Múltiples formas de exilio pero un dolor único
Todos los años en la Semana Negra de Gijón la Fundación Juan Muñiz Zapico organiza una mesa redonda con el objetivo de preservar la memoria del movimiento obrero asturiano y difundir la cultura del sindicalismo. La de este año, que se encargó de moderar el escritor Alejandro M. Gallo, llevaba por nombre «Memoria y Exilio» y se celebró en la carpa del Encuentro. No usó el moderador demasiadas palabras para presentarla, pues tenía en la mesa suficientes voces para representar las diferentes formas que tomó el exilio asturiano tras la guerra civil. Quizá, dijo, falte una, la de aquellos a los que el fascismo se encargó de «exiliar forzosamente con un tiro».
Después cedió la palabra a Evelyn Mesquida, autora de «La Nueve. Los españoles que liberaron París» que habló de su trabajo para recuperar un trozo de nuestra historia. Recordó a aquellos jóvenes que lucharon en la guerra civil y que al perder la contienda cruzaron la frontera francesa dónde fueron recibidos en campos de refugiados, en los cuales recibieron humillaciones y maltrato. Jóvenes a los que se les planteó volver a la España franquista o incorporarse a la Legión extranjera para luchar primero en la guerra de Túnez y posteriormente en la segunda guerra mundial. Se convirtieron en fuerzas de choque, por su gran experiencia militar, donde fueron diezmados porque siempre eran los primeros que entraban en liza. Liberan París, y sus tanquetas son las primeras en entrar en la capital gala. Liberaron Alsacia, continuaron a Estrasburgo y llegaron hasta el bunker de Hitler. Pero su historia se borró de sus anales y se negó por su origen español y republicano.
Irene Díaz Martínez, coordinadora del Archivo de Fuentes Orales para la Historia Social de Asturias, nos habló de los testimonios orales que han podido recoger para el archivo. Suman dos mil horas de grabación a la disposición de todos. Habló de dos tipos de exilio, el primero que se realizó en septiembre de 1937 y en el que básicamente salieron de España niños evacuados por el hambre y la guerra y el segundo, con la guerra ya terminada. Del primero habló como de un viaje de aventuras para aquellas criaturas y también del cariño y la solidaridad con que fueron recibidos, tanto en Francia como en la Unión Soviética. La segunda, en el 39, tras la guerra, con la derrota a cuestas no presentaba las mismas caras amigables al otro lado de la frontera. Los nuestros llegaban desde una tragedia, habiendo dejado todo atrás, casi sin pertenencias y vencidos. A su paso van viendo que son mirados de lejos, con la distancia del recelo que despiertan y cierto temor. Todas estás voces narran en primera persona el periplo vital de cada uno de ellos, son testimonios valiosísimos que permiten reconstruir la memoria del exilio, de aquellos que se fueron para unos meses y tardaron muchos años en poder volver a su país. Como muestra, Irene lee un testimonio sobrecogedor de Luis Álvarez que cuenta el momento de cruzar la frontera.
Jorge Belarmino Fernández Tomás, nieto de Belarmino Tomás, nos habla de dos tipos de exilio. De uno duro, el de Francia y de otro más amable en México, un país que se convirtió en la tierra del asilo por excelencia durante el siglo XX. Dice más amable porque allí se mantenía la República con un gobierno en el exilio. Pero no nos dejemos engañar, los que se fueron a México vivieron un proceso muy dramático, encerrados en una vida fantasma, pues sus pensamientos e ideas seguían manteniendo una realidad que dejaron atrás pero que ya no existía. Cuando regresaron volvieron a una España distinta, donde había desaparecido toda seña de su identidad, esas que ellos habían sustentado durante todo el tiempo. Al volver se veían obligados a reinventarse de nuevo.
Finalmente tomó la palabra Constantino Alonso González, «Tinín el de Turón», que con sus casi 87 años que cumplirá a finales de septiembre aún conserva la mayor parte de su vitalidad. Él es uno de los «niños de la guerra» que viajó a otro país sin desear salir de su valle asturiano. A Francia llegó en la bodega de un barco, huyendo de los cañonazos franquistas, con otros niños asturianos y vascos. Allí le acogió una familia comunista que tenía cuatro hijos. Su hermano estaba cerca, con otra familia en el mismo pueblo. Guarda buenos recuerdos de aquellos días, y se acuerda especialmente de las campañas de recogida de alimentos para los republicanos españoles, campañas a las que le llevaban como mascota. Se vio obligado a volver a España cuando estalló la segunda guerra mundial. Viajó en tren y recuerda que al cruzar la frontera los soldados españoles se ensañaban con ellos. La primera noche la pasaron en un convento, donde las monjas se encargaron de vaciar sus maletas de la comida que traían. Después la vuelta a casa, en la que se respiraba un terror indescriptible y una vida atemorizada cargada de silencios, donde muchos vecinos habían sido asesinados o encarcelados. Aquí se calla, el tiempo de la mesa ha terminado sin que pueda contarnos su experiencia como enlace de la guerrilla, sus años de cárcel, su participación en las huelgas mineras de 1962, sus destierros y otras muchas historias de su lucha sindical y humana.
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