La compañía extremeña Aran Dramática presenta en la Sala de la Princesa del María Guerrero su obra Anomia
Miércoles 10 de octubre de 2012. Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero. Madrid
Cartel de la obra de teatro Anomia
La obra se inicia con la entrada en escena de dos concejales, el de Cultura y la de Urbanismo, que se reúnen en un sótano para celebrar una reunión secreta. El público tiene entonces la sensación de estar asistiendo escondido a una velada prohibida a la que seguramente nunca tendría acceso fuera de la sala de teatro. Se pone nervioso y se emociona porque ese permiso concedido le resulta como un premio. Espera ver altruismo, efectividad y servicio público, vamos, asuntos bonitos. Lo que se encuentra sin embargo es el asfixiante pulso entre el aparato del partido y una concejala de Urbanismo que no quiere dejar de ser la número dos en las próximas listas municipales. El partido teme que surja un escándalo que no puedan parar si ella sigue y que eso les reste votos, así que prefiere apartarla. Ella defiende que lo que hizo siempre fue por el bien del partido y que de ello se han venido aprovechando todos ellos. Aparece la hipocresía de una doble moral, la de quien usa dos raseros de medir, el favorable para él y los suyos y el otro para los demás. Surgen las presiones y el escarbar con rabia en el pasado. El público se intranquiliza pues lo que de verdad descubre es suciedad, podredumbre y degradación.
Lo que ocurre en Anomia, esa lucha a vida o muerte por mantener el poder, se nos muestra en tiempo real, con las pausas y esperas de la vida cotidiana, a su mismo ritmo y con las contradicciones y los cambios de opinión que ocurren cada día, en un toma y daca entre unos y otros. Su valor está en la forma directa, sin preámbulos ni explicaciones de más, que utiliza para contarnos los mecanismos que unen poder, dinero y gobierno y cómo interfieren y se usan entre sí. No hay corrupción urbanística sin voluntad política de beneficiarse de ella y sin que medie dinero. Así vamos asistiendo a la construcción del grandilocuente discurso de la corrupción. Pero lo que más escuece desde la butaca del espectador es la impunidad que se respira en ese hablar sin máscaras, sabiendo que robar el dinero público no tendrá castigo. Nos da lo mismo quien gane el pulso, todos hemos perdido.
Quino Díez, María Luisa Borruel, Pablo Bigeriego y Elías González en una escena de la obra Anomia
En Anomia no hay nada que no podamos ver en la prensa o en alguna cadena de televisión en esos juicios-circos donde unos políticos corruptos se ríen de todos mientras el sumario va describiendo cada uno de sus delitos y las escuchas nos van dibujando el perfil exacto de su nivel de sinvergonzonería. No hay nada nuevo, no, pero duele ver personajes descarnados a los que hemos elegido para la gestión de lo público y que sin embargo campan a sus anchas y en su beneficio propio, sin ética, tan cínicos como sucios, hombres y mujeres que se amparan en que «todos hacen lo mismo». Parece que trincar y mirar para otro lado después sea su trabajo y generalizar su defensa. El sistema es una rueda que gente como ellos hace girar. Para lo que sirve Anomia es para ponernos todo eso delante, cara a cara, para que lo miremos y nos demos por aludidos porque somos nosotros los que debemos ponerle fin al desmán que vivimos y colocar en el sitio que corresponde a quienes nos gobiernan.
La política que se desarrolla en España por los grandes -ya sean nacionales, autonómicos o a nivel de corporaciones municipales- del bipartidismo, ha fomentado la corrupción, la llegada de un dinero «regalado» a cambio de algo y el devolver «favores» con el erario público. Desde el poder político se ha beneficiado los negocios de ciertos particulares y se nos ha robado lo que es de todos. Esos gobernantes se han enriquecido durante ese proceso recibiendo comisiones. No es un tema de ideología, sino de personas que menosprecian la legalidad vigente y que con el paso de los años y la impunidad sobrevenida van perdiendo todo escrúpulo, con independencia del carnet del partido en el que militen. Lo malo es que esos partidos lo permiten y lo fomentan.
Hay tres elementos inquietantes sobre los que Anomia me parece especialmente enriquecedora. El primero es el enigma que se esconde tras la oscura financiación de los partidos políticos en nuestro país, no hay dinero, pero aún así no dejan de celebrarse, un fin de semana sí y otro también, los caros eventos que organizan esos grandes partidos. El segundo es el uso de los macroproyectos como fuente de ingresos personales y como cebo electoralista de votos para el partido; a mayor coste, más rédito. Y el tercero es la capacidad de los partidos para controlar los organismos, incluyendo los judiciales, que deben velar para que esa corrupción no se produzca.
Anomia no pretende juzgar a nuestra clase política. No es esa la función del teatro. Lo que quiere es que contemplemos esas maneras tan extendidas, llenas de inmoralidad, que hacen que nuestros gobiernos se pudran. Para lo otro ya están los espectadores en la sala y la justicia fuera. No intenta tampoco convertirse en una denuncia, sino que su objetivo es el de ser una constatación dolorosa de nuestra realidad que despierte nuestra conciencia crítica para que nos pongamos a hablar de ello en la calle.
La obra, desde mi punto de vista, tiene muchos aciertos, pero también, al otro lado de la balanza, hay que situar algunos problemas. Uno de ellos viene porque aún le faltan ensayos, lo que hace que los actores no hayan fijado todo el texto y se les llegue a escuchar trabarse. Otro es la perorata que Arturo dirige directamente al público, lo que rompe el tono confidencial de un público espía con el que se desarrolla el resto de la obra. En realidad, aunque no es un problema del actor, el personaje de Arturo es totalmente accesorio y la obra ganaría suprimiendo su presencia en ella ya que nada aporta.
A modo de pequeño anecdotario: Anomia, según la definición de la RAE es el «conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación». Anomia es lo que vivimos aquí y ahora, en este momento. Sin embargo, según confiesa su director y autor, Eugenio Amaya, el primer borrador lo escribió en 2008 como «un impulso irrefrenable que surgió al leer las transcripciones de las escuchas a personajes imputados en casos de corrupción urbanística realizadas por las fuerzas del orden y publicadas por los medios de comunicación. Las conversaciones, desprovistas de todo escrúpulo, resultaban llamativas por su ausencia de eufemismos, destilaban un sentimiento de absoluta impunidad y una avidez insaciable por trincar a cualquier precio. De hecho, más de uno de estos intercambios parecía extraído de un guión de The Wire o Los Soprano en su versión española. Fueron estas transcripciones de delincuentes de cuello blanco en acción las que marcaron el tono de Anomia».
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