El director manchego se adentra por las sendas del thriller
Cartel de la película La piel que habito
En lo cinamatográfico, Almodóvar se muestra impecable, como siempre, como el gran maestro que es. Los detalles están cuidados al máximo y cada fotograma es puro cine, pensado como una imagen para grabarse en la retina y ser recordada después de que haya pasado mucho tiempo. La mejor técnica se incorpora como un elemento natural al servicio de lo artístico y de la película. Los planos son perfectos. Sin el menor descuido nunca. Con esto no digo nada nuevo, es algo que ya se sabe y se da por supuesto cuando se va a ver una película del director manchego. No le quito mérito, pues lo tiene, no es nada fácil conseguir lo que el hace con suma facilidad. La piel que habito no es ninguna excepción, todo en la pantalla le dice al espectador que está viendo cine bien hecho.
Otra cosa es el guion, que en este caso produce un cierto desconcierto. Hay demasiada historia subterránea que va aflorando a un ritmo pausado, el que el director desea. No deja cabos sueltos, los ata todos, interesado en cerrar una thriller criminal y psicológico. La primera parte nos va presentando unos personajes que bien podrían haber salido de un culebrón, descubrimos relaciones familiares silenciadas, historias truculentas, un cierto desequilibrio en el doctor Ledgard (Antonio Banderas) obsesionado por llevar los avances científicos por encima de las cortapisas morales de su tiempo y fijamos el enigma principal: ¿quién es Vera Cruz (Elena Anaya)? Vera parece ser una paciente de la clínica que el cirujano plástico Ledgard tiene en su propia casa, pero hay algo raro en ambos, él la tiene encerrada, la observa en todo momento, ella es la única paciente y además siempre está intentando huir. El interés por lo que esconden los dos protagonistas se va diluyendo porque va pasando el tiempo de una forma inútil para la trama.
Antonio Banderas y Elena Anaya en una escena de la película La piel que habito
Esa capa misteriosa y un tanto críptica con la que se envuelve la La piel que habito no trabaja a favor de la historia y todo en ella termina pareciendo un juego, incluso los nombres de los protagonistas resultan un tanto peculiares, como si éstos se trataran de acertijos. Ledgard bien pudiera ser una anagrama que escondiera un homenaje a Gardel para decirnos que la vida no es otra cosa que un tango. Vera Cruz podría resultar ser un recuerdo hacia Penélope o quizá a Sara Montiel por su famosa película Veracruz.
¿De qué habla en realidad la La piel que habito? En primer lugar de la culpa y del proceso de arrepentimiento que viene marcado por el dolor y la frustración ante lo que no se ha podido evitar. Habla de ausencias y carencias en lo afectivo, de obsesiones, de chantajes y de pasiones humanas por las que dejarse arrastrar. Ninguno de ellos es un tema nuevo para Pedro Almódovar, los ha tratado con profusión en su filmografía.
Digo «experimento» para referirme a la película y no lo hago por el trabajo en el laboratorio del cirujano, ni por los avances científicos que realiza en él. Lo señalo por ese fondo, esa intención que tiene Almodóvar de probar un nuevo género, el deseo de cambiar el método, el gusto por hacer algo diferente, la forma con la que envuelve la historia dentro de un thriller. En ese sentido aplaudo su decisión de no quedarse anclado, de inventarse de nuevo.
Hay en la película pequeños toques de humor, como cuando, en su cameo, Agustín Almodóvar entra en la tienda a vender la ropa de su mujer que le ha abandonado o el hombre que aparece en la clínica disfrazado de tigre, con ese acento tan extraño y que va dando pie a la eterna ama de la casa -que resulta ser su madre- para contar las historias más rocambolescas. Ninguno de estos momentos son de lo más acertado de la película.
En el lado opuesto, como una de las mayores virtudes, la banda sonora compuesta por Alberto Iglesias que dota a La piel que habito del ambiente inquietante con su música. Como en todas las películas de Almodóvar también hay una canción especial, en este caso es Se me hizo fácil que interpreta Buika.
Decía antes que los personajes fallan, no es culpa en este caso de los actores que son seres al servicio del director, quien decide cómo hay que contar la historia. Así, Almodóvar le pidió a Antonio Banderas la distancia que impone su fría interpretación; lo enigmático que hay en la de Elena Anaya; el desconcierto del personaje un tanto perdido de Jan Cornet; la mansedumbre de Marisa Paredes; el alocado comportamiento de un dislocado personaje que le toca defender a Roberto Álamo; la fragilidad del personaje roto de Blanca Suárez; el egoísmo del de Eduard Fernández; o la rectitud aparente y sobria del profesor que interpreta José Luis Gómez. Así quiso que fueran Almodóvar y así le han salido.
A modo de pequeño anecdotario: A la hora de realizar La piel que habito, Almodóvar reconoce dos inspiraciones. Habla de la película Los ojos sin rostro de Georges Franju, pero sobre todo señala la influencia de la novela de Thierry Jonquet Tarántula, cuya libre adaptación construye esta película.
Jonquet fue un escritor francés que falleció en 2009. Sus obras se pueden clasificar dentro de la novela negra y en ella abundan críticas sociales y políticas, no en vano era miembro de la Liga Comunista Revolucionaria. De joven estudió filosofía y después terapia ocupacional para dedicarse finalmente a la geriatría. Fue en aquellos años cuando comenzó a escribir. Más tarde dejó la geriatría para hacerse profesor. No es fácil hacer una lista completa de los libros que publicó, pues acostumbraba a firmar con muchos seudónimos.
La editorial Anagrama prepara el lanzamiento como libro de La piel que habito, con Pedro Almodóvar como autor, para principios de marzo de 2012. Por su parte, en septiembre del año pasado, Ediciones B editó en nuestro país Tarántula, la novela de Thierry Jonquet.
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