Kike Maíllo se va al futuro para intentar contar los mecanismos que rigen nuestras emociones
Cartel de la película Eva
Dentro de su línea de óperas primas, la productora Escándalo Films, asociada a la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC) donde Kike Maíllo imparte clases de guion y de dirección cinematográfica, se planteó hacer algo diferente, una película menos intimista que las que venían produciendo en los años anteriores. Le preguntaron a Kike Maíllo si se veía capaz de realizar un largometraje de género. No lo dudó y eligió para ello una de sus pasiones infantiles, los robots. Así surge la oportunidad de hacer Eva, un cuento futurista que se basa en la Inteligencia Artificial y la Robótica. En realidad una excusa para contar cómo de complicados somos los humanos.
Lo primero que sorprende es la decisión de huir de un futuro demasiado diferente a nuestro presente. El 2041 de Eva no resulta innovador, se aleja de lo apocalíptico y además no nos hemos deshumanizado lo más mínimo. Nos plantea más bien un universo cercano, una especie de retrofuturismo en el que cualquiera del 2012 se puede sentir como en casa, entre los mismos objetos de hace unos años y con un carácter tremendamente hogareño. También se observa una gran convivencia entre la naturaleza y la civilización. La pequeña ciudad donde se encuentra la universidad que financia la investigación, es un lugar hermoso y acogedor, un pequeño valle lleno de vida, rodeado por montañas y con su propio lago que se hiela cuando empieza el frío para que todos puedan pasar las horas de ocio patinando. Rodada en el invierno de Chaux-de-Fonds (Suiza) y Panticosa, la película hace sentir el peso del paisaje y la nieve que están siempre presentes, como si fueran un personaje más, con su propia historia, hecha de tiempo, de personas que han ido pasando, de detalles cotidianos que no se han contado pero que han quedado impresos en el ambiente de la ciudad. Nos transporta al interior de una bola de cristal que encierra una estampa sobre la que cae una nevada al girar la muñeca, la atmósfera que nos hace sentir en zapatillas frente a la chimenea y nos deja mirar hacia el interior de la historia sin preocupaciones, desde más cerca.
Daniel Brühl en una escena de la película Eva
Álex ha estado diez años lejos de Santa Irene, donde la vida ha ido siguiendo su curso. Su regreso nos muestra un personaje neutro, que ha roto los lazos afectivos con su hermano David (Alberto Ammann) y la mujer de la que se enamoró, Lana (Marta Etura). Esa neutralidad le permite mostrar la misma empatía hacia seres humanos y criaturas artificiales como el doméstico que le atiende (Lluis Homar). En realidad huye de cualquier muestra de emotividad. Pero esa equidistancia no es posible mantenerla cuando conoce a Eva (Claudia Vega), una niña de diez años más especial, intuitiva, divertida y magnética que el resto. Su rutina de trabajo se ve alterada por su presencia. Eva, Álex y Lana forman el triángulo del melodrama, que es la verdadera historia de la película y su sentido. Lo demás ha sido un mero instrumento.
Eva es una película muy comercial, que mantiene la atención del espectador, atrapándole y sin soltarle en ningún momento. Sabe jugar con los giros, dar la vuelta de tuerca en el momento oportuno para llevarnos por un camino que puede ser falso o verdadero. Sin duda el director ha pensado en el público a la hora de realizar la película y para ello la ha construido a través de un guion que presenta una sólida estructura convencional.
Si la fotografía se ha cuidado mucho, la música también juega un papel de gran importancia. Es cierto que la banda sonora no tiene sobresaltos y podría parecer un tanto transparente, pero está presente en todo momento, con su tono suave, y nos va envolviendo dulcemente, quedándose en nuestra cabeza. Me gusta ese futuro en el que en una fiesta se vuelve a a escuchar a David Bowie cantando Space Oddity.
Contaba Kike Maíllo un miedo que tenía respecto a la interpretación. Dice que en las películas de robots, la mecanización termina comiéndose al actor. Pensó que la mejor manera de evitarlo era recurrir a actores con mucha experiencia, así que Lluis Homar interpreta al robot doméstico, y sabe darle esa justa medida entre mecánica y afectividad para hacer inolvidable su presencia en la película. Destacan también las interpretaciones de Marta Etura, Alberto Ammann y Anne Canovas, pero sobresalen las de sus protagonistas, Daniel Brühl con un cierta carga de pasividad, de contemplación de la vida y de capacidad de ilusionarse que tanto necesita su personaje y Claudia Vega, que debuta en cine pero que parece que llevara toda su corta vida interpretando porque su mirada engancha y su agilidad se convierte en un imán que centra y mueve la película.
Eva, como buen largometraje de Ciencia Ficción, también tiene su clave, una frase enigma: «¿qué ves cuando cierras los ojos?». Es una pregunta que queda abierta, pero que sin duda tiene su utilidad en la trama.
A modo de pequeño anecdotario: El objetivo del científico al que da vida Daniel Brühl es el de diseñar un procesador que funcione de cerebro del niño-robot. El ingeniero utiliza para ello el Hand-up, una herramienta de trabajo que se creó específicamente para la película. Dicho interfaz le permite trabajar de pie con piezas volumétricas de cristal que puede coger, desplazar, cambiar de tamaño o modelar. Cada una de esas piezas representa un rasgo del carácter del robot. Esta aproximación al cerebro del robot está basada en la Frenología, una paraciencia que vivió su esplendor en el siglo XIX y según la cual cada parte del cráneo está dedicada a un rasgo del carácter. Para la película se eligieron 24 reguladores de esos rasgos del carácter y los convertieron en piezas de cristal que el ingeniero modula para elaborar el cerebro.
El gato es un artilugio mecánico, una combinación de marioneta operada por tres manipuladores y criatura digital, que emula a un felino. En el caso del SI-9, en cambio, un robot androide del tamaño de un niño pero con apariencia metálica, se usó un patrón de rodaje parecido al que se utilizó para crear a C3PO en Star Wars: estuvo interpretado por una actriz a la que se le puso una coraza de cuerpo entero y luego, la magia digital hizo el resto.
Motion Graphics se aplicó a pantallas, sistemas operativos, porteros automáticos y navegadores. Estos aparatos fueron diseñados por The Own y su fuente de inspiración fueron los electrodomésticos (neveras, tocadiscos, amplificadores) de las décadas de los 60 y 70. Siguiendo esa misma filosofía decidieron que los dos coches que más presencia tendrían en la película serían un Saab de los 80 y un Volvo de los años 70.
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