Mateo Gil rueda su western sobre Butch Cassidy en Bolivia
Cartel de la película Blackthorn [Sin destino]
El western es un género que permite mirar la sociedad desde un prisma más justo. No siempre acertaron, pues la primeras películas del oeste norteamericano no fueron otra que cosa que historias de pioneros, de conquista y de identidad con la que los estadounidenses forjaron su patriotismo. Hubo un tiempo después que nos enseñaban la vida de increíbles forajidos, una vida que fuese cual fuese el camino elegía siempre la libertad, un cierto compromiso con la justicia más allá de lo que señalaran las leyes y que ponía por encima de todo la lealtad y el valor. Después sí, después nos enseñaron la mirada del extranjero, la facilidad con la que el que viene de fuera es capaz de ver en seguida la putrefacción establecida en la sociedad local, así, en este tercer ciclo siempre nos mostraba al forastero que llegaba a la ciudad y ponía orden a tanta corrupción y maldad, aunque la ley también se sentara al lado de los malvados. Las últimas épocas, con el género ya óxidado, nos hablan de envejecidos vaqueros que ahora miran la vida desde su experiencia, no tienen fuerzas para demasiada acción pero sí para mostrarnos, vía comparación, los dos lados, el justo y el injusto. Este es el western que nos propone Mateo Gil, el de una vida gastada sobre los principios éticos y comportamientos elementales que la capitalización y la propiedad nos ha ido haciendo olvidar. Es una película para recuperar la esencia del ser humano, precisamente ahora que la sociedad es conducida por los poderosos hacia sus mayores cotas de inmoralidad.
Y sin embargo, es más rico quien tiene mejores amigos que el que atesora mayores riquezas materiales. Esa es la enseñanza, la vida no es mejor con dinero, sino con principios. La satisfacción se tiene cuando al echar la vista hacia atrás, uno se da cuenta que ha cumplido, tendrá sus reproches, pero la balanza de la conciencia le resulta muy favorable. Esa mirada tiñe el largometraje de una nostalgia dulce que se convierte en uno de sus mayores encantos.
Sam Shepard y Eduardo Noriega en una escena de la película Blackthorn [Sin destino]
La vejez es un momento extraño, el protagonista se ha cargado de experiencia tras llevar una dura vida de renuncias y soledad. En cierta manera, se regodea de esa existencia suya, apartada y un tanto mística en comunión con la tierra, a la que le ha encontrado el gusto, el de la libertad cuando ya nadie le persigue. De verdad ha encontrado su propia identidad y se conforma. Y sin embargo lo que echa de menos es lo que ya vivió, volver a tener esa chispa en los ojos y desenfundar las pistolas por una causa justa, por el débil y desprotegido frente al poderoso. Han pasado los años por delante, pero no ha perdido el idealismo que tuvo.
Ese el papel que juega Eduardo Apocada (Eduardo Noriega), es ese desvalido que se ha atrevido a robar a un rico y ahora es perseguido. Su personaje va a desencadenar los recuerdos y hacer despertar al viejo dormido, porque el mundo aún le necesita. La amistad se forja rápido, y pronto. Con las peripecias de la huida, se sienten uña y carne, se hacen amigos de los que comparten un techo en ropa interior, en esos calzoncillos largos de entonces. La amistad se cultiva con lealtad, con tiempo, con ideales compartidos.
Hay otra especie enfrente, la de los enemigos, aquellos que han dedicado su vida a perseguirte, los que han unido su destino a tu fracaso. En este caso es Mackinley (Stephen Rea), el hombre de la Pinkerton que estuvo a punto de cazarle una vez y que sigue obcecado. Ahora es un viejo borracho que malvive en un pueblo boliviano. Esa es la mano que reparte Blackthorn [Sin destino]. El tapete elegido es la naturaleza, agreste y hermosa a partes iguales. La fotografía de la película se recrea en esos paisajes que describen la soledad de los personajes, su rocoso mundo interior, su grandeza, el frío de su vida y los desiertos de sal que deben cruzar para ponerse a salvo. La naturaleza nos explica lo que los personajes callan, es la sabiduría que está por encima de cualquier experiencia.
Y surge el giro espectacular a falta de veinte minutos, como el tahúr que ha guardado su mejor jugada para esa mano en la que las apuestas han subido más. Se descubre que el respeto de los enemigos también es una forma de amistad, que todos guardamos secretos, que los tiempos cambian y que debemos tener cuidado con las causas que elegimos, porque a veces nos equivocamos al suponer en los demás nuestros mismos pensamiento. Hay quien no ha entendido la diferencia, que no sabe nada de la ética de los atracadores, de su justicia. Son esos tipos que abandonan los principios de la justicia por el egoísmo, esos a los que en una película del oeste no les puede esperar nada bueno al final.
Blackthorn [Sin destino] tiene algo que hipnotiza, por un lado las sosegadas interpretaciones de sus protagonistas, por otro la fotografía excepcional de tan bellos paisajes y también la estupenda banda sonora que nos acompaña durante el viaje.
A modo de pequeño anecdotario: Sam Shepard no es solo un actor, tras él hay un escritor y un músico con mucha historia a sus espaldas. Ha pasado varías décadas como batería de distintos grupos de rock, se fue con Bob Dylan en la mítica gira Rolling Thunder Revue, ha tocado el banjo para Patti Smith… Pero es en Blackthorn [Sin destino] la primera vez que canta en el cine. Así, mientras viaja con Eduardo Noriega a lomos de un caballo o una mula, va tocando y entonando temas folk tradicionales: I'm no grave, Wayfaring Stranger, Take your burder to the lord -donde Sephard también se encarga de la guitarra- y Sam hall -canción en la que podemos además escuchar la voz de Eduardo Noriega-. Estos cuatro temas son canciones populares con arreglos de David Gwynn para la película. Hay una quinto tema más, Rosa interpretada por Ignacio Paz. El resto de la música de Blackthorn. Sin destino está compuesta por Lucio Godoy.
Hablando de música y músicos, citar también que Enrique Bunbury figura como productor asociado en los títulos de crédito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario