Reflexiones después de escuchar como los Teatros del Canal de la Comunidad de Madrid presentan su programación para la temporada 2010-2011
Albert Boadella e Ignacio González durante la presentación de la nueva temporada
Al salir de la rueda de prensa de presentación de la programación de los Teatros del Canal 2010-2011 me puse a darle vueltas a lo que había visto, pues, sin saber por qué, sentía un cierto malestar, una incomodidad, vamos, lo que se viene a decir, una picazón por sarpullido. Escribí la reseña del acto para laRepublicaCultural.es limitándome a informar, pero me quedé con las ganas de opinar, no porque no me lo permitieran, sino porque hay una clara distancia que uno debe marcarse sabiendo separar entre la información y la opinión.
De la programación no tengo quejas, incluso hay algún espectáculo que me interesa. Pero de lo otro, de lo del ambiente «popular»...
Lo primero que uno percibe cuando va a un acto de la Comunidad de Madrid es el marketing con el que se recubre. Lo llena todo, incluso el contenido que se va viendo disfrazado con boato. Se cuidan los detalles que se pueden comprar con dinero, se invita -o se contrata- a aplaudidores profesionales que arropen a sus políticos, que destaquen lo que la Comunidad quiere que sean los titulares. Sin embargo son los suyos aplausos vacíos, un puro protocolo de quien está acostumbrado a no saber distinguir sus deseos de los de quien le paga. Uno siente, escuchándoles, que está viendo una manipulación, o si se prefiere, una representación previamente ensayada. Una sala grande, con bastante público, y una filas para la prensa arriba del todo, lejos, tal vez para ver si desde allí muerden poco. No suele haber cifras exactas, siempre un casi frívolo las antecede. Flota una sensación de que todo es cortesía, algo que impide decir las palabras de una manera directa.
Ignacio González durante la presentación de la nueva temporada
Los Teatros del Canal se llaman en plural porque en verdad tienen dos salas, la Roja y la Verde. Se inauguraron el año pasado, en lo que supuso la estocada final al mítico Teatro Albéniz, dejando vacío un solar céntrico e histórico y pasando sus funciones a un nuevo edificio que supuso la construcción de una sede más acorde con los gustos de quien gobierna la Comunidad. El ladrillo le tira mucho a nuestra presidenta que sueña, por eso de la bendita posteridad, con construir lugares nuevos donde poner una placa con su nombre y olvida otros lugares que tienen otras placa y otros nombres, para que se conviertan en inversiones y negocios privados. Me duele el crimen del Albéniz por su olor a dinero y la desvergüenza de quien manda y gobierna con malas artes, para los intereses de los suyos, de la derecha más rancia y el capital.
Los Teatros del Canal tienen una gestión mixta, para unos espectáculos se utiliza la pública y para otras la privada. No queda claro dónde están los límites entre la una y la otra, ni que beneficios sacan cada una de las partes, ni siquiera de que forma se distribuyen las inversiones. Incluso el propio Boadella, director de los Teatros del Canal, encargado de programar toda la temporada, dice no enterarse de la gestión posterior y de quién la realiza en cada espectáculo.
Albert Boadella durante la presentación de la nueva temporada
Entiendo que la Comunidad de Madrid haya elegido a Boadella, pero no comprendo los motivos por los que Boadella sigue queriendo ocupar el cargo. Se le ve conforme, disciplinado y algo comedido. Acude al humor y a una puesta en escena teatral con sus palabras. Salpica la presentación de anécdotas que sirvan de descanso al oyente, para entretenerlo y volverlo al redil si es que su cabeza se ha ido volando, para traerlo de regreso antes de dar una noticia importante. Preguntado sobre los defectos del edificio habló de lo que supone en gastos energéticos el capricho de construir con cristales, pero no ahondó en otros problemas, simplemente señaló que el edificio es espléndido y ya dirá, cuando no esté de director, los inconvenientes.
Vi a mujeres y hombres del Partido Popular en las primeras filas y les escuché molestarse con las preguntas de los periodistas, viendo en ellas un compromiso y un ataque que solamente estaba imaginado en sus cabezas. Saben que hay defectos pero se los callan y se enfadan, se enrocan en una postura de imagen perfecta en defensa de cualquier atrocidad política -o mínimo error- que se cometa desde la Comunidad con una sonrisa dulce, pues lo que importa es el objetivo: gobernar con una mano y privatizar con la otra para que sigan enriqueciéndose a costa de lo público los mismos.
Y de pronto los organizadores cortan las preguntas mientras miran el reloj como excusándose porque el tiempo previsto se ha cumplido, y los periodistas nos hemos comido los diez minutos que teníamos asignados.
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