viernes, 6 de junio de 2014

Volver a la vida

Todos están muertos, la ópera prima de Beatriz Sanchís

Cartel de la película Todos están muertos
Cartel de la película Todos están muertos
¿Por qué? Porque te engancha lentamente.
Todos están muertos es una estupenda película, existencialista, pequeña, sin pretensiones y que, como el buen vino, va entrando poco a poco, atrapándote sin remedio en su universo. Todos están muertos habla de una familia destruida y de intentar o no un proceso de reconstrucción personal. La pregunta es si resulta posible una vuelta a la vida desde el vacío en que ésta se ha convertido, de si le importa a alguien o si sirve para algo. Habla de soledades, de deudas, de deberes, de responsabilidades, de silencios, de angustias, de una felicidad imposible, de unas ganas que se perdieron. Lupe fue una estrella del poprock de los 80, pero de ella no queda nada. Se quebró un día. Se puso la bata y las zapatillas, comenzó a hacer tartas siempre de manzana y dejó de salir de casa, incapaz de poner un pie en el exterior. Madrid se ha vuelto fea y ella ha claudicado, vencida por su agorafobia. Nunca tuvo una vida fácil y terminó dejándose derrotar por tanta adversidad, abandonando toda responsabilidad. Su madre la suplió, ocupó esa responsabilidad desatendida y la convirtió en dependiente. Su hijo es ya un adolescente que ha crecido en ese panorama, abocado hacia una falta de sociabilidad, y que ahora quiere respuestas que le permitan entender el por qué de su mundo.

El espacio en el que cohabitan los personajes es un ambiente opresivo, de familia atormentada, e irrespirable. Su universo cerrado tiene que tambalearse. La única manera de que ocurra es que sean fuerzas del exterior de la casa las que irrumpan para que los personajes puedan confrontar sus problemas. Si se hace bien, tal vez se dé la posibilidad de que se abran las ventanas para que corra otro aire nuevo. Quizá aún se pueda por fin establecer una comunicación entre ellos a través de la que anudar los lazos familiares deshechos.

En Todos están muertos perviven los elementos sobrenaturales con la realidad, algo que podría lastrar la verosimilitud de la película. Sin embargo esos elementos están tratados con tanta naturalidad que se terminan integrando completamente hasta no parecer extraños. Son una excepción a la normalidad integrada en el folclore, como esa día de los muertos que celebran los mexicanos y que supone una puerta de comunicación entre los dos lados. La creencia o no en fantasmas no es importante para lo que la película quiere contar. Que un muerto tome cuerpo es una estrategia para ir desvelando los secretos que se esconden en lo más profundo del corazón y la cabeza, la forma inteligente que decide la directora Beatriz Sanchís para que el espectador entienda el interior de sus personajes de carne y hueso y el camino a través del que empatizar con esa mujer que está destruida por dentro y que se muestra ajena al presente. La presencia de la muerte también funciona como un símil para decirnos que hay muertos de verdad y otros sepultados en vida por su pasado, cargando con culpas que les atormentan.


Trailer promocional de la película Todos están muertos
Parte de la fuerza de la película radica en conseguir que el espectador se identifique con los personajes, algo difícil que requiere una gran habilidad para construir desde los pequeños detalles. No es fácil comprender la cabeza de una persona que sufre de agorafobia, ni volver a sentirse un adolescente cargado de problemas y al que ni siquiera su madre muestra el más mínimo afecto. Todos están muertos es una «película cebolla», llena de capas, que va enriqueciéndose cada vez que profundizamos en ellas. Ese es quizá su secreto, esa capacidad de sorprender al ir adentrándonos en la trama para descubrir el pasado, su conexión con el presente y valorar si puede darse un camino que permita a los personajes salir adelante de otra forma.

Otra buena parte de su secreto está en la banda sonora y esa vuelta a la música de los ochenta. Con lo que suena se establecen vínculos y complicidades. Con esa música se construye el pasado y la certeza de unos recuerdos compartidos, a los que hay querencia porque mantienen una conexión llena de nostalgias. La música es como esa habitación de ensayo que se había sellado escondiéndola tras un electrodomésticos y que vuelve a abrirse avanzada la película. En esa habitación descubrimos que se apila desordenadamente lo que fuimos y que guarda aquello que sentimos antes y que aún no hemos podido abandonar. La música rompe el silencio, hace que las conversaciones se produzcan, nos conduce con dulzura y nos permite hablar de lo que duele sin ahogarnos.

Soberbio es el manejo del ritmo y la historia que realiza Beatriz Sanchís y tremenda la interpretación de Elena Anaya que elabora un personaje memorable y muy difícil de dar vida y sostener. Ella lo hace con sencillez, como si construir ese universo interior tan atormentado fuera lo más simple del mundo. Sabias son también las elecciones de los actores con los que se ella va enfrentándose a lo largo de la película en sus diferentes duelos: Cristian Bernal, Nahuel Pérez Biscayart y sobre todo Patrick Criado quien desde la timidez saca toda la pasión para sostener una mirada demoledora, como un desgarro de guitarra que no se va apartar. El reparto principal lo completa Angélica Aragón, esa madre invencible que les cobija a todos.

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