martes, 4 de diciembre de 2012

Cambiar de vida con cabeza

La parte de los ángeles, la comedia más dulce de Ken Loach

Cartel de la película La parte de los ángeles
Cartel de la película La parte de los ángeles
¿Por qué? Es divertida y aún le queda un poco del Ken Loach social.
Ken Loach es el mayor exponente cinematográfico del realismo británico. Su películas se construyen con una clara intención reivindicativa que queda patente en cada una de sus imágenes. Nos retratan la injusticia social sin rehuir lo ideológico ni lo político y sabiendo mantener también un fuerte compromiso con la memoria histórica. Sin embargo, con su última película, La parte de los ángeles, el director ha probado un nuevo tono. Ha optado por la parábola y se ha decantado sobre todo por la comedia para contar esta historia. Es cierto que aún mantiene una cierta carga social, pero también lo es que ha relajado su estilo inconfundible de denuncia al que nos tiene acostumbrados. Por eso los que buscábamos ese realismo comprometido que la firma de Loach asegura nos sentimos un tanto defraudados. Vamos, que esta vez el café es descafeinado y además viene endulzado con un cucharadita de azúcar. No digo que Ken Loach no pueda hacer un tratamiento amable, una comedia bienintencionada, sino que echo de menos ese sello inconfundible y la dura realidad que refleja su cinematografía, esa especie de espejo sobre el que mirarnos como sociedad y que obliga a no admitir la verdad única que dicen tener los gobiernos.

La parte de los ángeles es una historia de segundas oportunidades, de pequeños delincuentes que van cuesta abajo y que deben tomar una determinación, si es que quieren otra vida para sí mismos. Deslizarse es lo fácil. ¿Qué hay que hacer para evitar esa espiral? Familia, trabajo, inteligencia y amistad es la ecuación que nos propone la película.

Cuando a Ken Loach se le pregunta por el origen de la película nos habla de un dato: «a finales del año pasado, en Inglaterra, el número de jóvenes en paro superó por primera vez el millón. Quería hablar de esta generación de jóvenes, muchos de los cuales no tienen perspectiva alguna de futuro. Están casi seguros de que nunca encontrarán trabajo, un trabajo fijo y estable. ¿Qué efecto puede tener eso sobre los jóvenes y la imagen que tienen de sí mismos?». Vivimos en un mundo en el que nuestra juventud ha perdido la esperanza de poder desarrollarse, saben que nunca lograrán un trabajo propiamente dicho, solo pequeñas chapuzas, un contrato para unos días…

Paul Brannigan en una escena de la película La parte de los ángeles
Paul Brannigan en una escena de la película La parte de los ángeles
¿Suena muy duro, verdad?, tal vez insoportable sin una pequeña dosis de magia. A eso recurre La parte de los ángeles, a un pequeño «aleteo» esperanzador, al sonido de una «campanilla» que significa una oportunidad, a un poco de azúcar sin empalagar, a ser amable, a aparcar los prejuicios, a confiar y a ganarse por uno mismo «las alas» o el futuro que viene a ser lo mismo. La película utiliza un tratamiento bienintencionado, pero no es superficial. Nos habla de una crisis que se ha cebado en la juventud a la que le han robado la posibilidad de un futuro y nos dice que son los propios jóvenes los que deben ser conscientes y resolver el problema, que el papel de los mayores se queda en darles la oportunidad que merecen. Al protagonista no le regalan nada, no se trata de eso. Su «salvación» parte de un deseo de enmienda y sólo la encontrará sacando lo mejor que lleva dentro. Además es él mismo quien construye sus respuestas. Estos tres factores juntos hacen que la solución pueda realmente ser duradera.

El inconformismo de las películas de Ken Loach sigue latente y aquí se muestra en ese deseo de superar obstáculos para construir un futuro. Es la de su protagonista una toma de conciencia sobre la realidad y entre «acomodarse» a ella -como dice el Partido Popular que hacen nuestros jóvenes- o enfrentarla revolucionariamente, esta vez el director elige un camino intermedio.

Una oportunidad que trae dinero al bolsillo nos puede servir para empezar una nueva vida en otro lugar porque en el mismo solo lograremos repetir los mismos errores y mantener las mismas servidumbres. Es decir debemos tener un plan con el que vencer al destino y aprovechar cada oportunidad como si fuese la última. Ese es el quid que diferencia al protagonista. La misma aventura la realiza con otros tres amigos y ninguno de ellos, con el mismo dinero en el bolsillo, ve otra posibilidad más allá de gastárselo.

¿Qué les falta a los otros? No es su momento y tampoco han decidido que quieren cambiar para conseguir otra vida. Con sus pequeños hurtos, con su botella, con la vida que tienen se conforman porque piensan que no hay otra. Pero, ¿qué hace diferente al protagonista? Acaba de tener un hijo y esa paternidad le responsabiliza y le hace ver que todo futuro pasa con encontrar un medio de vida, un trabajo estable que le permita subsistir y construir la esperanza de un futuro feliz para la familia.

No es el único mensaje que se lanza. Hay uno muy claro que dice que solos no podemos, que mejor con amigos. La humanidad y la bondad obligan a que a quien ayudaron debe también ayudar, mantener esa especie de cadena que permita forjar una esperanza en el género humano y hacer que nuestro futuro no sea negro.

El individuo puede mejorar si se dan los medios en un ambiente adecuado y se le estimula convenientemente. La película quiere ser una confirmación de esto y quizá ese sea también su punto más débil, donde Loach deja escapar todo su realismo, al convertir la empinada cuesta de ese camino en un simple montículo que podemos escalar con ingenuo, apoyo y un poquito de suerte.

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