El director griego Yorgos Lanthimos nos trae una película profundamente amarga sobre la poca humanidad de los seres humanos
Cartel de la película Canino
Si me gustó fue básicamente por el juego de preguntas que me abrió tras verla. Es explícita, pero se guarda un trasfondo que más que verse se piensa, ese el juego que propone su director Yorgos Lanthimos para hacerla aún más dolorosa. Al principio todo parece inverosímil, imposible, surrealista y te preguntas sobre el lugar y el tiempo que describen. ¿Futuro, presente...? Luego, sin saber cuando, pasa a ser atroz y descorazonadora. La cabeza ha unido las primeras piezas y manda señales a todo el cuerpo para que esté alerta.
La trama recuerda a la historia real del monstruo de Amstetten. Un encierro que el patriarca ha impuesto al resto de la familia, para que el exterior no contamine su educación. Nada puro hay fuera para ellos, así que inventa y miente. Crea un conjunto de reglas que los muchachos van asumiendo desde su infancia, formando parte de sus prejuicios y por tanto no permitiéndoles distinguir lo que tienen de absurdo. La matriarca colabora, supongo porque comparte la idea impuesta del hombre que es el dios de la casa. Sólo él puede salir de la finca vallada desde la que lo único que se ve es algún avión surcando el cielo, sólo él puede dictar las normas, sólo él puede usar el fusil de pesca...
No me atrevo a usar las palabras madre y padre, pues de la película no se puede asegurar el origen de los niños, si realmente son sus hijos o han sido raptados de pequeños. Ésta es una de las preguntas de las que decía que me rondan, pues no se cuenta el pasado. Lo natural es que sean sus hijos y es un celo excesivo el que ha llevado a la situación actual. Pero una duda surge cuando los mayores hablan de que van a decirle a los chicos que van a venir dos hijos más.
Christos Stergioglou y Aggeliki Papoulia en una escena de la película Canino
Los muchachos, dos chicas y un chico, solo estarán a salvo si se consigue aislarlos del mundo exterior. Su propósito de ser una familia autosuficiente y autónoma obliga a demonizar lo de fuera, a crear nuevas reglas que alarguen la infancia de quienes ya son adolescentes. Se habla de un hermano que se fue y que vive al otro lado de la verja. Tal vez invenciones, tal vez psicología prisionera, tal vez un resquicio para nuevas preguntas, para añorar a los que escaparon, para dudar de lo que les ocurrió.
El encierro voluntario provoca mucho tiempo libre, da para mucho hastío, así que se inventan juegos absurdos que suelen tener que ver con la resistencia y que para fomentar la competitividad premiarán al ganador. De esta forma no es necesario ejercer violencia física, o levantar la voz; todo resulta asumido pues el mecanismo de castigo se ha interiorizado y su vida se observa condicionada por los estímulos y las respuestas que han aprendido a reproducir para cada uno de ellos. Se convierten en perros más que en seres humanos. Y así el patriarca, que ejerce el control, se autocomplace, se reafirma en lo acertado de sus métodos, y disfruta viendo subyugados al resto de la familia bajo su mando.
Canino se va convirtiendo en una realidad espeluznante, donde uno se pregunta cuál es el punto preciso entre lo salvaje y lo civilizado. No hay concesiones según avanza la historia. Días repetidos sobre los que va surgiendo un malestar en quien los observa. Lo violento surge como instinto, se mutilan las extremidades de una muñeca, se ataca con un cuchillo al hermano, surgen las vendas y las tiritas, se castiga con saña a quienes realizan actos demasiado reprobables que pueden tener efectos contrarios a lo aprendido.
El sexo que se muestra siempre se practica como mecánica, con la intención de desahogar algo nocivo que produce el cuerpo, y nunca como un sentimiento. Tampoco es placentero, no pasa de necesario. Resulta descarnado e inhumano. Incluso produciría risa si no previéramos la tragedia. No es lo único que sería hilarante en otro contexto. Como todo el mundo se reduce al hogar, los discos que se escuchan tienen que ser de personas de la familia, así el abuelo canta como Sinatra, en un idioma extraño, mientras el padre traduce como fuente del conocimiento inventado. Se siente invencible. Ha creado una sociedad cerrada donde prima la seguridad sobre la libertad, algo que muchos estados quieren practicar con sus propios ciudadanos.
El patriarca trabaja en el exterior y allí presenta una vida que puede resultar rara pero que ha teñido de mentiras para que resulte creíble entre sus compañeros. En casa el teléfono está escondido donde los muchachos no puedan encontrarlo, y lo usa la matriarca a escondidas para las situaciones incontroladas. Surgen deseos en la muchacha mayor de escapar al mundo de fuera por muy inhóspito que se le haya pintado, a vivir con otras reglas otra vida diferente, donde le pasen otras cosas. Se anticipa un final que cuando llega resulta tan abierto que va a depender del propio espectador para sacar sus conclusiones. Los habrá que sean muy optimistas, a mí me pareció tan trágico como pesimista.
El elenco ofrece unas interpretaciones secas que aportan un gran realismo a la película y la fotografía encuadres estáticos, incompletos donde no vemos toda la escena para tener la sensación de estar colando la mirada por un agujero en la pared. Sin duda son las dos armas utilizadas por el director para arrastrar al espectador dentro de la película, a que viva con angustia el mundo horrible que Canino muestra.
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