Entendía el destino como un elemento de predestinación humana imposible de evitar, como la acumulación de poderes infinitos contra los que nada podemos hacer. Pensaba en el destino y me iba a la época histórica de la edad media, donde el cielo marcaba cada uno de los pasos que daban caballeros y plebeyos. En aquellos siglos no se podía ir muy lejos, así que las explicaciones fantásticas superaban las que la ciencia de la época pudiera ofrecer. Hace unos días entendí que el destino no es más que ineptitud. Sufrí en la misma semana tres «incidencias» en el Metro de Madrid –ese que en los anuncios dicen que vuela- por las cuales «el servicio no se prestó con normalidad» -en realidad ni con normalidad ni sin ella, simplemente dejó de prestarse-. La del primer día me hizo pensar que el destino se había aliado contra mí pues me coincidió con las prisas y las ganas. El del segundo día me hizo pensar en mi mala suerte. Pero en el último ya lo tenía claro, lo que hace falta es invertir más en las instalaciones y los trenes, que ya empiezan a quedarse viejos y fallar.
viernes, 29 de diciembre de 2006
jueves, 28 de diciembre de 2006
Plataforma
Houellebecq es un autor sobre el que mi prudencia no sabe a qué carta quedarse. Ya me pasó leyendo su novela «Ampliación del campo de batalla» en el que me parece que la segunda y tercera parte matan todo el encanto que consigue en la primera, haciendo descarrilar el tren de la historia quitándole las vías al lector. En la obra teatral «Plataforma» basada en otra de sus novelas y que se representa en el teatro Bellas Artes de Madrid estos días, sólo encuentro grandes monólogos que no se conectan entre sí para contar una historia. Incluso cuando los personajes hablan entre ellos no hay diálogo, cada uno cuenta la misma historia de decadencia sin capacidad de escuchar, sin confrontar, desde el escepticismo y el cinismo. En general, todos los personajes, salvo el protagonista, están esbozados y se convierten en mera comparsa para llenar el espacio. Veo una interpretación magistral de Juan Echanove que se desgasta en la obra, pero no me parece suficiente. Al teatro le pido mucho más; no me quedo en compartir la idea de que nuestra sociedad occidental se encuentra en su ocaso, incapaz de dar nada, siempre en guerra por pura competitividad, consumista hasta donde nuestros dirigentes y empresas nos han llevado, mezquina. No me quedo tampoco en el escándalo (tanto estético como en los diálogos) sencillo que nos propone todo el tiempo para tambalear nuestros cimientos y quizá también para evitar profundizar en las soluciones. No sé si sólo pretende que nos replantemos nuestra existencia, si propugna un nihilismo de libro o si se conforma con descolocarnos nuestras fichas en el tablero de ajedrez para que desde allí seamos cada uno de nosotros quien empiece una nueva partida. Tal vez no esté bien visto criticar a los intelectuales de la izquierda francesa por quedarse cortos, quizá con eso también juegue Houellebecq.
miércoles, 27 de diciembre de 2006
Esperanza Aguirre
Retomo mi galería de plastificados con Esperanza Aguirre. No voy a entrar en la polémica sobre si le llega el sueldo o no, pero sí en que debe medir sus palabras. Reconozco que esta mujer me asusta mucho, porque, aunque ni ella misma se cree sus mentiras, se juzga con toda la razón del mundo para lanzarlas a sabiendas, ya que considera que sus fines le justifican siempre los medios que utilice. Desde sus mundos de Yuppi en los que parece estar inmersa todo está permitido con tal de que su santa voluntad –que es la forjada por su educación ultra católica y escuchando embelesada al «gran intelectual» que es Aznar- se cumpla: el bien de «todos» los madrileños es el bien que ella dictamine, la pluralidad en los medios de comunicación la que ella considere oportuna, la justicia infinita de lo que está bien y está mal siempre está en sus labios, pues es evidente de que cualquier persona humana debe pensar como ella o es malo, malo, malo. Y si tiene errores vamos a perdonárselos, ella es así. Yo no veo en Esperanza Aguirre el estereotipo de rubia tonta que nunca tiene mala intención, le veo la mentira y el daño intencionado con cada una de sus palabras. No puedo ver otra cosa que un saco de prejuicios y una guadaña que siega y siega nuestras libertadas.
Ahora habla de la Sanidad Cubana, de oídas como siempre, dejando entrever que no sirve y que no llega a todos. La medicina cubana y venezolana se extiende por toda Latinoamérica, como es el ejemplo de la Misión Milagro y el de tantos médicos no cubanos que se forman en la isla. Creo que el doctor José Luis García Sabrido, que si que ha estado allí y muy recientemente, mantiene otra opinión que puede leer por ejemplo en El País del 27 de diciembre de 2006 (del que he dejado una copia). Debería escuchar a nuestros médicos madrileños, que de medicina, sin lugar a dudas, saben más que ella.
{}Actualización del 29-12-2006: Para poder contrastar la información sobre el viaje del médico madrileño y lo dicho por Esperanza Aguirre he encontrado este artículo de Pascual Serrano publicado en Rebelión y que me parece muy aclarador
martes, 19 de diciembre de 2006
Frecuencia
El nuevo compromiso que adquiero desde este momento es el de añadir un nuevo relato cada mes a esta isla inexistente. Será siempre hacia el día 15. Esta responsabilidad no afecta al resto de entradas, cuya frecuencia será, como siempre, una incógnita. ¡Depende de tantos factores!: que se muera un dictador, que una película me obligue a rebelarme, que vaya a un concierto, que se mueva una mosca...
domingo, 17 de diciembre de 2006
La fotografía
Finalmente me he decido a subir el relato «La fotografía» que escribí ya casi hace un año a la irrealidad virtual de Javi Álvarez.
El relato cuenta una anécdota que ocurre durante la Guerra Civil: cómo un fotógrafo ocasional toma una fotografía de un camión que conduce a dos hombres a la muerte. No está contada por el fotógrafo, es su hijo quién la narra, con todas sus dudas y lagunas. Son los recuerdos, las casualidades y los silencios de quienes no quieren hablar de ello –por miedo y por costumbre-, quienes le explican lo que pasó entonces. He querido que la historia se rellene con sombras, las mismas que impuso la represión.
La idea del relato surge en el mitín central de la fiesta del PCE, al terminar, cantamos «la internacional». Delante de mí un hombre mayor alzó su puño, como todos, pero la rabia contenida que tenía le daba una fuerza plástica inimitable, demasiado alejado de lo que mi puño podía representar con mi falta de Historia. Me di cuenta de que necesitaba contar la fuerza de un puño cantando «la internacional», pero...
Algún tiempo después, revisando fotografías de la Guerra Civil y la postguerra en las páginas web de la Sociedad Benéfica de Historiadores Aficionados y Creadores me encontré con otras fotos repletas de la misma fuerza.
Con esos dos motores plásticos y con la idea de reivindicar a la sociedad el orgullo de ser republicano y la dignidad de ponerse en pie para defenderlo, recordando los años oscuros de silencio y represión que sucedieron a tantos crímenes perpetrados por el bando nacional, me construí, con todos estos retazos una fotografía inventada que fuera el hilo de este relato.
lunes, 11 de diciembre de 2006
Lo que me pasó entonces
Dicen que siempre cuento la misma historia, que no tuve otra. Acababa de cumplir los veinte años por entonces y me iba ganando la vida a trompicones, un arreglo aquí, un obra allá... eso sí, con mucho sudor y sin hacer nada que no fuese legal. Lo cierto es que tuve problemas de amores entonces: un marido celoso al que una vecina le convenció de que yo me acostaba con su mujer; nada demasiado importante que no se pudiera resolver poniendo tierra de por medio. Me enrolé en un pesquero que salía a faenar hacia los caladeros de las Canarias esa misma noche con el objetivo único de empezar otra vida en cualquier lugar, ya que nada dejaba atrás.
Al tercer día, cuando habíamos dejado la isla de El Hierro, nos sorprendió un viento de bolina. En un instante el cielo se encapotó y la mar se agiganto de tal forma que las olas comenzaron a rebotar contra la cubierta del barco limpiando las pocas cajas de pescado que aún quedaban en ella. El barco viró a babor llevado por el temporal. Pasaron los veinte minutos más angustiosos de mi vida durante los cuales perdí todo sentido de la orientación estando a la merced del mar que jugaba con nuestro pequeño barco como un gato con un ovillo de lana. Al mirar a sotavento, pidiendo amparo, surgió la silueta de una isla. Dos promontorios se elevaban, dejando en su centro lo que me imaginé sería un barranco. Señalé hacia tierra con el dedo mientras gritaba al capitán en medio de la tormenta. Con un esfuerzo sobrehumano conseguimos que el viento nos marcara el rumbo hacia ella. Embarrancamos cerca de una bahía limpia y tras lanzar el ancla descendimos rápidamente temiendo que el barco pudiera partirse en dos mitades. El fondo era de arena negra que se iba haciendo más gruesa según nos acercábamos a la orilla.
Ya en la playa, descubrimos restos de una hoguera no demasiado reciente, por lo que pensamos que aquella no podía ser una isla perdida. Por consenso, decidimos aquella noche no adentrarnos más, así que nos protegimos con ramas de árboles que fuimos arrancando y nos dispusimos a dormir. El amanecer nos despertó con dulces cantos de pájaros y al abrir los ojos me encontré con cientos de ellos que revoloteaban a nuestro lado sin temernos: alguno se dejó coger entre mis manos. Me sentí rodeado por un vergel, así que mi pensamiento no encontró alternativa: habíamos llegado al paraíso. La primera necesidad que se nos presentó fue conseguir agua fresca, no tardamos en dar con ella pues un río cristalino atravesaba la isla. Siguiendo el norte, por un sendero pedregoso, se ascendía hacia la más alta de las montañas. Al principio del camino descubrimos huellas que aunque por su forma parecían humanas no podían serlo por su tamaño; unos pies descalzos con cinco dedos, del doble de longitud que los míos. La razón nos decía que no debíamos seguir aquel camino, por lo que regresamos a la playa. Decidimos dedicar el resto de la mañana a reparar los daños que tuviese la embarcación. El capitán nos tranquilizó a todos: ni la quilla ni las cuadernas tenían destrozos, por lo que sólo sería necesario cambiar un par de planchas del costado de estribor que estaban agrietadas. Madera no nos iba a faltar para los arreglos, ya que todo a nuestro alrededor era selva espesa que llegaba hasta la misma orilla del mar. Senén, el viejo cocinero, nos contó historias de terror mientras comíamos. Teníamos muy presentes las huellas vistas y poca curiosidad con encontrarnos al ser que las había estampado.
Aquella tarde, mientras estaba trabajando con el resto de la tripulación en las reparaciones, el capitán me tomó del brazo y me arrastró con él. «Hace diez años que pasamos la mitad del siglo XX, así que déjate de monsergas de vieja. Ya no existen los gigantes. No hagas caso de Senén, todos esos cuentos son de tiempos pasados. Cógete la escopeta, el machete grande y la linterna y me vas a acompañar a ver qué más podemos encontrar por aquí que algo tendremos que llevarnos a la boca. Algo que a ver si es posible no sea mitológico». Nos adentramos de nuevo en la selva, pero esta vez decidimos subir hacia la otra montaña. No llevábamos mucho caminado cuando encontramos una casa de madera y un hombre que fumaba sentado sobre un poyo. No podía creérmelo, aquel hombre era Franco. Me quedé sin voz, pero el capitán, curtido por los años y el tiempo se limitó a saludarle y hacerle alguna pregunta sobre el lugar. Pronto entablaron una animada conversación. Su voz sonaba diferente, con un carácter más cálido, pero su cara... Una de esas veces que se impuso un silencio, dejó caer sus ojos sobre mí y sonriendo me contó:
- Ya sé que nos parecemos mucho, pero estate tranquilo no soy quién piensas. Bueno, la verdad es que hubo un tiempo en el que si lo fui. Tú, que seguramente seas un chico informado, sabrás que el generalísimo tiene un grupo de dobles trabajando para él. A pesar de todo el poder que acumula, no dejará de ser en ningún momento más que un hombre temeroso de la muerte. Conmigo éramos cinco los Francisco Franco Bahamontes que inaugurábamos pantanos, visitábamos colegios, entregábamos medallas y todo lo que hiciera falta. No me crees, ¿verdad? Déjame que te cuente una historia. En el cuarenta y siete, dos anarquistas, con el rostro cubierto por un pañuelo, entraron en el palacio del Pardo armados con dos pistolas cada uno. Llegaron hasta mi habitación por cualquier casualidad del azar. Todavía hoy les veo, frente a mí, apuntándome los dos a la cabeza y diciéndome una de sus proclamas que les autorizaba a matarme por el bien social del estado español y el cambio tan necesario. Les digo que están equivocados, que yo sólo soy un pobre hombre con la mala suerte de tener su misma cara. Se ríen y me escupen. Me abofetean envalentonándose por mi miedo. Les imploro compasión, mientras de mi cartera saco una foto de mis tres hijas. Así estoy, en calzoncillos, de rodillas y con las manos suplicantes hacia arriba mostrándoles la foto, cuando los militares entran en la habitación. Todo resulta muy rápido, me tiro al suelo y escucho más de una docena de detonaciones. Al levantar la vista veo a los dos jóvenes revolucionarios en medio de un charco de sangre. No hay ninguna posibilidad de que se encuentren con vida. Perdonadme si me emociono al contarlo, pero motivos tengo. Se llevaron los cuerpos y a mí me condujeron a uno de los despachos del sótano que solíamos utilizar para algún interrogatorio. Pasé dos horas temiendo por mi vida, hasta que se personó el ministro del Ejército, Fidel Dávila Arrondo, y mirándome a los ojos me dijo: «Usted es una vergüenza para su país. No tema por la vida, si es eso lo que le inquieta, pero ya me preocuparé yo de que nadie vuelva a verle jamás. Yo me encargo de su juicio sumarísimo ahora mismo declarándole culpable y condenándole al destierro». Por la mañana llegaron los soldados que me acompañaron hasta un buque de guerra para traerme hasta aquí. Mientras zarpábamos, rasgado en el suelo de la cubierta pude ojear el titular borroso de la prensa que decía que la mayoría del pueblo español (ochenta y dos por ciento del electorado) aprobaba en referéndum la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado y la Constitución de España en Reino. Franco tenía derecho a nombrar un sucesor, por lo que el régimen se instauraba definitivamente, eligiese a quien eligiese. Desconozco si en el interior llegaban a contar algo de los dos jóvenes, pero me imagino que no, ya que este tipo de noticias se silenciaban por norma. Ese es el recuerdo que me queda de aquel día, la desazón se saber eterno mi castigo.
Una brisa nos indicó que comenzaba a anochecer. Mientras le daba la mano para despedirme, me guiñó un ojo: «Si alguna vez le ves morir, no te lo creas, será alguno de los otros a quién le ha tocado. Todos nos vamos haciendo mayores con él».
En la playa nos recibieron con gritos de júbilo. Habían terminado todos los trabajos en el barco, así que era hora de pensar en como desembarrancarlo. Entonces nos ocurrió lo más extraño: la tierra empezó a hundirse, como si el mar se la estuviese tragando. Corrimos hacia el barco y desde allí fuimos viendo como la isla desparecía ante nuestros ojos.
Al volver a la península toda mi vida había dado un giro. Decidí ponerme a estudiar y desde aquel día los libros se convirtieron en mi prioridad absoluta. Así fui descubriendo que aquella isla en la que estuve tiene el nombre de San Borondón. En el siglo VI un monje irlandés llamado san Brandan de Clonfert salió de su tierra con el objetivo de encontrar el paraíso bíblico. Llegando el día de Pascua avistaron esta isla, a la que descendieron para honrar la festividad con una comida. A la mañana siguiente se vieron obligados, al igual que nosotros, a abandonar la isla porque esta desaparecía. La leyenda sigue y cuenta que Dios le reveló al santo que la pascua la habían celebrado sobre Jasconius, el primer pez que pobló los mares. No es la única historia que se cuenta de la isla, son muchos los navegantes que han creído pisarla, tantos que hasta el siglo XVIII aparecía en las cartas de navegación. Dicen los que no creen en estas cosas que siempre hay una explicación para poder descartar lo sobrenatural, tal vez sean efectos ópticos o quizá meteorológicos, también hay estudios sobre ello. De la misma forma, yo me pregunto cuál será la explicación a la historia del doble.
Nota: El paisaje de este relato surgió de la idea de seguir buscando otras islas inexistentes en la red que me llevó primero a encontrar la isla de San Borondón a través del artículo de la revista Rincones del Atlántico y del proyecto realizado por Tarek Ode y David Olivera (del que están sacadas las fotografías y dibujo que ilustran este relato), posteriormente a conocer más del mitológico San Brendan a través de La Navigatio Sancti Brandani y finalmente a curiosear por la parte científica de la que nada usé en el relato. Paisaje e historia forman un todo, no podrían existir las revelaciones del doble de Franco si no hubiese encontrado la isla que permitía que todo fuese posible.
Un disparo de nieve
Uno de los dictadores más sangrientos de la américa latina murió ayer. No falleció dentro de una prisión pagando los crímenes que acumula a su espalda, pero sin duda le quedará una idea de cómo le tratará la historia, de cómo las nuevas generaciones de chilenos crecerán sabiendo las muertes y el terror con el que acompañó toda su vida. Pinochet no era un pobre viejecito sino un asesino con 300 causas pendientes.
sábado, 9 de diciembre de 2006
Evolución
Mi intención es escribir una entrada muy corta simplemente para indicar que la bitácora ha migrado de blogger a betablogger. Ha sido algo muy sencillo y en mi opinión ha merecido la pena el cambio.
martes, 5 de diciembre de 2006
Después del concierto de Falete
Carta primera.
Hola, a todos:
acabo de llegar del concierto de Falete y quiero decir que me ha cambiado totalmente. Asumiendo el riesgo de que cada uno de vosotros me tome por loco y me retire la palabra para siempre, decir quiero, como si del aire que respiro surgieran las sensaciones que me llenan y completan, como si ese mismo aire fuera quien yo soy, que ya no queda nada del otro. Respirar ahora carece de sentido cuando la cabeza está llena de sonidos que rebotan en ella para erizar mis sentimientos porque tomar aliento es beberse a uno mismo. Si alguna vez tuve alma seguro que sonó como la vibración de una guitarra que no se apaga, o el clack-clack-clack seco y preciso de una caja, o el compás de unas palmas sobrecogedoras, o el chasquido suplicante que produce sabio silencio tras cortar cualquier vaguedad, o el taconeo perdido y recuperado que resuena primero sobre la tarima y después revolotea dentro de mí haciéndome cosquillas en la garganta cuando ya estoy lejos, o la voz desgarrada que te rompe el corazón para cosértelo en la siguiente frase, o todo un sentimiento que soy incapaz de expresar en palabras porque estas ya nada significan. Tal vez he encontrado mi isla inexistente que tanto busqué, o el punto de no retorno del que no será necesario volver, el definitivo...
Hoy me he sentido gitano y flamenco como hace mucho tiempo que no lo era, como las veces que lo percibí corriendo por mis venas desde una ventana mojada por la lluvia, con añoranza, con tristeza, con lejanía de no poder ser lo que uno quiere ser. Tanto me he sentido que al volver, cruzando Cascorro, me he quedado con un grupo de ellos dando palmas mientras el más joven, Josua, taconeando y frunciendo el gesto nos decía que el calor y el frío están siempre en la punta de los dedos. Todo está en la punta de los dedos con los que tocamos el mundo que quiere escapársenos. Fui un momento uno más, con el mismo ritmo, con los mismos ojos, con la misma sangre, con la misma piel. ¡Ay!, tirititran, tran, tran, tirititran, tran, tran, tirititran, tran, tran...
Siento que os lo hayáis perdido. Otra vez será.
Un beso, saludo, abrazo...
→ Basi Vos firma#
Carta respuesta.
Querido Basi:
De retirarte la palabra nada, al contrario: nos tienes que contar qué es eso del «alma», y en concreto cómo sientes tu nueva «alma gitana».
Nos vemos pronto. Feliz puente.
Yo he elegido besos,
Elisabeth
Carta contestación.
Hola,
Elisabeth, siempre haces preguntas demasiado difíciles. Si empezamos con lo del alma creo que es la esencia de uno mismo que nos vamos construyendo con los sentimientos que cumplimos y los anhelos que incumplimos. No es tangible porque no es -simplemente-. Se puede nombrarla de muchas maneras, tantas como interpretaciones se nos ocurran en cada una de las conversaciones que tengamos sobre ella -como con cualquier ente vivo ocurre-. Si alguien quiere verla de una manera gráfica que se imagine un cubo -como los que teníamos de pequeños para jugar en la playa- para llenar con todo lo que encontramos -arena, colillas, algas, agua... por seguir con el símil-.
Cuando mezclamos alma con gitano hablamos del «duende». Textualmente dice José Mercé: «Vaya palabra... No sé si existe o no. Supongamos: un día no te sientes bien, piensas en el camerino que hoy darías dinero por no cantar, pero eres un profesional y tienes que hacerlo. Y resulta que ese día que estás mal, sales al escenario y algo que no sabes lo que es te ilumina y haces un concierto "de puta madre"... Quizás eso es el duende. Pero sólo quizás».
Lo gitano, para mí representa lo marginal. El barrio de mi infancia y adolescencia era el cruce entre la zona rancia y la zona prohibida -allí donde se acaba la decencia-, por lo que nuestras calles no dejaban de ser caminos de paso de ida y regreso para la mayoría de los gitanos. Su concepción de la vida no tenía nada que ver con la nuestra; no eran contemplativos, se bebían la vida con ansia, a manos llenas, sin rendir pleitesía, tomando lo que les apetecía simplemente porque creían que eso era lo natural, sintiendo, muriendo jóvenes... En una palabra en ellos veía LIBERTAD.
La libertad es el «duende» y el «duende» lo es todo. Su libertad desenfrenada es gratis, simplemente por ser el valor que anteponen a cualquier otro; porque su precio lo pagan con todo lo demás. Lo importante es sentir el viento en la cara siempre, aunque les azotase con lluvia y les golpease con fuerza, no podrá evitar que miren de frente a la vida para pedirle sus cuentas. En estos tiempos globalizados, nos dice Bush que la nuestra se debe recortar, que es más importante la seguridad y que para que, los que nada tienen, no nos quiten lo que tenemos hace falta defenderse. Que nuestros principios occidentales de justicia, libertad y democracia exigen como moneda la libertad. La verdad es que una gran mayoría de los políticos de los Estados Unidos de Norteamérica confunden los verbos ser y tener.
Sueño que soy un gitano con «duende», que me paso a Bush por el forro de los cojones mientras me «rajo» con toda la fuerza para que mi «quejío» sea perfecto, de esos que dicen los «entendíos» del arte flamenco que no existen. Porque eso, eso es lo único que vale en esta vida.
Un saludo.
→ Basi Vos firma#
viernes, 3 de noviembre de 2006
Al Yazira
Tal como la película «El odio» me reactivó hace ya dos meses, esta mañana he vuelto a sentir el chispazo. En las noticias de la mañana, esas que escucho mientras desayuno, dice la presentadora que la cadena de televisión Al Yazira (o Al-Jazeera usando la representación más anglosajona) va a emitir en inglés. Hasta aquí nada anormal, siento el mismo respeto que me produce la lucha del mundo árabe contra el Goliat en que se presenta occidente. La noticia, tras la entradilla, sigue con un vídeo en el que se dice que Al Yazira (الجزيرة نت) significa «la isla» en árabe.
Ahora entiendo mucho mejor a esta cadena, siempre capitana del enfrentamiento contra el poder de los medios de comunicación imperialistas de los Estados Unidos y sus seguidores. Comprendo la lucha diaria por contar su historia, la de otras civilizaciones, aisladas, asfixiadas y sometidas desde la globalización que nos gobierna. Es una emisora que informa con el sesgo de su cultura, tan válida y tan equivocada como todas las demás, y que no se ha rendido a las pretensiones de que lo bueno es lo occidental, a que lo justo son las democracias capitalistas, a que todo se reduce a un gran mercado –bazar o zoco- donde cada uno de los valores es suplantado por la tiranía del dinero y las necesidades económicas de los que más tienen. Las amenazas e intervenciones no han podido cerrarles la boca. Las balas tampoco.
No quiero ser utópico y supongo que, como todos los medios, mentirá y falseará la realidad, para reajustarla o adaptarla a su visión o intereses. Desde aquí, desde mi acomodado sillón en esta isla inexistente, me quedo con la metáfora que mejor entiendo por próxima: la del discurso político lanzado al mar dentro de una botella y emitido desde una isla con la esperanza de que, como tantos mensajes de los náufragos, llegue a una playa, que quienes lo encuentren entiendan su código –por eso tal vez emitan ahora en inglés- y que puedan fletar un barco que les rescate. Toda isla es un grito, el de la última esperanza que nos queda mientras ese aliento final nos aguante la fuerza para seguir rebelándonos.
viernes, 1 de septiembre de 2006
El odio
Hace unos días vi la película «El Odio». Tenía ganas de verla desde cuando asistí al taller literario con Belén Gopegui. Nos puso un fragmento para motivarnos a escribir con conciencia, para que nos preguntáramos cuál es el propósito por el que escribimos. Es la escena en la que un hombre cuenta una historia para poder salir de un cuarto de baño en el que tres jóvenes franceses (segunda generación de inmigrantes) de orígenes diversos (judío, árabe y africano) hablan de vengarse matando a un policía. Cuando el hombre se va dejando allí a los muchachos estos se preguntan: «¿por qué nos ha contado esta historia?». Al ver la película completa me pareció buena la explicación que mayoritariamente dimos en el curso, la de que simplemente quería salir vivo, pero también se me ocurrió otra. Toda la película se puede resumir en una metáfora que se cuenta varias veces: «un hombre se está cayendo desde una azotea y mientras va pasando por cada piso se va repitiendo a sí mismo POR AHORA TODA VA BIEN. El problema no es la caída, es el aterrizaje, porque toda caída termina en el suelo. De eso, el hombre que va cayendo, no se va dando cuenta».
La película no propone soluciones, nos muestra la «caída» limpiamente, sin trampas, desde el punto de vista de los que están cayendo. Han visto todos los problemas (desigualdad, marginalidad, sexismo, falta de oportunidades, violencia, inmigración sin adaptación...), pero no atisban soluciones; están dentro de la espiral que les va destruyendo, con el conocimiento de que no hay salida. Les queda la violencia, el trapicheo, el esfuerzo físico, las fiestas, la venganza, el odio… pero no como una solución, sino como una válvula de escape. En este punto entra en juego la historia del viejo. ¿Por qué nos habrá contado esta historia? Para despertarnos, para escapar, para reforzar el hilo argumental del hombre cayendo... Muchas soluciones, pero de lo que estoy seguro es de que no la contó para solucionar los problemas; cada generación debe resolver los suyos, los de todos.
El viejo cuanta lo siguiente: «Un grupo de deportados van en tren camino de Siberia. En una parada del tren uno de ellos aprovecha para cagar, pero se va lejos porque es muy vergonzoso. El tren arranca y el hombre echa a correr para alcanzarlo. El narrador le alarga el brazo para ayudarle a subir, pero al que corre, cada vez que intenta alcanzar el brazo, se le caen los pantalones, por lo que vuelve a pararse para subírselos y vuelve a correr. Los chicos le preguntan qué pasó y el viejo les responde que al final, su amigo, se murió de frío. Parece que cualquier decisión estaba condenada».
Lo cuento porque me encanta el tema de las decisiones y los puntos de no retorno. La historia del hombre habla de las decisiones que se toman y las que se dejan por tomar. La película, de los que se conforman con ver la caída, de los que se caen y de los que se mueren en el intento; de los que cambian y de los que no; de los que lo entienden y de los que no se enteran de nada; de los que hablan y de los que no escuchan, de los que repiten modelos pasados, porque de momento «todo va bien» y son incapaces de presentir el «aterrizaje».
martes, 27 de junio de 2006
Javi Álvarez
Fecha de última actualización: 07/08/2009
Mi nombre es Javier Álvarez Castellanos. Nací en un pueblo llamado Carrizo de la Ribera, que queda en la provincia de León (España), a la orilla del río Órbigo. Esto que cuento ocurrió un 23 de abril de 1968. Mi primera marca: soy un hombre de ribera más que de mar o de montaña; de escuchar el río desde la orilla, lanzando piedras de vez en cuando.
Mi segunda marca: recibí una educación católica de colegio de curas -o de hermanos maristas, que viene a ser lo mismo- hasta que pude evitarlo. Pensé que había pasado por ella sin pagar factura. Pequé de ingenuidad. Ahora soy agnóstico.
En la frente tengo otra señal, pero esta es física: creía que sabía volar y salté desde el mármol de la cocina. Pronto aprendí que los sueños, sueños son.
Pensé que las máquinas eran un reto y la informática la perfección: decir exactamente cómo quiero que se hagan las cosas. Completé los estudios superiores de informática en la Universidad Politécnica de Madrid. De esta época universitaria recuerdo cada una de las ruedas de molino que fui moviendo. No todo fue sacrificio y dolor, colaboré en diversas actividades de diferentes asociaciones; la más grata: mi participación en la fundación y dirección de la revista «Coleópteros y otros virus».
Aprendí muchas cosas, a tener razón casi tantas veces como a equivocarme, a pelear sin sacar las manos de los bolsillos. Encontré buenos amigos y la parte de mí que me faltaba. Me gané una profesión, unas veces divertida, las más aburrida, que me permite ganarme la vida y me roba el tiempo.
No he perdido el Norte, siempre intentando ser un hombre coherente, que acepta de dónde viene; un obrero que cree que lo honesto es ser de izquierdas, mirando con esperanza los procesos socialistas de América Latina, soñando con la tercera república para este país que establezca una igualdad de facto. No se le presenta fácil al género humano subsistir con dignidad dentro de este entramado capitalista forjado en el siglo XX y que continúa oprimiéndolo en el XXI; así que toca pelear por los ideales, enseñando los dientes y la rabia.
Y en esto de la literatura, poca cosa. Todos los reconocimientos -los tres que figuran a continuación- fueron en la Facultad de Informática. Me mencionaron como mejor guión del primer premio del concurso de guiones convocado por la Asociación Socio Cultural en 1992 -no podía ganar, me presenté fuera de concurso-. Me dieron el primer Premio Voces de Primavera en la modalidad de Poesía en 1995. Finalmente, también me galardonaron con el primer Premio Voces de Primavera en la modalidad de Cuento en 1997.
Después, empezaron los talleres literarios de escritura creativa. Allá por el 2003, en La Casa Encendida, recibí el primero. Lo impartía una gran escritora: Belén Gopegui. En el 2005 volví al mismo escenario, esta vez para aprender del maestro Luis Landero. En el 2007 me cambié al Hotel Kafka, por ver si me aprovechaba el ambiente de la La metamorfosis y volví a ser alumno por partida doble, la primera con Vanessa Herrero y la segunda con Mateo de Paz.
Lo último que hice fue en el Círculo de Bellas Artes, el 2009. Se trató de un curso de guiones llamado «Palabras que crean imágenes» que impartió la directora y guionista Inés París.
Con lo de las críticas culturales colaboro en el diario laRepúblicaCultural y también he publicado alguna reseña en Rebelión.org. Realizo crónicas de actos políticos que se ven publicadas en laRepública.es, el el web del P.C.E.... Me enorgullezco de haber firmado varios artículos para Mundo Obrero.
domingo, 26 de marzo de 2006
Democracia
Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas. Di vida a algunos personajes que me sirvieron para hacer un poquito de opinión desde otro punto de vista. Sin duda eran tiempos de juegos, de encontrar mi propia mirada y de hacer experimentos con ella. El artículo que hoy recojo en este blog se escribió en octubre de 1993, se publicó en el número 15 de dicha revista y supuso la última aparición de Ly.
Todo surge de manera accidental: un profesor pregunta cuántas personas piensan que esto es cierto y luego pregunta cuántas personas creen que esto es falso («esto» es la contestación a un problema de Compiladores). Anota los «votos» en el encerado. Son mayoría -por cierto, aplastante los que han «votado» cierto (cuarenta frente a tres)-.
Es así como veo la democracia. ¿Os dais cuenta de que aunque la mayoría piense que es cierto no tiene porqué serlo? Es decir, la mayoría no garantiza la realidad -o la veracidad-.
He de reconocer que en dicho ejemplo la mayoría acertó. Dicha actitud -eso de votar- se repitió otras dos veces. En todas la mayoría tuvo la razón. Pero, ¿qué hubiese pasado si la misma pregunta se le hubiese realizado al conjunto de los bedeles de la Facultad?, o ¿si a los citados alumnos un eminente biólogo les hubiese preguntado sobre un problema de genética? Según las leyes de la probabilidad, ante la desinformación en ambos supuestos, la posibilidad de equivocarse es la misma que la de acertar.
Si estas hipótesis las trasladamos al campo de la política, el panorama ha de ser catastrofista. Acabo de decir que el voto desinformado es un factor de riesgo, o lo que es lo mismo, que si no se entiende de política es mejor no votar -quien dice política dice economía, si vamos a una teoría más simplista-. Repito, el voto universal es una estupidez. Esta afirmación debería llevarme a la horca.
Realmente dicha clase demostró seguir esa teoría (un total de cuarenta y tres votos frente a otras sesenta personas que se callaron). No es difícil adivinar mi siguiente afirmación: la mayoría es abstencionista. Pero, dejando de lado a estas personas no participativas y volviendo a la clase de Compiladores, lo cierto es que ese compendio de expertos participativos no se equivocó. El problema es que no todos estuvieron de acuerdo.
lunes, 13 de marzo de 2006
Todo puede ser
Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas, incluso en dar vida a algún personaje con el que me atreví a hacer opinión desde otro punto de vista. Ly fue el primer seudónimo que utilicé. El artículo que hoy recojo en este blog, fue escrito en marzo de 1993 y publicado en el número 14 de dicha revista.
Más tarde me encontré con Margarita. Aún no ha superado su problema: sigue caminando con su brazo izquierdo en alto, apuntando con el dedo índice al cielo. Santi la mira y piensa, en voz alta, «¿será cierto eso de que señalamos lo que queremos y no tenemos?».
Lo que le ocurre a Santi es que se hace muchas preguntas, pero no sabe responderse, supongo que hay veces en las que le gustaría entablar una conversación, pero el pobre es tan tímido que no se atreve a intercambiar una palabra con otra persona que no sea él mismo. «¿Y si me acerco a alguien con intención de iniciar un diálogo y esa persona tiene mal carácter y me insulta?». Todo puede ser, Santi.
Manuel tiene miedo a ser normal, a que un día vaya por la calle y la gente no diga: «Mira, por ahí va Manuel». Lo de Margarita es peor, dice que su madre es una bruja que conoce muchos conjuros y que un día se enfadó con ella porque cogió uno de los libros prohibidos que su progenitora guardaba en lo más alto de la estantería y la hechizó. Ya veis, todo puede ser.
jueves, 16 de febrero de 2006
De tus recuerdos
Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas. Di vida a algunos personajes que me sirvieron para hacer un poquito de opinión desde otro punto de vista. Ly fue uno de ellos. Sin duda eran tiempos de juegos, de encontrar mi propia mirada y de hacer experimentos con ella. El artículo que hoy recojo en este blog se escribió en octubre de 1992 y se publicó en el número 12 de dicha revista.
Tu padre estará removiendo un café a la vez que lee las páginas deportivas del periódico. Tu madre estará tejiendo las mangas de un jersey que nunca te pondrás. Tu abuela parecerá dormida en el sofá y el gato me enseñará las uñas. Así, viéndoles, sabré que esos seres nunca podrán ser tu padre, ni tu madre, ni tu abuela, ni tu gato. Sabré que nunca volverás a tener un hogar desde lo de la bomba que explotó a tu puerta.
Pasaré de puntillas hasta tu habitación. Me abrirás temblorosa y malgastaremos un par de minutos en decirnos estúpidas palabras de amor. Entonces, nos miraremos a los ojos con reproche y me contarás otra historia de cuando la guerra, allá en tu país, de cuando los francotiradores serbios jugaban a matar. Me hablarás de la muerte de tu familia, de tu huida al sótano, del silencio de aquellas dos noches arropada bajo una manta; muerta de hambre, aterida de frío, llorosa de miedo... Me dirás que aquella soledad era insoportable:
- ...y así, entonces, cuando oía pasos, o al menor sonido, me sentía acompañada y empezaba a hablar con el ruido. Pero, ¿sabes?, se iba pronto y yo seguía estando sola...
Me darás, después, un beso y me iré triste pensando en lo cruel que es la humanidad.
miércoles, 8 de febrero de 2006
Adiós
Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas, incluso dar vida a algún personaje con el que me atreví a hacer opinión desde otro punto de vista. Ly fue el primer seudónimo que utilicé. El artículo que hoy recojo en este blog, fue escrito en abril de 1992 y publicado en el número 11 de dicha revista.
Sonríen, no saben que les espera en casa, pero es algo distinto a lo que dejaron. ¡Si ellos supiesen!
Siempre hay que decir adiós para volver, sin embargo, nunca es posible volver del todo. Nada -ni la fotografía que han dejado sobre la mesita de noche- permanece igual. Tiene una capa de polvo asentada, y parece que cada objeto se ha oxidado: ni siquiera el piano suena igual. Todo se ha entumecido por los años que le han caído encima a los músculos, por eso tiempo que siempre avanza hacia delante.
Adiós para nada. Para bajar a la calle y sentarme a tomar un vino en la taberna, para ver pasar otras gentes y decir adiós, para pagar la cuenta y no volver a casa.
Después recorreré las calles con los vagabundos pensando que un día, quizá el siguiente, les diré también adiós a ellos para regresar con mi mujer y mis hijos, que ya se habrán cansado de esperarme; tal vez me digan hola, pero no será como antes.
Así nos damos cuenta que cada decisión es un adiós y que ya nunca podremos dar marcha atrás.
sábado, 4 de febrero de 2006
Todos
Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas, incluso en dar vida a algunos personajes que me sirvieron para hacer un poquito de opinión desde otro punto de vista. Ly fue uno de ellos. Sin duda eran tiempos de juegos, de encontrar mi propio punto de vista y de hacer experimentos con él. El artículo que hoy recojo en este blog se escribió en marzo de 1992 y se publicó en el número 10 de dicha revista.
La sociedad -la de consumo- le ha matado; ella fue quien le empujó desde un quinto piso sin teléfono. Sí, hoy quiero hablar de los traumas psicológicos que crea el carácter socializador de las generalizaciones: «todo el mundo tiene teléfono» o «todo el mundo tiene televisor». La verdad es que me da miedo el todo el mundo acompañado del tiene. Pobre Carlos, señalado con el dedo, el bicho raro que no tenía...
Se generaliza porque, por lo visto, para sentar cátedra no bastan los casos individuales, sino un compendio de ellos y la consiguiente generalización. Esta técnica en manos del pueblo es peligrosísima, pues la «vox populi» no tiene la más mínima piedad con el individuo.
Por otro lado a quien no le guste Picasso no hay duda de que es un retrógrado que no entiende de arte. Tantos y tantos artistas nos han sido impuestos con esta técnica, ¿verdad?; hay que disimular nuestra ignorancia ya que «sabios doctores tiene la Santa Madre Iglesia».
Esta sociedad sería la perfecta madre para los tres sastres que vistieron al rey con su desnudez, y por padre, todos nosotros.
martes, 24 de enero de 2006
Bucle
Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas, incluso dar vida a algún personaje. Todo para hacer un poquito de opinión desde otro punto de vista. Ly fue el primer seudónimo que utilicé. El artículo que hoy recojo en este blog, fue escrito en enero de 1992 y publicado en el número 9 de dicha revista.
Poesía aparte, hablemos de «la triste mirada de unos ojos enamorados», es decir, de las chispas que esos ojos despiden. ¿Dónde se crean esas chispas -o brillos- si sabemos que no son propiamente «energías puras»? ¿No tendrá, acaso, su origen, algo que ver con la descomposición de la materia? Fuegos fatuos son las dos palabras que buscaba.
Ahora que ya las tengo atrapadas en mi red, dejemos el fuego para los enamorados y centrémonos en los fatuos. El diccionario asocia dicho término con el de engreído. ¡Qué vueltas da la vida! En mi humilde opinión -que hubiese dicho San Francisco de Asís que no Juan Pablo II-, engreído es aquel que siendo bajito (por sus actos o pensamientos) se pone de puntillas para salir en la foto, generalmente a fuerza de estropearla.
La foto ya está hecha. Es hora, pues, de mostrarla con grandilocuencias verbales y aspavientos en el gesto, es decir, presuntuosamente. Y todo ello para que vean como se nos cae la Energía (eso que ni se crea ni se destruye) por la boca.
lunes, 16 de enero de 2006
Tiempos modernos
Nota: Cuando estudiaba en la Facultad de Informática participé en la revista que hacíamos los alumnos y que se llamaba Coleópteros y Otros virus. Colaboré en muchas cosas, incluso en dar vida a algunos personajes un tanto extrovertidos y los mundos oníricos que los rodeaban. Todo para hacer un poquito de opinión desde otro punto de vista. Ly fue el primer seudónimo que utilicé. El artículo que hoy recojo en este blog, fue el primero de todos ellos, se escribió en noviembre de 1991 y se publicó en el número 8 de dicha revista.
Son las ocho, el vecino de arriba vuelve a encontrarse con un coche en doble fila que no le permite poner en circulación su pesada furgoneta. Se sienta al volante y nos da un concierto de claxon que con un poco de suerte sólo durará media hora.
En mi calle están de obras, supongo que esto ocurrirá en todas las calles de Madrid. Ruido de máquinas a las 8:30. Insoportable. Diez minutos después, os lo podéis imaginar, los nerviosos conductores se atascan, pues los obreros han invadido uno de los carriles con sus trastos y comienzan a levantar el suelo. Millones de pitidos. Maldita ciudad, aquí nadie respeta nada.
Es este el instante en que uno se pregunta: ¿debería levantarme de la cama, porque dormir me parece que no me van a dejar?
No lo soporto, ciudad horrible de infelicidad. Suena el estrepitoso teléfono, Cristina corre a cogerlo y ya tenemos su voz agitando toda la casa. La tortura aumenta. Ahora el chirrido de mi despertador. Son las 9:15, la hora de levantarme. Un nuevo amanecer, ¡qué bien! Lo cierto es que ya tengo los nervios deshechos y es el momento de tomar el metro, servirme del autobús -el 591, por supuesto-, soportar otro día más de Facultad...
Lo dicho, tiempos modernos, ¡qué asco!
domingo, 8 de enero de 2006
Ly visto por Basi Vos
Nota: En el Coleópteros y Otros Virus (la revista de la Facultad de Informática), me creé varios seudónimos. Me gustaba jugar con ellos. No sé incluso si llegué a la paranoia, pero una vez en que les pedí a unos que describieran a los otros. Hoy recupero para este blog la descripción que hizo Basi Vos de Ly.