La actriz Lina Lambert y sus Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna
Miércoles 5 de diciembre de 2012. Sala Cuarta Pared. Madrid
Lina Lambert en una escena de la obra de teatro Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna
¿Por qué? Es un teatro diferente con sabor a clásico.
Lagarce utiliza la ironía y el sarcasmo con la intención de preguntarse, y preguntarnos, para qué sirven las reglas de una sociedad y eso que llamamos la buena etiqueta; qué hace con nosotros, ciudadanos libres, ese corsé rígido que fija con hipocresía las normas de nuestro comportamiento. ¿No será una forma de ocultar nuestros sentimientos y eliminar toda sinceridad en cada una de las relaciones sociales? Lo que solo parecía un divertimento ligero se convierte así en una aguda crítica a nuestras sociedades «modernas» tan alejadas de la esencia del ser humano.
Regular los comportamientos con normas del «saber estar» es ir contra lo instintivo, aplacarlo e incluso llegar a que lo olvidemos. A cambio aprenderemos un esquema de comportamiento social heredado y asumido como mejor que nuestras propias capacidades. Lo mecanizaremos y regirá cada una de nuestras decisiones. Así pasamos a tomar la sinceridad y lo sentimental como puntos débiles en estos tiempos, algo a erradicar porque son valores antagónicos con el concepto burgués y capitalista del éxito. Las reglas del buen comportamiento se crean para no pensar. Controlan las vidas. Pudren y matan toda relación. Ofrecen esa miserable capa de apariencia. Nos dan una escala comparativa entre los unos y los otros. Nos separan en clases y prejuzgan la preponderancia de unas sobre otras. Dejarse gobernar por esas normas es olvidarse de buscar siempre la mejor solución particular para aplicar cada vez la general, la que toca, y entrar así bajo la protección de una estructura férrea que deja la responsabilidad al pasado, cuando alguien mejor que nosotros fijó la pauta de comportamiento «correcto». A cambio se cobra poca cosa, el precio son nuestras emociones.
Cuando nos damos cuenta, nos vemos encerrados en la casa de muñecas en que se ha convertido el escenario, manipulados por una inexistente baronesa Staffe, a quien da vida maravillosamente la actriz Lina Lambert. Con pausa, en un proceso lento para estimular la complicidad con el público, donde los gestos son importantes pues enfatizan y marcan el peso de las palabras. Son estas frases necesariamente precisas, nunca se dice una cosa diferente a lo que se describe, ni queda nada en el aire, al arbitrio de una interpretación. Y sin embargo esos gestos, esa cara marchita, ese rostro ya insensible, nos avisan de que quizá quien nos cuenta las normas las repite aprendidas, interiorizadas y asumidas, mientras a su alrededor va levantando un mundo lleno de insatisfacciones personales.
Es el uso perfecto del lenguaje quien oculta las grietas sobre las que se rigen esos principios burgueses del buen comportamiento. Es su técnica la repetición machacona que conduce a un mecanismo fácil de aprendizaje, asunción y repetición. Así lo muestra Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna y también lo hace por contraposición en lo que no dice, en la vida destemplada que queda detrás y que no se cuenta; en ella está el verdadero aprendizaje. La obra nos señala que «por nuestro bien» las cosas han sido así y seguirán siéndolo. El remedio, si de verdad queremos salir de esa casa de muñecas, de esa vida repetida e insensible, lo debemos poner nosotros.
Como público miro absorto ese camino reglado por el que nos conducen hacia la jaula y la infelicidad. Esa dirección sobre la que se argumenta con el discurso diciendo que es única, que no hay otra posible. Hoy, desde el gobierno, también ladran en el mismo sentido Rajoy y sus ministros diciéndonos que vayamos rápido y sin pensar hacia esa senda que ellos nos marcan como única vía para salir de la crisis-estafa sin que nada cambie.
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