viernes, 16 de julio de 2010

Tristante nos cuenta la Barcelona del comienzo de la industrialización

Un nuevo enigma para resolver por el detective Víctor Ros


Viernes 16 de julio de 2010. Semana Negra. Playa del Arbeyal. La Calzada. Gijón


Jerónimo Tristante
Jerónimo Tristante
Jerónimo Tristante es otro de los habituales de la Semana Negra de Gijón. Siempre llega con una nueva novela bajo el brazo. Este año trae la tercera entrega de su detective Víctor Ros resolviendo el caso titulado El enigma de la calle Calabria.

Cristina Fallarás, cómplice canalla, le pone los puntos sobre las ies a Ros, un hombre serio, sin vicios, fielmente casado que a ella no le produce ninguna pulsión, seguramente un reflejo de su autor, bromea. Enseña las notas que ha tomado para la presentación, pequeñas frases escritas en un sobre usado como papel. Dice que en esta Semana han sido muchos los debates reivindicando el papel social como lucha política de la Literatura y nos hemos olvidado del folletín blanco. En los casos de Víctor Ros, la razón va desvelando el enigma. Es un detective que usa la ciencia del siglo XIX para investigar. En esta novela nos retrata la Barcelona de 1919, cuando se está construyendo el Ensanche, una ciudad en la que convive a un tiempo el modernismo y las chabolas, donde las madres prostituyen a sus hijas, algunos chinos venden opio y los ricos se hacen tan bohemios como imbéciles. La novela se introduce en la tripa de la chabola y va mostrando todos aquellos efectos que provocó la industrialización y la miseria de los prejuicios. El personaje más atractivo es un travestí llamado Elisabeth que se alimenta de sangre.

El caso que nos ocupa esta vez trata de un hombre que sale de viaje en un carruaje de caballos, que no para en ningún momento, pero que al llegar al destino y abrir las puertas no está dentro: ha desaparecido mágicamente durante el trayecto. Cuando reaparece sobre sus ropas hay polvo de azufre, ha sido torturado y muestra una fuerte aversión hacia los símbolos sagrados. La Iglesia lo señala como endemoniado.

Tristante empieza recordando a Julián Muñiz, una persona entrañable, que se encargaba de llevar a los invitados y charlar con ellos en esos traslados. Propone un nuevo premio más que se sume al palmarés de la Semana Negra, que lleve el nombre de Julián y que sea sobre literatura de viajes.

Reconoce que Ros es demasiado formal, pero el autor está un tanto cansado de los detectives que son antihéroes. Su protagonista es serio, con una vida ordenada y hecho a sí mismo. Tal vez un poco «perfectito». Con él y a través de sus casos, Tristante buscaba crear un Holmes que pudiera contar la época y lo que va viendo en sus viajes. Cada novela ocurre en una ciudad diferente. Ahora le ha tocado a Barcelona. Recuerda que preparando la historia, mientras se documentaba, ha encontrado información de entonces que le ha servido para entender muchas cosas que pasan allí ahora, ha visto aquel tiempo como el de una colonia regida desde Madrid, una especie de sentirse vistos con incomprensión y querer emanciparse. Observó una burguesía contradictoria, que se quiere ir pero que se siente más contenta con la restauración que con los liberales por el simple hecho de que estos primeros graban con impuestos la entrada de textiles extranjeros. Encontró en sus indagaciones previas el inicio del anarcosindicalismo. Se dio de bruces con un ambiente poliédrico.

Jerónimo Tristante y Cristina Fallarás
Jerónimo Tristante y Cristina Fallarás
Siempre supo que el Moriarty de Ros tenía que ser una mujer. En esta novela surge Elisabeth, que en realidad es un travestí, para ocupar ese papel antagónico. Se ha basado para construirla en varios elementos, entre los que se encuentra la figura real de Enriqueta Martí, la vampira del carrer Ponent. Dice Tristante que cuando un autor toma cosas de la realidad el lector no se las cree, como ocurre con las historias de sacamantecas.

Recupera la palabra Fallarás para señalar dos grandes aciertos de la novela, su truculencia y la de colocar a la inmigración como motor del proceso de industrialización. Una inmigración que al llegar no se enfrenta a una aristocracia sino a una burguesía pacata. Con estos dos elementos muestra también que Cataluña representaba el racionalismo y una cultura nueva emergente frente al oscurantismo que aún seguía imponiéndose en el resto de España.

Tristante señala que el asunto catalán es un tema lleno de contradicciones. En aquel momento los que llegaban desde otras regiones iban a trabajar en turnos de 14 horas y que en las muchas festividades que señalaba la Iglesia no se trabajaba, pero que tampoco se cobraban esos días. Surge por contra un nacionalismo rural, ultracatólico en una sociedad de grandes extremos. Una ciudad que es puerto de mar y que por tanto resulta más abierta, más cosmopolita, donde con dinero se puede comprar cualquier cosa.

Matiza Fallarás que la novela resulta totalmente actual, porque aquella Barcelona no difiere en gran cosa de la de ahora. Señala que es muy interesante el retrato realizado por Tristante que maneja un tipo de sociedad propia de Barcelona y que si la superponemos sobre una imagen real de hoy nos explica también el presente como un germen de lo que ahora es. Cierra informando que por primera vez, en este caso, Ros apunta maneras para que ella pueda sentir una pequeña pulsión por él.

Tristante para despedirse recoge el guante y promete hacer más golfo a su detective en próximas entregas. Para su próxima novela, el protagonismo lo tomará la mujer de Víctor Ros, una sufragista que llevará el peso de la acción.

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