miércoles, 20 de marzo de 2013

«La movida» que nos queda

María Velasco construye y estrena La ceremonia de la confusión en el Centro Dramático Nacional, un diálogo intergeneracional a través del que podemos realizar un análisis crítico de la cultura de los ochenta


Miércoles 20 de marzo de 2013. Centro Dramático Nacional. Teatro Valle Inclán. Madrid

Cartel de la obra de teatro La ceremonia de la confusión
Cartel de la obra de teatro La ceremonia de la confusión
¿Por qué? Porque es un buen ejemplo de teatro emergente, innovador, creativo y con ideas
«Escritos en la escena» es un proyecto del Centro Dramático Nacional que busca un modelo de escritura dramática a pie de escenario y donde el joven autor desarrolle su texto en el propio ámbito escénico, trabajando estrechamente con un director y un grupo de intérpretes durante un plazo de tiempo determinado de 45 días. Es por tanto un concepto de exploración y ensayos para construir un texto dramático a representar. María Velasco participó con un borrador de su obra La ceremonia de la confusión y fue elegida para desarrollarlo siguiendo este proceso. Se muestra feliz de ello y satisfecha con el resultado. Llegó desde el primer día con la idea clara de la obra, su forma y su discurso y hoy su proyecto es una realidad, un teatro de ideas consumadas. Se confirman las buenas sensaciones que María Velasco ya había dejado con piezas como Perros en danza y el suyo comienza a ser un teatro emergente, visible, con una dialéctica nueva, la de los jóvenes que reivindican su lugar y que quieren escribir el teatro de los próximos años. Es creativa, e innovadora, y sobre todo una luchadora; de eso queda traza en cada palabra que escribe.

La ceremonia de la confusión arranca con un monólogo de Olga (Camen del Valle), una mujer que no abandonó los ochenta. Ella ha pasado de los cuarenta, pero cada noche sigue intentando que sea como las de entonces. Viaja borracha en el «buho» y busca el último bar que queda abierto para tomarse la penúltima. Sabe que el del tanatorio de la M-30 no cierra nunca. Cuando llega desconoce que allí está el cuerpo sin vida de «el Negro» (Richard Collins-Moore), líder carismático de aquellos años y de un grupo musical del que ella también formó parte. En la barra del bar se encuentra con Pau (Julio Rojas). Ella toma un sol y sombra, él pide una tila. Pau es joven. Lleva muchos años viviendo con el «el Negro». Es su pareja y quien le ha cuidado todos estos años de descenso. Al velatorio acuden el resto de los miembros del grupo, con su pasado a cuestas y la opción de presente que han elegido. Roberta (Miquel Insua) se ha cambiado de sexo para ser la mujer que sentía, pero aún le quedan heridas abiertas, muchos remordimientos. Fabio (Juan Calot) se subió al carro de los nuevos tiempos y parece un triunfador, pero la vida no siempre es lo que parece sino lo que se calla y la verdad es que arrastra con cierta dignidad sus fracasos personales y profesionales. Éstos, con el apoyo de Julian Ortega que va interpretando otros personajes menores, son los mimbres con los que María Velasco construye esta excelente reflexión sobre los ochenta y establece el diálogo entre dos generaciones que permite comparar los sueños de quienes tuvieron veinte años entonces y los que los tienen ahora.

Desarrollar una obra sobre los ochenta hace obvio incluir música de la época. «El Negro», entre otros temas, interpreta Obediencia y nada más de Gabinete Caligari, ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? de Burning, Groenlandia de Los Zombies, Adictos a la lujuria de Parálisis Permanente o Lola de Cicatriz. Olga se luce con No, rien de rien de Edith Piaf. Así, La ceremonia de la confusión, en realidad se convierte en un pseudomusical donde la música es una especie de marcador fluorescente de lo que pasó. Son versiones que mantienen la misma letra -salvo una excepción- pero que contienen una cierta interpretación, un tono, que nos hace mirar hacia atrás con una especie de poso que se ha ido acumulando por el tiempo y por tanto con una sensación diferente. El tema de Burning se transforma brillantemente, y sin variar una palabra, en una conversación, un primer coqueteo entre dos hombres. Groenlandia encierra la curiosa emoción de toda una generación despidiéndose. Son canciones trilladas, pero que aquí logran despertar unos sentimientos contradictorios. No saben a nuevas, pero sí a otra cosa diferente difícil de explicar, como a contar una cierta parte de nosotros que ha cambiado con las letras de esas canciones.

En la obra, el fantasma de «la movida», circula por el escenario, como una presencia de la que ninguno de los demás personajes puede desprenderse. Sin embargo, el mensaje que nos lanza la autora es que necesitamos enterrar esa época para poder pasar a encarar un nuevo futuro cultural, algo que es obligación de la juventud de ahora. Así, La ceremonia de la confusión presenta la estructura de un proceso de duelo que nos reconcilia con ese pasado y que derrota un limbo enfermizo que no nos permitía progresar. En realidad, el tanatorio en el que sus amigos velan el cuerpo del líder en sus última horas es un purgatorio en el que los ochenta rinden cuentas. «El Negro», como los ochenta, tampoco tuvo el final épico que le hubiera gustado. Un día se acabó, dejo de respirar, sin la menor poesía.

Pero el principal discurso viene de la distancia generacional de Pau que sirve para plantear el conflicto. Parte de que «esto es lo que hay, lo que nos habéis dejado» para desde hay enfocar la necesidad de volver a tomar las calles, de dar un vuelco a esta cultura mitificada que se ha anquilosado y que nos ha dejado dormidos en el salón frente a la televisión. Pau, por edad, no participó en los ochenta, y sin embargo toda su vida se ha visto obligado a soportar lo que aquellos años dejaron atrás. Ha cuidado de su pareja y todo lo que simbolizaba, pero «en la vida real, los malditos son inaguantables», lo absorben todo, como si no hubiera otra alternativa, y no dejan un espacio propio. Pau siente que le han negado otra posibilidad de cultura diferente a la que estableció «la movida madrileña», como si nada hubiera vuelto a brillar desde entonces, como si todo se quedase pequeño a su lado. La voz de Pau representa a nuestra juventud, esos veinteañeros que cada vez que inician algo creativo se encuentran como barrera con la comparación respecto a aquél fenómeno social. Los ochenta construyeron todo el entramado cultural y dieron la medida. Están cansados y se preguntan hasta cuándo este país va a seguir viviendo aprisionado por lo que hicieron entonces. Han pasado treinta años y su vigencia sigue pesando sobre nuestros jóvenes.

Pau no es el único con dudas, los miembros del grupo miran hacia los ochenta de diferente forma y en cada uno de ellos se nota una cierta nostalgia de aquella revolución que propusieron y tras la que luego ya no vino nada más que volviera a sonar interesante. A todos les dejó huellas profundas, angustias, claroscuros y una vida marcada. Es a través de esas miradas, de sus nostalgias, cuando la autora va construyendo un discurso revulsivo que nos sirve para indagar sobre la trayectoria que recorrimos con aquellos mitos y nos permite a la vez reflexionar sobre el presente.

Los ochenta fueron frenesí en estado puro, el despertar a la libertad después de cuarenta años de una cruel y asesina dictadura. La sociedad cambió y aprovechó los primeros instantes de confusión tras la muerte en la cama de Franco. Esos pequeños aires aperturistas que se colaban sirvieron para que la juventud se lanzara a la calle a vivir la noche, a explorar, a probar y a experimentar; porque de pronto las prohibiciones habían desaparecido y todo valía. Así se fueron educando culturalmente y emocionalmente en un mundo por construir aquellos jóvenes que consiguieron sentirse piezas importantes de lo que estaba ocurriendo. Ellos cambiaron España.

Julio Rojas y Richard Collins-Moore en una escena de la obra La ceremonia de la confusión
Julio Rojas y Richard Collins-Moore en una escena de la obra La ceremonia de la confusión
La autora no vivió «la movida» en primera persona, pero dice que todos hemos convivido con esa generación, con sus errores y sus aciertos. Eso no la desacredita para escribir sobre aquella época, la Historia se escribe de esta misma forma, mirando hacia un pasado y analizando cada uno de sus elementos. Se queja de que en este país no tuvimos modernidad, pasamos del franquismo a la post-modernidad. Confiesa que su intención es establecer un sano diálogo intergeneracional que nos lleve a algún sitio. Para ello ha primado la dialéctica de los personajes por encima incluso de su consistencia. Esa confrontación, en cierta forma, nos permite a la vez valorar y cuestionar el fenómeno de «la movida» y sus consecuencias. El director, Jesús Cracio, sí participó de aquellos años. Explica que en realidad fue un movimiento que ya existía en las casas y que salió a las calles cuando murió Franco. Sirvió para dar colorido a ese pueblo triste y aburrido que éramos entonces. Generó vida y libertad y se convirtió en una explosión maravillosa en la que de pronto todos nos convertimos en artistas. Las noches eran de fiestas y copas, pero también de trabajo. Cosas que entonces se consideraban de lo más normales, ahora se han vuelto pecado. Parece que vamos hacia atrás.

Respecto al proyecto «escritos en la escena» con el que se ha terminado de construir La ceremonia de la confusión, la autora, el director, los actores y la actriz coinciden en destacar el periodo de improvisaciones, lo que les han permitido construir los personajes y asentarlos en su situación más que sacar frases. Toda interpretación es un proceso de crisis y de grandes hallazgos. Explica María Velasco que en toda escritura dramática, cuando conoces el casting, se producen reajustes. La cercanía que establece este proyecto ha facilitado esa reescritura. Sin embargo aclara que no se trata de una escritura colectiva, que dar forma al texto es obligación de la autora. Ésta debe mantener la visión externa y encargarse de organizar lo que quiere decir con la obra. El comportamiento de los personajes, su discurso, es siempre una elección de quien escribe. Confiesa que antes de empezar ese era su mayor miedo, que el proceso llevase al equívoco de pensar en convertir su borrador en una escritura entre todos.

A mí me gusta La ceremonia de la confusión porque es una obra fresca y sin embargo cargada de literatura y de personajes a la vez eruditos y borrachos que vivieron la vida de un trago, con libertad y sin medida. Personajes que son de una generación enfrentada a sus contradicciones. El tiempo cambió y sin embargo, en cierta manera, ellos se quedaron parados, colapsados por una época, la de los ochenta, que les absorbió. Tienen que volver a caminar, salir de aquel estado, ponerse en marcha, pero la inercia que se lo impide es fuerte pues carga con el peso de muchos iconos, de demasiadas noches imborrables que no se van a repetir. El movimiento está descrito como una ley física y se explica como el cambio de posición que experimentan los cuerpos en el espacio, con respecto a un tiempo y un punto de referencia. Para moverse hay que recorrer una distancia, por pequeña que sea, y para ello hace falta un impulso, una acción. En realidad, se precisan las mismas ganas y necesidades que impulsaron los tiempos de «la movida». Es nuestra juventud la que tiene que liberarse, soltar lastre, huir de las comparaciones, moverse de nuevo y crear la nueva contracultura que este momento necesita. Son ellos los que deben marcar los nuevos tiempos que vendrán y nadie les podrá parar.

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