Plaza dirige un Lorca en lucha contra lo irracional de nuestras raíces para que no brote más sangre
Martes 15 de diciembre de 2009. Teatro María Guerrero. Madrid
Cartel de «Bodas de sangre»
No soy mucho de teatro clásico, en unos casos porque su mensaje se me ha vuelto manido por el tiempo y en otros porque me resulta demasiado simple para estas épocas de informaciones tan rápidas como abundantes. Es cierto que hablan de sentimientos básicos, inalterables y consustanciales al ser humano y a sus construcciones sociales, pero no me gusta escuchar historias repetidas o sabidas. Con la costumbre de acudir a las salas voy aprendiendo de estructuras narrativas, soy perro viejo para dejarme sorprender con facilidad, busco novedad y me da por intentar explorar lo complejo. Cambio y espero que el teatro cambie conmigo. Varían los decorados, el vestuario... pero, ¿y las historias? ¿Alguien las dota de un nuevo punto de vista que las enriquezca más allá de lo puramente estético?
Una escena de «Bodas de sangre»
Lorca tiñe este entorno de los instintos de una poética hermosa que permite remarcar lo simbólico e integrar lo fantástico con suma naturalidad. Las palabras son muy importantes en esta obra, ellas le dan un sentido de oasis a lo que la acción impone.
Se vislumbran también las dos Españas que se estaban fraguando por entonces. Vienen representadas por la familia del novio frente a la de Leonardo que muestran una clase que tiene para comprar las más hermosas medias caladas de seda y enfrente la otra, la de quienes sobreviven miserablemente en una tierra de secano que nada produce. Sin embargo ambas se miden de la misma forma, con la navaja en la mano, a golpes, con la sangre como juez. Cuando la boda fracasa, la madre grita: «Dos bandos, tú con el tuyo y yo con el mío» y entonces comienza a caminar la tragedia sobre el escenario.
Perfectamente intercalados los momentos musicales tradicionales que se cantan en directo (la nana y las canciones de boda). Bonitas voces que acercan los sentimientos, coreografías que ilustran los ritos para aproximar la emoción. Son parte inseparable de la obra que a su vez la enriquecen. No así la canción de «La Luna» que al sonar grabada resulta falsa, distante, alejada y que, por comparación, empobrece el montaje. Soy de la opinión de que debería cantarse en directo, dentro de la obra, y si Ana Belén -la voz grabada que la interpreta- no estaba disponible, muchas otras cantantes tenemos que podrían haber llevado a buen puerto esta canción en un directo que a todas luces es necesario y exigible. Así, tal como está ahora, lo que parece es una concesión injusta del director que él mismo debe conocer ya que trata de distraernos de la circunstancia, mientras suena la canción, con una visual y lumínica interpretación simbólica de la luna por parte de la bailarina aérea Diana Wrana.
A modo de pequeño anecdotario: Para esta tragedia, Lorca tomó como punto de partida el triste suceso que ocurrió en Almería en el año 1928 y que popularmente se conoció como el El crimen de Níjar. Sobre esta realidad trabajó su poética apoyada en ritos ancestrales como son las danzas y las canciones de cuna y de boda.
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