viernes, 4 de junio de 2010

Mamut, cuando las necesidades materiales están cubiertas

El sueco Lukas Moodysson realiza un ambicioso proyecto para contar que todo está relacionado


Cartel de la película Mamut
Cartel de la película Mamut
Dice Lukas Moodysson: «Una mujer filipina que trabaja como niñera en casa de una familia neoyorquina compra un balón de baloncesto en Estados Unidos fabricado en Filipinas. Mete el balón en una caja y se lo manda a su hijo, que se quedó en Filipinas. Del mismo modo que rebota un balón en una cancha, nuestros deseos rebotan de un lado a otro del mundo, flotando en la soledad y el espacio». Con estas tres frases el director intenta explicar qué le movió a preparar el proyecto de su película Mamut. El largometraje está cargado de símbolos, de pequeñas frases, de gestos, que hablan de una sociedad cansada y de otra sometida. Pretende establecer una crítica a la cultura del éxito occidental donde el trabajo ocupa tanto tiempo que no permite a los padres cuidar a sus hijos. Y del otro lado, la necesidad de dinero para cuidar y alimentar a los niños hace necesario los procesos migratorios que permitan ganar ese pan, un camino que supone distancia y un cierto abandono. Los sentimientos siempre tendrán oportunidad para echar de menos lo que falta pues son inconformistas con lo que tienen.

Leo (Gael García Bernal ) y Ellen (Michelle Williams) son una pareja neoyorquina en la cúspide del éxito. Tienen una hija de ocho años, Jackie (Sophie Nyweide), que pasa la mayoría del tiempo con Gloria (Marifé Necesito), la niñera filipina. Gloria ha dejado a sus hijos en Filipinas al cuidado de su madre. El mayor de ellos busca cualquier trabajo para conseguir dinero con el fin de que su madre regrese lo antes posible. Leo hace un viaje de negocios a Tailandia. Ellen se angustia viendo que no es capaz de cuidar de su hija y llegándose a cuestionar si de verdad le importa y hasta dónde. Cada personaje toma su camino, pero en realidad da lo mismo la opción elegida: la pareja neoyorquina no se siente realizada porque delegan el cuidado de su hija; a la niñera le duele la ausencia de sus hijos; la prostituta tailandesa tampoco ha acertado en cada una de sus decisiones. Da lo mismo la elección tomada, siempre será un error, pero con cierto cinismo el director viene a decirnos al final que si al menos tienes dinero todo te resultará más fácil.

Mundos de pobreza y de placer que se cruzan, en los que unos gastan tiempo y otros dinero, donde unos trabajan para que los demás se diviertan. Leo parece confundir un descanso, una ruptura en el pesado quehacer diario de su trabajo, con la necesidad de disfrutar de la vida. Ante sus ojos pasan las ilusiones que tenía de joven y en sus manos ve dónde ha llegado. Posee más de lo que soñó para cumplir sus deseos, pero se siente insatisfecho. Incapaz de transformar nada, simplemente se infantiliza.

Gael García Bernal en una escena de la película Mamut
Gael García Bernal en una escena de la película Mamut
Ellen es cirujana y se entrega en cuerpo y alma a la medicina. Nada puede estar por encima de salvar vidas, pero a veces está tan alejada de la de su niña... ¿Quién está educando a su hija en verdad? Más sencillo aún: ¿por qué a la niña le gusta que Gloria le enseñe a hablar en tagalo?, ¿con quién pasa su tiempo? Sin darse cuenta ha desatendido el papel de madre. Pero Gloria, que ha tomado esa responsabilidad con la familia neoyorquina, tampoco ejerce con sus hijos, a miles de kilómetros. Todos comparten la misma insatisfacción, pero ¿es el nuestro un mundo de descontentos o de insaciables?

Mammoth es la marca de la pluma más cara del mercado, cuyo precio es de 3.000 dólares y que, por tanto, representa el éxito profesional. Es la misma paradoja que nos atosiga y no encuentra solución en las sociedades capitalistas, la de enfrentar trabajo a ocio que nos lleva a pensar que si se trabaja no queda tiempo y si se tiene tiempo se siente que se pierde porque no se hace nada. Así es normal que la película se pase dando vueltas alrededor por el simple hecho de tener gasolina.

En Occidente se tiende a confundir placer con despilfarro en una búsqueda por lo novedoso suponiendo que cumplirá nuestras expectativas y cubrirá un hueco que no se sabe de qué llenar. Lo material para suplir a lo abstracto que se nota que falta pero que no se sabe describir. Por esos derroteros la película se alarga sin explicarse. Y es que los sentimientos se han quedado tras el muro y la máscara construida por hombres y mujeres educados en el primer mundo para que el triunfo sea el único valor. Aquí la película se hace muy fría, muy distante, desapasionada incluso.

Moodysson trata entonces de recuperar sentimientos volcando su cámara hacia el tercer mundo y cae en lo tópico porque en realidad, las muertes en un quirófano o en las calles son igual de dolorosas y nos dejan a todos igual de impotentes.

En esa búsqueda de la felicidad imposible que Mamut establece, también habla de una maternidad sobreprotectora, donde los niños suponen un lastre para la vida de sus padres, un condicionante que les obliga a tomar otros rumbos (geográficos y profesionales) por el bien y la garantía de un mejor futuro para esa nueva generación que hipoteca la de la anterior. Un precio pagado que desgasta y hace inútil toda esperanza.

Cuenta Lukas Moodysson para explicar Mamut que «La película habla de las familias, de los padres y de los hijos, de cómo nos comportamos con nuestros hijos y con los hijos de los demás, de cómo todos los que habitamos este planeta estamos conectados, nos guste o no. Y de cómo nos necesitamos». A mí no me ha dejado buen sabor de boca, tal vez sea demasiado comercial o cínica en su pequeño mensaje. Es una película que habla de lo que echamos de menos cuando estamos hastiados de todo lo que tenemos pero que se muestra conformista y no revuelve el estómago.

A modo de pequeño anecdotario: El director Lukas Moodysson nació en la localidad sueca de Malmö, una ciudad que se ha hecho conocida por las novelas policíacas de Henning Mankell. Comenzó con la poesía y publicó su primera colección de versos a los 17 años. Más versos y una novela para luego estudiar Dirección en el Instituto de Arte Dramático de Estocolmo. Es una persona puntillosa de la que se dice que para esta película llegó a hacer 23 versiones del guión. Su productor, Lars Jönsson, añade que además invirtió mucho más tiempo en los pequeños detalles que en grandes cambios.

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