jueves, 11 de julio de 2013

Cuando la violencia se hace cotidiana

El fotoperiodista Edu Ponces cuenta su experiencia en Centroamérica


Jueves 11 de julio de 2013. Semana Negra. Gijón

Edu Ponces presentando su trabajo en la Semana Negra. Foto: Toni Gutiérrez
Edu Ponces presentando su trabajo en la Semana Negra. Foto: Toni Gutiérrez
En una sinergia perfecta, las carpas de la Semana Negra de Gijón acogen el 17º Encuentro Internacional de Foto y Periodismo ‘Ciudad de Gijón’. Javier Bauluz va trayendo a su ciudad a quienes ven el periodismo desde otros parámetros, con compromiso social y desde una mirada profundamente humana. Es un periodismo de conciencia, duro, que denuncia la situación de nuestro mundo para que no podamos decir que estamos desinformados. Edu Ponces forma parte del colectivo Ruido Photo y practica el reportaje en profundidad. Lo enfoca en los Derechos Humanos. Trabaja en la región de Centroamérica y se preocupa de temas como la inmigración y la violencia. A sus espaldas tiene un excelente trabajo fotográfico con el que nos mostró el camino que siguen los inmigrantes centroamericanos que cruzan México para llegar a los EE.UU.

Ponces explica que ha venido a contarnos un cuento que habla de una parte de nuestro mundo muy desconocida: Centroamérica. Es una historia muy triste de unos países que salen poco en los informativos y que sin embargo tienen las tasas de homicidios internacionalmente más altas. Si en España se comenten un 0,8 asesinatos por cada 100.000 habitantes, en México la tasa es de 23,7. Son números pequeños si los comparamos con El Salvador (69,2) y Honduras (91,6) que doblan y triplican respectivamente a Colombia (31,4), el país que tradicionalmente es conocido como el más violento. San Pedro Sula, en Honduras, es la ciudad que las cifras señalan como el lugar donde se ejerce más violencia. Edu Ponces quiere conocer las raíces de este problema y por eso se ha embarcado en Sala Negra, un proyecto conjunto de Ruido Photo y el periódico salvadoreño Elfaro.net sobre la violencia. Ponces se pregunta por qué se mata tanto en Guatemala, Honduras y El Salvador. Lo primero que señala es que no son países de pobreza extrema, no tienen un conflicto armado activo, ni tampoco una guerrilla. Lo que se ha instaurado es una violencia rutinaria, de todos los días. Cuando el fotoperiodista intenta construir una respuesta confiesa que no es sencilla y que además incluye muchos ingredientes. Habla entonces de que son países que han pasado por guerras civiles muy crudas, estados con violaciones a los Derechos Humanos, con inmigración, cárceles saturadas, policía corrupta, una población muy armada –800.000 armas censadas en manos de civiles– y una región del mundo marcada por la impunidad –si asesinas a alguien en El Salvador tienes un 95% de posibilidades de no ir a la cárcel–. Después subraya que se tratan de tres estados muy débiles, que en primer lugar no recaudan impuestos y, en segundo, no tienen fuerza para ni para combatir la delincuencia, ni para ayudar a sus ciudadanos.

El periodismo que Ponces propone se hace muy despacio y entrando en los temas con profundidad. Para ello es necesario conocer a las víctimas y mostrar la sangre. Pero también requiere ir un poco más allá, de tal forma que nos pueda servir para entender los problemas. Las maras y las pandillas son organizaciones de jóvenes que han sistematizado la violencia. Ésta forma parte de su vida y la asumen con orgullo a través de una guerra diseñada que nunca va a acabar. Los orígenes de Barrio 18 y Salvatrucha, las dos maras más importantes, se dan en los barrios estadounidenses de Los Ángeles. Estas pandillas se nutrían de chicos centroamericanos muy jóvenes que habían llegado a EE.UU muy pequeños, cuando sus padres vinieron huyendo de la guerra en los años 80. Crearon las pandillas para defenderse y cuando la policía les detenía iba devolviéndoles a Centroamérica. Volvían a un lugar que no conocían y donde se han ido formando 50.000 pandillas. La familia es la mara, por eso sus eslóganes dicen «Por mi madre vivo y por mi barrio muero».


El Último Médico - Edu Ponces
Edu Ponces nos cuenta con imágenes como se ha normalizado la violencia en estos países, convertida en algo que ocurre cada día y que termina tocando de cerca a cualquier persona. Que de pronto alguien saque una pistola y mate a una persona se asume como algo normal. Ya no es noticia. Por eso con Sala Negra se ha acercado a las víctimas desconocidas con el propósito de ilustrar algo que le ocurre a muchos. Utiliza la crónica de Roberto Valencia, Yo violada, para ponernos frente a la verdadera magnitud de la tragedia. La violencia es normal y eso es lo importante: que se ha asumido dentro de nuestros parámetros de lo habitual, dejando ya de sorprendernos. La pelea que el fotoperiodista ha emprendido busca que lo horrible no pueda considerarse cotidiano. Así que en sus reportajes se pone la norma de buscar el momento en que los delincuentes se convirtieron en víctimas. Busca cuando esos muchachos fueron abandonados por la sociedad, cuando les arrestaron, cuando les encerraron hacinados en cárceles en las que dentro de ellas se producen desapariciones... El reportaje gráfico La noche de Mariona, de Pau Coll, recoge esas imágenes. Resultan duras para la retina.

El círculo de la violencia no va de buenos y malos, ni consiste en apresar o matar a los que delinquen porque así no terminamos. Es necesario ver por qué se produce esta violencia en ciertas sociedades. Para ello Ponces ha buscado personas que convivan con la violencia diaria, como es el caso del forense de medicina legal Eduardo Abullarade, un hombre al que avisan cuando se produce un homicidio, se acerca al lugar de los hechos, revisa las heridas, prepara el informe y levanta el cadáver. Esa es su vida. De ese seguimiento ha surgido la pieza que nos muestra: El último médico, uno de los muchos materiales que publican en Sala Negra.

Para poder trabajar con las maras han necesitado mucho tiempo. Al equipo variado que han formado les ha llevado dos años, pero ahora el trabajo está hecho porque los delincuentes confían en ellos al demostrarles que siempre les han hablando claro. Respecto a su seguridad reconoce que corren riesgos, pero han desarrollado protocolos que les permiten trabajar algo más tranquilos. Sobre todo reflexionan y solo se la juegan cuando lo tienen muy claro. La gente de allí no entiende por qué los periodistas hablan con los jóvenes de las maras. Sienten miedo de ellos porque están matando personas y consideran que son malos. Esa gente llega a insultar a los reporteros porque son tan fuertes sus ganas de venganza que les cuesta pensar en otros términos. No piensan que el problema radica en que se ha roto el tejido social y que es necesario unirse como comunidad. En las zonas donde se han instalados antiguos miembros de la guerrilla, los vecinos funcionan de forma asamblearia. En esos municipios en los que existe una estructura comunitaria fuerte no hay violencia.

Ponce quiere despedirse con un final feliz. Explica que cuando trabajas en este tipo de temas te planteas muchas veces para qué sirve lo que haces. La esperanza se pierde e incluso llegas a pensar que sería mejor que nuestra especie se extinguiera. Sala Negra ha ganado el premio internacional Revela que otorga 20.000 € para una organización que se dedique a solucionar el problema que el reportaje denuncia. Ponce se siente feliz porque al menos la Fundación CINDE tiene más dinero para desarrollar en El Salvador sus programas educativos integrales para niños y jóvenes de sectores sociales excluidos.

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