.

La parte de los ángeles es una historia de segundas oportunidades, de pequeños delincuentes que van cuesta abajo y que deben tomar una determinación, si es que quieren otra vida para sí mismos. Deslizarse es lo fácil. ¿Qué hay que hacer para evitar esa espiral? Familia, trabajo, inteligencia y amistad es la ecuación que nos propone la película.

Cuando a Ken Loach se le pregunta por el origen de la película nos habla de un dato: «a finales del año pasado, en Inglaterra, el número de jóvenes en paro superó por primera vez el millón. Quería hablar de esta generación de jóvenes, muchos de los cuales no tienen perspectiva alguna de futuro. Están casi seguros de que nunca encontrarán trabajo, un trabajo fijo y estable. ¿Qué efecto puede tener eso sobre los jóvenes y la imagen que tienen de sí mismos?». Vivimos en un mundo en el que nuestra juventud ha perdido la esperanza de poder desarrollarse, saben que nunca lograrán un trabajo propiamente dicho, solo pequeñas chapuzas, un contrato para unos días…

Paul Brannigan en una escena de la película La parte de los ángeles
Paul Brannigan en una escena de la película La parte de los ángeles
¿Suena muy duro, verdad?, tal vez insoportable sin una pequeña dosis de magia. A eso recurre La parte de los ángeles, a un pequeño «aleteo» esperanzador, al sonido de una «campanilla» que significa una oportunidad, a un poco de azúcar sin empalagar, a ser amable, a aparcar los prejuicios, a confiar y a ganarse por uno mismo «las alas» o el futuro que viene a ser lo mismo. La película utiliza un tratamiento bienintencionado, pero no es superficial. Nos habla de una crisis que se ha cebado en la juventud a la que le han robado la posibilidad de un futuro y nos dice que son los propios jóvenes los que deben ser conscientes y resolver el problema, que el papel de los mayores se queda en darles la oportunidad que merecen. Al protagonista no le regalan nada, no se trata de eso. Su «salvación» parte de un deseo de enmienda y sólo la encontrará sacando lo mejor que lleva dentro. Además es él mismo quien construye sus respuestas. Estos tres factores juntos hacen que la solución pueda realmente ser duradera.

El inconformismo de las películas de Ken Loach sigue latente y aquí se muestra en ese deseo de superar obstáculos para construir un futuro. Es la de su protagonista una toma de conciencia sobre la realidad y entre «acomodarse» a ella -como dice el Partido Popular que hacen nuestros jóvenes- o enfrentarla revolucionariamente, esta vez el director elige un camino intermedio.

Una oportunidad que trae dinero al bolsillo nos puede servir para empezar una nueva vida en otro lugar porque en el mismo solo lograremos repetir los mismos errores y mantener las mismas servidumbres. Es decir debemos tener un plan con el que vencer al destino y aprovechar cada oportunidad como si fuese la última. Ese es el quid que diferencia al protagonista. La misma aventura la realiza con otros tres amigos y ninguno de ellos, con el mismo dinero en el bolsillo, ve otra posibilidad más allá de gastárselo.

¿Qué les falta a los otros? No es su momento y tampoco han decidido que quieren cambiar para conseguir otra vida. Con sus pequeños hurtos, con su botella, con la vida que tienen se conforman porque piensan que no hay otra. Pero, ¿qué hace diferente al protagonista? Acaba de tener un hijo y esa paternidad le responsabiliza y le hace ver que todo futuro pasa con encontrar un medio de vida, un trabajo estable que le permita subsistir y construir la esperanza de un futuro feliz para la familia.

No es el único mensaje que se lanza. Hay uno muy claro que dice que solos no podemos, que mejor con amigos. La humanidad y la bondad obligan a que a quien ayudaron debe también ayudar, mantener esa especie de cadena que permita forjar una esperanza en el género humano y hacer que nuestro futuro no sea negro.

El individuo puede mejorar si se dan los medios en un ambiente adecuado y se le estimula convenientemente. La película quiere ser una confirmación de esto y quizá ese sea también su punto más débil, donde Loach deja escapar todo su realismo, al convertir la empinada cuesta de ese camino en un simple montículo que podemos escalar con ingenuo, apoyo y un poquito de suerte.

lunes, 3 de diciembre de 2012

La imposibilidad de ser feliz

El director argentino Daniel Veronese adapta La gaviota de Chejov en Los hijos se han dormido


Miércoles 28 de noviembre de 2012. Matadero - Naves del Español. Madrid

¿Por qué? Por la excelente interpretación de un reparto perfecto.
Cartel de la obra de teatro Los hijos se han dormido
Cartel de la obra de teatro Los hijos se han dormido
Hay directores con personalidad, que marcan las obras que tocan. Si Chejov se especializa en crear ambientes opresivos de frustración humana, pasado por el tamiz de Veronese se hace aún más intenso y nos descubre que la felicidad no es posible de ninguna manera. No lo es en un plano personal y menos aún en el social. Somos seres insatisfechos que nos conformamos. Ese es nuestro destino, la rutina de lo cotidiano convertida en monotonía permanente. Así se descubre en Los hijos se han dormido, versión que el director y dramaturgo Daniel Veronese ha realizado de La gaviota.

Cuando el 17 de octubre de 1896 en el Teatro Aleksandrinski de San Petersburgo se representó por primera vez La gaviota, todo resultó un fracaso. El público abucheaba y su hostilidad intimidó tanto a la actriz Vera Komissarzhévskaya que incluso perdió la voz. Asustado por el desastre, Chejov, al finalizar el segundo acto, se retiró de su asiento y siguió el resto de la representación refugiado entre bastidores. Tras la función se planteó seriamente dejar el teatro por considerar que carecía de talento. Sus amigos le dijeron que las siguientes representaciones estaban siendo un éxito, y Chejov pensaba que simplemente se mostraban amables con él. Cuando al final fue consciente del triunfo pasó de ese abatimiento de quien decide poner fin a una carrera corta como autor teatral a un claro convencimiento de su capacidad como escritor dramático que le sirvió de impulso para desarrollar el resto de sus obras.

Es cierto que lo que Chejov propone es un teatro diferente, complejo y sobre todo hecho de personajes, donde la acción no es fundamental para suscitar preguntas. Son los comportamientos y una especie de imposibilidad de cambio que flota en un ambiente inmovilista lo que nos obliga a rebelarnos, a encontrar que la solución está en tomar las posturas contrarias a lo que hacen sus personajes. Todos ellos muestran puntos en común, son desordenados, viven equivocadamente, están profundamente insatisfechos y son incapaces de resolver sus conflictos. Como si realmente no los entendieran y se empecinaran en seguir por el mismo camino, repitiendo una y otra vez sus errores. En cierta manera los personajes viven ajenos a la situación que están atravesando, la sufren pero no la entienden y se limitan a ignorar la realidad de su alrededor sin fuerzas para enfrentarla. Una especie de paja en el ojo ajeno que vemos con facilidad desde la distancia de un patio de butacas y que en cierta manera sirve para quitarnos la venda. No hay respuestas externas para esa infelicidad propia, Chejov no las ofrece, y Veronese dice de la obra que es «obviamente una presentación del problema sin su correspondiente solución».

Una escena de la obra Los hijos se han dormido
Una escena de la obra Los hijos se han dormido con todo el elenco
Los hijos se han dormido utiliza los conflictos románticos y artísticos de sus personajes para profundizar en esa absoluta imposibilidad del ser humano moderno para ser feliz. Sus deseos no se realizan porque se vive encerrado en una sociedad apática, indolente, con un sentido moral decadente y donde se le ha eximido de toda responsabilidad presente y futura sobre su propia vida y la de los demás. Aunque Chejov reflejaba en sus personajes a una clase aristocrática, la realidad actual hace que sea aplicable sin embargo a toda la sociedad que ya no encuentra motivaciones para nada. Vivimos encerrados bajo un sistema cuyos principios nos conducen irremediablemente al aburrimiento del consumismo y de lo efímero. Todos somos esos hijos que se han dormido y que ahora no podemos despertar. No sabemos cómo hacerlo y nos da pereza hasta el hecho de ponernos a intentarlo. A los intelectuales les corresponde la labor de motivar en los demás el pensamiento reflexivo necesario, por eso discutir en términos artísticos, como lo hace la obra, es hacerlo de posiciones políticas, con un planteamiento moral que nos enseña a lo que hemos llegado, lo que ahora somos: la dolorosa fotografía de nuestra realidad que nos sirve para iniciar un proceso de cambio.

Los hijos se han dormido tiene un arranque espectacular, lleno de personajes moviéndose y cargados de vitalidad que van sembrando de confrontaciones la escena. Pero eso, la novedad de cada personaje, pasa pronto y no sirve para sustentar toda la obra, así que va levantándose en escena el interior de cada uno de ellos. Surge una fuerte relación con Shakespeare y su Hamlet que nos ahorra preámbulos. Después ocurren varios asuntos importantes pero que suceden tras los bastidores, lejos de la mirada del espectador que por tanto no verá pero que podrá imaginar por las reacciones y las citas del resto de personajes. Y finalmente hay un uso de la repetición para, de forma intuitiva, entender los triángulos -en realidad son figuras geométricas con más lados- y que cada uno de los vértices en realidad se comporta de la misma manera que los otros con el resto. El mensaje es claro: no hay excepciones. Con esas tres técnicas se desarrolla la acción y en toda ellas se intuye la consigna de dirección que dice simplemente «rápido». ¿Por qué así? Quizá para acentuar la fuerza de los discursos.

Me gusta especialmente como se ha jugado marcando la elipsis, esa supresión del tiempo innecesario de la narración que no influye en su continuidad. En la obra a veces resulta excesiva, pero sin embargo funciona bien. Hay conversaciones que se quedan como flotando aunque hayamos cambiado de día en la función y acciones de diferentes tiempos que parecen realizarse en paralelo en la escena. Algo así como si quedasen reminiscencias de las palabras. Los hijos se han dormido es una pelea perdida de antemano contra una infelicidad angustiosa que se va agudizando con el caer del tiempo y sin remedio, por eso la elipsis de ese tiempo marchito, como los propios personajes, resulta tan fundamental.

El humor es la consecuencia de ese hastío existencial y sin embargo resulta un bálsamo para el espectador, un punto de fuga necesario y la muestra de que la inteligencia está presente, aunque ella sola no sirva para encontrar soluciones. No es rival para enfrentarse a los estragos que causan el «plácido acostumbramiento de lo cotidiano, lo banal, lo mínimo». Bajo ese nivel que nos dice que no pasa nada, que todo esta bien, que basta con repetir los esquemas para ser felices, late una profunda insatisfacción humana. No interferir nos destruye, hacer requiere estar hecho de otra pasta. ¿Para qué vivir entonces?

Chejov consigue dotar a sus personajes de una textura diferente y difícil de llevar a un escenario, pues todo el peso dramático está en ellos y no en una acción circunstancial que no es otra cosa que el entorno en el que se mueven. Ese carácter que tienen los personajes y la dirección de su discurso es todo lo que ofrecen a los actores que deben vestirlos. A priori son un peso muerto que hay que levantar. Susi Sánchez, Ginés García Millán, Malena Alterio, Alfonso Lara, Miguel Rellán, Malena Gutiérrez, Diego Martín, Pablo Rivero, Aníbal Soto y Marina Salas se calzan sus papeles como trajes hechos a medida, sin fisuras, como una segunda piel.

Es curioso que ninguno de los conflictos terminen por resolverse en Los hijos se han dormido y que sin embargo se salga de la representación con la sensación de haber aprendido.