Lu Chuan nos habla del dolor de la guerra en una película sobrecogedora
Cartel de la película Ciudad de vida y muerte
Cinematográficamente la película está bien construida, con una fotografía en blanco y negro, un guión duro e inquietante y un lenguaje directo. Resulta interesante, a pesar de su larga duración cercana a las dos horas y media en las que se asiste al espeluznante destino de los personajes. La cámara va siguiendo a varios de ellos. Se muestra a un soldado chino en una lucha angustiosa por la supervivencia, en medio del horror y masacre que supone la matanza sin sentido emprendida por el ejército nipón. Se señala a un militar japonés que va arrastrando el trauma de ver día a día una atrocidad tras otra de sus compañeros, como un vaso que se va llenando en un lento goteo de sangre. Se ve a una maestra china que nos enseña el drama de las mujeres en aquellos momentos, donde las barbaridades se ceban sobre el sexo más débil, llegando a ser convertidas en mercancía por sus propios maridos. Se cuentan las dudas morales de un embajador alemán que se ve incapaz de proteger las vidas de las personas con las que venía haciendo negocios pacíficamente durante muchos años.
Una escena de la película Ciudad de vida y muerte
Y con el paso de los minutos la película se va convirtiendo en más espeluznante, sobre todo porque sin darnos cuenta ha desaparecido toda esperanza. En esta espiral de violencia nadie puede salvarse. Primero caen los soldados chinos, luego los niños, se acorrala a los civiles que son vejados con desesperación. Cuando se ejerce la violencia sobre uno de estos grupos parece imposible que pueda haber algo peor. Al pasar al siguiente se ve que se han superado y que un dolor más punzante se superpone al anterior que aún sigue escociendo en los ojos. Los comerciantes que aún tenían algo con lo que negociar van perdiendo su posición cuando sus víveres o su fortuna se agota y se convierten en nuevas víctimas, y es que con cada vuelta siempre se encuentra alguien más a quien humillar. Cuando les llega el turno a las mujeres que pasan a ser el punto de mira parece que ya lo hemos visto todo, pero empieza aquí otra nueva película, tal vez la más dramática porque especialmente en ellas se ceba la impotencia de la guerra. Sufren, y sufren y sufren por todos sus costados, por cada uno de sus poros. Sin descanso. Sin esperanza.
Se trata de una gran superproducción china, muchos dicen que al estilo de Spielberg. Lo cierto es que no se han escatimado medios para realizar la película. Se habla también que hay latente una venganza china hacia su enemigo tradicional japonés, utilizando el largometraje para mostrar la crueldad del contrario, recordando que hay cuentas que no están saldadas. Desconozco segundas intenciones, las primeras me resultan suficientes para aceptar el resultado de esta película.
Tal vez debería pasarse en los institutos, para que tenga el objetivo de vacunar a las siguientes generaciones, para que vean los escarnios de una guerra cara a cara. Quizá así, poco a poco, con películas como Ciudad de vida y muerte se consiga que se sensibilicen hasta el punto de aborrecer cualquier guerra.
A modo de pequeño anecdotario: En 1937, durante la Segunda Guerra Chino-Japonesa, Nanjing (Nanking o Nankín) era la capital de la República China. En dicha ciudad sucedió una batalla importante cuya perdida le supuso al gobierno de la República de China huir a la remota Chongqing hasta que finalizara la segunda Guerra Mundial. El día 13 de diciembre de 1937, los comandantes del ejército nacionalista chino habían huido de la ciudad dejando atrás a miles de sus soldados atrapados en la ciudad. Las tropas del ejército Imperial Japonés tomaron la ciudad y comenzaron una masacre que, si bien no está claramente definida, se prolongó durante seis semanas en las que se sucedieron escenas de violencia y exterminio progresivo. Se estima que durante aquellos días fallecieron más de 300.000 personas. Esta película es un retrato de la masacre que se se vivió entonces.
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