viernes, 19 de octubre de 2012

Cine con sabor a clásico

Se estrena ¡Atraco!, una coproducción hispano-argentina del director Eduard Cortés

Cartel de la película ¡Atraco!
Cartel de la película ¡Atraco!
A veces echo de menos las películas con sabor a cine. El realismo se ha convertido en la gran marca del cine independiente enfrentado al que producen los grandes estudios de Hollywood, ese cine millonario de macroproducciones basadas en los efectos especiales. En ese proceso hacia lo complejo o lo auténtico, aquel cine ingenuo, más sencillo, con el que crecí se ha ido perdiendo. ¡Atraco! se atreve a devolvernos a aquellos días de ilusiones y sobre todo de ingenuidad, donde el espectador participaba en el simbolismo que significaba ver en pantalla grande una película. Aquella aceptación de unas reglas, de un guiño hacia lo construido, se asumía tácitamente. Sus licencias resultaban uno de los mayores placeres de aquel cine en vías de extinción.

En eso ¡Atraco! resulta de una factura impecable. En ningún momento trata de esconder que lo que estás viendo no es otra cosa que una película y por tanto despliega todas las armas de la ficción y las mejores técnicas que el arte cinematográfico permiten para ello. Cine grande de entretenimiento, cruzado por historias idílicas en las que aparecen los imprevistos que van tramando con inteligencia un buen guion. El peso de la historia y el perfecto dibujo de cada uno de sus personajes por muy secundarios que sean consiguen ese sabor que tiene gusto a cine clásico. No se escatima en decorados, ni en vestuario, ni en nada que de lo que nos permite entrar en una película de las de antes, que nos de ese toque a los años cincuenta cuando se contaban historias con las que construir los sueños en technicolor.

La película narra el que posiblemente pueda ser uno de los robos más demenciales de la historia del crimen, el robo de las joyas de Eva Perón en una joyería madrileña donde están empeñadas. En realidad es un falso robo para evitar la codicia de Carmen Polo de Franco que se quedaba con todo lo que le gustaba. No sé si el atraco es cierto o se trata de una pura ficción pues no he podido constatar la veracidad de la anécdota. Su director, Eduard Cortés, insiste en que la historia está inspirada en un hecho real. Añade que esa historia se la contó un ex-policía al productor Pedro Costa. Dice que no transcendió, pero que oficialmente se habló de un atraco a una joyería del centro de Madrid por dos sudamericanos disfrazados de militares y con dudosas armas. Les pillaron y parece ser que todo había sido un montaje con la misma motivación que se cuenta en la película. En realidad, no importa si es ficción o no, la película va mucho más allá de esta situación.

Nicolás Cabré y Guillermo Francella en una escena de la película ¡Atraco!
Nicolás Cabré y Guillermo Francella en una escena de la película ¡Atraco!
Si manoteamos el humo del artificio de la trama que lo recubre para embellecerlo, lo que vemos en ¡Atraco! es el trasfondo de toda una época gris, la de nuestro franquismo donde las cosas estaban «ordenadas» y todo el mundo sabía cual era la jerarquía y qué se esperaba de su comportamiento público. La imagen de esa España se contrapone con la visión de un peronismo en el exilio, pobre en lo económico, pero que cuenta con una adhesión inquebrantable hacia sus principios. Son las ideas y los sueños contra el nepotismo de una dictadura cerrada. Es el ingenio contra el ordeno y mando en un tiempo vital para que aquí hubiéramos seguidos por el camino del progreso, en lugar del conservadurismo más rancio que impusieron al país tanta iglesia, militar y terrateniente.

Me gusta especialmente la construcción de personajes que no se olvida de los secundarios convertidos también en auténticos arquetipos. De esa forma uno se encuentra con un sentido peronista que idolatra lo que eso significa y que está dispuesto a dar hasta la última gota de sangre por sus ideas; a un actor llamado a la parte de atrás de las filas de un peronísmo no tan ideológico y sí práctico al que le mueve una admiración secreta diferente; a una enfermera moderna que trata de vivir su vida al margen del régimen franquista como si eso fuera posible; a un policía joven y ambicioso, que viene de abajo y que en cierta manera se avergüenza de un padre que ha ido toda la vida de un lado y otro de la legalidad, mientras que a su padre le ocurre lo mismo y no sabe que hizo mal para que su hijo le haya salido de la pasma; a un militar argentino inteligente y organizado; a un policía mayor que es muy bueno en su trabajo pero al que las circunstancias y sus opiniones han relegado a labores burocráticas; a un militar español de los que mandan de verdad; a un joyero que es un puro hipócrita; a sus empleadas hacendosas; a unos chamarileros que venden armas de estraperlo… Cada uno de ellos, independientemente de su peso en la trama, está trazado con buen pulso y tienen su instante en el que llenan la pantalla, ese minuto efímero de gloria personal.

Otro de los pilares fundamentales de la película es el sentido del humor con el que distender la tensión cuando aprieta demasiado. Que uno de los atracadores sea un actor funciona como una especie de válvula de escape que sirve para frivolizar y a la vez nos aporta un punto de vista diferente y nuevo al de los personajes tradicionales del género. Este actor sirve para desesperar a los profesionales, para crear nuevas cuestiones, para que tengan sentido otros valores del presente en aquel pasado, pero sobre todo su función es la de permitir aún más que esa patina de cine se impregne en el corazón de una de esas historias que nos parecen que solo pasan en el cine.

¡Atraco! también es un cine de enamorarse, de sentimientos, incluso de los que pueden sentir un padre hacia su hijo y viceversa, porque nunca los unos son como quisieran los otros. Un cine de entregarse, de buscar y encontrarse, de mirar al frente y de cumplir con los deberes que están por encima de la vida. Es lo que ocurre cuando el más alto honor de ser elegido para la misión más elevada y las dudas se ponen en la misma coctelera. El individuo decidiendo y colocando lo colectivo por encima porque aún le sobra dignidad para mantener la mirada alta.

La película, además, brilla por las excelentes interpretaciones del equipo artístico, especialmente la de Guillermo Francella en un alarde conmovedor de sobriedad y eficacia. Por su parte Nicolás Cabré, el otro protagonista, se encarga de poner el punto cómico y esperpéntico que se precisa para que la película resulte diferente y poder darle el mejor toque de comedia. Relumbran también los secundarios Jordi Martínez, Daniel Fanego, Oscar Jaenada, Francesc Albiol y Amaia Salamanca.

Antes de terminar, decir que la película se recrea en esa mala suerte que tanta nostalgia produce y que permite mantener los ideales intactos, porque los malos, no nos engañemos, son otros.

A modo de pequeño anecdotario: En Argentina, tradicionalmente las esposas de los presidentes tenían un papel más bien discreto en el protocolo oficial. Es con la primera presidencia de Juan Domingo Perón y motivado por el carácter político y el gran atractivo, en todos los sentidos, que desplegó Eva Perón cuando esto cambió. El fotógrafo G. Fernando Prado realizó en 1946 un retrato oficial en el que por primera vez un presidente argentino posaba junto a su esposa. Ella sentada, luciendo sus mejores joyas y su marido de pie, con uniforme de gala.

También Eva Perón se convirtió en la primera mujer real que apareciera en un billete argentino. Fue el 26 de julio de 2012, al conmemorarse los sesenta años de su fallecimiento, cuando se comenzaron a emitir públicamente billetes de 100 pesos con su imagen.

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