viernes, 30 de abril de 2010

Welcome o la conciencia que despierta el alma

Philippe Lioret estrena una película imprescindible, cargada de dureza y ternura, que cuenta el problema de los refugiados en Calais esperando interminablemente para cruzar a Inglaterra


Cartel de la película Welcome
Cartel de la película Welcome
Welcome es un regalo. Se trata de una película completa, bien armada, directa y social. El arranque plantea una situación habitual, donde un muchacho, Bilal (Firat Ayverdi), no puede hablar con Mina (Derya Ayverdi), la chica que desea, porque el padre de ella les ha prohibido que se vean. De pronto se muestra que va a tener algo más de profundidad ya que ambos están en países diferentes. Y surge entonces el primer giro, el joven es kurdo, de Iraq, se encuentra en Francia de camino a Inglaterra de forma ilegal, considerado refugiado al que no se puede repatriar por estar su país en guerra, pero sin posibilidad de trabajar por su condición de ilegal, ni de recibir ayuda por una ley que condena a quién se la preste, con el objetivo de disuadir a los que en un futuro quieran venir y con la esperanza de los que están intentado cruzar terminen rindiéndose y volviendo por sus propios medios a sus países de origen. Frente a esta encrucijada se sitúa el personaje central, Simón (Vincent Lindon ), un francés de clase media, en proceso de divorcio, que se encuentra de pronto ante la posibilidad de ayudar al ingenuo joven kurdo o la de no hacer nada, como venía haciendo siempre. Simón trabaja de monitor de natación en la piscina municipal y no lleva nada bien que su mujer, Marion (Audrey Dana), le haya dejado. Ella es voluntaria en una oenege que ayuda a los inmigrantes que se agolpan en el puerto de Calais para cruzar a Inglaterra y él nunca ha mostrado el menor interés por esas personas. La llegada de Bilal a la piscina le ofrece una manera de acercarse a Marion.

Bilal no es un muchacho cualquiera, quiere aprender a nadar para cruzar el Canal de la Mancha. Cuando Simón le pregunta por qué quiere ir allí y Bilal le responde que por amor, percibe con claridad que su vida se ha acomodado, ha ganado peso, no le quedan ilusiones y, si sigue sin implicarse en nada, lo único que le espera es un sofá y una televisión. Por su cabeza se plantea cómo es posible que el chico haya recorrido 4.000 kilómetros para ver a su amor, que ahora quiera cruzar el Canal a nado y que sin embargo él no fue capaz de cruzar la calle para retener a Marion cuando le dejó.

Así, por interés decide ayudarle. El motivo es equivocado, pero produce en él un cambio importante, una transformación que le hace recuperar una vida con valores. Ese encuentro casual logra que Simón se supere a sí mismo. Pero ayudar a una persona en situación ilegal no es fácil, la sociedad ha construido una serie de legalismos que castigan al que ayuda a un ilegal. Es en este punto de impotencia cuando el largometraje se vuelve tremendamente humano.

Firat Ayverdi y Vincent Lindon en una escena la película Welcome
Firat Ayverdi y Vincent Lindon en una escena la película Welcome
La película muestra con claridad como es la vida de esos inmigrantes sin papeles, vemos que diariamente son maltratados y humillados por su condición. No huye la cámara de «la jungla» en la que se refugian, ni del negocio de los pasadores, ni de la continua persecución policial que dispone de una guarnición completa para este tema, ni de los centros de retención, ni de los controles de camiones con detectores de CO2 y de latidos... Muestra en primer plano a estos seres humanos y se percibe entonces que los refugiados son todos tan jóvenes que apenas los hay que pasen de los 25. Vemos principalmente a muchachos que con 15 años han emprendido un camino terrible en soledad.

Las oeneges palían el problema con una consideración general, sin separar individuos y la película se va al extremo contrario, para indicar lo que se puede ayudar de persona a persona. Dice que no es fácil con las leyes injustas que rigen en las ciudades fronterizas, ni lo es dentro de una sociedad occidental compuesta de personas que se desentienden, que miran para otro lado, ante el estado y la vida que se ven obligados a vivir una gran cantidad de inmigrantes. Que supone mucha generosidad ayudar, levantar la cabeza, mirarles a los ojos e interesarse por la historia que carga a sus espaldas cada uno de ellos.

No puede haber finales felices para estas aventuras, la promesa de que el esfuerzo tiene siempre su recompensa ya no sirve. Y en ese sentido la película es directa, no ofrece como salida una catarsis sobre el sufrimiento visto. Se presenta como un espacio para recapitular y reflexionar.

Las interpretaciones son excelentes. Destaca Vincent Lindon en un papel muy difícil pero del que saca brillo con una interpretación magistral de una persona que de pronto se carga de dudas, que descubre dónde había estado escondida siempre la plenitud. Audrey Dana interpreta un personaje dulce y generoso que sirve para apoyar en sus ojos lo que ven los nuestros, para ir señalando la medida de lo que van progresando los sentimientos. Firat y Derya Ayverdi no eran actores profesionales, pero su frescura es una pieza importante de Welcome, ellos son los que conmueven y nos conducen hacia la ternura, dejándonos a un paso de las lágrimas si podemos contenerlas.

Philippe Lioret dice que ha hecho una película para los que tienen ganas de creer en los sentimientos y en la inteligencia, en lugar de el cinismo y el interés. Lo ha conseguido con creces porque Welcome logra llegar al corazón usando nuestras contradicciones a través de una mirada limpia y proponiendo el compromiso de la solidaridad entre seres humanos.

A modo de pequeño anecdotario: Cuenta el actor Vincent Lindon que cuando Philippe Lioret le habló de la historia mientras comían, le conquistó inmediatamente. Nada más terminar de leer el guión le llamó y le dijo que debían empezar a rodar enseguida porque se moría de impaciencia. Cuenta también Lindon que nada más llegar a Calais, un sábado por la noche, Lioret le llevó al muelle del rancho, donde van a comer los refugiados. Al irse, se cruzaron con tres chicos y les llevaron en el coche. Le impresionó ver que aunque no tenían nada no habían perdido la sonrisa. Les pidieron que les dejaran en un lugar desierto, muy parecido a un inmenso basurero. Luego, sin intercambiar una palabra, Lioret le llevó al hotel. «Sobraba cualquier comentario. Fueron mis primeros momentos en Calais y ya había visto lo que debía ver».

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