miércoles, 16 de diciembre de 2009

«Avatar»: el canto pacífico de unión con la tierra

Una carísima película para adolescentes apoyada en el 3D y los efectos digitales


Cartel de «Avatar»
Cartel de «Avatar»
El miedo a que nos invadan los extraterrestres ha desaparecido. Ahora lo que nos planteamos es que sea la raza humana la que colonice otros mundos. Ya somos fuertes, tenemos un sistema económico a prueba de crisis y una cultura que nos permite transformar los personajes creados para sustituirnos virtualmente en seres con mayor humanidad que la nuestra. El problema, como siempre, es la avanzadilla, esos almas puras que conviertan el impulso de la colonización en una realidad latente: militares sobradamente preparados para matar, aniquilar y destruir, sin prejuicios que les pesen. Tampoco el motivo de la colonización tiene lo más mínimo que ver con el altruismo, es simplemente un yacimiento de un mineral llamado Unobtainium que por su escasez y utilidad le coloca un altísimo valor en el mercado. Las industrias señalan y los estados soberanos ponen a sus militares al servicio de los intereses de estas trasnacionales (cualquier parecido con lo del secuestro del Alacrana y lo que pedían los armadores con las frases previas de esta reseña ha sido pura casualidad). Vivimos tiempos difíciles llenos de piratas desnudos y hambrientos con una kalashnikov en la mano derecha y un movil en la izquierda para hablar con encorbatados abogados británicos que puedan mediar en el conflicto. Tiempos de mercenarios.

Cuando se invade un planeta (Pandora) es como cuando se «libera» un país (Afganistán, Iraq...), que realmente la cultura que hay sobre él no influye en las decisiones; la población civil en general resulta un estorbo, están equivocados en sus planteamientos radicales e integristas y además son incapaces de entender el progreso que representa un libremercado feroz regido por teorías neoliberales que a su vez son el trasfondo de la democracia capitalista, ya que por ignorancia desconocen que el beneficio de las empresas debe supeditar cualquier otra realidad o derecho. Es así como crecen los países.

No digo que «Avatar» comparta este mensaje, pero sí que lo dibuja como telón y punto de partida, donde alguno de estos conceptos los discutirá y otros los asume con naturalidad incuestionable. La ciencia-ficción es lo que tiene que habla de nuestras realidades y miedos sin explicitarlos.

Una escena de «Avatar»
Una escena de «Avatar»
Pandora es un planeta donde viven unos feos indígenas -o salvajes, según quién hable- llamados los Na’vi. Una de las tribus es el Clan Omaticaya y practican un amor milenario a la tierra y a la naturaleza, con las que se encuentran en perfecta comunión. Su ética resulta intachable y ejemplares sus comportamientos con el resto de las especies. Algo que a la larga decantará la decisión entre fuerza y razón del protagonista Jake Sully (Sam Worthington), un ex-marine paralítico que por azares de la vida va a convertirse en un avatar dentro de ese mundo en el que vivirá un proceso de aprendizaje vital. Es aquí dónde cambia el mensaje, aparece un cierto antimilitarismo -en realidad una crítica a los métodos, otros términos no se discuten- y un claro mensaje a favor de la naturaleza que nos pide un paso adelante para defenderla de nuestra propias agresiones.

El 3D y los efectos digitales son técnicas y como tales se usan en la película; sirven para plasmar como reales puras virtualizaciones imaginadas. El objetivo se cumple, tenemos un universo construido con coherencia con una hermosa selva, un árbol algo más que gigante sirviendo de hogar, con cascadas idílicas y montañas que flotan. Donde los indígenas montan caballos salvajes y vuelan sobre banshees un cielo que está dominado por un predador de la especie de los leonopteryx que da origen a una de las leyendas o simplemente pasean románticamente. Danzas y rituales, pero sobre todo bondad, son los elementos que, unidos a una especie de conector al final del pelo recogido en una cola, permiten la comunión con la madre naturaleza. Simbiosis que necesita protección con la llegada de los humanos para subsistir.

Pero no todo es un canto a la armonía, hay una gran parte del presupuesto que se dedica a las dos épicas batallas, con cierto sabor a «La guerra de las galaxias» que permiten el mayor despliegue de efectos y sonoridad de la película. Se ha trabajado en ellas a conciencia, en cada uno de los detalles, para su lucimiento, por puro sentido del espectáculo y sin duda sus imágenes se fijan en la retina. Es aquí dónde más se nota la mano del director, guionista, productor y editor James Cameron que deja ver con nitidez tanto sus deseos como su concepción del cine.

Los indígenas y los avatares no llevan actores de carne y hueso dentro, pero sí que han sido grabados previamente por actores que se han encargado después de sus voces, lo que ha permitido generar las escenas. Las personas humanas, dentro de la trama, resultan demasiado caricaturizadas. Dos ejemplos claros son el malísimo Coronel Miles Quaritch (Stephen Lang) que más parece por su look un personaje de videojuego o el codicioso Carter Selfridge (Giovanni Ribisi) que bien en un futuro podría ser uno de los malvados de Batman. Algo más humanos resultan los personajes de la doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver) y la piloto Trudy Chacon (Michelle Rodriguez).

Si me preguntan a quién le podría gustar, diría que es una película muy orientada a un público adolescente, no sólo por los efectos y la tecnología que la envuelve, sino por su ritmo y mensaje desgranado en píldoras elementales de consignas sencillas. Con concesiones abundantes a dicho público, buscando una estética cercana a los videojuegos, exagerando las caricaturas en los personajes de comportamiento ruín y con una sensualidad latente que va desde el desprecio pasando a la ternura y desembocando en una una historia de amor de libro clásico. Destaca lo especialmente cuidado del lenguaje que en ningún momento resulta sexista.

Para terminar con mi opinión, confesar que se me hizo larga, además de serlo, por la sencillez del argumento, y porque llegados a un punto los efectos, aunque sigan siendo excelentes, ya no me engatusaban de la misma manera. Sí que me gustó la estética, que me llevó incluso a encontrarles su punto a los indígenas a los que había definido al principio de feos.

A modo de pequeño anecdotario: Detrás de esta película no sólo está la creación de una escenografía y unos seres. También se trató de crear todos los detalles propios de su cultura. De esta forma el lingüista Paul Frommer colaboró con Cameron para crear el idioma de los Na’vi. Buscaban un lenguaje original que a su vez resultase familiar e identificable, así que comenzaron con unos tipos de sonidos básicos sobre los que elaborar la paleta del lenguaje. Después se establecieron las propiedades estructurales del idioma, las normas de pronunciación y la construcción de las palabras. El vocabulario final consta de mil palabras y tiene su propia gramática.

Para la creación de movimientos se contó con Terry Notary, una ex protagonista del Cirque du Soleil, y el coreógrafo Lula Washington que aportó los pasos de los bailarines Na’vi.

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