El actor Enrique Asenjo ofrece un excelente monólogo lírico
Lunes 2 de julio de 2012. La casa de la portera. Madrid
Cartel de la obra de teatro El trompoetista
Los versos del maestro se mueven de igual forma entre lo íntimo y lo más universal, como si los dos conceptos fueran parte de lo mismo, como si no hubiera separación entre ellos. En el fondo se trata de entendernos cada uno a nuestra manera, con trampas o sin ellas, y si hay que romper algún que otro mito lo hacemos. Lo importante, como nos enseñó el maestro, es siempre lo sencillo. Deberíamos aprender a mirar la realidad con otra mirada, más tierna, cargada de humanidad con nuestros semejantes. Deberían obligarnos a dedicar el tiempo a querer.
El trompoetista es de esa escuela. Reparte versos para que el espectador tenga algo entre las manos. Después pasa la gorra para enseñarnos que el presente de la poesía vive en la mendicidad más absoluta. El protagonista del monólogo tuvo un pasado más glorioso que ahora conforma lo mejor de este presente inhóspito. Vagabundea y se alimenta con lo poco que encuentra, pero lo que dice y cómo lo dice es comida para los oídos y transmite una especie de sentido común que a menudo se olvida en estos tiempos, más preocupados de comprar la felicidad y de correr. Así, entre vagabundo y clown, Enrique Asenjo, va hilando una historia, o muchas si se prefiere. De su boca no sale otra cosa que los versos que una vez escribió el poeta uruguayo, describiendo con ellos sus estados de ánimos, desnudando sus secretos, dibujando los límites del alma, explicando el amor que siente y que presenta dimensiones infinitas e inhumanas o mostrando, por el contrario, la marca que le dejó su ausencia.
El actor Enrique Asenjo
Algunos de los versos, unos pocos, tienen su banda sonara, canciones que van sonando en un viejo tocadiscos de aguja y vinilo. Sugieren otra mirada hacia atrás, a lo que guardamos cerca del corazón. Es como si de pronto, en escena, el espectador recuperara algo que se interrumpió en su pasado y que le dejó un reguero dulce. Algo que vuelve acunado por una música parecida y que te deja escuchando embelesado hablar a alguien que tiene el don de la palabra, que sabe emocionar.
Quizá la mayor virtud del espectáculo sea la sencillez con la que se trabaja y lo efectivo que esto resulta, esa capacidad de mostrar algo tan cercano que mueve a recordar el sentimiento de lo vivido, que dibuja gestos de sorpresa y agradecimiento en quien observa cobrar vida a los poemas. Lo que surge parece magia, pero es el resultado de un buen trabajo. Algo que siempre hace que merezca la pena ver.
A modo de pequeño anecdotario: Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, en realidad eso tan largo es el nombre completo de Mario Benedetti, uno de los escritores uruguayos de la llamada Generación del 45.
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