martes, 15 de junio de 2010

Electra, o la lucha por quién gobierna España

Galdós vuelve al teatro Español en una versión adaptada por Francisco Nieva y dirigida por Ferrán Madico


Domingo 13 de junio de 2010. Teatro Español. Madrid


Cartel de la obra Electra
Cartel de la obra Electra
Ver Electra representada sobre un escenario es lo mismo que ver pasar el tiempo, un viaje al principio del siglo XX para recuperar una Historia a la que en mis años de estudiante nunca se llegaba por estar al final de temario y haber perdido demasiado tiempo en la prehistoria y los Reyes Católicos que representaban un concepto similar al que Franco manejaba de la territorialidad y el nacionalismo. Una laguna en la formación que comparto con muchos otros españoles que se sienten incapaces de entender lo que somos y de dónde venimos, sin la unión con las raíces de nuestra historia silenciada. La palabra «República» se ha estigmatizado y sino baste repasar las noticias de éstos últimos días sobre la votación del Instituto Cervantes para elegir el vocablo más querido para el día del español. O «laico», que se ha satanizado y negativizado, como si el hecho de defender la independencia y neutralidad sobre cualquier organización o confesión religiosa fuese un insulto para los creyentes quienes se vanaglorian de estar en posesión de una verdad única con la que obligatoriamente los demás debemos comulgar.

Galdós enfrentaba en esta obra lo clerical y lo laico como forma de vida decidida. Galdós propone la lucha encarnizada a través de la dialéctica para llevar a los escenarios una pelea que estaba en la calle, a la orden del día. Hoy, aún sin terminar, se disputa en otras esferas, alejadas de la opinión verdadera del pueblo, en un pugna económica del dame para que no te muerda. La política, en 1901, era algo de todos: se movía en la prensa, se opinaba en los corrillos, se discutía en los cafés, se aireaba en boca de cada uno. Tal vez sea tonto pensar que los ideales de libertad tenían un futuro que el poder económico ha ido amordazando durante estos últimos cien años para que se quede en nada, en un simple elegir entre qué productos consumir.

La obra hoy resulta muy simbólica, pues sin duda estamos perdidos ante la realidad de entonces, sin signos reconocibles que nos permitan interpretar los detalles de la época. Y sin duda nos perdemos alusiones, disparos certeros o errados, algo que limita el universo de la obra.

Electra (Sara Casanovas) es una muchacha joven y huérfana, sin padre conocido y que ha crecido lejos de la sociedad española, en un convento francés. Ahora su tía Evarista (Maru Valdivieso) la ha recogido en su palacio de manera temporal, mientras decide que hacer con ella. Electra se convierte en España y de ella tiran con fuerza dos corrientes, los que buscan domesticarla y convertirla en un ángel a través de la religión -representados por Pantoja (Antonio Valero)- y los laicos que llevan como bandera la progresía: Máximo (Miguel Hermoso Arnao), el científico moderno, y el Marqués de Ronda (Pep Molina).

Antonio Valero y Sara Casanovas en una escena de Electra
Antonio Valero y Sara Casanovas en una escena de Electra
Muchos más son los poderes que aparecen, como es el caso del económico que representa Cuesta (Chema Muñoz) y que alimenta al resto de castas -nobles, órdenes religiosas, progresistas, laicos, científicos...- con sus especulaciones. Se encuentra mal de salud, tal vez como ahora, pero los beneficios crecen. Un dinero que la aristocracia que representan Evarista y su marido Urbano (Sergio Otegui) entrega en grandes cantidades a la Iglesia para ganar el cielo. Urbano es un militar lisiado con poca voz y menor voto, que está ahí por su pasado y que por tanto, aunque ahora no decida, es necesario contar con él. Todos miran crecer a la revoltosa Electra, cargada de inconsciente juventud, radiante y, en cierta manera, cada uno de ellos va sintiendo la necesidad de dominarla. Todos estos hombres conocieron a su madre y bien podrían haber sido su padre, piensan que tienen una responsabilidad sobre ella, bien para protegerla, bien para decidir su destino.

Ese decidir el destino de Electra, o de España, es el alma de la obra que subyace presente ante el espectador. ¿Elegir un espíritu liberal, democrático, aconfesional y progresista heredado de la Ilustración o quedarse con el influjo popular de la Iglesia que a todas luces resulta un factor de involución por obstaculizar la ciencia y el avance de las medidas sociales y de progreso?

Se habla mucho de la madre de Electra, una mujer descarriada. Hablando de ella se cita el año 1868 y se habla de que los tíos trataron de tutelarla sin conseguir ningún resultado. Si miramos la historia de España nos encontramos con que 1868 es el año de la rebelión militar que derroca a Isabel II y que formó un gobierno provisional -de este punto pueden venir las medallas que cuelgan sobre la pechera de Urbano en la obra-. Un año después se redactó la Constitución Democrática y en 1873 tenemos la Primera República. Esas son las raíces de Electra, lo que significa la rebeldía de su madre. Ahora los mismos tíos ejercen la misma tutela con la nueva España, sin esperanzas, por obligación.

Sorprende ver que es la Iglesia la que miente a sabiendas en la obra. Para Pantoja todo vale con tal de conseguir el fin último, el más elevado, el espiritual, el de convertir a España, o a Electra, en un sometido ángel celestial bajo su dominio. Destruir la personalidad, cada rasgo de humanidad, por el simple hecho de ejercer el poder, por la bravuconada de decir que como Dios está de su lado no es posible perder, cuando en realidad en lo que se ampara en las trampas y la falsedad. El fin, para Pantoja, justifica los medios, así que no le importa pervertir lo justo y ensuciar lo que toca.

Una escena de Electra
Una escena de Electra
Los simbólico juega un papel importante. Vemos vendas en los ojos de los actores o el deseo de una monja de huir del convento, y pienso en el sometimiento y la ceguera impuestos desde la jerarquía eclesiástica a una sociedad que camina tanteando las paredes. Vemos la bandera española esgrimida por los progresistas, formando parte de su quehacer diario, diciendo que trabajan por el bien de todos, de lo colectivo.

Pero basta de simbolismos e interpretaciones. Galdós es un excelente lingüista y ese dominio del vocabulario está presente en la obra. Sus textos son ricos y bellos. Su sonoridad es sin duda una de las mejores e innegables virtudes de la función. El texto ha sido adaptado por Francisco Nieva, que sin variar el lenguaje ha intentado modernizarlo, acercarlo al espectador de nuestros días. También Sol Picó se ha encargado de los movimientos de los actores, dotando a la obra de una bonita plasticidad, con pequeños cuadros de danzas inspirados en la lucha de sumo o la tradición de las procesiones de la semana santa. De Marta Gómez es la coreografía final que representa el encuentro de Electra con la sombra de su madre muerta en una danza que bordea un sueño espectral. La escenografía, que ha realizado Alfonso Barajas, es sencilla, pero funcional y espectacular; eso sí, muy apoyada en la tecnología para proyectar los decorados sobre el techo y las dos paredes que forman el ángulo que establece el escenario. Todo el trabajo lo dirige Ferrán Madico con mucho acierto.

Sobresale el elenco de actores y actrices. Resulta una maravilla verles y escucharles en esta obra. Me sorprendió Sara Casanovas y su capacidad de modulación de la voz, además se desenvuelve con soltura en escenas muy difíciles, que se adentran en la locura y que ella interpreta asombrosamente. Sin duda destaca en la escena final en la que baila con la sombra de su madre. Valero tiene una papel complicado de fanático y consigue dar miedo sólo con su mirada. Valdivieso está soberbia, al igual que Hermoso, Otegui y Chema Muñoz. Sin duda son ellos la explicación de los largos, calurosos y sentidos aplausos del final.

Para mi gusto hay dos peros a la función. La primera tiene que ver con el Teatro y el excesivo calor con el que castigan a los espectadores los encargados de la sala. Es molesto y sofocante y seguramente tiene una solución sencilla. El segundo tiene que ver con los gustos y los tiempos, el cine ha impuesto unos gustos por los ritmos rápidos y la acción constante, la obra es de otros días y puede resultar un tanto aburrida. No obstante me inclino por recomendarla, pocas veces se puede ver una obra de Galdós en escena.

A modo de pequeño anecdotario: La obra se estrena el 30 de enero 1901, en el mismo Teatro Español. Durante aquel estreno, en el instante en que Máximo agrede a Pantoja, después de que éste haya hecho enloquecer a Electra, parte del público se levanta y grita: «Abajo los jesuitas». Curiosamente Galdós no cita en ningún momento de la obra a dicha orden, sin embargo muchos de los espectadores identifican a Pantoja y su comportamiento con los jesuitas y más concretamente con un escándalo que se había producido el año anterior, cuando una dama de buena familia de Bilbao, con novio y menor de edad, la señorita Ubao, acude a unos ejercicios espirituales impartidos por un jesuita. Durante estos ejercicios la convence para que abandone la vida mundana e ingrese en el convento de las Esclavas del Corazón de Jesús de Madrid. La madre se opuso y se llegó a los tribunales. Los intereses de la madre los defendió en la corte Salmerón, expresidente de la la República y los de la niña Maura, quien luego llegara a ser primer ministro. Venció Salmerón y la joven fue exclaustrada, pero al cumplir la mayoría de edad regresó a la vida del convento.

Volviendo al estreno, entre los que gritaban en contra de los jesuitas se encontraban Ramiro de Maeztu, Pío Baroja y Azorín. La obra suscitó una pequeña revolución que incluso produjo una crisis política que obligó a Sagasta a cambiar su gobierno, el nuevo pasó a designarse «Gabinete Electra».

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