Juan Ramón Biedma ambienta la novela en una catastrófica Sevilla imaginada donde las calles se han convertido en los nuevos manicomios
Portada de la novela El humo en la botella
Sus protagonistas tienen algo de monstruosos, incapaces de encajar en los parámetros de la normalidad. Los hay que están locos, luego los que tienen enfermedades muy complejas y dolorosas y, los pocos que quedan, muestran un cierto desequilibrio mental. Además las relaciones que se establecen entre ellos abundan en lo patológico. Hablar de locura suele resultar un tema tabú y esta novela lo afronta con naturalidad, construyendo una historia interesante y absorbente.
La primera impresión es que Biedma ha soltado a estos personajes sobre un mapa y les ha dejado jugar a los dados, para ver hasta dónde pueden llegar. Los ha abandonado sobre un espacio geográfico concreto, la ciudad de Sevilla, pero que a la vez es una creación del propio autor superpuesta sobre el mismo callejero, oculta, una visión oscura y retorcida que añade lluvia, penumbra, apagones y una atmósfera violenta y amenazante. Y entonces la novela se convierte en un laberinto a través del cual los protagonistas buscan su salida. Ellos se sienten aprisionados y necesitan escapar de ese mundo porque saben que si dejan pasar más tiempo estarán demasiado sonados y ya no podrán salir de su confinamiento.
Juan Ramón Biedma durante la presentación de su novela el pasado 11 de julio de 2010 en la Casa del Libro de Madrid
La atmósfera tiene un peso importante, pues ella misma se convierte con su densidad en un monstruo más de la obra. Está creada a conciencia, para ofrecer el clima interior y exterior que necesitan sus personajes. En ella la locura se presenta con una cierta dualidad: un síntoma del horror y a su vez una señal de santidad. Sin duda Biedma plantea grandes cuestiones sobre este entorno porque quizá sus monstruos, que reflejan una maldad incipiente asomando, no sean otra cosa que el retrato de nuestras propias almas. Es la catadura moral de los personajes la que funciona como un imán y además el autor se adentra valiente para meterse en la piel de cada uno de ellos. Feos, deformes, enfermos y no por ellos malos, y siempre humanos. Tal vez a dibujar estos retratos le ayuden sus propias experiencias cuando trabajó con personas que presentaban problemas mentales.
Una temática dibujada en El humo en la botella es la de los experimentos con enfermos que son realizados por las órdenes religiosas que dirigen los sanatorios mentales. En la novela, la Iglesia se presenta como pervertidor paradigma del mal. Confiesa Biedma que siempre que trata un tema de manipulación social o psicológica necesita ver un culpable que él mismo se pueda creer y al final, el que aparece, siempre tiene que ver con la Iglesia. El papel que durante los años han desarrollado los religiosos en estas instituciones mentales, termina siendo muy oscuro y traumático porque se aprovechan de los momentos frágiles de las personas, así que no es extraño que el autor los convierta en personajes perversos como contrapartida.
Uno se siente inseguro, como vigilado durante todo el trayecto de la novela. Son los poderosos y los curas -los que resultan realmente inhumanos- quienes siguen nuestros pasos. Y eso nos acerca a los otros, a los diferentes. Esa es otra de las virtudes del autor, que va humanizando lo horrible hasta dejarlo a la puerta de nuestra casa, sobre nuestro felpudo para que podamos mirarlo de frente o de reojo, como elijamos.
Los novelistas Alfonso Mateo-Sagasta y Juan Ramón Biedma y el editor Pablo Mazo durante la presentación de la novela El humo en la botella realizada el pasado 11 de julio de 2010 en la Casa del Libro de Madrid
Al recomendar la novela, explicó muy bien su amigo el escritor Alfonso Mateo-Sagasta lo que se va a encontrar el lector en esta novela: «Te verás dentro de un paisaje opresivo, con un ambiente tétrico y personajes monstruosos. Después tendrás la sensación de que nadie sabe lo que va a pasar en el siguiente minuto, algo que se contagia y que crea en el lector una necesidad de seguir leyendo hasta el final. Te guste o no, quieres saber que hay en la siguiente página. Compartes el dolor y la angustia de los personajes. Y todo ello manteniendo siempre una sensación fresca de novedad».
Yo me quedo con una frase de la novela porque creo que representa la idea, o el motivo, de escritura que tiene Biedma en su cabeza: «Y al final se perdió en el interior de una feria ambulante desierta que nadie podía ver más que él».
A modo de pequeño anecdotario: Juan Ramón Biedma trabajó en un servicio de gestión de emergencias, en la atención al llamante. Allí escuchó muchas historias que seguramente han dejado huella en él, pues a menudo se trataba de situaciones límite. Recuerda que hablaba a diario con gente que llamaba porque se iba a morir y que finalmente se moría. Sin embargo, Biedma no utiliza ninguna de esas historias en sus libros.
3 comentarios:
Estupenda reseña. Yo estoy leyéndola ahora y, efectivamente, estoy sintiendo todo lo que tú comentas. Saludos.
Gracias Paco. La verdad es que engancha y se lee casi de un tirón.
Yo cuando la leí no paré hasta terminarlo
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