Francisco Nieva dirige su propio texto. Una obra escrita en 1953 y que se estrena por primera vez gracias al trabajo y la ilusión del Centro Dramático Nacional
Viernes 11 de junio de 2010. Teatro Valle Inclán. Madrid
Cartel de la obra Tórtolas, crepúsculo y... telón
La modernidad de Tórtolas, crepúsculo y... telón sigue vigente de principio a fin y eso que el texto se escribió hace más de medio siglo. No sé si es porque no hemos cambiado mucho o porque Nieva resulte un visionario. Tal vez sea simplemente porque nuestra generación ha ido retrocediendo, perdiendo su sitio para dejárselo al dinero, para buscar un éxito efímero. ¿Es también el éxito lo que alumbra al teatro?, ¿lo que esperan todos: el autor, la compañía, el empresario, lo técnicos, críticos, el público? ¿Qué saca cada cuál del teatro?
Dice Nieva que al escribir esta obra «intenté dejar de ser un autor -pretendidamente- de vanguardia, para investirme de crítico, más o menos chistoso, del teatro y de mi propio tiempo, lo que, en cierto sentido, vino a ser también un "auto-examen"». Lo hizo a conciencia.
Todo parte de una compañía de teatro que tendrá que vivir sobre el escenario. Están en cuarentena. El teatro donde se alojan es un mundo extraño que se divide en dos partes a priori infranqueables: el escenario -para la compañía- frente al resto del espacio habitado por otros personajes que no son ajenos al mundo del teatro. No hay texto ni representación, pero allí están, observados, con la sensación de mantener una obra.
Manuel de Blas, Carolo Ruiz, Bertoldo Gil, José Lifante, Ángeles Martín, Beatriz Bergamín y Esperanza Roy en una escena la obra Tórtolas, crepúsculo y... telón
Entre los otros, los que viven allí, se encuentra el enigmático Senedian (Manuel de Blas). Es el portero, pero representa el propio teatro o incluso el tiempo retorcido que todo lo sabe, que todo lo mira, el pasado hecho presente que espera el futuro leyendo la prensa. Le acompañan dos frailes armenios polivalentes (Carolo Ruiz y Bertoldo Gil) que lo mismo sirven para mover el atrezzo como fantasmas que para echar una carta.
Pero el teatro no es solo cosa de actores, un acomodador y los invisibles ayudantes de escena, hay mucha más farándula a su alrededor. Nieva trae todo lo lateral a través de los palcos y desde ellos se comienza la dialéctica, el examen que tendrá que pasar el teatro. Con este mecanismo dota de dinamismo a la obra. Son estos palcos algo que a la vez forma parte del teatro pero que su interior se prolonga con las casas de quienes son sus dueños. Cada cual hace del suyo lo que quiere, como el profesor universitario que lo ha abandonado para convertirlo en una carbonera y representar así su huida espantada del camino burdo hacia el que se conduce el teatro: una crítica a que el teatro no atrae a los intelectuales que no le ven ninguna inteligencia.
Desde los palcos llegan otras críticas, como la de Zemira (Jeannine Mestre) una actriz coetánea de Trapezzio que propone un teatro nuevo, de provocación, de performance continua y novedad extenuante. O la del empresario teatral ya cansado que lo usa de comedor, para ver algo mientra cena y en el que sólo veremos a la criada Loredana (Isabel Ayúcar), ella es el pueblo que se entretiene, que no espera nada de la función, pero que se queda por ver que pasa o se va. O las viejas (Cristina y Marisa Zapata) que espían tras un palco tapiado al que han abierto una celosía desde la que espiar sin ser vistas, que aplauden como recompensa a lo que les gusta. O los nuevos ricos, Ramadea y Ramadeo (Trinidad Iglesias y Carlos Velasco), convertidos en mecenas que quieren someter a un teatro que no entienden y que su dinero es despreciado por el orgullo de los actores. O el último, el de más arriba, el que se llena de polvo y telarañas como la cultura, en el que habitan los personajes fallidos o los argumentos que se abandonan porque no son teatro, buenas o malas ideas caídas en desuso. Desde los palcos surge el diálogo entre el teatro y los que están sobre la escena, se habla de lo que el espectador espera que hagan los actores.
Tórtolas, crepúsculo y... telón es un teatro de la palabra, donde la elocuencia de los personajes suple toda acción y presenta la reflexión que el espectador deberá continuar más tarde. Cargada de mensajes para definir al teatro como una bella mentira enfocada a decir la verdad y señalando que, al estilo de Valle Inclán, debe ser un espejo que ofrezca una imagen deformada de la vida, distorsionando lo natural.
La mirada de Nieva señala un teatro clásico anquilosado, ruinoso, que se resquebraja y puesto en cuarentena, tal vez por haberse convertido en pura repetición incapaz de asumir las novedades. Y frente a él sitúa a los demás, que desde el escenario se ven como agentes patógenos. El público se entromete en el teatro y quiere ser parte de él. Los críticos teatrales -corrompidos por el modernismo- son escasos pero inexplicablemente decisivos a la hora de marcar tendencias, a pesar de escribir en periódicos que nadie lee. Los directores usan látigo con los intérpretes pues son los únicos que saben con exactitud lo que la obra significa; el éxito siempre será gracias a ellos y el fracaso a los pobres intérpretes que no dan nunca la talla que se les pide. Y los actores y actrices no son otra cosa que puro orgullo y vanidad. Esa parece ser la conclusión a extraer, al menos una de ellas.
La función es como la vida en directo y me admiro entonces de Nieva como precursor de nuestro televisión actual. Los palcos están en nuestras casas y desde ellos miramos un aparato que nos enseña la vida maquillada en directo. La compañía se encuentra encerrada en un lugar del que no puede salir para que los demás les miren desenvolverse, fingiendo ser otro personaje, el que creen que toca, el que les puede hacer ganar el concurso. Los frailes armenios son invisibles y me parecen por instante que fueran los micrófonos y las cámaras, los técnicos que están detrás de los espejos tras de los que se esconde el entramado de un plató escondido que todo lo graba y emite. Veo intepretar un reality como Gran hermano. Me encuentro mirando otro programa como Callejeros que pasea su cámara por los espacios más degradados, buscando las miserias. ¿Cómo sabía Nieve hacia dónde demonios se dirige la televisión?
Tórtolas, crepúsculo y... telón muestra un experimento para renovar el mundo del teatro, una revolución si se quiere, un punto en que los personajes son desconocidos frente a espectadores famosos. El dramaturgo debe rendirse a las modas, porque todo resulta pasajero, nada dura, te vas de gira y al volver lo moderno ha cambiado. Y sin embargo sólo hay un argumento, la vida misma sobre el escenario. Y ahora sabemos, con el estado de nuestra televisión, que hay peligros de desviación por este arriesgado camino; que otros vendrán y se adueñarán para conducir lo moderno pervirtiendo la propia idea.
José Lifante, Esperanza Roy, Ángeles Martín, Beatriz Bergamín, Pablo Baldor y Fernando Gallego en una escena la obra Tórtolas, crepúsculo y... telón
No compartí las risas del público en el punto que ellos la hacían, no tengo ese resorte que hace reírse a las personas sólo por escuchar la palabra sindicato, o polivalente. Sí que lo hice con la propuesta del teatro difuso de Zemira donde lo absurdo gana sólo por el hecho de ser novedoso.
Tórtolas, crepúsculo y... telón es una obra coral como las que se proponen en el «Teatro Furioso» del que Nieva es creador y exponente. Se ha elegido un buen elenco, muy acertado, sobre el que destaca Manuel de Blas con un papel complicado y grotesco.
La escenografía, en este caso del pintor José Hernández, resulta impresionante, especialmente por el diseño de los palcos y por los asombrosos telones empleados. Tampoco se puede olvidad el excelente trabajo de vestuario y caracterización realizado por Rosa García Andújar. Sin duda entre los dos han dado vida al mundo fantástico de Francisco Nieva.
A modo de pequeño anecdotario: Tórtolas, crepúsculo y... telón fue escrita por Francisco Nieva en 1953, se publicó en 1972 y se estrenó en mayo de 2010. Sabido es que Nieva no pudo estrenar ninguna de sus obras durante la dictadura. En los últimos tiempos de Franco, cuenta Nieva, que esta obra fue dos veces finalista del Premio Lope de Vega, y que en la segunda ocasión no se lo concedieron porque una llamada del Pardo, concretamente de Doña Carmen, abogaba por un miembro de la familia de Calvo Sotelo que había escrito un drama político y reflexivo sobre Mussolini. Aquello era una orden, así que Tórtolas, crepúsculo y... telón sólo terminó publicándose por la Editorial Escelicer, con algunas críticas favorables y con escaso eco en la profesión.
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