Hacía tiempo que no estaba en León cuando se celebran sus fiestas patronales, y hoy me resultan extrañas, como si las viera de lejos, emborronadas en una parte por la distancia que tomo y en otra por los recuerdos de niñez que me evocan. No es la perspectiva adecuada si se pretende ser equidistante.
León es una ciudad esplendorosa, o más bien lo fue como bien recuerda su catedral presidiendo sus calles. Digo lo fue y no lo es porque aquel ayer es la mirada que tiñe el presente, anquilosado entre aquellas piedras. Ciudad que espera con un idea en mente, la obligación de que cada mil años se le presente una nueva oportunidad de lucirse. Llegaron los romanos antes de que empezáramos a contar los siglos y le dieron el primer barniz que se fue diluyendo con el paso del tiempo. Más tarde la presencia musulmana supuso un nuevo impulso que logró un resurgimiento posterior, cuando se instaura el Reino de León cuyo apogeo y expansión durará hasta finales del siglo XIII. Después se detuvo el reloj de la ciudad: se preservó el polvo del pasado y poco más. Básicamente, desde entonces, la ciudad duerme con la confianza de que un futuro acontecimiento histórico la despierte. No sabe cuántos siglos tendrá que esperar, pero tiene la certeza de que volverá a ocurrir.
Tal vez no sea necesario ser tan dramático, en León, de unos años a esta parte, algo se progresa, algo se desarrolla y algo se moderniza. En cierta forma se mira a Valladolid sin confesarlo y a Oviedo para dar pequeñas pinceladas a nuestras calles. Del estancamiento político mucho tiene que ver el carácter leonés y otro tanto la pertenencia a una Comunidad que tiene otros intereses. Incapaces somos de desentrañarlos. Sabemos que pertenecemos a Castilla y León no por idiosincrasia sino por pura pereza de nuestros políticos cuando se configuró el mapa autonómico, por seguir callados, sin levantar la voz. Sabemos que estamos unidos contranatura, siempre enfrentados y sintiéndonos el perdedor patológico que parece no ser más que una coletilla al nombre de Castilla, la misma que sirve para diferenciar la «vieja» de la «nueva», con otras palabras menos cargadas de significados negativos.
En lo económico no hay mucha salida, al carecer de una mínima industria y tras el desmantelamiento del tejido agrícola, el sector servicios es el que queda. El barrio «húmedo» cada día se hace más turístico, sin perder su esencia. Escaparate y punto de encuentro por donde nos vamos volviendo a ver los unos a los otros, los que pasan allí todos los días y los que nos fuimos, escapando del futuro difícil y encorsetado que predecíamos, echando en falta estudios y trabajo dentro del propio León. Las tapas se hacen más tradicionales y el chateo de vinos y cortos de cerveza la costumbre y el principio de cualquier otra conversación. «Ponme otro vino y mira a ver que toma Andrés» y Andrés, que cruza la mirada contigo, sonríe, se acerca y comparte sus cuitas, las mismas de entonces, las de siempre. «¡Qué bien sientan estas sopas de ajo! Es tomárselas uno y sentir que el estómago se le asienta» y a unos metros alguien responde «Claro, como debe ser». Decía, o pensaba sin llegar a haberlo dicho, que el aire conservador de la ciudad se respira un poco menos en algunas partes del «húmedo», algo más progresista, algo más abierto a una cultura diferente. Veo más bares, veo, después del paseo por la calle Ancha, a todo León acodado en sus barras y algún turista que sonríe feliz. Los precios siguen siendo bajos si los comparamos con Madrid, incluso suenan a poco, a que el tiempo se detuvo en la estación de trenes de León. La calidad no se ha perdido.
Hoy los bares por el «húmedo» están algo más vacíos, la fiesta es por barrios nuevos, por aquellos descampados en los que yo aprendía a conducir y que hoy se han llenado de edificios, barrios que albergan, por ejemplo, el Auditorio, la Junta y el MUSAC. Mejor, así se puede tener algo de espacio en el «Pote» tomando su champiñón o cierta comodidad en el «Racimo de oro» para comerse unas patatas o la pizza de la «Competencia» apoyado en la barra o las sopas de ajo de las que hablaba antes en el «Gaucho». Podría seguir eternamente.
Ya hablo de las fiestas de San Juan y San Pedro 2009. Empiezo con lo cultural, el recorrido literario (o romántico según preguntes) Memorial Miguel Delgado es una tradición en el programa. Este año está dedicado a Guzmán el Bueno y recibe el nombre de «El paseo de Don Alonso Pérez de Guzmán». Me asusto al llegar, lo que veo es a la banda municipal y a cuatro actores vestidos a la usanza medieval. Además no hay demasiada gente y los que hemos venido no somos precisamente adolescentes. Los músicos interpretan el himno de León, se presenta el recorrido de este año y una artista local, cuyo nombre no logro recordar ni encontrar, lee el primer texto. Estamos frente a la estatua de bronce que León le dedicó a Guzmán el Bueno, personaje histórico e ilustre nacido en tierras leonesas. La escultura señala con su mano hacia la estación y los de aquí decimos que lo hace para indicar a los forasteros que «si no te gusta León, por ahí queda la estación». Es una broma vieja y un ejemplo taciturno de nuestro carácter: sin revanchas, directo. Aprendo dos cosas, la primera es que nunca se inauguró oficialmente y la segunda que es obra del escultor Aniceto Marinas, famoso por la estatua de Eloy González que preside la plaza de «Cascorro» del rastro madrileño.
Después se representa un pequeño texto por los actores, que pertenecen al grupo teatral Diadres, y comienza la ruta. Con los municipales cortando el tráfico y siguiendo a la banda que toca música de la suya, la comitiva se desplaza al siguiente punto. Al llegar al actual ayuntamiento abandono. Habrá que dejar algo para otro año.
Me quedé con la curiosidad de saber quién fue Miguel Delgado. Se trata de un antiguo funcionario del Ayuntamiento de León, ya fallecido, que participaba en la organización de las fiestas. Cada año presentaba una iniciativa de carácter cultural en la que varios autores iban glosando a un personaje por diversos rincones de la capital leonesa. Ahora estos recorridos se acuerdan de él llevando su nombre.
En las Eras de Renueva, a la orilla del Bernesga son los fuegos artificiales. Este año se ha elegido a una empresa pirotécnica gallega, de carácter familiar, creada en 1960 y por más señas que responde al nombre de Xaraiva. Los fuegos son sencillos, con algún destello, supongo que no están los tiempos para tirar cohetes. Después, a unos metros, en la explanada del Auditorio, se quemará la falla en la hoguera de San Juan. Sencilla también, una columna de libros por la que trepa una lagartija. Arde bien, con orden, sin que la estructura se derrumbe antes de tiempo. Luego, a unos metros de nuevo, en la explanada de la Junta, comienza el concierto de Tequila que prefiero no reseñar ahora. Aquí sólo quería decir que el PP leonés se quejó porque les resultaba sospechoso que el consistorio, del PSOE, hubiese contratado al mismo grupo que actuaba en los mítines socialistas de la última campaña a las elecciones europeas. Qué quieren que les diga, que «piensa el ladrón que todos son de su condición». Bueno pues lo digo, que fueron muchos años de gobierno «popular» empeñado en invitar a Julio Iglesias y compañía.
jueves, 25 de junio de 2009
León en fiestas
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