Paco Ignacio Taibo II durante la presentación (Foto: Toni Gutiérrez)
En poco más de un mes tendremos la edición número 23 de la
Semana Negra y en ella podremos disfrutar unos cuantos días de Paco Ignacio Taibo II, su organizador. Será del 9 al 18 de julio en Gijón. Pero Taibo no se acercó a los
Sábados Negros, en la madrileña Librería Asociativa Traficantes de Sueños, para hablar de la Semana Negra, sino para contar qué caminos le llevaron a dedicarse a esto de la novela.
La velada se abrió con una exposición de Teresa Alonso sobre el mural del pintor Diego Rivera
El sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, un cuadro que cuenta la historia de México. Gracias a la tecnología pudimos ver el mural amenizado por la música de Amparo Ochoa interpretando
Maldición de Malinche. Ambos sirvieron para despertarle recuerdos y, a la vez, de bonito preámbulo para todos.
Después tomó la palabra el escritor Paco Ignacio Taibo II. Dijo venir de esa conjunción extraña, como la del cuadro de Rivera, que es México D.F., ciudad en la que creció como escritor. Una ciudad que desconcierta mucho a los europeos porque es un nudo de la contradicción que consiste en ser al mismo tiempo una capital del primer mundo y a la vez del tercer mundo. Hay un alto consumo y un cinturón de pobreza, grandes museos que conviven con un gran analfabetismo funcional... Contó que cuando la noche cae llega una iluminación variopinta, con raíces en la «mordida», que separa la ciudad en colores y se convierte en un inmenso tapiz de luces diferentes que parece una invitación a entrar en el futuro. El pasado convive con el presente, así que no entiende que las casas de los franceses no estén presididas por la Señora de Orleans o que los italianos muestren a Garibaldi sin su poncho rojo y a pie, privándole de la grandeza de aparecer montado a caballo. En España nota que falta una conexión con el pasado, cuando viene a Madrid busca las trincheras que pararon a los fascistas sin encontrar su punto exacto. Aquí se ha perdido la conciencia histórica porque impera un culto al olvido. Así que él se ha acostumbrado a llorar en el lugar equivocado, como cuenta que le pasó con su padre en el cementerio parisino de Pere Lachaise buscando la última barricada de los Comuneros.
Imagen de los Sábados negros
En México, por el contrario, el pasado es de ellos, de cada uno de sus ciudadanos que lo tienen presente. Si allí entras en un taller de reparación de autos verás ocho fotos de gorditas en bikini y una gran imagen de Pancho Villa a caballo presidiendo. Narró que esa misma sensación le acompaña cuando escribe, el pasado siempre acude para caminar con él. Habló de una esquina en México D.F. que va cambiando con las horas del día, primero puedes ver amorosas parejas buscando intimidad, después grandes bebedores, venta ambulante más tarde y cerrar la noche con travestis. Es una ciudad mutante que cambia, en la que siempre hay motivos para protestar y que se sale a la calle todos los días para ello. Una ciudad sin desencanto, llena de optimistas patológicos. Como lo peor vendrá solo, es mejor divertirse. Es lo sensato porque el pesimista sufre antes, durante y después. México D.F. es una ciudad de historias delirantes, donde lo mágico es normal y no una etiqueta del realismo surgido en latinoamérica. Allí si te roban el coche no vas a la policía, porque sabes que te quedarás también sin las llaves. Se mezcla lo peor con lo mejor y con lo más absurdo. Dice que vives un mundo donde los semirreal construye unos marcos de referencia dentro de los cuales escribes.
Recordó la primera crítica literaria que recibió cuando publicó su primera novela. Se la hizo Francisco Zendejas, al que llamaban solapípedo ya que como hacía una crítica diaria de un libro sólo era posible que leyera las solapas. Cuenta que aquel día el crítico dijo: «Paco Ignacio Taibo II no puede escribir una novela policíaca porque éste es un género anglosajón» y añadió «además, ¡quién va a creerse una novela policíaca aquí con la policía que tenemos!». Sí, son una fuente de desastre, con corrupción y abuso de poder, pero eso sin lugar a dudas es una gran riqueza para contar las historias. El miedo de Taibo es el contrario, el de que la policía se reconozca en sus personajes. Cuenta para ilustrarlo dos anécdotas. La primera es de cuando rodaba su tercera película. Dice que le llamó a horas intempestivas de la noche el director para poder cambiar el apellido de uno de los agentes, pues resulta que había un policía judicial llamado también Figueroa sobre el que se sospechaba que había matado a su mujer, lo que coincidía sospechosamente con el Figueroa de la ficción del que se sospechaba lo mismo. Le cambió el nombre, pues lo de Taibo es la metáfora. La segunda de las historias coincidió con una época en la que recibía llamadas amenazantes. En su cuarta novela contaba una historia basada en un mamarracho televisivo que había triunfado con un turbante, que hacía mentalismo y adivinación del porvenir. Sufría accidentes a menudo y uno de ellos le ocurrió bajando con los dientes desde un helicóptero por una cadena metálica. Algo le falló y calló desde muchos metros de altura. Compartía Taibo con el vidente el mismo dentista, y el odontólogo le contó que seguro que había algo turbio en toda la historia. Le pareció interesante e incorporó el personaje a la novela que estaba escribiendo. Regresó a su dentista y este le contaba que le estaba administrando doble dosis de calmantes y que el mago, en su aturdimiento, le contaba historias como por ejemplo que llevaba entrenando a un grupo paramilitar desde hacía meses. Así que Taibo mezcló la historia de ese hombre, cambiándole mínimamente el nombre, con una operación de paramilitares. Al final era cierto, así que ahí estaba el origen de las llamadas de amenaza.
Lo que parecen casualidades, cuenta que el caso de varios muertos a los que se bautizó como colombianos por llevar calzoncillos con etiquetas de aquel país, le sirvió para contar una historia de narcotraficantes y un jefe de policía que dirigía el mismo negocio en México. Le preguntan que cómo lo sabía. La realidad es como un iceberg, tiene un 10% que está visible para todos, pero por debajo hay un 90% que está sumergido, es el terreno de la novela el que va a ese punto, el que permite contar la realidad con lo escondido aplicando un simple y estricto sentido común irracional que tiene el escritor.
Paco Ignacio Taibo II y Manuel Rodríguez durante la presentación (Foto: Toni Gutiérrez)
Llegados a este punto, Taibo comenzó a hablar sobre los caminos que le llevaron a la novela policíaca. Dice que las razones son simples, tras vivir una revolución social se planteó cómo prolongar la guerra. Se dio cuenta que en la novela sí que podían ganar los justos, pues escribir no es otra cosa que reorganizar la realidad. No inventó el final feliz, del que aprendió mucho con Walt Disney, aunque aquel era muy de derechas y tergiversaba mucho, ya que no es verosímil que los enanos obreros de Blancanieves temblaran de emoción por la llegada de un príncipe, no suelen ser muy de monarquías, y no fueran al trabajo cantando la internacional.
Contó después su infancia. Con cinco años aprendió a leer porque era un niño enfermo viviendo en Gijón. Pasó todas las enfermedades infantiles, y las que sólo se tenían una vez, él las tuvo dos o tres veces. Había descubierto que si te enfermas no te mandan al cole y te puedes quedar leyendo. Se fueron a México y, entre eso y que su padre le había descubierto, dejó de enfermar. Allí el tiempo se alargaba o la escuela era más ligera, así que siempre encontraba momentos para seguir leyendo. Robin Hood, Sandokán... ellos le ensañaron utopía, a luchar contra los imperios, comunismo, pues la literatura transforma. En esta época actual, en la que hay pocas pasiones, «leer es un hecho subversivo. Mientras leo soy otro. El que es capaz de leer es capaz de entender a otros, de poseer mundos que son de otros». Con esa pasión desmedida por la lectura que muestra Taibo no es extraño que decidiera convertirse en escritor, aunque entonces, con cinco años también dudara entre bombero y trapecista. La literatura que él defiende es combativa, no permite que el escritor se quede atrás para contar desde la segunda fila las bofetadas, quiere sentirlas en su piel.
La propia literatura le llevó a la novela policíaca. Con 23 o 24 años, Taibo quería leer unas novelas que no estaban escritas, así que se puso manos a la obra y las escribió. Es ésta una profesión que da libertad y te permite hacer lo que te da la gana, pero hay que tener cuidado, el dinero pervierte la creación literaria, roba libertad. Para ilustrar esta idea contó otra anécdota, de cuando él asistió al Hotel Waldorf Astoria en Nueva York como conferenciante. Para entrar en el salón de la conferencia, el hotel tenía una norma que obligaba a vestir corbata. Así que tuvo un diálogo con el vigilante; algo así como: «Sin corbata no se entra». «Llevo muchos años sin ponerme corbata como para doblegarme ahora al imperialismo, así que con corbata no hay conferencia». Entró con una corbata en la mano, sin llegar a ponérsela, que devolvió tras cruzar la puerta y allí encontró que los peor vestidos eran los escritores más célebres. Explicó que la fama es una tontería, una mala broma, y que cuando juegas con ella es muy divertido. Eso es escribir, señaló para cerrar su charla.
Las preguntas no se hicieron esperar. Le permitieron hablar en primer lugar de su próxima novela, cuyo personaje será Sandokán. Quería escapar de la etiqueta policíaca por un tiempo, no obedecer a ese canon que fija el enigma, la investigación y la resolución. Buscaba una novela de aventuras, donde la acción cuente a los personajes. Así que, como producto de sus obsesiones, terminó en Sandokán, en un proyecto tras el que lleva veinte años. Sandokán ha aparecido ya en otras novelas de Taibo, pues todo su conflicto con los imperios, su aprecio por un comercio justo, le vienen de aquellas lecturas. Indica que Salgari es el único novelista de aquella época que se atreve a girar varias de sus novelas en torno a mujeres protagonistas, algo que le marcó pues recordó que en las manifestaciones él gritaba una consigna que dice: «Faldita o pantalón, un único corazón». Con todo este bagaje se dijo algo así como «vamos a mejorarlo», porque cuando se escribió era una época donde el género de aventuras tenía un lastre folletinesco y muchas convenciones que hoy se podían romper. Confiesa habérselo pasado muy bien escribiéndola y experimentando. La llenó de peripecias, de conflictos anti-imperiales, de irreverencia absoluta para crear una nueva torre de Babel sobre la cubierta de
La Mentirosa. Sandokán será un hombre de cincuenta y tantos, la novela llevará por título
El regreso de los tigres de Malasia y aparecerá en España en el mes de septiembre.
Paco Ignacio Taibo II durante la presentación (Foto: Toni Gutiérrez)
Después le preguntaron por la Campaña que está llevando a cabo en México D. F. de apoyo a la lectura y que lleva el nombre
Para leer en Libertad. Comentó que se trata de un grupo de voluntarios que en tres meses de vida ha realizado un promedio de un acto diario. Buscan organizar eventos que inciten a la lectura de una manera imaginativa y con apoyos. Su éxito ha sido tremendo. Sin embargo tanta actividad absorbe al grupo y les está dejando sin tiempo para otras cosas. Comentó que con esta iniciativa viene observando que se están recuperando los hábitos de lectura sobre todo entre personas de 40 a 60 años.
Sobre las huelgas revolucionarias del movimiento estudiantil en el 68 ocurridas en México, Paco Ignacio Taibo II escribió un libro hace tiempo. Comentó que aquello fue el mayor elemento formativo de su vida. Recuerda que aquellos comités de huelga le marcaron a él y al grupo de activistas de su generación. Fueron más de cuatro meses de huelga. Aquello había aparecido en varias de sus novelas, pero veía que al escribir y al revisar sus miedos y sus culpas, se daba cuenta de que la memoria miente. La literatura es un factor estético que produce pasiones, así que le debía un ajuste de cuentas a la realidad frente a lo que la memoria embellece. Al escribir aquel libro trató de ser justo y sobre todo preciso.
Taibo se define como un heterodoxo puro que piensa que las islas perdidas deben tener todas una biblioteca, con los volúmenes que el náufrago escoja, y que además permita hacer pedidos. Señaló que le preocupa que la literatura actual vaya tendiendo a ser descafeinada porque si a un adolescente no le ofreces una novela que mueva sus neuronas no leerá. Dice que defiende la literatura porque ella se defiende sola, porque no hay ningún lector que se aburra, porque el ocio que representa la lectura está asociado a la subversión.
¿Para quién escribe? Responde que para una gama muy amplia que va desde un adolescente inteligente de trece años hasta la generación de los años sesenta que se ha quedado entre roja y rosa, pero a la que un mundo injusto no le parece justo. Comenta que en las ferias de libros sus colas suelen ser de las más raras, que así le salió, no es que lo fuera buscando, pero que le resulta muy gratificante.