lunes, 9 de junio de 2014

Lo que ocultamos en el Sótano

Juan Codina y Víctor Clavijo representan Sótano, una obra de Josep Maria Benet i Jornet que dirige Israel Elejalde


Miércoles 4 de junio de 2014. La pensión de las pulgas. Madrid

Cartel de la obra de teatro Sótano
Cartel de la obra de teatro Sótano
¿Por qué? Por la forma cautivadora de ir revelando la trama.
Es difícil hablar del Sótano porque lo que vemos es el juego de esconder la verdad, el de ir desentrañándola tirando del hilo, el de obligar a contar al otro lo que le falta por decir. La obra está construida de una forma robusta, a la manera de una partida de ajedrez dialéctica que enfrenta a dos personajes que quizá no sean lo que aparentan. Con cada movimiento se van sacando a la luz las verdades, pero éstas son un premio que cada participante debe ganar con su esfuerzo, sin que el contrario le haya regalado nada. Cada jugada nos abre una perspectiva sobre la que va avanzando la trama. La apertura, sin embargo, la ha hecho el autor, Josep Maria Benet i Jornet, con el gesto taimado de hacernos escuchar antes de que nada empiece y como si tal cosa el tema Sufre como yo que interpreta Albert Plá en su versión musicada del poema de José María Fonollosa. Esa es la canción de fondo que se detiene cuando arranca el encuentro entre dos desconocidos, dos personas que no se han visto con anterioridad.

Decía antes que la obra es una especie de partida de ajedrez dialéctica que enfrenta a dos personajes que quizá no sean lo que aparentan. A primera vista resultan dos personas corrientes: una está un tanto nerviosa, tratando de explicar la situación excepcional que le ha alterado, sacando de dentro hacia afuera todo ese nerviosismo, y a la otra, más sosegada, le toca ser la tranquilizadora. Hay por tanto una apariencia de normalidad que el paso de la conversación va a romper de una forma contundente. Porque, desengañémonos, nadie es normal. La normalidad es una máscara con la que cada uno esconde su propio sótano hecho con las malas decisiones de nuestros peores momentos, ese rincón oscuro e inconfesable de lo que somos y callamos, aterrados de compartirlo, angustiados de que los demás lo conozcan porque nos ha corrompido. Por esos recovecos del alma se mueve con asombroso manejo el texto de Sótano.

Los seres humanos nos hacemos daño. Es ley de vida. Ocurre por el simple hecho de relacionarnos. Una decisión propia termina afectando a los demás más de lo que quisiéramos. A algunos los arrastramos camino de nuestra misma deriva. Nos sentimos responsables cuando ya no tiene remedio. A menudo la culpa nos muerde por dentro. Hay quien necesita que le juzguen y para ello siente la necesidad de justificarse. El dolor es el precio que uno siempre está dispuesto a pagar para expiar una culpa, por conseguir dejar atrás todo lo atroz que ha cometido, para limpiar de su conciencia los «cadáveres» que ha dejado. ¿Puede un dolor cruel hacerse necesario, tanto incluso como para convertirse en el único alivio? Reflexionar sobre los mecanismos del dolor en el ser humano es quizá la propuesta central que el autor traslada al espectador a través de una trama que va tejiendo muy despacio, con pulso, para llevarnos a un lugar espeluznante de la mano y soltarnos allí porque ya somos mayores para tomar nuestras decisiones.

Víctor Clavijo y Juan Codina, protagonistas de Sótano
Víctor Clavijo y Juan Codina, protagonistas de Sótano
La obra toca al público, va impregnando a quienes observan de un miedo psicológico propio de la violencia irracional; un miedo que va tomando forma, pesando y haciéndose desagradable por consentido, por vergonzoso y por vergonzante; un miedo que se pega a la piel, que molesta y del que no puede desprenderse. De pronto, el sótano que no vemos y que imaginamos nos asfixia porque tiene un aire enrarecido que sin embargo reconocemos. Sótano es una balanza entre víctima y verdugo a la que tenemos que mirar con atención porque a menudo no se distinguen los unos de otros, porque los papeles se intercambian dependiendo del momento, de los demás, de la fuerza que nos queda, de unos sentimientos que nos dominan…

Ese temor lo transmite el texto usando la amabilidad y con la más absoluta normalidad. Víctor Clavijo y Juan Codina, con sus redondas interpretaciones, son los encargados de llevar ese miedo hasta la frontera de lo aterrador. Los dos juegan a esconder, a disfrazar. A Codina le toca el papel de no hacer nada, de dejar hablar, de llamar a las cosas por su verdadero nombre, de dar cuerda, de transformar en repulsiva tanta amabilidad. Lo resuelve con sobresaliente, de una manera efectiva, sin el menor aspaviento, recayendo en sus controladoras manos hacernos sentir angustia. A Clavijo le toca el papel atormentado de quien no ha asimilado su lugar, el que siempre está a punto de estallar, el que nunca encuentra el mismo cauce que los demás. Lo hace con verdadera solvencia.

Israel Elejalde dirige la obra. La conoce en profundidad, no en vano él había interpretado uno de los dos personajes de la obra con anterioridad, cuando en 2009 la paseó con Ramón Langa de compañero por los teatros de nuestro país.

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