lunes, 14 de diciembre de 2009

Los miedos y el dolor de «Drácula»

En el Centro Dramático Nacional se puede ver un «Drácula» cercano a la novela de Bram Stoker


Viernes 11 de diciembre de 2009. Teatro Valle Inclán. Madrid


Cartel de «Drácula»
Cartel de «Drácula»
De esta versión me gusta su escenografía, sencilla, sin grandes aparatos y con un único truco que consigue hacer levitar a una de sus actrices. No era fácil recorrer escenarios tan dispares, pero el reto se supera con acierto: paneles multiusos, luces de colores, velas que provocan sombras, humo, vestuario diferenciador... Me parece muy estético comenzar con tres haces de luz cayendo sobre el público mientras se escucha un aria.

¿De qué habla Drácula?, ¿de vampiros?, ¿de demonios aunque sean interiores?, ¿del dolor insoportable?, ¿de aquello que no se cura con medicinas? Todo el mundo cree conocer el personaje de Drácula, no en vano es uno de los mitos sociales que se maneja en nuestra cultura. Quizá pocos han leído el original y lo que reconocen es una imagen transformada por interpretaciones de otras obras y autores, por fragmentos que acercan más al personaje al deseo y al placer buscando una estética determinada.

Este Drácula es fiel al creado por Bram Stoker, considerado por muchos el original, la sorpresa con la que se encontrará el espectador confundido con los otros «dráculas» y al que verá que no conoce tanto. De claro aire romántico, se aleja de la sangre y vísceras que otras iconografías más habituales para traer un personaje reflexivo, acosado por el dolor. Un Drácula que llega a Inglaterra y que por eso se hace peligroso, ya que a nadie molestaba la existencia que llevaba en Transilvania, tierra inculta y salvaje en el que la vida y la muerte son valores que al Occidente de fuera de sus montañas no inquietaban. Pero viene de fuera para quedarse, comenzando su lento proceso de vampirización, con sus normas y pasos, tan alejado del simple mordisco al que nos tienen acostumbrados y más relacionado con un lento vaciar del alma humana. Dejar a su víctima anémica, sin sangre, y algo parecido le pasa a la obra, que pierde fuerza por sus cuatro costados, sin apenas el sostén de algunas ideas desnudas o algún diálogo más dramático dónde las palabras se cargan de intención. Más bien parece un esqueleto sobre el que se habría podido construir una buena obra.

José Luis Patiño, Rocío León, Xenia Sevillano y Rafael Navarro en una escena de «Drácula»
José Luis Patiño, Rocío León, Xenia Sevillano y Rafael Navarro
en una escena de «Drácula»
La interpretación de José Luis Alcobendas logra que su cónde Drácula inquiete, a la vez que pueda permitir una mayor cercanía y humanidad. Por su parte el doctor Van Helsing (José Luis Patiño) se nos aleja con sus certezas de personaje sabiondo amparado por sus creencias. Mina (Xenia Sevillano) es el eje sobre el que se articula este balancín, la persona que va venciendo las soledades con el mínimo gesto de ir tocando al resto de sus personajes, ofreciendo ese cariño que desconocen para romper su aislamiento. Renfield (Eduardo Aguirre de Cárcer) por su parte consigue romper para bien el ritmo, dinamizando con su discurso y asustando con su locura. El resto, parecen no estar en el escenario, bien por lo corto de su papel, bien por lo apáticos que se ven obligados a mostrarse.

Se acumula monotonía en las voces y se añade un exceso de contención interpretativa que el director impone, lo que logra enfriar la obra hasta temperaturas invernales. Sin garra, sin sangre, en un ambiente irrespirable de sanatorio, sin altibajos en las voces, sumamente encorsetada, sin divergencia en los tonos. Con todas estas características apenas si deja espacio para el interés del espectador. Le falta vida, sin duda, porque se ha convertido en una mera estampa. Personajes que han dejado de sentir, vencidos, sin luz, es lo que queda.

La obra, de seres solitarios, nos habla de lo que ocurre cuando nos encontramos ante un enfrentamiento inevitable con el dolor, cuando no tenemos capacidad de sobreponernos y todo nos supera. Muestra una falta de objetividad para buscar entre nuestros miedos, la misma que va echando las culpas fuera. Es un buen planteamiento, salvo en que la solución propuesta también carece de objetividad al basarse en unas firmes creencias en lo divino: es quién cree en la cruz quien puede usar la fuerza del símbolo, quien puede borrar de su cabeza los demonios que atormentan a los demás, quien está libre. Una solución que a mí me decepciona.

A modo de pequeño anecdotario: Esta no es una obra con caras conocidas para el gran público. Tanto el director, escenógrafa y todo el elenco, con la excepción de Eduardo Aguirre de Cárcer, provine de la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático). Eduardo Aguirre de Cárcer, además de interpretar a Refield, es también el director musical de la obra.

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