domingo, 29 de junio de 2014

Cine y música entre amigos

La Muestra de Cine de Lavapiés nos dice adiós, hasta el año que viene

Domingo 28 de junio de 2014. Muestra de Cine de Lavapiés. Colegio Público Emilia Pardo Bazán. Madrid

Cartel de la película Somos las mejores
Cartel de la película Somos las mejores
Se acabó. La Muestra de Cine de Lavapiés echa el cierre de su undécima edición, que no onceava. Lo hizo en el patio del colegio público Emila Pardo Bazán y con un lleno absoluto.

Abrieron la noche X 4 Perras que empezaron tocando temas de Radio Futura y se fueron animando más y más hasta cerrar con Agradecido, de Rosendo Mercado. Rock canalla y rock a secas, con muchas versiones en castellano y en inglés, fue el repertorio que desgranaron. La gente se puso a bailar y a cantar con ellos. Mucha animación en el patio, muchos amigos y sobre todo muy buen rollo.

En los corrillos se comentaban las películas, los planes y las anécdotas. Me contaron la de Jorge con Fernando Franco y el plano de los huevos fritos en el coloquio del sábado en Tabacalera tras la proyección de La herida. Uno se pierde siempre lo mejor. En corro, la organización casi al completo despidió la Muestra, dando las gracias y prometiendo más tralla para el año que viene. Antes de la película aún quedaba una sorpresa, un vídeo casero con la grabación del karaoke de autofinanciación de este año. La noche iba de música, de risas entre amigos y de miradas cómplices.

Somos las mejores, de Lukas Moodysson, es una película divertida, de adolescentes y rebeldía; un buen punto y final. Tres chicas se empeñan en ser diferentes, en sostener que el punk no ha muerto. Viven en Estocolmo y estamos en 1982. Se respira liberalidad. En ese ambiente se crían Bobo y Klara. No son las reinas de la casa, tampoco triunfan en el colegio, lo cierto es que apenas nadie les hace caso, lo que les ha permitido ser ellas mismas. Tienen personalidad y ese desarraigo tan adolescente que sabe plasmar a la perfección al director que con un par de pinceladas nos hace una descripción eficaz.

Hay varias cosas muy interesantes en la película, la primera es no infantilizarla aunque sus protagonistas tengan 12 años. La segunda es que debemos tener esperanza en la juventud como se aprecia en la contraposición que hace entre los dos mundos, el de los mayores que se ha vuelto serio, un reflejo de sus mentes cuadradas y racionales que tan bien saben explotar las niñas en su beneficio. Ellas están en eso de montar su vida, de no aburrirse y de crecer. Les gusta la música, hasta que un día por casualidad están sentadas ante un bajo y una batería. Suena mal, pero se han divertido y quieren repetir. Son chicas inteligentes, saben encontrar soluciones. Así es como llega la tercera de la banda Hedvig. No es como ellas, es cristiana y no tiene amigas, pero nadie toca la guitarra como ella. Se trata de aprovechar las casualidades, de no tener miedo. El punk es insolencia, es crítica y es un deseo de tirar por el retrete este mundo y comenzar otro.

Somos las mejores es ante todo una película fresca, llena de vitalidad y muy lúcida. Tiene altos y bajos, y quizá le sobre el tema amoroso que apenas aporta y sólo sirve para distorsionar el ritmo de la película. Son muchos más los aciertos que tiene, sobre todo el sentido del humor desde el que se aborda la película. A veces no deberíamos tomarnos tan en serio y jugar algo más.

sábado, 28 de junio de 2014

Llorar

La Muestra de Cine de Lavapiés nos prepara para enfrentarnos a los golpes de la vida

Sábado 28 de junio de 2014. Muestra de Cine de Lavapiés. Plaza Xosé Tarrío. Madrid

Cartel de la película Alabama Monroe
Cartel de la película Alabama Monroe
Pasadas las doce de la noche, decían que en Lavapiés había una invasión de gente portando sillas. Eran los espectadores que tras las proyección se las llevaban de vuelta al local de la calle Fe 10, el cuartel general de la Muestra de Cine de Lavapiés. Son días de mover cosas -equipos, sillas, reproductores, cables…- por todo el barrio, de prisas y de cruzar los dedos para que brille todo el trabajo hecho durante todo el año.

Cuando empieza a oscurecer es el momento de proyectar el corto de Carlos Montoya titulado La manzana, una animación de plastilina. Este año hay una querencia especial en la Muestra por dicho material. En este caso se trata de una historia con una manzana y una serpiente, donde hay un poco de tentación y otro de autosugestión y autodefensa.

Si en este mismo espacio el día anterior había tocado reír con Día de fiesta, hoy era el turno de la tristeza. La película Alabama Monroe, de Felix Van Groeningen, es un drama duro y doloroso que te pone al borde de las lágrimas. Quizá una plaza pública no sea el mejor espacio para mostrar esa tristeza, ni permita tampoco la concentración necesaria para seguirla, pues la película tiene una forma de contar que va dando saltos en el tiempo, de un lado hacia otro, por los siete últimos años de una pareja. Van Groeningen obliga al espectador a pasar por diferentes estadios, haciéndole madurar la historia. Arranca con un presente lleno de incertidumbre y mientras éste avanza, la película retrocede a los mejores recuerdos, a los que siguen los más dolorosos hasta acercarnos al final a aquellos que somos incapaces de soportar.

Suena mucho country, la música más triste del mundo, que nos va formando el ánimo y conduciendo por los caminos de la película. Hay leyes de la vida que cuando se rompen nos destruyen. Alabama Monroe va de una de estas situaciones. Pero sobre todo habla de cuando desengañados dejamos de creer, ya sea en la religión o en los Estados Unidos como el mejor país del mundo. Las creencias no se sostienen con la razón y tampoco nos ayudan a hacer más tolerable el sufrimiento. Hay en la película un alegato contra la religión que habla de esto.

La sensación al final es la de que nada le sobra a la película, que cada pedazo está sabiamente puesto para enlazar con otro. Alabama Monroe me parece una película redonda, llena de emoción y muy lejos del sentimentalismo.

viernes, 27 de junio de 2014

Reírse

La Muestra de Cine de Lavapiés nos presenta una comedia clásica de mitad del siglo XX

Viernes 27 de junio de 2014. Muestra de Cine de Lavapiés. Plaza Xosé Tarrío. Madrid

Cartel de la película Día de fiesta
Cartel de la película Día de fiesta
Si buscas en el callejero de Madrid la Plaza Xosé Tarrío, no la encontrarás. Tendrás que escribir Ministriles si quieres dar con ella. Aunque la Plaza Xosé Tarrío es uno de los espacios habituales de proyección de la Muestra de Cine de Lavapiés, no había tenido la oportunidad de acercarme hasta allí este año. La Muestra lo elige para películas populares y a ser posible de carcajadas. La que se ha seleccionado esta noche cumple ese propósito. En ese compromiso por participar en las plazas y recuperar espacios públicos para la ciudadanía se echa de menos el Solar de Lavapiés. Ha sido desalojado recientemente y no ha dado tiempo a recuperar y acondicionar otro solar a tiempo para esta edición.

En menos de minuto y medio, Paula Morales Plaza, nos acerca a un escritor acabado de novela negra que no termina de encontrar el final para su historia. Nuestra realidad de país corrupto y saqueado, la que vemos cada día en los medios, la de las cuentas en Suiza de tanto defraudador, es suficiente fuente de inspiración para mezclar con cualquier ficción. Sin dejar huella es un corto de animación con plastilina y en blanco y negro donde destaca la rapidez del desarrollo y la potencia de las voces elegidas.

Pero la estrella de la noche es Jacques Tati, a él le toca apañar un cambio de programación de última hora. Lo resolve con solvencia, pues Día de fiesta provoca carcajadas entre el público. Se proyecta una copia restaurada en color, pues la película tiene una historia peculiar. Tati se había empeñado en que su primer largometraje como director fuese también la primera producción francesa en color, así que cuando la rodó en 1947 lo hizo con dos cámaras, una experimental en color y otra en blanco y negro que serviría como copia de seguridad. Lo cierto es que la de copia de color se perdió antes del propio estreno y se tuvo que emplear la de blanco y negro.

Día de fiesta es una clásica comedia francesa, de humor sencillo, pero eficaz. Se basa en la torpeza del cartero, personaje que interpreta Tati, con la que nos lleva a situaciones hilarantes donde no podemos contener la risa, como ocurre por ejemplo en los gags de la bicicleta o en tantos de los «accidentes» que le persiguen. Es una película cercana al mimo, profesión de la que proviene su autor. La comicidad la explota con gestos acentuados y característicos. En realidad son técnicas del cine mudo bien evolucionadas. Esos gestos y detalles tienen mucho más peso en la película que los diálogos. Para crear mayor complicidad también se dan algunas repeticiones, como ese trozo del camino donde siempre espera el mismo insecto zumbón, un lugar que se convierte en común para el espectador.


Trailer de la película Día de Fiesta
No hace falta rebuscar para encontrar dos mensajes muy claros. El primero lo encontramos en la mirada hacia lo rural de la película. Lo que podría ser un atraso se va desvelando como un mecanismo perfecto, un remanso de paz y un costumbrismo bucólico perfectamente compatible con los valores importantes de la vida. El segundo de esos mensajes viene a través de la exaltación desde lo ridículo de lo americano como sinónimo de lo bueno. Lo americano se asocia con la rapidez y la precisión en la película, dos elementos que no están en el ideario ni de lo francés, ni de lo español. De pronto los dos mensajes producen una misma conclusión, la de que cada cual tiene su estilo y cambiarlo ni es fácil ni sirve para nada. Lo mejor va a ser mantenerse fiel a la propia personalidad, nuestras característica que nos han hecho así. «Viva la différence!».

jueves, 26 de junio de 2014

Ciudadanía decidiendo

La Muestra de Cine de Lavapiés nos aproxima al cine post15M

Jueves 26 de junio de 2014. Muestra de Cine de Lavapiés. Colegio Público Emilia Pardo Bazán. Madrid

Fechas de la 11ª Muestra de Cine de Lavapiés
Logotipo y fechas de la 11ª Muestra de Cine de Lavapiés
Siempre que hay quien busca el espacio común, lo colectivo, aparece alguien que piensa en individual. El yo-comprador con el que nos invade la televisión y la vida se asentó. Nos gobierna. Nos dice que el bien propio es lo que debemos buscar, dejando en el camino al otro, a quien iba a nuestro lado. ¡Cómo si el egoísmo nos hiciera mejores personas! ¡Cómo si hubiéramos dejado de ser una sociedad! La cultura es el antídoto a esa infección. Abrir las puertas de lo cultural a la ciudadanía es un derecho y, por tanto, una obligación de los poderes públicos. Pero cuando fallan, cuando se hacen los ausentes, cuando hablan de números y dicen que no se puede, son los vecinos y las vecinas quienes toman las riendas en nuestros barrios. Debemos ser combativos como lo es la Muestra de Cine de Lavapiés y recuperar los espacios públicos para la ciudadanía.

El cine en compañía adquiere otra dimensión, la que solo se consigue compartiendo con los demás, la que produce lo colectivo. La noche en el patio del colegio se llenó de posibilidades. Tocaba un cine nuevo, que viene detrás del 15-M y que anuncia cambios en la forma de mirar, de sentir y de organizar. Un cine participativo.

Hotel Madrid. Teatro Albéniz, de Eugenio Castro, es una pieza inclasificable. A veces es necesario romper el lenguaje porque se ha quedado encorsetado. La realidad viaja más rápido que las estructuras con las que ésta se cuenta. Una cámara mira despacio el interior del edificio vacío del Hotel Madrid. Se detiene en los detalles, esos objetos abandonados tras el desalojo de la okupación. En ellos se puede inventar una historia, un recuerdo; pero por mucho que se miren no dicen nada, están callados. El aire pesa porque entramos en el espacio fantasmagórico de lo que tuvo alma y la perdió. El tiempo se detuvo, todo se quedó en potencia. Avanza Eugenio con su espeleología subterránea por los pasillos del hotel mientras escuchamos sus palabras; a veces con más sentido, otras con menos. Son textos extraídos de dos libretos encontrados en el Teatro Albéniz mediante una técnica de selección de palabras y tachado. Cuando la cámara se traslada al Teatro Albéniz nos duele aún más el abandono, la inutilidad en la que se convierte lo más útil por una decisión especulativa. Ese abandono premeditado refleja la ignominia a la que someten nuestros políticos al pueblo. El paseo sigue y sin embargo, este segundo viaje ya está contado en el primero. No hay nada nuevo. La misma soledad, el mismo silencio, la misma muerte sentenciada en dos espacios diferentes. Hotel Madrid. Teatro Albéniz se hace largo como experimento. Es un simple punto sobre una pantalla para dejar volar la cabeza. No es lo que enseña, sino lo que uno quiera ver y construir.

Cartel de la película Tres instantes, un grito
Cartel de la película Tres instantes, un grito
Por su parte, Cecilia Barriga en Tres instantes, un grito busca hacerle un retrato a la indignación. Ella se calla, se limita a estar presente con su cámara y registrar la realidad, sin intervenir. Su decisión es la de ser el ojo. Pero eso no significa que se trate de un documento objetivo, pues hay una selección en las imágenes que forman el documental que sí es subjetiva e incluso descompensada. Lo anecdótico tiene el mismo peso que aquello que es decisivo y articula el movimiento. Quizá el criterio seleccione aquellas imágenes que sean las más representativas de una diferencia intrínseca que sin embargo converge porque necesita una respuesta. O simplemente nos quiera transmitir el sentimiento latente de cada uno de los momentos, algo que sí consigue. El viaje que nos promete funciona. El espectador se siente trasladado, partícipe.

La verdad es que, a pesar del título, ninguno de los tres instantes repiten grito. Lo reconoce la propia autora en la sinopsis de la película: «En Madrid se Toma La Plaza en la Puerta del Sol al grito de ¡Que no, que no nos representan, que no!, en Nueva York en Occupy Wall Street se canta al son de ¡Somos el 99%!, y en Santiago de Chile se Toma el Colegio, los estudiantes después de siete meses de ocupación entregan sus colegios bajo el grito de ¡La educación chilena no se vende, se defiende!». Así es, la indignación ciudadana no es igual en estos casos, tiene un carácter cultural. Nuestro 15-M habla desde el nosotros. Sin embargo, la mayoría de las historias que se cuentan en la ocupación de Nueva York comienzan por un enorme «yo». En realidad, a pesar de ese intento de marcarlos como similares, lo que más se percibe son sus diferencias. Son tres formas distintas de enfrentarse al poder pacíficamente para cambiar el sistema. Es el capitalismo contra el que se lucha en los tres ejemplos lo común. Pero ese no sale en la película.

El documental se divide en tres partes de parecida duración, una para cada uno de los instantes. La parte del 15M juega a que hagamos un viaje por la memoria, que nos identifiquemos, que nos busquemos en la imágenes, que recordemos lo que fue y lo que compartimos. Sin embargo, viéndolo la cabeza se me iba, veía rostros en la pantalla y no podía hacer otra cosa que pensar que será de ellos dentro de veinte años, dónde estarán entonces sus ideas, ¿se mantendrán? El de Wall Street es divertido, con mucho espectáculo, mucho artista solidario, mucho canto y mucho individuo descolocado con su propia historia y su rollo. Me interesa especialmente la parte de La Toma chilena porque me gusta la rebeldía de latinoamérica, la ingenuidad de que todo se puede cambiar con coraje y acción.

Leo que la autora siente fascinación por las derivas espontáneas de una ciudadanía global e indignada. Siento la misma fascinación, pero no comparto la idea de espontaneidad. Cada estallido tiene causa y unos precedentes que lo detonan. Hay una historia pasada, un aprendizaje y una formación que nos prepara para ese momento de madurez que se debe aprovechar. No surgen del aire y sí tienen un carácter político de mejora social, de inconformismo. Algo que a menudo se nos olvida. Antes del 15M ya había activistas en la calle. Si miramos con detalle vemos que en los tres casos la espontaneidad surge de los movimientos estudiantiles. En los tres instantes predomina un deseo de una democracia verdadera. En los tres instantes lo que manda es la horizontalidad, el debatir para convencer y el consenso. Son tres ejemplos de ciudadanía decidiendo. Ya lo hacían los griegos sentados en una roca. Nosotros solo teníamos amnesia y además también hemos pecado de ser un poco descuidados con nuestras cosas.

miércoles, 25 de junio de 2014

Construyendo comunidades con las manos

La Muestra de Cine de Lavapiés nos enseña el trabajo colectivo y el esfuerzo para sacar adelante diferentes comunidades

Miércoles 25 de junio de 2014. Muestra de Cine de Lavapiés. Librería Traficantes de Sueños. Madrid

Cartel de la película La Madre, una historia de colonialismo industrial
Cartel de la película La Madre, una historia de colonialismo industrial
He ido contando en las anteriores reseñas lo que hace, lo que quiere y cómo se organiza la Muestra de Cine de Lavapiés, pero no he hablado todavía de dónde sale el dinero. La Muestra no tiene ningún tipo de subvención pública, ni participa en su financiación ningún patrocinador privado. El secreto es la austeridad en los gastos, que éstos sean pocos y necesarios. Por eso no se necesitan grandes ingresos, bastan los que se sacan con la venta de camisetas, alquilar los equipos de proyección y sonido y una fiesta al año: el tradicional karaoke.

La Librería Traficantes de Sueños es un espacio que participa todos los años en la Muestra. Un lugar para ver un cine diferente, social y de debate, como es el caso de la sesión de tarde del miércoles. Tres son los documentales que se proyectan en este espacio cultural, tres historias de abandono, de trabajo y de comunidades luchando por cubrir sus necesidades más básicas.

El Colectivo Brumaria está formado por Roberto Salas, Rosa Calvo, Miguel Sánchez y Javier Goytre. Forman un grupo de profesores de secundaria, todos ellos ajenos al mundo audiovisual. Su empeño les ha llevado a ser los autores de La Madre, una historia de colonialismo industrial, un documental que retrata más de un siglo de una comarca cordobesa del Alto Guadiato. Tradicionalmente llevaban una vida rural dedicada a labrar la tierra. A finales del siglo XIX se instaló allí la Societé Minière et Métallurgique de Peñarroya para montar una industria de plomo dulce que llegó a dominar el mercado mundial a principios del siglo XX. Todo cambió. El Cerco Industrial de Peñarroya-Pueblonuevo que construyeron y explotaron nos cuenta una historia de desarrollismo industrial. No nos engañemos, la empresa es francesa y lo que busca en el pueblo cordobés es un beneficio mercantil para sus propios bolsillos. Nada más.

Se traen sus ingenieros franceses y contratan obreros locales. El mundo a dos velocidades, la de las élites y la de los trabajadores. Nada tienen que ver las condiciones de vida de los primeros con la de los segundos. Para separar aún más a los unos de los otros se llegan a levantar dos muros. A pesar de ellos, el mínimo contacto que se establece, lo que se vislumbra por las rendijas, sirve para que un cierto progresismo invada la comarca que adelanta culturalmente a otras poblaciones cercanas. Son buenos tiempos, los del trabajo y el desarrollo. Pero toda prosperidad industrial colonialista significa explotación -laboral y de materias primas- y dependencia total hacia el que ha llegado de fuera. Es la lógica capitalista. Un día la rentabilidad se acaba y el que vino de fuera se va, la madre se convierte en madrastra. Con su huida vemos la devastación que ha dejado, el abandono que sentimos y una nostalgia de un tiempo que terminó. Lo que fue esplendor ahora es una ruina, un patrimonio que se hunde sin políticas locales que ayuden. No hay trabajo, solo paro. La verdadera riqueza escapó. Esa desolación es lo que queda.

Por todos esos estados de ánimo va pasando el documental y las personas que se ponen frente a la cámara. Hay en todo el documental un extenuante trabajo de investigación y documentación que trasciende y se agradece. No hay detalle que no se aborde, no hay asunto que no se intente explicar. Es un documental completo, sin fisuras en su contenido y estructurado por materias, lo que en cierta forma altera la cronología. Los datos son importantes, pero más aún dejar hablar a las personas que lo vivieron, aprender de ellas y dejarse invadir por sus sentimientos.

Cartel de la película La joven tierra
Cartel de la película La joven tierra
Cambiando de documental, decir que me gusta la forma que tiene Ehécatl Cabrera de contar la historia de Araceli García en La joven tierra. Lo hace con tiempo, asentándose en palabras clave: comunidad, compartir, trabajar la tierra, jóvenes, compromiso… De Araceli me gusta esa voz pausada. Habla firme pero con delicadeza, segura de su mensaje, cargada de razones y con una pasión contagiosa. Me gustan las imágenes con las que se cuenta la cotidianidad de su pueblo. Me gusta como va dibujando sensaciones.

Es el verano de 2012, tras unas elecciones presidenciales que huelen a fraude y que saben a descontento. No hace falta que lo cuenta nadie, lo escuchamos en las radios mientras Araceli viaja. Ella es una maestra joven en Puebla y aprovecha las vacaciones para volver a la comunidad indígena a la que pertenece y trabajar con su familia. Su tiempo libre lo emplea en cultivar el campo, es la forma de vivir que conoce, la que le enseñaron y la que reivindica porque se siente totalmente apagada a ella. Ama lo que tienen, lo que les dice su cultura apegada a esa tierra y a una forma de trabajo colectivo y ancestral. Sin cosecha no hay nada que comer. Pero el campo es también algo más que la fuente de alimento para ellos, se trata de una especie de cordón espiritual que une a las personas con la naturaleza, que les hace partícipes de la vida. Siembran descalzos porque en ese contacto con la tierra se sienten libres.

Su pueblo es pobre si hablamos de dinero, pero rico si pensamos en otros valores como el compromiso y la cooperación. El conocimiento es lo que vamos aprendiendo cada día con los demás, como señala Araceli. Seguro que lo aprendió trabajando con sus propias manos junto a su familia, codo con codo con el resto de la comunidad. La pobreza material viene de que el suyo es un pueblo abandonado por las autoridades que se comportan de una manera caciquil y corrupta. Solo visitan la comunidad indígena buscando votos en época de campaña electoral. Cuando llegan hacen promesas que nunca se cumplen y compran el voto. Luego dicen «sabes que te pagué 100 pesos para que votaras por mí. Ahora no me vengas a pedir nada». El olvido dura hasta las siguientes votaciones donde se repite la misma historia.

En algún sitio debe estar la alternativa a la corrupción que gobierna. Ella se ha unido al movimiento #yosoy132 porque ha encontrado convivencia, unión y un compartir desinteresado igual al que vive en su comunidad. Sabe que es una más de ellos, que son iguales: jóvenes que saben a dónde quieren llegar y con qué fin. Con esta juventud ya hay alguien que defiende las comunidades que estaban abandonadas.

Cartel de la película Ladrillo por ladrillo
Cartel de la película Ladrillo por ladrillo
Respecto a Ladrillo por ladrillo, de Irene Durán, Jorge Sequera y Alexis Wursten, decir que es un documental que nos cuenta la historia viva del barrio de Los Pinos, en la periferia de Buenos Aires. Sus vecinos lo construyeron con sus manos, ladrillo a ladrillo, como dice el título. No fue una situación elegida, sino impuesta por la necesidad de disponer de un techo bajo el que vivir. No les quedaba otra solución. Ese el problema cuando se es pobre, que no le importas a nadie. La vida se desarrolla en condiciones de miseria, haciendo dignidad del esfuerzo, compartiendo y conviviendo. Y van llegando más. Y encuentran un rincón donde se añade otra casa. Y el resultado es que terminan hacinados en infraviviendas.

Por lo que respecta a la municipalidad, Los Pinos es un barrio ilegal e insalubre. Ilegal porque han ocupado las tierras sobre las que han edificado y eso significa desalojos en la barriada. Insalubre porque las cloacas las han hecho los vecinos como han podido. La villa se convierte a veces en foco de enfermedades con el desinterés de quienes gobiernan. Les tienen abandonados, sin servicios básicos. No tienen derecho a nada.

Pero esos vecinos y vecinas han luchado. Quieren mantener su casa y que esté mejor el barrio. Juntos han pensado un modelo de reurbanización respetando lo que existe. Esa es su expectativa, lo que le piden al gobierno. Solo sueñan con poder tener una plaza, una escuela… Ese orgullo que les quedan lo explota el documental, convirtiéndose en una pieza de resistencia y esperanza. Simbólicos son los últimos minutos que nos hablan de una felicidad que vendrá.

martes, 24 de junio de 2014

Lo que la sociedad aparta

La Muestra de Cine de Lavapiés nos propone una sesión underground y otra del cine denominado de autor

Martes 24 de junio de 2014. Muestra de Cine de Lavapiés.
Teatro del barrio y Colegio Público Emilia Pardo Bazán. Madrid

Cartel de la convocatoria de Cine Libre para la 11ª Muestra de Cine de Lavapiés
Cartel de la convocatoria de Cine Libre para la 11ª Muestra de Cine de Lavapiés
Cuando el año empieza, la Muestra de Cine de Lavapiés lanza su convocatoria de Cine Libre. Durante tres meses recibe las auto-producciones de sus autores con la única condición que utilicen licencias de copyleft. De esos trabajos recibidos se seleccionan unos pocos que forman una parte importante de la programación de la Muestra. No hay dotación económica, el premio es proyectarla durante la Muestra. La idea señala, en todo momento, un claro posicionamiento sobre la cultura libre y la proyección de cine gratis en el barrio, haciendo así que el dinero no sea obstáculo ni un elemento diferenciador. La Muestra es simplemente horizontal y quiere ser también, si es posible, un elemento socializador.

La otra parte de la programación se completa a través de una selección de títulos que decide la asamblea de la Muestra. Esa segunda selección se hace en varias fases. Las personas de la organización proponen películas que va a una lista de posibles. Cada persona vota (Sí, No o Depende). Aquellas películas con más de dos votos favorables pasan a la asamblea, donde se discute hasta que se cierra la programación. A veces ese camino se alarga, algunas de las seleccionadas finalmente no se proyectan. Eso es debido a que la Muestra pide siempre autorización a los propietarios para su proyección y alguna vez la distribuidora no da permiso.

Proyectar en una misma edición auto-producciones con copyleft y cine propietario parece una contradicción, pero no es otra cosa que nuestro presente con un modelo emergente y otro que se asfixia.

Tarde en el Teatro del barrio: lo underground

El Teatro del Barrio se une este año como un espacio más de proyección de la Muestra. Le ha tocado una sesión muy particular.

El primer trabajo es Crónicas de una nave loca, de Patricio Carroggio. En febrero de 2013 cuatro argentinos, un francés y un español emprenden un viaje a Colombia en busca del mundo interior del poeta León de Greiff. Podría yo aquí contar muchas cosas del poeta, pero muy pocas del corto. Como mucho me atrevería a catalogarlo con la etiqueta de vídeoarte. En él alguien lee versos del poeta mientras van pasando secuencias que parecen tomadas como recuerdo de unas vacaciones. Los textos son profundos, barrocos y con un cierto carácter filosófico y existencialista. Las imágenes están fuertemente influidas por la publicidad que vemos en la tele.

El polaco Michal Marczak es el responsable de Fuck for Forest, un documental sobre la ONG Fuck for Forest, una especie de comuna neo-hippy que obtiene fondos manteniendo una web porno-erótica y los invierte en causas medioambientales. El documental es confuso, sin un hilo argumental y un tanto torpe a la hora de llevarlo a cabo. Fuck for Forest, la ONG, en realidad es una forma de vida basada en el amor libre y la sexualidad abierta; el porno es una manera de mantenerla. Las causas de apoyo a la naturaleza, en el documental, no cuajan. Incluso dejan de ser bienvenidos para la comunidad indígena que les ha llamado. Aunque quizá ese momento fallido sea su mejor parte, cuando los protagonistas se enfrentan a sí mismos y a sus principios, el instante donde se ve la gran grieta de su vida. Todo se queda en puro desfase, en una pose, en una forma de quemar un presente aburrido. A final, un palestino en la calle lanza una pregunta inquietante que no se responde: «¿Y si fracasas?». Quizá el futuro solo sea eso, una decisión entre el éxito o el fracaso y todo depende del punto de mira que se aplique.

Noche en el cole: el cine de autor

Cartel de la película La Caza
Cartel de la película La Caza
Cuando oscurece, le toca el turno a La caza, de Thomas Vinterberg. La verdad es que tras la decepción de la tarde, la película me salva el día. Es lenta, opresiva, dura, pero tiene ángel. Sabe conectar. El danés Vinterberg nos arma un thriller psicológico de falsos culpables y falsos inocentes que retrata la hipócrita sociabilidad de nuestro tiempo y la desconexión con quienes viven a nuestro lado, auténticos desconocidos. Hace años Europa enfermó, en los países más ricos surgió también lo más depravado. Surgieron las dudas y el miedo al otro. La Caza es la película de la desconfianza y la vergüenza como seres humanos y como sociedad. La maldad es un cáncer que corrompe y contra la que a menudo es imposible luchar. No hay defensa contra el juicio de la opinión pública y además da lo mismo la verdad. A Lucas, un cuidador del parvulario, le acusan de haber abusado de una niña. Es falso. La película no juega a engañar al espectador sino a narrar el infierno en que se convierte la vida de Lucas, siempre en el punto de mira, como la presa a ser cazada. En el pueblo pequeño en el que vive y trabajo nadie le da una oportunidad para que pueda defenderse o explicarse. No le escuchan, y sin embargo le han condenado. También, en ese camino, le han quitado la dignidad. Incluso cuando su inocencia es manifiesta, entre sus vecinos no se levanta el castigo ni termina el acoso. Persisten incapaces de asumir una equivocación, seguros de que algo malo esconde.

La Caza es una película de detalles, de instantes, de miradas, de golpes, de intenciones, de humanidad. Transcurre en un lugar frío, entre almas heladas, dentro de una comunidad protestante que carece de la menor caridad cristiana. Esa falta de piedad humana que muestra la comunidad resulta asfixiante, sobre todo cuando van despuntando gestos de maldad que van tensando la situación. Sale a la luz una rabia subterránea que desemboca en una venganza incontrolable. Lucas se siente impotente y se va tiñendo de tristeza, marcado por un malentendido que creció lleno de veneno.

De su final se podría hablar largo y tendido, pues da pié a muchas interpretaciones y significa para cada espectador un posicionamiento sobre la culpabilidad y la sociedad. Sin duda es otro síntoma de que no es una película que deje indiferente. Si algo destaca por encima de todo, eso es la maravillosa actuación de su protagonista, Mads Mikkelsen. En sus silencios, en su contención, en sus miradas, en su miedo y en ese intentar mantener una dignidad robada se sostiene la película. No me puedo resistir a cerrar la crónica sin añadir una curiosidad, Mikkelsen participó hace unos cuantos años en una película española: Torremolinos 73.

lunes, 23 de junio de 2014

Construyendo desde lo pequeño, desde el inconformismo

La Muestra de Cine de Lavapiés nos trae un cine configurado por su entorno

Lunes 23 de junio de 2014. Muestra de Cine de Lavapiés.
Librería Enclave de Libros y Colegio Público Emilia Pardo Bazán. Madrid


Cortinilla de la 11ª Muestra de Cine de Lavapiés
Once años lleva la Muestra de Cine de Lavapiés con su cine callejero y gratuito. Lo suyo es una apuesta por una cultura constructiva y multicultural, donde se recojan otras formas de pensar y de vivir, compartiendo realidades que puede parecer lejanas pero que se encuentran a la vuelta de la esquina. Su ideario pasa por convertir la cultura en un eje político y social, hecha entre todos y todas, con conciencia, participativa, debatida, sin exclusiones, autofinanciada y sobre todo independiente. Lavapiés es un barrio que está vivo, donde la calle es cultura. La Muestra mantiene ese mismo espíritu y lo amplifica convertida en un canal de difusión para un cine que hace pensar. Son diez días para celebrar el cine y disfrutarlo en compañía, en una especie de comunión colectiva, con dos sesiones diarias. La de la tarde se realiza en lugares del barrio que apoyan la idea de la Muestra y por la noche se proyecta al aire libre. Todas las sesiones son gratuitas.

Tarde en Enclave de libros: Coloquio «Cine desde abajo»

Uno de esos espacios que no falta a la cita anual con la Muestra es la librería Enclave de libros, allí empieza la tarde.

Cartel de la película Dinosaurios en 3D
Cartel de la película Dinosaurios en 3D
En Dinosaurios en 3D, de Juan Beiro, no hay ni dinosaurios, ni 3D. El título es una metáfora porque su documental cuenta una nueva historia de extinción en un mundo de progreso. Las salas de cine en Madrid, y en el resto de España, están desapareciendo, convertidas en comercios o en edificios abandonados. En ellas queda atrapado un aire fantasmagórico que recoge muchos sueños del pasado. Beiro va revisando los cines que cerraron, buscando en los edificios que los albergaron los restos que han dejado. Esos rastros son un rótulo, la ventanilla de una taquilla, el espacio rectangular de una gran pantalla, la lámpara pomposa… Con esos recuerdos va construyendo un espacio de melancolía, el estado hipnótico de lo que fue y ya no será. Ese viaje de detalles, de tiempo detenido, de polvo en suspensión, conduce al espectador a una reflexión. Mirando lo que ha desparecido no podemos dejar de preguntarnos cómo es que no hicimos caso a las señales. Esas salas que van pasando por la pantalla no volverán a abrirse, ni se apagarán las luces en ellas para proyectar más ilusiones. Es un hecho inevitable y asumido. Pero, ¿vamos a dejar que se extingan nuestros cines? Si queremos seguir viendo película en grandes salas nos va a tocar quitarnos la modorra de encima y hacer algo.

Buscando lo pequeño, de Jesús López Alarcón, nos lleva al pueblo de Ascaso donde, bajo las estrellas del Pirineo aragonés, se celebra la muestra de cine más pequeña del mundo. La suya es una Muestra comprometida con el entorno y con el cine hecho con mimo, que quiere recuperar un pueblo a través de la cultura y salvar un concepto antagónico con la vida urbanita. Alarcón, con su corto-documental, nos cuenta cómo es y nos ofrece pinceladas tentadoras de esos días de la muestra de Ascaso. Pero su valor fundamental es que se empapa de ella para transmitir con su trabajo los sentimientos que produce participar: el sosiego, la importancia de lo pequeño para nuestra felicidad y la satisfacción de hacer las cosas bien y a su ritmo.

Cierra la sesión el documental de Luis Román Alcaide titulado Alianait: Art in the Arctic. Esta vez no es un festival de cine, sino uno musical, el Alianait, que se celebra en Iqaluit, una ciudad remota del ártico canadiense. Los inuit comparten su cultura y reciben la de otros lugares para entender el mundo, para encontrar las similitudes y las raíces comunes del ser humano. El Alianait es un viaje interior que trata de acercar cultura y personas, de que unas se empapen de las otras para crecer juntas. Román nos lleva a la tierra de las más duras noches y los inviernos más fríos, donde los suicidios son algo común, y nos muestra una felicidad sencilla, la de compartir con sus semejantes.

¿Qué tienen en común estos tres trabajos para que la Muestra haya decidido proyectarlos en la misma sesión? Sobre todo el hacernos mirar hacia lo pequeño, a los detalles que se nos pasan desapercibidos cada día y que sin embargo encierran nuestra esencia. Son tres viajes para encontrarnos a nosotros mismos, son tres formas similares de entender la cultura. De eso se habló en el coloquio tras la proyección. También se debatió de la crisis del cine, de las causas, de las soluciones y del amor pasional e incondicional por ver una buena película con la gente que siente lo mismo. Aprendimos que no estamos solos y que se puede seguir caminando y cambiando pequeñas cosas poco a poco.

Noche en el cole: Animación y Cine en la periferia

Cartel de la película El ruido del mundo
Cartel de la película El ruido del mundo
Con la noche llega la segunda sesión. Se abre con el corto El ruido del mundo de Coke Riobóo, un trabajo que aúna música y animación. Es un corto con intenciones, la de hacernos mirar hacia aquellos que no queremos ver, esos ruidos molestos del mundo global que habitamos. No podemos rechazarlos, ni tampoco resolverlos individualmente. Si los escuchamos nos desquician. Si no les prestamos atención nos deshumanizamos. La propuesta del director es construir con ellos una sinfonía de la desgracia en la que el ser humano está convirtiendo este mundo; una sinfonía a través de la que podamos despertar. El ruido del mundo es una llamada a la acción usando el arte. No podemos conformarnos.

El segundo de los trabajos presentados esta noche tiene mucho que ver con el anterior. Lo realiza Sergio Catá y se llama El domador de ruidos. En el corto escuchamos a Coke Riobóo contar el proceso que le llevó a encerrarse tres años para acabar El ruido del mundo. Nos sirve para entender mucho mejor el corto, la técnica de animación de plastilina sobre pantalla de luz con la que está realizado y a su director, una persona peculiar que siente la necesidad por encima de todo de contar historias para expresarse.

Cartel de la película La Plaga
Cartel de la película La Plaga
Si el día anterior la Muestra había traído un trozo de Euskal Herria, esta noche ha hecho lo mismo con Catalunya. Se proyecta La Plaga, una sensacional película de Neus Ballús que este año ha competido por el Goya a dirección novel y ha sido la triunfadora de los Premios Gaudí del cine catalán (mejor película, directora, guion y montaje). Ballús nos plantea la película en el extrarradio de una gran ciudad como Barcelona, ese punto límite e intermedio donde se termina la periferia de las grandes ciudades, pero que aún mantiene una entidad diferenciadora, propia y rural. Es curioso ver cómo desde la sencillez y lo local consigue hacer explotar un sinfín de emociones en el espectador.

Es una película hecha con mimo, ladrillo a ladrillo, que sabe explotar con maestría la frontera que existe entre la ficción y la realidad. Lo que nos pone enfrente sabe a verdad porque lo es y además no tiene ninguna trampa. Nos cuenta las vidas cruzadas de unos personajes que comparten el mismo terruño y la forma natural en que esas vidas van tejiendo una red de subsistencia. Son distintos, piensan diferente, pero todos son un ejemplo de la incertidumbre de los tiempos que vivimos, de como el capitalismo y sus crisis van rompiendo las vidas de las personas, dejando víctimas. Sí, La plaga habla de la crisis sin nombrarla y lo hace de forma metafórica. Pero su sombra no deja nunca de estar presente, atenazándonos en forma de plaga de la mosca blanca que destruye nuestra cosecha, que hace inútil nuestro trabajo y que nos arruina. La crisis nos atonta, dejándonos sin capacidad de reacción. Surge esa sensación de fin de ciclo, de vacío que nos consume, y empieza una espera de la que no sabemos salir, que nos consume. Sabemos que nos hundimos y también que estamos perdiendo nuestra identidad. Nos toca superar la soledad y la incertidumbre y para ello habrá que arrimar el hombro; pero vamos a hacerlo entre nosotros y nosotras, desde abajo, cimentando la comunidad, sirviendo las unas de protección a los otros, cuidándonos y protegiéndonos. La plaga nos dice que aún nos queda capacidad para la rebeldía, que podemos pensar de otra forma, dar sentido a nuestro futuro.

No hay actores profesionales, así que los personajes se interpretan a sí mismos. La directora, ha filmado sus vidas como si fuera una ficción. Le ha costado cinco años que ha empleado en entenderlos, trabajar con ellos y sobre todo provocarlos para sacar esa chispa que destaca en toda la cinta. La atmósfera que crean los personajes, su autenticidad y ese todo inclusivo que forman, es la que desnuda al espectador, lo que le obliga a sentir y compartir. Es una vuelta a dar valor a lo importante, a una inocencia que sin embargo ofrece múltiples lecturas. La Plaga es un hermoso aprendizaje de una lucha emprendida para salvar lo poco que nos queda, lo nuestro.

domingo, 22 de junio de 2014

Nuestras amistades

La Muestra de Cine de Lavapiés nos acerca el conflicto de Euskal Herria

Domingo 22 de junio de 2014. Muestra de Cine de Lavapiés. Colegio Público Emilia Pardo Bazán. Madrid

Cartel de la 11ª Muestra de Cine de Lavapiés
Cartel de la 11ª Muestra de Cine de Lavapiés
Madrid en verano se convierte en el pequeño pueblo que un día fue. A esa tradición de regreso a los orígenes contribuyen la mayoría de las fiestas que se celebran por los barrios más castizos. La Muestra de Cine de Lavapiés es uno de esos elementos que construyen barrio y conectan con el verdadero concepto popular, porque la cultura sirve para hacerse preguntas y empoderar a la ciudadanía. A eso de las diez y veinte de la noche, cuando la luz se está yendo del todo, comienza la proyección. Es el patio de un colegio público, el Emilia Pardo Bazán, y está lleno de personas que se han juntado para ver un corto y un documental. Sentados en sillas de plástico, unos comiendo pipas, otros mirando embelesados la pantalla, pero todos bajo un cielo raro para Madrid, pues hoy muestra las estrellas que casi nunca deja ver.

Unos minutos antes, a viva voz y en esos últimos instantes del día solar, Aitor Merino y Ainhoa Andraka han presentado su película, la que ha creado tanta expectación esta noche: Asier eta biok. Los hermanos Merino, Aitor y Amaia, son los directores y Ainoha su productora. Ninguno de los dos quiere hablar mucho, son rápidos para que empecemos a verla lo antes posible. Ya habrá tiempo de debatir al final.

La sesión de la noche se inicia con la proyección de la cortinilla de la Muestra, una pequeña delicia para abrir boca. Le sigue el cortometraje titulado Frank, el trabajo final de un taller de vídeo impartido por la productora Apablo Nicasso en La Fàbrica de Somnis de Vic. Es un buen ejemplo de esas películas que juegan sobre ese borde que queda entre la realidad y la ficción, usando la estética del documental para narrar una historia inventada. En un blanco y negro donde aún se ha permitido algún rojo, con primeros planos, a través de retazos de entrevistas, varias personas describen a Frank y según avanza la narración vemos que algo no cuadra, que lo que nos dicen no coincide. La vida son apreciaciones, interpretaciones que hacemos. Usamos muchos elementos para valorar. Somos subjetivos, lo que permite que lo que yo adore otro lo desestime. Cuentan sus autores que es un retrato, pero sobre todo un ejercicio de manipulación audiovisual en positivo.

Cartel de la película Asier eta biok
Cartel de la película Asier eta biok
Cuando se proyecta Asier eta biok ya nadie mira al cielo. Es una película que capta rápidamente al espectador, jugando un poco con la nostalgia, la juventud y el humor. A mí la película me gustó. Creo que está hecha con mucha inteligencia y construida para llevarnos con suavidad a un terreno del que no es fácil hablar. Asier Aranguren y Aitor Merino crecieron juntos convertidos en dos amigos inseparables durante la adolescencia. Aitor se vino a Madrid para ser actor y Asier se quedó en Pamplona, haciéndose insumiso y luchando desde los grupos antimilitaristas de principios de los 90. Aitor Merino hace nuevos amigos en Madrid que nada tienen con ver con lo eskaldún, y le resulta difícil explicar el conflicto de Esukal Herria. Más incomprensión aún despierta el hecho de que tenga un amigo en ETA al que quiere muchísimo. Con ese pretexto, el de hacerse entender por sus amigos de Madrid, y aprovechando la salida de Asier de la cárcel de París tras cumplir su condena, decide rodar un documental con Asier como protagonista.

Los Merino no justifican a ETA, ni los atentados, ni la violencia como solución a nada. Se ve claramente la distancia que hay. Pero también son capaces de mostrarnos que una persona, o muchas, pueden llegar a esa conclusión del uso de la violencia de una forma racional. No se ampara en el debate simplista de un conflicto entre «buenos» y «malos», sino que busca las aristas, aquello a lo que los medios españoles no quieren llegar. Se trata de debatir, de hablar, de pensar, de dialogar… Todo eso hace que podamos acercarnos al conflicto de Esukal Herria desde una perspectiva más real y sobre todo menos contaminada por la versión oficial de nuestros políticos.

El documental es honesto. En el proceso de construirlo, Aitor Merino fue consciente de que las imágenes grabadas no contaban el Asier idílico que el buscaba mostrar. La película que pensó al principio no podía estar allí y se desvanecía. La realidad gana. Asier eta biok cobró vida para dejar hablar. Algo que se ve claramente en el montaje donde se diferencian dos partes. En la primera, de contextualizacón, el propio Merino tiene el papel de protagonista para contar su idea de Asier y su visión de él. La segunda, por el contrario, es más directa, tiene planos más largos donde vamos viendo expresarse a Asier con sus propias palabras. Quizá Asier no salga favorecido. Su posición y el documental le colocan siempre en un lugar de difícil equilibrio y muchas veces imposible de compartir.


Trailer de la película Asier eta biok
Asier eta biok habla de las fronteras, las territoriales y también las morales. Las físicas definen la «tierra donde se habla el euskera». Ese es el significado literal de Euskal Herria y el conflicto por resolver. La segunda es una frontera moral de Aitor Merino, una línea entre defender la independencia y matar. La admisión de la violencia es el elemento que separa a los dos amigos. No es justificable quien pasa esa línea. Asier reconoce públicamente ser miembro de ETA. No ha participado en ningún atentado. Pero la coherencia con sus ideas le lleva a asumir como propias las acciones de ETA, incluso aquellas con las que no comulga. Reconoce la violencia como método, pero señala que ahora han decidido otra vía diferente, la de la paz y asumir un reto política desde el que cambiar la situación.

Asier eta biok no se ha podido ver en muchos cines, los exhibidores del circuito comercial no han querido distribuirla y en Madrid, por ejemplo, solo se ha proyectado en el Artistic Metropol. En realidad todas esas puertas cerradas están fortaleciendo la película, mitificándola y despertando mayor interés en una minoría que quiere estar bien informada para formarse sus propias conclusiones. Los Merino y su productora persisten, insisten en que se vea, en crear debate, en abrir grietas en el pensamiento único, en hablar con el público. Así ocurre, tras la película llueven las preguntas, las opiniones, las interpretaciones…

Se hizo tarde y un vecino salió a su ventana para decirnos amablemente que mañana tenía que madrugar. Se quitó la megafonía, pero aún había muchas preguntas más para Aitor y Ainhoa, a las que en voz baja fueron dando respuesta. Después tocó recoger entre los vecinos y vecinas, barrer y guardarlo todo, porque al día siguiente el cine en la calle empezará de nuevo.

viernes, 13 de junio de 2014

El cine alemán y el humor

El Festival de Cine Alemán de Madrid estrena la taquillera Fack ju Göhte

Viernes 13 de junio de 2014. Festival de Cine Alemán de Madrid. Cine Palafox. Madrid

Cartel de la película Fack ju Göhte
Cartel de la película Fack ju Göhte
El Festival de Cine Alemán de Madrid no solo sirve como una pantalla para el cine germánico, también ayuda a derribar estereotipos. El tópico es que los alemanes tienen la cabeza cuadrada y están faltos del mínimo sentido del humor. La realidad es que en Alemania conviven muchas culturas y que saben reírse de casi todo. Su comedias funcionan y además son totalmente exportables desde hace muchos años. Este es el caso de la película de Bora Dagtekin que el festival ha seleccionado: Fack ju Göhte. Se trata de una comedia gamberra que allí han visto siete millones de espectadores.

Viendo Fack ju Göhte te ríes y te diviertes. Así que el film seguramente cumple sus objetivos. También deja una poca de moralina sobre el sistema educativo, los alumnos conflictivos y el poder que tiene el profesorado para ayudar a que las personas de la siguiente generación tengan más oportunidades, corregir para que puedan disfrutar de lo que nosotros no tuvimos. Para ellos señala que la voluntad es más importante que el mero conocimiento. Y así, hasta el más gamberro, si sabes conectar con él, cae rendido. Solo hace falta que dejemos en casa el egoísmo, que nos preocupemos de quien más necesitas y que seamos felices con ello, pues nada hay mejor que la satisfacción por ver que formamos personas que van a mejorar el mundo. Todos y todas merecen una oportunidad y el sistema educativo debe esforzarse en dicho sentido.

Sin embargo, no pude quitarme de encima la sensación de que ya había visto esta película muchas veces. El cine estadounidense ha repetido el mismo patrón hasta la saciedad. Fack ju Göhte copia y explota el modelo, con algunas aportaciones propias. La primera de ellas es dulcificarla con un humor más europeo, con cierto cinismo, y haciendo un espejo con la realidad, enseñando el otro lado, el que no es literario. «¿Tú no querías ser camello? Pues esto es un yonqui pasando el mono». Y nos reímos de ver como un adolescente se topa con la realidad, igual que nos habíamos reído por la ocurrencia de elegir una profesión ilegal porque significa tener dinero rápido y fácil. La segunda de las aportaciones que ofrece la película es la de hacer una mezcla con la comedia romántica. Colocar dos polos opuestos que se atraen, porque los extremos siempre están equivocados y la verdad se haya en el punto medio. Eso es lo que dicen los medios de comunicación, el mensaje con el que nos bombardean y por aquí la película también cumple. El limón y el agua, si se les añade azúcar, producen limonada. Y la última de estas aportaciones es la sencillez. Fack ju Göhte nada tiene que ver con la sofistificación hacia la que han evolucionado estas comedias gamberras los yanquis, repletas de medios, efectos especiales. Aquí todo es más sencillo, más simple, más directo.

Lo dicho: diversión, pero nada nuevo. Hasta el final es el que esperas.

jueves, 12 de junio de 2014

Gisela Werler, la atracadora enamorada

Banklady se proyecta en el Festival de Cine Alemán de Madrid

Jueves 12 de junio de 2014. Festival de Cine Alemán de Madrid. Cine Palafox. Madrid

Cartel de la película Banklady
Cartel de la película Banklady
No hay muchas oportunidades de ver cine alemán en España. Nuestras distribuidoras, salvo excepciones, no suelen apostar por un cine diferente al que las majors estadounidenses nos imponen. La cartelera se copa semana tras semana del cine vacío que nos viene de Hollywood, convirtiendo a cualquier otra alternativa en un cine minoritario de salas pequeñas y pocas semanas de proyección. Por eso resulta importante el Festival de Cine Alemán de Madrid que convierte durante estos días al cine Palafox en el expositor del cine que se está haciendo en ese país. Hay otro cine y tiene cabida en nuestras pantallas. Banklady, de Christian Alvart, es una más de las propuestas que nos trae la edición de este año.

La película es un biopic, basado en la historia real de Gisela Werler, la que fuera la primera mujer atracadora de bancos de Alemania. Banklady es una película de género, con mucha acción, rápida y ágil, que mezcla el drama con la comedia. La conjunción de esos elementos funciona, sin embargo Alvart toma otra decisión más, prefiere contarla como una historia de amor y esa elección del director nos desvía de las conclusiones importantes. Al priorizar la relación sentimental como el auténtico motor de este drama, lo que podría ser un buen ejemplo de la liberación sexual de la mujer alemana en los años sesenta no termina de poder leerse en esa dirección, pues sigue situando al hombre en el centro, convertido en el deseo y en el impulsor de las acciones de la mujer. Gisela no llega por decisión propia, sino por pura casualidad y eso la película lo paga.

Hay dos tipos de personas, las que se beben la vida y las que se conforman con verla pasar. Estas segundas no esperan de la vida otra que no cosa que no se rompa, que puedan seguir con la misma rutina porque se han acostumbrado y tienen domesticados los sueños. Gisela pertenece a este grupo. Es una mujer de origen humilde, que siempre ha estado sometida a una estructura familiar machista, autoritaria y opresora. Ha cumplido los treinta. Sigue soltera, sin que se vislumbre un compromiso formal. Mira de reojo los símbolos de la liberación: una barra de labios que resalta la feminidad y que dice que los labios rojos están para besarlos, un paquete de tabaco que acentúa la transgresión de lo prohibido y las portadas de las revistas que representan los sueños de otra vida mejor, en Capri quizá. Ese mundo le está vedado, muy lejos de ella, de ese padre que la desprecia y de esa madre con los nervios rotos y hacia la que sus pasos la encaminan. Y luego la monotonía que supone su trabajo en un fábrica de papeles pintados, manejando la misma máquina a diario. Son las miradas desde ese vacío que es su vida lo mejor de la película, el punto que como espectadores nos subleva y nos empuja. Peter es lo contrario, quiere disfrutar, bailar, divertirse. Y además roba bancos. Cuando los dos se cruzan se produce un choque de trenes.


Trailer del 16 Festival de Cine Alemán de Madrid
Atracar bancos despierta el instinto de Gisela, abriéndole una puerta inesperada a través de la que puede visualizar una capacidad nueva que le permitirá llegar a su verdadero lugar, el de sus sueños. De pronto se siente viva. Con una pistola en la mano, tras su disfraz, robando con dureza, pero sin perder la dulzura y amabilidad femeninas, desarrolla una segunda personalidad que se contrapone a la mujer rutinaria y condicionada que se sentía. Su vida cambia. Ahora tiene objetivos y metas. Se desenvuelve con soltura. Esa bipolaridad que se establece en la protagonista enriquece la película que gana con esas dos Giselas que surgen y se enfrentan sin salir del mismo cuerpo. Por un lado la Gisela fuerte y decidida, por otro la loca enamorada que depende de conseguir a su amor. Y aquí surge la primera astilla molesta que se nos clava, en realidad descubrimos que ninguna de las dos son mujeres es libre. La adrenalina del peligro con la que disfruta los atracos deja de tener sentido en sí misma para ella y este nuevo mundo intrépido se transforma simplemente en el punto de unión con el hombre al que quiere, la forma de retenerlo a su lado y el único camino que le lleva a completar el amor que siente. Banklady se convierte en una película de ilusiones, las que Gisela se ha hecho y su pelea por convertirlas en realidad. Ya no hay una actitud intrépida, sino entregada y conformista. Es una ilusa, y los atracos un decorado, los márgenes que la limitan, el pensamiento inmaterial con el que sostener una relación. La realidad pasa a ser un engranaje circunstancial. El éxito y el fracaso cambian sus roles.

Brilla Nadeshda Brennicke en su interpretación de Gisela Werler. Ella sola la sostiene y consigue darle vida, inquietud y corazón. Charly Hübner no se queda atrás con un buen trabajo que sirve de contrapeso, de ese otro mundo y también del cartón-piedra con el que está hecho en realidad.

Christian Alvart, con un par de rodajes en los Estados Unidos, impone a Banklady el estilo de Hollywood, especialmente en el sentido de la simplificación del mensaje. Confieso que, aunque la película tiene elementos que aprecio, no me ha gustado mucho. No son un acierto el tratamiento de la luz, el exceso de primeros planos, las pantallas partidas, el intento de confundir al espectador -sobre todo cuando se hace mal-, las tomas con planos desde demasiados puntos que se van intercalando en la misma secuencia, el amasijo en que se convierte la forma de contarla y la parte cursi con que se empapa toda la cinta. Pero sobre todo no me gusta porque se queda en poco y podría ser mucho más. No da lo que promete. En cierta forma la película encalla. Echo de menos la Banklady que Alvart no nos ha contado, esa otra película que se detiene más en una Gisela inteligente y meticulosa que va preparando cada uno de los atracos, la que todo lo controla, la valiente, la que no tiene límites, la que es libre, la que corta el hipo, la que pone al hombre en su lugar, la apasionada de verdad, la que se convirtió en un icono de la liberación de la mujer.

martes, 10 de junio de 2014

Madurar sabiendo de qué barro estamos hechos

Arranca la 16 edición del Festival de Cine Alemán de Madrid con la proyección de Exit Marrakech

Martes 10 de junio de 2014. Festival de Cine Alemán de Madrid. Cine Palafox. Madrid

Cartel del Festival de Cine Alemán de Madrid
Cartel del Festival de Cine Alemán de Madrid
Se inicia un año más el Festival de Cine Alemán de Madrid. Llega con los calores de un verano ya próximo en fechas. Poco a poco y con paso firme se asienta el festival dentro de la agenda madrileña. Este año suman su edición número dieciséis. El pronóstico, si nos dejamos guiar por la exitosa inauguración de ayer, es bueno. La enorme sala central del Palafox, una de las más grandes que aún sobreviven en la capital, estaba totalmente llena. Había muchas expectativas por ver la nueva película de Caroline Link, directora que ganó el Óscar a la mejor película de habla no inglesa de 2002 por En algún lugar de África. No defraudó.

Link es una mujer de carácter, con las ideas claras, que no duda en acudir a su sentido del humor cuando hace falta. Se pone seria para lo que importa. Sabe escuchar. No rehuye las preguntas, ni se va por las ramas a la hora de responderlas. Defiende sus opiniones con fuerza y experiencia, pero sin dogmatismos. Se nota que controla los detalles. La acompaña en la presentación el actor Samuel Schneider, una joven promesa del cine alemán que protagoniza la nueva película de esta directora, Exit Marrakech, con la que se abre este festival.

Se trata de un gran película, emotiva y poderosa, llena de elementos seductores y también de ideas. El protagonista es un adolescente alemán analítico e inteligente, maduro para su edad, aunque a veces se deje caer con ingenuidad. La vida, a punto de cumplir los diecisiete años, le aburre y poco espera de ella. Sin embargo le falta mucho por aprender. Estas vacaciones veraniegas viaja a Marrakech para pasarlas con su padre, un afamado director de teatro. Apenas si se conocen. Hace mucho que no se han visto. El muchacho ha crecido sin su figura al lado, así que no siente que le pueda querer. Nada les une, representan generaciones diametralmente opuestas.

La rebeldía forma parte de la juventud, un deseo innato de atreverse a experimentar, llenar sus pulmones con un aire nuevo que tiene un olor desconocido, hacerse preguntas y cuestionar cada respuesta. En Marruecos el muchacho se puede perder, los carteles se escriben con otro alfabeto, es un paisaje diferente y nada le ata. Se deja llevar por el paisaje lleno de contrastes y siempre hermoso, de postal, intentando adentrarse en lo verdadero, en lo esencial de otra cultura. Se enamora. Luego viene una «bofetada» tras otra.

Cartel de la película Exit Marrakech
Cartel de la película Exit Marrakech
Exit Marrakech es una «road movie» de paisajes y de aprendizaje. Como toda película de carretera, emprende un viaje exterior, en este caso por Marruecos, y otro interior de lucha personal. El trayecto físico suele ser la excusa que nos permite iniciar el otro viaje, el más vital. Así, mientras se mezclan los sentimientos, nos vamos desentrañando para construir y formar la personalidad futura. Ese camino de aprendizaje que nuestro protagonista inicia es también una respuesta contestataria fruto del aburrimiento, signo de nuestra sociedad, que se ha apoderado de nuestra juventud diluyéndola. El aburrimiento hace imposible que puedan dibujar objetivos o proyectos de vida porque les ha robado toda ilusión, haciéndoles tan sumisos como predecibles, acostumbrándoles a la rutina en la que previsiblemente se convertirá su futuro. Y contra ese aburrimiento se rebelan, pero no tienen armas con las que vencerlo que vayan más allá de la satisfacción instantánea que produce el consumismo. Una generación no avanza, no se comprende a sí misma, no sabe quién es, si no logra entender a la generación de sus padres, saber de dónde vienen y qué se dejaron en el camino. No nacemos por generación espontánea, somos la continuidad de unas raíces, un eslabón más. Esa es quizá la enseñanza que envuelve la película.

Exit Marrakech está bien construido sobre una estructura que va dejando reposar el tiempo antes de pasar al siguiente estadio. Me gusta porque su directora sabe romper el drama y la tensión con humor. No se deja amargar por esas «bofetadas» de las que hablaba y obliga a su protagonista a asimilarlas, a sentirlas como necesarias para ser más fuerte, para conocerse mejor. Sí que es cierto que hay un optimismo en Caroline Link y que lo quiere transmitir en la película.

Exit Marrakech muestra una opinión abierta del mundo, sin juzgarlo y apostando a la vez por la identidad y el mestizaje, que no son elementos contradictorios aunque pudieran parecerlo. Tenemos que saber lo que somos y, si queremos mejorar, también ser lo suficientemente inteligentes como para dejarnos impregnar de otras culturas en ese proceso continuo de construcción en la que el ser humano está siempre metido. El punto de vista es el de un europeo con dinero en el bolsillo, pero que es capaz de salirse de lo turístico para buscar lo intrínseco y encontrarse en los márgenes. Se agradece el retrato realista de la sociedad marroquí, de las problemáticas en las que viven y de sus gentes afables y con cierta tolerancia hacia las costumbres invasoras del extranjero. No hay aquí inseguridad en quien llega, ni el miedo ancestral al diferente con el que el cine estadounidense estereotipa a las comunidades árabes.

lunes, 9 de junio de 2014

Lo que ocultamos en el Sótano

Juan Codina y Víctor Clavijo representan Sótano, una obra de Josep Maria Benet i Jornet que dirige Israel Elejalde


Miércoles 4 de junio de 2014. La pensión de las pulgas. Madrid

Cartel de la obra de teatro Sótano
Cartel de la obra de teatro Sótano
¿Por qué? Por la forma cautivadora de ir revelando la trama.
Es difícil hablar del Sótano porque lo que vemos es el juego de esconder la verdad, el de ir desentrañándola tirando del hilo, el de obligar a contar al otro lo que le falta por decir. La obra está construida de una forma robusta, a la manera de una partida de ajedrez dialéctica que enfrenta a dos personajes que quizá no sean lo que aparentan. Con cada movimiento se van sacando a la luz las verdades, pero éstas son un premio que cada participante debe ganar con su esfuerzo, sin que el contrario le haya regalado nada. Cada jugada nos abre una perspectiva sobre la que va avanzando la trama. La apertura, sin embargo, la ha hecho el autor, Josep Maria Benet i Jornet, con el gesto taimado de hacernos escuchar antes de que nada empiece y como si tal cosa el tema Sufre como yo que interpreta Albert Plá en su versión musicada del poema de José María Fonollosa. Esa es la canción de fondo que se detiene cuando arranca el encuentro entre dos desconocidos, dos personas que no se han visto con anterioridad.

Decía antes que la obra es una especie de partida de ajedrez dialéctica que enfrenta a dos personajes que quizá no sean lo que aparentan. A primera vista resultan dos personas corrientes: una está un tanto nerviosa, tratando de explicar la situación excepcional que le ha alterado, sacando de dentro hacia afuera todo ese nerviosismo, y a la otra, más sosegada, le toca ser la tranquilizadora. Hay por tanto una apariencia de normalidad que el paso de la conversación va a romper de una forma contundente. Porque, desengañémonos, nadie es normal. La normalidad es una máscara con la que cada uno esconde su propio sótano hecho con las malas decisiones de nuestros peores momentos, ese rincón oscuro e inconfesable de lo que somos y callamos, aterrados de compartirlo, angustiados de que los demás lo conozcan porque nos ha corrompido. Por esos recovecos del alma se mueve con asombroso manejo el texto de Sótano.

Los seres humanos nos hacemos daño. Es ley de vida. Ocurre por el simple hecho de relacionarnos. Una decisión propia termina afectando a los demás más de lo que quisiéramos. A algunos los arrastramos camino de nuestra misma deriva. Nos sentimos responsables cuando ya no tiene remedio. A menudo la culpa nos muerde por dentro. Hay quien necesita que le juzguen y para ello siente la necesidad de justificarse. El dolor es el precio que uno siempre está dispuesto a pagar para expiar una culpa, por conseguir dejar atrás todo lo atroz que ha cometido, para limpiar de su conciencia los «cadáveres» que ha dejado. ¿Puede un dolor cruel hacerse necesario, tanto incluso como para convertirse en el único alivio? Reflexionar sobre los mecanismos del dolor en el ser humano es quizá la propuesta central que el autor traslada al espectador a través de una trama que va tejiendo muy despacio, con pulso, para llevarnos a un lugar espeluznante de la mano y soltarnos allí porque ya somos mayores para tomar nuestras decisiones.

Víctor Clavijo y Juan Codina, protagonistas de Sótano
Víctor Clavijo y Juan Codina, protagonistas de Sótano
La obra toca al público, va impregnando a quienes observan de un miedo psicológico propio de la violencia irracional; un miedo que va tomando forma, pesando y haciéndose desagradable por consentido, por vergonzoso y por vergonzante; un miedo que se pega a la piel, que molesta y del que no puede desprenderse. De pronto, el sótano que no vemos y que imaginamos nos asfixia porque tiene un aire enrarecido que sin embargo reconocemos. Sótano es una balanza entre víctima y verdugo a la que tenemos que mirar con atención porque a menudo no se distinguen los unos de otros, porque los papeles se intercambian dependiendo del momento, de los demás, de la fuerza que nos queda, de unos sentimientos que nos dominan…

Ese temor lo transmite el texto usando la amabilidad y con la más absoluta normalidad. Víctor Clavijo y Juan Codina, con sus redondas interpretaciones, son los encargados de llevar ese miedo hasta la frontera de lo aterrador. Los dos juegan a esconder, a disfrazar. A Codina le toca el papel de no hacer nada, de dejar hablar, de llamar a las cosas por su verdadero nombre, de dar cuerda, de transformar en repulsiva tanta amabilidad. Lo resuelve con sobresaliente, de una manera efectiva, sin el menor aspaviento, recayendo en sus controladoras manos hacernos sentir angustia. A Clavijo le toca el papel atormentado de quien no ha asimilado su lugar, el que siempre está a punto de estallar, el que nunca encuentra el mismo cauce que los demás. Lo hace con verdadera solvencia.

Israel Elejalde dirige la obra. La conoce en profundidad, no en vano él había interpretado uno de los dos personajes de la obra con anterioridad, cuando en 2009 la paseó con Ramón Langa de compañero por los teatros de nuestro país.

viernes, 6 de junio de 2014

Volver a la vida

Todos están muertos, la ópera prima de Beatriz Sanchís

Cartel de la película Todos están muertos
Cartel de la película Todos están muertos
¿Por qué? Porque te engancha lentamente.
Todos están muertos es una estupenda película, existencialista, pequeña, sin pretensiones y que, como el buen vino, va entrando poco a poco, atrapándote sin remedio en su universo. Todos están muertos habla de una familia destruida y de intentar o no un proceso de reconstrucción personal. La pregunta es si resulta posible una vuelta a la vida desde el vacío en que ésta se ha convertido, de si le importa a alguien o si sirve para algo. Habla de soledades, de deudas, de deberes, de responsabilidades, de silencios, de angustias, de una felicidad imposible, de unas ganas que se perdieron. Lupe fue una estrella del poprock de los 80, pero de ella no queda nada. Se quebró un día. Se puso la bata y las zapatillas, comenzó a hacer tartas siempre de manzana y dejó de salir de casa, incapaz de poner un pie en el exterior. Madrid se ha vuelto fea y ella ha claudicado, vencida por su agorafobia. Nunca tuvo una vida fácil y terminó dejándose derrotar por tanta adversidad, abandonando toda responsabilidad. Su madre la suplió, ocupó esa responsabilidad desatendida y la convirtió en dependiente. Su hijo es ya un adolescente que ha crecido en ese panorama, abocado hacia una falta de sociabilidad, y que ahora quiere respuestas que le permitan entender el por qué de su mundo.

El espacio en el que cohabitan los personajes es un ambiente opresivo, de familia atormentada, e irrespirable. Su universo cerrado tiene que tambalearse. La única manera de que ocurra es que sean fuerzas del exterior de la casa las que irrumpan para que los personajes puedan confrontar sus problemas. Si se hace bien, tal vez se dé la posibilidad de que se abran las ventanas para que corra otro aire nuevo. Quizá aún se pueda por fin establecer una comunicación entre ellos a través de la que anudar los lazos familiares deshechos.

En Todos están muertos perviven los elementos sobrenaturales con la realidad, algo que podría lastrar la verosimilitud de la película. Sin embargo esos elementos están tratados con tanta naturalidad que se terminan integrando completamente hasta no parecer extraños. Son una excepción a la normalidad integrada en el folclore, como esa día de los muertos que celebran los mexicanos y que supone una puerta de comunicación entre los dos lados. La creencia o no en fantasmas no es importante para lo que la película quiere contar. Que un muerto tome cuerpo es una estrategia para ir desvelando los secretos que se esconden en lo más profundo del corazón y la cabeza, la forma inteligente que decide la directora Beatriz Sanchís para que el espectador entienda el interior de sus personajes de carne y hueso y el camino a través del que empatizar con esa mujer que está destruida por dentro y que se muestra ajena al presente. La presencia de la muerte también funciona como un símil para decirnos que hay muertos de verdad y otros sepultados en vida por su pasado, cargando con culpas que les atormentan.


Trailer promocional de la película Todos están muertos
Parte de la fuerza de la película radica en conseguir que el espectador se identifique con los personajes, algo difícil que requiere una gran habilidad para construir desde los pequeños detalles. No es fácil comprender la cabeza de una persona que sufre de agorafobia, ni volver a sentirse un adolescente cargado de problemas y al que ni siquiera su madre muestra el más mínimo afecto. Todos están muertos es una «película cebolla», llena de capas, que va enriqueciéndose cada vez que profundizamos en ellas. Ese es quizá su secreto, esa capacidad de sorprender al ir adentrándonos en la trama para descubrir el pasado, su conexión con el presente y valorar si puede darse un camino que permita a los personajes salir adelante de otra forma.

Otra buena parte de su secreto está en la banda sonora y esa vuelta a la música de los ochenta. Con lo que suena se establecen vínculos y complicidades. Con esa música se construye el pasado y la certeza de unos recuerdos compartidos, a los que hay querencia porque mantienen una conexión llena de nostalgias. La música es como esa habitación de ensayo que se había sellado escondiéndola tras un electrodomésticos y que vuelve a abrirse avanzada la película. En esa habitación descubrimos que se apila desordenadamente lo que fuimos y que guarda aquello que sentimos antes y que aún no hemos podido abandonar. La música rompe el silencio, hace que las conversaciones se produzcan, nos conduce con dulzura y nos permite hablar de lo que duele sin ahogarnos.

Soberbio es el manejo del ritmo y la historia que realiza Beatriz Sanchís y tremenda la interpretación de Elena Anaya que elabora un personaje memorable y muy difícil de dar vida y sostener. Ella lo hace con sencillez, como si construir ese universo interior tan atormentado fuera lo más simple del mundo. Sabias son también las elecciones de los actores con los que se ella va enfrentándose a lo largo de la película en sus diferentes duelos: Cristian Bernal, Nahuel Pérez Biscayart y sobre todo Patrick Criado quien desde la timidez saca toda la pasión para sostener una mirada demoledora, como un desgarro de guitarra que no se va apartar. El reparto principal lo completa Angélica Aragón, esa madre invencible que les cobija a todos.