miércoles, 6 de noviembre de 2013

Una España atrasada que prefiere cerrar la puerta al progreso

Galdós, en Doña Perfecta, se preguntaba por qué falló el proyecto liberal que quería modernizar España a finales del XIX


Miércoles 6 de noviembre de 2013. Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero. Madrid

Cartel de la obra de teatro Doña Perfecta
Cartel de la obra de teatro Doña Perfecta
¿Por qué? Porque recuperando el pasado nos topamos con nuestro presente más doloroso
Ernesto Caballero, por segundo año consecutivo y con acierto, vuelve a traer Doña Perfecta a las tablas del Centro Dramático Nacional. Él mismo se ha encargado de realizar la versión desde la novela de Benito Pérez Galdós para volcar toda la rabia y la impotencia que la historia encierran. ¿Que existen segundas intenciones? Seguro, pero no hay nada malo en recuperar un drama que nos muestra una metáfora sencilla sobre el rancio atraso de la España que acabó con el liberalismo en 1875 y que muy posiblemente nos traerá a la mente comparaciones con el doloroso presente que nos toca vivir y asistir al asesinato del estado del bienestar con vileza e impunidad.

Galdós no entendía el camino que emprendía la España de su tiempo, se revelaba y defendía unas ideas progresistas a las que la derecha, el clero, un costumbrismo reaccionario y la casta conservadora que atesoraba las tierras y los medios económicos del país se oponían con firmeza. Se prefirió cerrar la puerta al progreso con tal de que nada cambiase, de que no se colasen los vientos del progreso que pudieran traer libertad, justicia e igualdad. Ya se encarga de dictar la «Santa Madre Iglesia» los preceptos morales que deben regir nuestro comportamiento con suficiencia y señalar lo indecoroso, lo que no se puede permitir bajo ningún concepto, lo que no es de españoles de bien. Cada vez que nuestro país quiere empezar a progresar siempre hay quienes se empecinan en que todo siga igual de atrasado.

Doña Perfecta es el enfrentamiento de lo nuevo contra lo viejo. El progreso viene de frente, quizá un poco impetuoso y arrogante, con la razón de sus ideas como única bandera. El estandarte que levanta el conservadurismo es un simple «siempre ha sido así». No lo agitan, solo lo mantienen visible colgado de sus balcones mientras se esconden bajo las faldas de una sotana, en la casa de la cacique del pueblo, en la cabeza de quien no tiene ideas de futuro y solo siente apego a una tierra y a una estirpe incuestionable de terratenientes e industriales de la que se asume esclavo porque siempre ha visto como favor personal lo que no es otra cosa que unas migajas de justicia y humanidad. El poder oscuro se ejerce con férrea mano y subterránea, sin dar la cara. Pero golpea con fuerza, sin miramientos ni ética, pues está acostumbrado a ganar. Y se regodea al explicar que la victoria bien vale el camino de trampas, que el fin justifica los medios porque santifica su moral y aniquila a quienes perdieron.

Vídeo promocional de la obra de teatro Doña Perfecta en el CDN
Duelen las burlas a la inteligencia y el retraso de la España triunfadora, la que defiende la tradición anquilosada, el conservadurismo y una garantía de «lo correcto» asegurada por las «buenas y sanas costumbres» por las que vela la iglesia retrógrada de púlpito y penitencia impuesta con sacrificio. Gana la hipocresía, lo subterráneo que no se puede mostrar por espantoso, el agua estancada y podrida que seguimos respirando hasta que un día nos ahoga y nos mata. Esa sinrazón hace más amarga la derrota, la convierte en injusta de una forma crónica y carga de complejos a quien la sufre. La impotencia lleva al ser humano por los caminos de la violencia, intentado sobreponer a los argumentos la fuerza bruta. Así le ocurre sobre el escenario al protagonista, a ese joven prometedor, cuando se da cuenta de que el discurso de la razón no sirve en nuestra sociedad. Llega la ira destemplada que la derechona siempre busca despertar para hacer que el fiel de la balanza marque el mismo peso a los argumentos de un lado y del otro. Pero no es así, no valen igual. La fe es una creencia básicamente injustificada que se salta los principios de la razón. El costumbrismo no es otra cosa que inmovilismo, un deseo de permanecer sin avanzar a costa de quien sea.

Siempre hemos tenido jóvenes bien formados, con ideas y capacidades; pero nunca no se les permite participar en la construcción del Estado. ¡Son demasiado jóvenes, aún no saben lo que es la vida, ya crecerán!, oímos decir a nada que peguemos el oído. Y su futuro se escapa como el agua entre los dedos, sin remedio. Se cansan, se van y no vuelven. Y al que se queda defendiendo en lo que cree lo hunden. No importa, dirán algunos de esos que siempre ganan, los que forman parte del dogma, la cerrazón y la terquedad, los mismos que aprietan para que nada de lo «suyo» se les escurra, los que cogen lo de los demás en el momento que los otros se descuidan.

Sobre el escenario no estaban Rajoy, ni Rubalcaba, ni Rouco Varela, pero yo les veía allí, con sus tejemajes para desbaratar nuestro futuro por perpetuar el beneficio de los suyos. Han cambiado sus caras, pero siguen siendo las manos que hay tras ellos las que nos gobiernan y nos condenan a ser un país recortado, de ciudadanos sin derechos. Viene a decir uno de los personajes que «En mi juventud, yo, lo mismo que mis hermanos y padre, padecía lamentable propensión a las más absurdas manías; pero aquí me tiene usted tan pasmosamente curado de ellas, que no conozco la existencia de tal enfermedad sino cuando la veo en los demás». Suena a ironía, a la misma clarividencia que se aplica a sí mismo nuestro presidente del gobierno. Quizá es algo que llevan de serie los fanáticos, quizá es sobre lo que nos quería prevenir Galdós.

Una escena de la obra de teatro Doña Perfecta
Una escena de la obra de teatro Doña Perfecta
Si me cautivó la historia, gran parte de la «culpa» la tienen las soberbias interpretaciones del elenco. José Luis Alcobendas borda sus dos papeles, que aún siendo secundarios no pasan desapercibidos, especialmente el de Don Cayetano, ese hombre que parece no querer nunca entrar en polémicas, ese ciudadano que hoy representaría la mayoría silenciosa a la que siempre se acoge el PP. Lola Casamayor da fuerza a la todopoderosa Doña Perfecta dejando que salgan por sus poros toda la maldad y la hipocresía que la consumen. Casamayor brilla especialmente en las escenas de enfrentamiento directo e indirecto con su sobrino. Roberto Enriquez ilusiona con una interpretación espléndida del joven progresista destinado a comerse el mundo, jugando siempre con la voz y sobre todo con la expresividad de su mirada. Pero si alguien destaca sobre todos es Alberto Jiménez dando vida al Penitenciario, ese oscuro clérigo que echa chispas por los ojos y que el actor modula a la perfección en uno de sus mejores trabajos. Es el personaje que interpreta un ser repulsivo y envenenado, y sin embargo me pasé la función deseando que estuviera siempre en escena.

La Doña Perfecta que ha montado Ernesto Caballerno no es el pasado rancio, es el presente que nos imponen los mismos de entonces, los que no se han movido y no quieren que los demás lo hagamos. Es un aviso.

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