Los alumnos de la RESAD estrenan la obra Perros en danza, uno de los proyecto fin de carrera de este año
Miércoles 23 de junio de 2010. RESAD. Madrid
Cartel de la obra Perros en danza
Los jóvenes tienden a huir de los tópicos para dibujar su propio espacio. Se interesan por otros tiempos, pero para construir los suyos. Ley de vida sensata con frecuencia. Me preguntaba y me inquietaba, ahora que se habla tanto de la falta de ideología de una juventud que se señala como despolitizada, ver nuestra historia, esa que se dice que no les importa, tamizada por su mirada. Hablan de política de frente, pero en los tiempos corteses que vivimos domina una fea práctica que se llama equidistancia y a ellos se les ha inculcado como dogma de fe. Nuestra rancia derecha se empeña en que se trate igual a la víctima que al verdugo, porque en el fondo todos tienen culpas. Pero ese principio no es otra cosa que un engaño, una mentira sobre la que sustentar un alzamiento militar y una dura y criminal represión posterior. En la obra, algo de esto caló, pues aunque se incline más hacia el progreso y menos hacia lo conservador, abre sus puertas a la defensa de ambas partes y termina sin emitir un juicio porque fue malo para todos.
La obra me sorprendió gratamente, pues tiene un lenguaje propio, que habita sobre el espacio de los recuerdos. Dice María Velasco, su autora, que «el texto pretende asimilar el tiempo subjetivo de la memoria; a veces, los recuerdos se mezclan, abatiendo el rigor histórico y las asociaciones desembocan en el anacronismo». No le importa, no trata de plasmar la realidad, sino el poso que dejó en quien lo vivió y en la construcción de una nueva imagen desde la visión de nuestros días. Es un acercamiento lírico que sin embargo no huye de lo descarnado. El texto tiene frases escritas que son afiladas como puñales; mucha poesía de palabras que buscan reventar el espacio con su sonoridad. Se mueve en el lenguaje de las ideas, en la esfera de los intelectuales que reflejan una República y una Guerra Civil leída. Desde el principio abundan las expresiones lapidarias y simbólicas, que llenan el escenario de imágenes, pero sin querer pierden la fuerza de lo concreto, de la calle.
Con un elenco de once personas consiguen forjar la historia, cuadros que intentan abarcar todos los arquetipos y respuestas, que no se quede nadie fuera. Un collage de escenas por el que desfilan los que mueren, los que van a morir, los que se salvarán, los cobardes que huyen, los ricos, los que compran el voto, las criadas, el campo, la ciudad, las prostitutas, los militares, los brigadistas, los anarquistas, los titiriteros, los artistas, los de aquí, los que vienen de fuera… Sus historias y vivencias van tejiendo un estado de ánimo que sustenta la obra. Lo fabrica con astucia y con ambición, acertadamente, como si contar quisiera la vida anónima de millones de personas sin historia.
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Boceto de la escenografía de la obra Perros en danza
Vemos homosexuales que se convierten en seres marginales, sobre un filo entre lo posible y lo imposible, visibles y escondidos según quién o el momento, en las calles o en un café cantante. Dignificados y distintos, con fuerza en la voz para reivindicarse: «Nosotros, las carolinas, nosotros los maricones, nosotros los atracadores, también somos España. Y si quieren lavar las calles, echar la lepra, porque les parece demasiado española, para que las playas se llenen de turistas, solo les digo que España no será España sin su canalla». Los mejores momentos dramáticos vienen de sus manos, como cuando Jesús Gago canta Polichinela en los bajos fondos del cabaret, preparando una escena desgarradora de fracaso. También sobresalen en sus papeles Luis Tausía como el escritor francés que viene a vivir la libertad y se queda para defenderla después y Aarón Lobato con su cobarde Domitilo.
Los hombres están llenos de dudas, insatisfechos. Las mujeres aparecen en segundo plano y en primero, piensan y actúan. El peso dramático es igualitario, algo que no suele abundar cuando se cuentan historias de estas épocas, pero que es necesario, pues ellas sufrieron por igual.
Para completar la visión, al estilo clásico, se recurre a un coro, en este caso de perros en danza sin amo ni collar que levantan sus voces clamando sus ideas o sus consignas. Otras veces la acción se detiene y escuchamos los pensamientos de los actores perdiendo todo acento para diferenciar el plano objetivo del subjetivo. Estrategia también es mover la historia entre los contrarios: la miseria y la pobreza, las certezas y las dudas, traicionar las ideas o morir por ellas.
Tres de los figurines de la obra Perros en danza
Pablo S. Garnacho, el director, dice que las miradas que realizamos al pasado tienen mucho que ver con un sentimiento de hogar perdido. Ese es el mayor desasosiego, pues es un hogar irrecuperable, transformado por nuestros recuerdos que falsean la memoria. Perros en danza propone establecer una trampa al pasado, al olvido.
Lo suyo ya es teatro de verdad, atrás han dejado la época de aprendices.
A modo de pequeño anecdotario: María Velasco, la autora, confiesa que la obra la escribió a partir de los recuerdos y relatos de los vecinos de la residencia de ancianos de Barrante (Burgos) y de la poeta Angelina Gatell.
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