Marcelo Piñeyro abre una ventana durante la época del corralito por la que colarse en las zonas residenciales argentinas y mostrarnos vidas llenas de insatisfacción
Cartel de la película Las viudas de los jueves
De Piñeyro nos llega su octava película, Las viudas de los jueves. Arranca muy despacio, como si adoleciera de cierta pereza, de la apatía que encierran los countries (zonas residenciales o barrios privados) donde parece que siempre es domingo. Con ese contagio se van desenvolviendo los días que van cayendo con pesada inercia para permitir a los personajes ir creciendo, mostrándose en su amplitud. Apenas hay acción en el principio, se plantea una circunstancia, unas muertes enigmáticas en una piscina y se retrocede un par de meses atrás. No hay investigación policial, pues se desestima, ni nada que desde el futuro pueda o quiera resolver el misterio. El ritmo de la película crece con parsimonia, y sólo despega cuando el espectador se siente tan atrapado como intrigado. El secreto no está en los comportamientos triviales que desarrollan los personajes, más bien en lo que se queda oculto en cada uno de los hogares repletos de frustración que se han convertido a la vez en paraíso y cárcel. La película entra dentro para hacer visible que esas relaciones formalmente amistosas en realidad esconden demasiados secretos, vergüenzas inconfesables, grandes mezquindades y muchas miserias.
Sin duda la apariencia que se muestra ante los vecinos nada tiene que ver con los deseos y los sueños que estos matrimonios jóvenes mantenían. Cargados de desazón, disimulan pues el éxito está definido y ellos y ellas son gentes sobre las que se han cosido las etiquetas del triunfo. Pero, ¿qué hay debajo de esas etiquetas?, ¿realidad?, ¿apariencia?. La película nos muestra el derrumbe lento de esas personas a los que el sistema favoreció y propició su rápido ascenso. Ganaron dinero con facilidad, promocionaron en sus trabajos, pensaron que eran poderosas y se encontraron desenvolviéndose entre una élite de iguales. Se sintieron deslumbradas, imitaron lo que entendían por lujo, se hicieron egoístas, banales, hipócritas y pensaron que permanecerían en una cúspide a la que en realidad nunca llegaron. Ahora llega el corralito. Que el capitalismo produce insatisfacción podría ser una lectura sencilla del mensaje que ofrece la película, otra, algo más compleja, sería plantear un búsqueda de cómo salir huyendo y hacia dónde. Cada cual mostrará su camino que además creerá único posible: el fondo de una piscina, mantener la careta, o tal vez girar a la izquierda como hace la furgoneta que abandona el country al final de la película.
Juan Diego Botto, Ernesto Alterio, Leonardo Sbaraglia y Pablo Echarri en una escena de la película Las viudas de los jueves
El director muestra su oficio y veteranía para lograr una buena película, con una fotografía cuidada y una sabia forma de dirigir al elenco. No descuida detalle, la música que acompaña resulta inquietante en muchos momentos y el juego de colores en vestuarios y paisajes enseña una calma cierta que presagia la tempestad. Sin duda Marcelo Piñeyro logra manejar todos los elementos a su antojo; sabe jugar con los tiempos y el ritmo, dominar la atmósfera y utilizar la intriga como elemento que cohesiona toda la película.
Me angustia la película tomada como metáfora de sociedades cuya moral es dictada y dirigida por una economía caprichosa capaz de moverse entre ciclos de desmedidos beneficios y de crisis. Sociedades como la nuestra, donde los seres humanos no tienen cualidades, convertidos en un simple vacío interior porque todo bienestar no es sino material. Cambiamos seguridad por libertad, que perdemos a cada instante, y en ese sentido Las viudas de los jueves nos muestra que las zonas residenciales, como símbolo de nuestra época, al presentar sobreprotección imponen una menor intimidad que a la larga supone una fractura como personas incapaces de llevar una máscara por siempre. Son varias las películas que abordan esta temática, y en todas vemos una endogamia que va convirtiéndose en asfixiante para los que aún necesitan respirar.
Sobre los muertos en la piscina todo son hipótesis que el espectador va a ir creándose en su interior, pues la información fluye lenta, administrada oportunamente, hasta que todas las pistas, los factores, se unen y la cámara sube para ofrecer una imagen completa del puzzle resuelto. Entonces advierto el camino de reflexión, el tránsito impuesto que sin duda va a marcar el poso que la película deje en cada quien. Entonces aplaudo con media sonrisa, pues sé que los años apenas si han movido un ápice a Piñeyro de sus posturas y la inteligencia para compartirlas.
A modo de pequeño anecdotario: La película está basada en la novela con el mismo título que obtuvo en 2005 el Premio Clarín-Alfaguara. Su autora es la argentina Claudia Piñeiro. Su novela Tuya resultó finalista del Premio Planeta en 2003 y en la actualidad está siendo adaptada para ser llevada también al cine.
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