Domingo 18 de noviembre de 2012. Festival Internacional de Cine de Gijón
La venta del paraíso, El efecto K. El montador de Stalin y Frontière(s), tres películas que construyen una realidad diferente
Valla del FICXixón en el paseo de la playa de San Lorenzo, frente a la Escalerona
Hay una cierta polémica este año en el Festival con cinco películas que patrocina la Embajada de Israel en España. El colectivo de apoyo a la causa palestina BDS (Boicot + Desinversiones + Sanciones) de Asturias ha reclamado por carta al concejal de Cultura, Carlos Rubiera, y al director del Festival de Cine de Gijón, Nacho Carballo, la retirada de esas cinco películas en apoyo al boicot Académico y Cultural a Israel motivado por las graves violaciones del Derecho Internacional y de los Derechos Humanos que el gobierno de ese país viene realizando desde hace más de 60 años contra el pueblo palestino. Por dicho motivo y coincidiendo con la proyección de la primera de estas películas en el teatro Jovellanos se ha realizado a sus puertas una concentración para denunciar los ataques israelíes a Gaza y la presencia de Israel en el FICXixon de este año.
William Miller, Emilio R. Barrachina y Carlos Iglesias antes de comenzar la rueda de prensa de presentación de su película La venta del paraíso
La cinta de Emilio Barrachina es una película valiente, especialmente por atreverse a hacer una obra llena de códigos e impregnada de un realismo mágico bien aplicado sobre la realidad de España. Con un afilado humor va desnudando la crisis que vivimos, inventando soluciones irreverentes y sobre todo sabiendo darles una dimensión humana, solidaria, ética y legítima. La cultura, el arte y sobre todo la ironía son las salidas de los inteligentes. No deja títere con cabeza: una religión fustigadora, unos bancos usureros y unos empleadores malsanos. Todo resulta repulsivo. De esa «normalidad» se salva la pensión Iberia cargada de personajes perdidos que sin embargo tienden la mano a los demás. Por ella pasan y viven personas que mantienen principios y valores. Cada una arrastra una historia diferente, pero que todas ellas nos estremecen. Son sus confesiones, esos momentos íntimos que explican por qué una vida se tuerce, momentos que llegan al corazón.
Además de la pensión, sus personajes y la crisis hay otros dos elementos fundamentales: la palabra y la música. La palabra que bebe de la literatura y una música que explica los estados del alma y que hace converger clásica, copla, heavy…
La venta del paraíso es una divertida parábola sobre nosotros mismos, un derroche de imaginación y una parodia de un país que se hunde, donde todos vamos camino de convertirnos en desarraigados. Todo ello convierte a La venta del paraíso en una película necesaria, revolucionaria a su manera.
Emilio R. Barrachina explica en la rueda de prensa que la película transciende a la anécdota del viaje de una inmigrante extranjera que llega a nuestro país buscando un empleo bien remunerado, un imposible. La situación permite al director jugar a vernos a nosotros mismos desde fuera. A eso ha añadido el elemento esperpéntico. En 2005 Barrachina escribió su novela La venta del paraíso. Entonces ya se veía venir la explosión de la burbuja, dice. El año pasado decidieron convertirla en película, así que ajustaron los matices a la situación actual. Utilizaron la Obertura 1812 de Tchaikovsky para marcar la estructura del guion que sigue la misma cadencia y el mismo ritmo que la pieza musical. Tchaikovsky introducía músicas populares en sus composiciones, de la misma forma Barrachina incorpora a la película escenas que rememoran a Berlanga, Buñuel, Gonzalo Suárez… Todo en La venta del paraíso funciona para el momento final en el que se interpretan 15 minutos de la Obertura con alguna variante, como la sustitución de la Marsellesa por el Himno de Riego. Esa pieza sirve de banda sonora a lo que ocurre fuera y al pasado de la protagonista.
De la pensión en la que se desarrolla la película, explica que es como si fuera un personaje más. Es un lugar cercano a lo real pero con un halo diferente y mágico. En el fondo sirve para contar cómo tiene la protagonista amueblada su cabeza, una interiorización de los códigos de la película. Ella lo ve todo normal –ni siquiera le sorprende la cama con un árbol en el centro– y esa forma de asumirlo hace que el espectador también vaya viendo lo más sorprendente dentro de la normalidad.
El director reconoce que la cinta puede tener varias lecturas. Le preguntan si es una película revolucionaria y dice que no, más allá de los diálogos con mala uva y del empleo de un código no habitual en nuestro cine. Los personajes, en palabras de su director, no son muy lúcidos y se definen más acertadamente con el papel de antihéroes. Todos ellos son personas sencillas, con alguna carencia que hacen tonterías. Barrachina añade que a todos se nos está quedando también cara de tontos ante la realidad y a lo mejor terminamos como los personajes: rompiendo escaparates de algún banco.
Al director le acompañan en la rueda de prensa los actores William Miller y Carlos Iglesias que hablan sobre lo que supuso su trabajo en la película y que de forma encararon sus personajes.
Cartel de la película El efecto K. El montador de Stalin de Valentí Figueres
El efecto K. El montador de Stalin es la primera película de ficción de Valentí Figueres, un autor que ha realizado varios documentales. El suyo es un lenguaje propio y un cine cargado de preguntas, de los que nos piden que no nos dejemos engañar por lo que vemos, que nos lo cuestionemos todo. La película nos cuenta la historia de Maxime Stransky, un hombre extraño que nos va contando su historia a través de sus filmaciones caseras. Se trata de hacerse preguntas sobre la manipulación. Hay en toda ella una especie de enfrentamiento entre el cine ojo (la cámara es el ojo que observa la realidad) y el cine dedo (es el montador el que construye con las imágenes seleccionadas una historia).
Los adjetivos que me vienen a la cabeza para describirla son poética y reflexiva, pero hay algo en ella que no termina de convencerme. Le doy vueltas y eso que me chirría es el hecho de estar contada con voz en off, es decir, no confiando en que las imágenes se expliquen solas y dando un mayor peso a la conclusión de la reflexión, es decir, la voz.
Cuenta Figueres que la película trata de los que fueron devorados por su sueño. De alguna manera se puede considerar una roadmovie de la Historia que recorre un siglo XX que engendró sueños felices y pesadillas atroces. Es también un viaje a la utopía y a la creación colectiva de una nueva sociedad. El mundo y su significado se construyen por quien lo mira, pero el mensaje lo lanza quien monta la película. Añade que le gusta definir la película como una obra de ficción realizada con fragmentos de la realidad.
Está rodada como fuera de campo, jugando a acercar y separar a la vez para así tratar de hablar de cómo se construye la memoria y el olvido. Para ello se usa tanto la verdad como el engaño y es necesaria la mirada crítica del espectador para poder diferenciar la una de lo otro. El experimento cinematográfico de Kulechov (efecto K) nos habla de la imagen y su valor, de cómo unas imágenes contaminan el significado de otras, de la memoria y la verdad. La misma teoría acabará por convertirse en un experimento social, un efecto K social.
Aunque Stransky es un personaje de ficción, sí que existió en la realidad Maxime Strauss y es el punto de partida. Los guionistas cogieron a ese personaje real y eligieron torcer su vida que fueron construyendo sobre anécdotas de otros personajes que sí fueron verdad. Figueres reconoce que viene del mundo de la filosofía y que su propósito fue cogiendo elementos de la verdad y la falsedad construir una gramática.
Cartel de la película Frontière(s) de Xavier Gens
Una de las secciones de este festival que más está llamando la atención es la llamada Crueldad francesa que Leticia Dolera describió en la gala de inauguración como cine de terror francés a lo bestia. Es el gore que hacen nuestros vecinos. Uno de sus principales y más admirados exponentes es el director Xavier Gens, autor de Frontière(s), una película de 2007 que arranca con los disturbios en las calles de París.
En mi opinión la película tiene dos partes bien definidas y totalmente separadas. La una coincide con la realidad donde la extrema derecha es candidata a hacerse con ciertas cotas de poder en Francia, un mundo al que nadie querría venir si le preguntasen antes de nacer. La segunda es la parte gore, de sangre fácil, crímenes y dolor. Y sin embargo ambas partes se tocan y esta última parte es quizá un efecto de la primera. Debemos cuidar este mundo si no queremos acabar asesinados en una casa del terror.
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