sábado, 24 de abril de 2010

Mentiras piadosas o la negación de la realidad

Una película de Diego Sabanés basada sobre una idea libre del cuento de Julio Cortazar La salud de los enfermos


Cartel de la película Mentiras piadosas
Cartel de la película Mentiras piadosas
Voy a empezar por el final, por los hermosos títulos de crédito que cierran la película Mentiras piadosas del argentino Diego Sabanés. Son meticulosos, hechos con sumo esmero, delicados, premeditados sin dejar un solo punto de azar; son como la propia película.

Su argumento es sencillo: Pablo (Walter Quiroz), el hijo preferido de Mamá (Marilú Marini), viaja a París para tocar junto a unos amigos en un cabaret de poca monta. Las semanas pasan y nadie tiene noticias de él. La incertidumbre agrava el frágil estado de salud de su madre, por lo que sus hermanos, Jorge (Claudio Tolcachir) y Nora (Paula Ransenberg), deciden escribir cartas falsas y enviarle regalos, postergando el regreso. Para reforzar el simulacro, le piden a Patricia (Verónica Pelaccini), la novia de Pablo, que continúe con sus visitas. Como Mamá la nota triste, le propone adelantar los preparativos de la boda, para apurar el regreso de Pablo. La ficción se ramifica involucrando a otros personajes, mientras la casa va siendo poco a poco desmantelada para afrontar las deudas que generan los envíos de París. Poco a poco el borde entre la ficción y la realidad se va desdibujando.

Esa es la historia, pero la película tiene detrás mucha magia, tanta que seduce. Aprovecha el cine para crear un mundo cerrado y completo que encierra toda la historia. De impecable fotografía y ambientada puntillosamente en cada detalle, las imágenes traspasan la pantalla para crear su propio lenguaje artístico. El mundo de Cortazar invade la cinta, no solo por estar basada Mentiras piadosas en el relato La salud de los enfermos sino porque hay también algo de Casa tomada en el camino de soledad que se emprende dentro del hogar familiar. Julio Cortazar está presente en el propio el aire que se respira y que refleja la película, en los personajes y sobre todo en el costumbrismo al que va robando espacio la imaginación y la fantasía.

Claudio Tolcachir en una escena la película Mentiras piadosas
Claudio Tolcachir en una escena de la película Mentiras piadosas
Que la realidad duele, suele ser un hecho. Difícil resulta encontrar la solución, así que nos conformamos con parches. Inventamos, pero la realidad taciturna llama de nuevo a la puerta. Mantenemos las mentiras y éstas nos consumen. Y al final no sabemos ni lo que somos. La familia tenía un negocio sobre el que ha de seguir manteniendo un cierto esfuerzo, una vigilancia al menos. Pero la casa tiene otro problema, la necesidad de saber de la vida del hijo que se marchó a vivir su vida. No hay señales de él, así que surge el disimulo para mitigar la situación, ceder e inventar antes que reconocer el abandono, proteger una imagen perfecta, e incluso darle más lustre, fingir. Y la mentira, por piadosa que sea, se lo va comiendo todo. El negocio decae y la casa se va abandonando por la obsesión de sostener un sueño que nubla la vista sobre la realidad a la que, sin querer, se le ha dado la espalda.

Excelentes escenas costumbristas para arrancar, donde vemos la fuerza de una matriarca que tira de una familia, en apariencia, feliz. Son sus fiestas, el jardín, la biblioteca las que muestran quién y cómo es la familia. Luego surgen postraciones cuando el muchacho se va y no responde. Armar un artificio es la solución, aunque sea sobre mapas para recorrer un país, sus historias y lugares, en el que ninguno de los personajes ha puesto nunca un pie. Aparece la tiranía de la Mamá, pidiendo siempre algo más, consiguiendo que satisfacerla suponga un trabajo cansado y a la vez sostenga sus vidas que durante estos años se han ido vaciando. Surge en ese camino algo oscuro, lentos fantasmas que toman la casa, abandonos que se muestran metafóricamente en los huecos que van dejando los muebles vendidos, en las llaves que van colgando, en las habitaciones que se cierran para no abrirse nunca más. Son aquellos que dejan de participar para vivir una vida verdadera los que se liberan del yugo. Son los reproches a Patricia, la novia de quien se fue, ese intentar encarcelarla en una espera inútil, el punto en que se muestra la victoria de las fuerzas polvorientas del abatimiento como elección, de dar por buena la fantasía creada en contra del propio mundo.

Dice su director que Mentiras piadosas es un largometraje que habla del miedo y que enfrenta los deseos propios con los ajenos. Describe ese temor dentro de la red familiar, que vemos convertida en un elemento de encierro y de contención de esos deseos propios que se abandonan por los ajenos. En la casa son importantes los silencios, que remarcan las relaciones señalando lo permitido y lo que es necesario ocultar. Un silencio, que según avanza la película, lo va dominando todo.

También comenta que la película está escrita en clave social sobre la realidad de Argentina, siendo una metáforoa de una actitud de cierta clase social que sigue manteniendo que Buenos Aires es la París de Latinoamérica, una élite que alimenta una fantasía que la realidad se encarga a diario de desmontar.

Es un lenguaje poético y visual muy fuerte el que alimenta Mentiras piadosas, donde las interpretaciones están al servicio de las palabras y del silencio, para crear una atmósfera que sin duda es el mejor arma de esta película. Tal vez se pueda volver claustrofóbica, pero lo cierto es que transmite con intensidad y logra impregnarse en el espectador, sobre el que tras la película queda una huella poética.

Iba a contar el final, pero de pronto lo he olvidado, pues el resultado de la película transciende mucho más de un cierre con sorpresa o sin ella. Ahí queda, para disfrutarlo en la soledad oscura de una sala, encerrado en la misma casa habitada por las imágenes de un pasado que borró todo presente y mató al futuro.

A modo de pequeño anecdotario: El director de la película, Diego Sabanés, despuntó en 1996 con su cortometraje ¡Ratas!. Mentiras piadosas es su primer largometraje y le ocupó nueve años de su vida.

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