miércoles, 9 de julio de 2014

El reflejo plural de la sociedad

La Semana Negra rinde homenaje a las abogadas laboralistas que lucharon contra el franquismo

Miércoles 9 de julio de 2014. Semana Negra. Gijón

A esta Semana Negra ya le quedan menos días por delante que los que pasaron si echas la vista atrás. Los cuadernos de notas se van llenando y la lista de lo que queda por hacer se ha quedado en medio folio. El ecuador siempre se tiñe de respeto y es un buen momento para hacer balance, pues aún resta tiempo para corregir lo que no nos convence. El miércoles fue el día en que vinieron las abogadas laboralistas Cristina Almeida, Paquita Sauquillo y Manuela Carmena, en el que Taibo presentó su libro sobre Asturias 1934 y también ese día en el que el sol decidió lucir con fuerza.

Víctor del Árbol: moverse en el dolor en sitios sin esperanza

Víctor del Árbol presentando su novela en la Semana Negra
Víctor del Árbol presentando su novela en la Semana Negra
Víctor del Árbol presenta en la Semana Negra Un millón de gotas, su cuarta novela. Reconoce que no tiene la menor inocencia cuando decice sus temas. No es casual que haya elegido hablar de una mafia rusa a la que ha llamado Matrioska. En Cataluña existe una lacra: el blanqueo del dinero que viene del crimen organizado. Durante muchos años nadie se hacía preguntas de donde venía el dinero con el que se estaba realizando la expansión inmobiliaria. Mientras hubo bonanza el beneficio económico primaba sobre todo lo demás. Ahora no es así, estos casos han salido a la luz. El autor afirma que le hace gracia la hipocresía de la sociedad. En el momento que el flujo se corta es cuando nos hacemos las preguntas sobre el origen del dinero y nos escandalizamos de que las respuestas sean de la trata de blancas, del narcotráfico o de la venta de armas. Mientras las cosas ocurran fuera de casa no pasa nada. El año pasado desaparecieron en España más de 140 menores. Cada uno de esos niños y niñas tiene una historia, pero está claro que esto forma parte de una trama con menores. La novela es una ficción, lo que quiere decir que probablemente se acerca mucho más a la realidad.

Hablando de su evolución, el autor afirma que con cada novela ha aprendido a conocer sus propios límites y está aprendiendo a pulir sus defectos. En todas ellas se mueve en el dolor, en sitios sin esperanza porque ésta la dejaba para cuando él mismo pudiera sentirla. El dolor forma parte de nosotros, pero con esta última novela ha visto que también tenemos un espacio para el optimismo. Con humildad reconoce que le queda mucho por aprender, como ser más conciso, menos solemne y construir personajes menos dramáticos y con más humor. Dice que tiene los pies en el suelo, que sabe dónde está como escritor y también lo que le falta. No le da vértigo publicar en una editorial grande que está apostando con fuerza por sus libros. Explica que uno piensa en escribir, no en publicar. Lo segundo es algo que va llegando. El éxito no tiene que ver con lo que vendes, sino con en qué grado de tus objetivos estás. En Francia tiene mayor tirada que aquí, le ha dado vueltas y lo que cree es que allí les interesa mucho más el franquismo y la Guerra Civil que a nosotros porque los franceses han hecho un verdadero trabajo de recuperación de la memoria.

Llama la atención de su biografía que el autor haya trabajado 20 años como mosso d'esquadra, eso sí, especifica que siempre como agente de base. Se siente orgulloso de aquel trabajo, pero también entiende las críticas hacia este cuerpo policial. Dice que su experiencia como policía no ha influido en sus novelas. El haber sido policía solo es una anécdota, sin embargo la escritura es una constante en su vida. No concibe la novela negra como de intriga, es más bien una estructura para hablar de la contradicción humana en su naturaleza. Su etapa de policía le ha servido para saber bien de lo que somos capaces. Añade que se conoce bien a sí mismo y que si en sus novelas habla del miedo, de la desesperación y de la lealtad es porque todo eso lo ha vivido.

Abogadas laboralistas contra el franquismo: defendiendo para cambiar la sociedad

Paquita Sauquillo, Rubén Vega, Manuela Carmena y Cristina Almeida durante su charla en la Semana Negra
Paquita Sauquillo, Rubén Vega, Manuela Carmena y Cristina Almeida durante su charla en la Semana Negra
El historiador asturiano Rubén Vega participó en el libro colectivo Abogados contra el franquismo. Se siente muy orgulloso de que tres de las protagonistas de este libro estén aquí para contar sus experiencias. Presenta a cada una de ellas con admiración y agradece la presencia de tanto público, quizá sea la charla que ha reunido más personas en lo que va de Semana Negra. No se extiende porque quiere dejar el tiempo a Cristina Almeida, Paquita Sauquillo y Manuela Carmena.

Rompe el fuego Manuela Carmena para señalar que los despachos de abogados laboralistas que fundaron fueron un buen invento. Hay muchos inventos sociales, Lynn Hunt recogió uno de los más grandiosos en el ensayo La invención de los Derechos Humanos, pero también están la Institución Libre de Enseñanza, La Cruz Roja o la enseñanza gratuita. Es la propia sociedad la que pide estos avances. En la dictadura, para resolver sus problemas laborales, los obreros tenían que ir a los abogados del Sindicato Laboral, al mismo sitio al que también iban los empresarios. Era evidente que hacía falta una abogacía diferente que pudiera defender a los trabajadores. Así surgen los despachos laboralistas. No tenían dinero, por lo que usaban borriquetas con tableros en lugar de mesas. Tenían claro que no podían cobrar nada a aquellas personas que no ganaban sus juicios. Nunca es más eficaz un abogado que cuando solo cobra si gana, de esta manera forma un mismo cuerpo con sus clientes.

Durante el franquismo vivíamos una legislación que no reconocía ningún derecho laboral, pero que si había legislado con leyes paternalistas que en realidad tampoco se llevaban a cabo. Cuando acudían a los tribunales los abogados tiraban de esos mínimos derechos diciendo que estaban en la ley y no se cumplían. No había experiencia en aquellos tiempos y litigaban cargados simplemente de razón y sentido común.

En el despacho de abogados que formó Carmena todos cobraban lo mismo independientemente del trabajo que llevaban adelante en él. Funcionaba la solidaridad. Trabajaban para cambiar las cosas a mejor y eso les daba felicidad. Eran personas que lucharon contra el franquismo, que querían avanzar. Ahora hay que mirar hacia el futuro y habla de los emprendedores sociales como un elemento necesario y un nuevo invento social. Habla de la plataforma cibernética llamada la red social del lobby ciudadano como mecanismo para hacer llegar las propuestas ciudadanas directamente a las instituciones. Hace falta una ley de emprendimiento social y que las empresas sociales se conviertan en una alternativa al capitalismo.

Paquita Sauquillo recuerda que las tres coincidieron en un mismo curso, cada una en la izquierda y con diferentes situaciones. Ella militaba en la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores). El esquema que ha contado Carmena era igual en todos los despachos laboralistas que se formaron entonces. Estaban al servicio de la sociedad y a favor de las comisiones obreras que se estaban montando entonces. Ella quiere destacar otro aspecto de los abogados laboralistas. Sabían que era necesario trabajar también en el mismo espacio en el que vivían los trabajadores, en los mismos barrios periféricos de las ciudades. Se preguntaron cómo podían hacerlo y empezaron usando las parroquias llevadas por personas de la iglesia progresistas, los curas obreros. Cada día iban a uno de estos barrios y montaban las consultas. Desde ellas empezaron a plantear el trabajo. El siguiente paso fue montar las asociaciones de vecinos que tuvieron mucha fuerza. Debajo de estas asociaciones había plataformas políticas, ilegales entonces, que impulsaban el movimiento vecinal. Empezaron en Vallecas con la asociación de vecinos de Palomeras. Lo hicieron reivindicando derechos como el de la vivienda e iniciaron una lucha unida de todos los vecinos. En la época había una mala conciencia en los políticos oficiales que no les permitía las expulsiones en las barriadas, así que comenzaron también con las ocupaciones de viviendas vacías. Después trataron de crear una federación de asociaciones de vecinos que facilitase la posibilidad de agruparse.

Público asisente a la charla de las abogada laboralistas en la Semana Negra
Público asisente a la charla de las abogada laboralistas en la Semana Negra
Sauquillo explica que ser mujer no le impidió nada. La aceptaban porque estaba en la calle y en el despacho para defender a la gente. En aquellos tiempos montó y trabajó en el movimiento ciudadano. Peleaban por la libertad. Tenían claro que debían agrupar todas las luchas (laboral, ciudadana, profesional…). Ahora el 15-M le recuerda a esas mesas camillas con las que empezaron a trabajar entonces en las calles. Eso se perdió con la democracia. Pensaron que con la representación en los ayuntamientos era suficiente y podían retirar los movimientos ciudadanos de la calle. No dice que haya que repetir aquella forma de luchar para que las personas se pudieran reunir libremente o batallar por sus derechos, pero la manera de trabajar sí que podría recuperarse. Ahora nos toca ver como sortear y dar la vuelta a las leyes que está impulsando la derecha, para que no se cumplan porque si no lo conseguimos tendremos un retroceso de 40 años.

Cristina Almeida dice que estar en Gijón le suena a lucha, a solidaridad y a mujer. Las tres mujeres que están en la mesa se dedicaron a defender trabajadores, a resolver problemas vecinales y a ayudar a los presos políticos. Las tres eran conscientes de que había que cambiar globalmente el mundo e impulsaron la lucha de las mujeres, de los sindicatos y de la democracia. Explica Almeida que hubo una «semana negra» de la democracia. La Transición empezó con un gran dolor. El 23 de enero 1977 hay una manifestación para pedir la amnistía de los presos. Al estudiante Arturo Ruiz lo mata la policía en esa manifestación. Al día siguiente Mari Luz Nájera muere por un pelotazo de la policía. En el otro lado secuestran al general Villaescusa y mueren dos guardias civiles en un atentado. No se quedaron quietos y fueron a golpear al corazón de la lucha, a los abogados laboralistas de Atocha. Buscaban a un sindicalista del ramo del transporte para forzar la situación y obligar a que interviniera el gobierno. Subieron al piso de arriba y esperaron una hora hasta que se fueron los trabajadores. Luego bajaron con las armas. Había una reunión de abogados de barrio. Mataron a cinco de ellos y dejaron a los otros cuatro al borde de la muerte. Señala Almeida que entraron a matar la democracia, y ocurrió al revés, que por reacción a este hecho nació. Se hizo indispensable. El ministerio de Interior no tenía medios para garantizar que no hubiera incidentes en el entierro de los abogados. Tenían miedo y el partido comunista, ilegal entonces, dijo «nosotros garantizamos la seguridad en la calle».

Almeida está dispuesta a participar en una nueva Transición, pero no en destrozar la anterior por toda la gente que cayó para que fuese posible. No querían más tiros. Era más importante arrancar que destruir, así que eligieron empezar. En abril se legalizó el PCE y se celebraron unas elecciones con los sindicatos y todos los partidos reconocidos. Cristina Almeida pide que luchemos por otra Constitución, pero señala que tenemos en el presente cosas que aprender. Estamos perdiendo derechos. Tendremos que pelar hasta con el Espíritu Santo, pero no nos pueden quitar los derechos laborales, en educación, sanidad… Los derechos no son de los gobiernos, son de los ciudadanos. El PP tiene mayoría parlamentaria, pero no social. En ese sentido Madrid ha sido una exposición de rebeldía. La gente no se calla. Cuando la conciencia tiene un compromiso, el compromiso se lleva hasta la tumba.

Al final una misma pregunta para las tres: su opinión sobre la Transición. Carmena considera que la Transición fue ejemplar, pero que desde que comenzamos a vivir en democracia, empezamos a hacerlo mal: se desarticularon los movimientos sociales y empezaron a callar. Sauquillo recuerda que en el 75 hubo cinco ejecuciones para que no olvidemos el ambiente. La Transición era fruto de mucha lucha y mucha gente. Querían llegar a un acuerdo. La gente de la izquierda tuvo que bajar sus demandas. En su opinión cree que lo hicieron bien. Sabe que los derechos que pusieron en la Constitución están en el papel, pero son teóricos y no valen. Parte de los líderes vecinales llegaron a los ayuntamientos y ya no impulsaron más. Allí empezaron a perder. Visto ahora se ve de otra forma. Por su parte Almeida explica que desde que llegó al poder la izquierda -una percepción discutible la de incluir al PSOE en la izquierda pero que ella reafirma- hubo muchas renuncias que no eran necesarias, como por ejemplo no apoyar a las víctimas del franquismo y mantener su muertos en las cunetas. Esas renuncias innecesarias desmejoraron la democracia a fuerza de ir perdiéndose derechos y de ignorar la historia. Es a la gente joven a la que le toca suplir las deficiencias, aunque la gente vieja no vaya a retirarse.

No se van sin recordar la recogida de zapatos, ellas van a echar los suyos en nombre de todas esas mujeres que no están.

Foto y periodismo: Los saltos son la vida y la muerte

Javier Bauluz, Teresa Palomo y Maiga Oussman durante la charla del 18 Encuentro Internacional de Foto y Periodismo de Gijón
Javier Bauluz, Teresa Palomo y Maiga Oussman durante la charla del 18 Encuentro Internacional de Foto y Periodismo de Gijón
Javier Bauluz presenta el 18 Encuentro Internacional de Foto y Periodismo de Gijón, que como todos los años se celebra dentro de la Semana Negra. Para la primera de las charlas de esta edición ha venido Maiga Oussman, un joven de 19 años que ha vivido los últimos tres en el monte Gurugú, al otro lado de la valla, esperando para saltarla. En el Gurugú ejercía el papel de médico sin serlo, cuidando de sus compañeros heridos y malviviendo como todos ellos. En esos escenarios de la desesperación lo que encuentras son seres humanos. Al quinto intento lo consiguió. En los cuatro anteriores fue deportado ilegalmente por la Guardia Civil cumpliendo órdenes del Ministerio del Interior, las mal llamadas devoluciones en caliente. Los deportan sin cumplir las normativas y entregándoselos a las fuerzas marroquíes que se encargan de apalearlos para que no los intenten más. Vivimos un momento en que quieren convertir a los inmigrantes en invasores, magnificando el problema. En el último año y medio 81.000 españoles se han ido a vivir al Reino Unido, mientras que solo 3.500 subsaharianos han conseguido pasar la valla de Melilla en ese mismo tiempo.

A Maiga le acompaña la joven periodista Teresa Palomo que lleva unos meses trabajando en Melilla. Cuenta que nada más llegar ella vieron que había muchos heridos tras un intento masivo de saltar la valla. Subieron al Gurugú. Ya no hay ONGs que ayuden allí, tan solo un cura y una monja. Maiga les enseñó todo aquello, les contó que tenían redadas tres veces cada día. Les mostró las heridas que tenían sus compañeros y vieron como las iba cuidando con betadine y unas gasas. El 18 de marzo, Maiga entró en territorio español con otras 400 personas en un salto colectivo. Lo llevaron al CIE de Aluche. No tiene más familia que un hermano pequeño. Lleva ya cinco años fuera de casa. Él es de una zona con un conflicto de guerra.

Maiga salió de su casa porque no tenía padre, ni madre, ni medios para subsistir. Explica que estuvo tres años en el bosque del Gurugú. Avisa de que lo que va a contar es la realidad. No fue fácil pasar las tres vallas de Melilla. Las cuchillas cortan, es sencillo caerse y además los militares marroquíes y la Guardia Civil les tiran piedras y les pegan, lo que provoca que haya muchos heridos. Igual ocurre con las redadas, tienen que subir monte arriba y los barrancos son peligrosos. Cuando alguien se cae y muere, lo bajan de la montaña y lo entregan a la policía. A la gente del pueblo la propia policía les cuenta que se han matado entre ellos. Un militar marroquí les dijo que los clandestinos no eran bienvenidos y que no podían pasar.

Antes había solidaridad, les ayudaba la Cruz Roja, pero ahora ya no hay nada. Los últimos en irse han sido Médicos sin Frontera. Cuando lo hicieron él empezó a encargarse de cuidar a la gente que quedaba herida tras los saltos. Curar a la gente no era su trabajo, pero cuando veía a sus amigos y hermanos sufriendo no podía hacer otra cosa que ayudar a cuidar sus heridas. Ahora no sabe si habrá alguien que haga esta función y está preocupado por eso. Ha visto heridos y muertos. Los militares marroquíes les maltratan, les dan palos y les rompen las piernas para que no vuelvan a intentar el salto. No entiende por qué pasa esto, ni cómo es posible que la Unión Europea lo admita. Entró cuatro veces nadando, pero le pillaron y le devolvieron. No entiende por qué la Guardia Civil les expulsa, ni por qué se están haciendo más vallas para parar a la gente.

En los saltos se producen muchas heridas, hay gentes que han perdido los ojos por las balas de la policía. Cuando vas a la valla vas a la guerra, unos quieren entrar y otras personas están enfrente porque no te quieren dejar pasar. La policía les dice que hoy ha habido un muerto, pero en realidad son más, sus números van siempre a la baja. Los saltos son la vida o la muerte. Muchos no están en el CETI, el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, y si llamas al Gurugú tampoco han vuelto. Tienes amigos y te interesas por ellos. Desaparecen. En el Gurugú cuando alguien desaparece sabes que le ha pasado lo peor. El día del salto eran unos 600, un coche de la policía marroquí les embistió y vio a cuatro personas en el suelo. Cree que son los cuatro que murieron. Una vez que saltaron se agruparon en lo que llaman «one spirit», una especie de masa humana donde unos se cogen con otros formando un piña, y así llegaron todos juntos al centro de estancia de Melilla sin que la policía les pudiera detener.

Carmen Moreno presentando su novela en la Semana Negra
Maiga Oussman cuenta su historia
Sobre la prisión de Madrid dice que es una mierda. Estás encerrado, no ves el sol hasta que no sales y tiene unos horarios estrictos. En España ha visto mucha solidaridad, se siente contento, pero sí que es diferente la vida de aquí con la de allí. Para ayudar dice que es importante que se sepa los muertos que hay y que en eso es vital la UE porque tienen que hacer algo respecto a esto.

Después de la espeluznante narración de Maiga, Teresa Palomo dice que poco se puede añadir. La manera que tenemos de ayudarles es buscando información. La realidad es que les tratan peor que a animales, no tienen ningún derecho. Cuando hay saltos, la zona de seguridad se extiende para que los periodistas estén lejos y no puedan grabar mucho, sobre todo si las fuerzas de seguridad van a cometer alguna ilegalidad. Ahora están dejando filmar más porque quieren que las expulsiones en caliente se conviertan en la normalidad.

Los subsaharianos cuando llegan no saben que hay una valla de separación. Se enfrentan con el miedo. Desde el Gurugú ven cada día Melilla, pero también han aprendido que si consiguen entrar les devuelven al otro lado. Es muy duro psicológicamente, por eso solo terminan cruzando los más fuertes.

Se proyecta el vídeo de Teresa Palomo, sobrecoge ver a los africanos subidos a la valla y sus gritos continuos de libertad. Asusta la complicidad que se percibe entre las fuerzas de orden españolas y marroquíes. Angustia esa espera tranquila de los soldados marroquíes a que les devuelvan a los que han saltado para caer sobre su presa. Palomo comenta que lo que hemos visto corresponde con dos semanas y media. Los inmigrantes aguantan en la valla hasta 12 horas, con temperaturas muy bajas y mucho frío. Hay intentos de entrar en Europa cada día. Dicen que no pueden volver a sus casas, pero a la vez no recomiendan a los demás que vengan. Tampoco se quieren quedar en España, es solo una zona de paso. Sobre la gente de Melilla cuenta que evitan pasar cerca de la valla, como si no estuviera.

Cuando están en el CETI, las ONGs los reclaman, éstas deciden quiénes salen y cuándo. En Melilla tienen capacidad para 400 personas y lo normal es que haya 2.500. Maiga tenía plaza en un avión para expulsarlo a Mali.

Los saltos los realizan por nacionalidades, igual que la distribución en el campamento. Se separan en grupos para así dividir a las fuerzas del orden. En realidad quien decide los días de salto masivos son la policía marroquí. Un día se quitan y entonces hay salto. Pero en realidad ellos lo intentan todos los días.

Sobre el trabajo de periodista, Palomo explica que es muy difícil. No te dejan pasar a Marruecos y si lo consigues te van a seguir todo el tiempo. Cuando terminas, ningún medio quiere publicarte. El trabajo es para uno mismo y para mostrarlo aquí. Para despedirse nos anima a que busquemos mejor información que la que sale en los telediarios.

La República Cultural

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