Cesc Gay retrata la crisis de los cuarenta de los hombres en Una pistola en cada mano
Cartel de la película Una pistola en cada mano
¿Por qué? Por hacer una comedia de la crisis de los cuarenta.
Son cinco historias, encuentros casuales la mayoría, que retratan al hombre en esa etapa de su vida donde se produce la crisis de identidad masculina. Hombres desconcertados, fuera de lugar, que se cuestionan al mirar hacia atrás ese camino que les ha traído hasta su presente. Buscan, en ese pasado, el lugar dónde cometieron su error o cuál fue aquella bifurcación que eligieron mal para intentan volver a ella, con su experiencia, y escoger esta vez el sendero bueno. Quizá con eso baste y se pueda resolver todo sin grandes complicaciones. Cerrar los ojos, volver atrás y usar las cartas marcadas. Pero no, las oportunidades que pasaron ya no vuelven. Es cuestión de ir construyendo poco a poco, de por mucha pila de platos que tengamos, mantener la calma e ir metiéndolos de uno en uno en el lavavajillas.
Lo de los cuarenta, la crisis de la media vida, es algo que todo el mundo barrunta, pero que es complicado de poner en palabras o en imágenes. Decía antes lo de mirar atrás y hacer esa especie de balance. Es el primer estadio, pero no el único. También está el imaginar echando la vista otra vez hacia delante y ver que no queda tiempo para hacer todo aquello que pensábamos que íbamos a realizar. Es el tiempo de reconocer lo que se nos va a escapar, de bajar las prioridades a los sueños incumplidos y de asumir esa especie de impotencia con nosotros mismos que duele aún más.
Los protagonistas de Una pistola en cada mano son hombres que cuando se cruzan están a punto de irse, que se despiden muchas veces como si tuvieran prisa porque tienen algo pendiente que hacer, pero que en el último instante se quedan. Lo hacen al ver que esta vez la conversación va de algo más importante que el fútbol, habla de ellos, y ese «me tengo que ir» se pospone y se queda flotando como si no fuera a llegar nunca. En esos momentos aparecen las verdades y salen a la luz unos sentimientos reprimidos que siempre estuvieron ahí, aunque nunca se habían exteriorizado. Es la toma de conciencia de lo principal y la terca huida del que nunca está preparado. Es la última ocasión para poner en palabras lo callado.
Una pistola en cada mano nos habla de sentimientos y de la dificultad ancestral que arrastra el sexo masculino para expresarlos. Lo hace mirando hacia adentro, enfrentando a ese macho alfa con su ocaso y mostrándole toda su trayectoria para que se pregunte por cómo ser feliz de verdad. Aunque en el cartel los actores sonríen, son sus rostros serios, preocupados y desorientados el marchamo de la película, mostrando que hay un momento para la sinceridad y que se puede dar un paso con el que establecer una buena comunicación con los demás.
El cartel de la película, también engañoso en esto, nos pregunta «¿de qué hablan los hombres?». No es ese el interés, pues Una pistola en cada mano supera los tópicos, no habla de trivialidades y no propone otra solución para resolver problemas que la de hablar primero abiertamente para entenderlos. Lo que nos quiere preguntar de verdad el film es más bien cómo se ponen a hablar los hombres, de qué manera se enfrentan a una conversación importante y qué palabras eligen para saltar el vacío de su alrededor.
Jordi Mollà y Alberto San Juan en una escena de la película Una pistola en cada mano
Una pistola en cada mano es una película coral, donde se dan cita lo mejor de nuestro cine en interpretación, especialmente masculina. Desfilan Leonardo Sbaraglia, Eduard Fernández, Javier Cámara, Clara Segura, Ricardo Darín, Luis Tosar, Eduardo Noriega, Candela Peña, Alberto San Juan, Leonor Watling, Cayetana Guillén Cuervo y Jordi Mollà. El hecho de reunir este reparto en una película, ya nos avisa de la importancia de la misma.
¿Y las mujeres? Bien, ellas bien. Como si fueran siempre unos pasos por delante.
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