sábado, 9 de noviembre de 2013

Encontrándose a sí misma

Todos queremos lo mejor para ella, la confirmación de la directora Mar Coll

Cartel de la película Todos queremos lo mejor para ella
Cartel de la película Todos queremos lo mejor para ella
¿Por qué? Porque es un cine que toca el corazón y la cabeza.
Mar Coll fue toda una revelación cuando estrenó su primera película, Tres días con la familia, un largometraje que se movía dentro de un asfixiante espacio familiar convertido en una losa de hipocresía y ocultaciones. La joven directora no ha cambiado en estos años, sigue apostando por radiografiar el espectro de la familia y sus relaciones. Quizá, con su nueva película Todos queremos lo mejor para ella ha perdido algo de fuerza con respecto a la primera, pero ha mantenido su elección por el camino intimista de desnudar el alma de sus personajes, de sacar a la vista y ofrecernos lo que hay dentro de ellos cuando emprenden la búsqueda de la libertad personal. Lo suyo es romper la barrera de la intimidad emocional para abrir una ventana con normalidad a todo aquello que se queda de puertas adentro en las familias. Y lo hace con un realismo pasmoso. No hay acción, de la misma forma que ocurre en la vida diaria de la mayoría de las personas normales. ¿Pero dónde está la medida que marca la normalidad de la que no debemos salirnos? La sociedad nos hace como somos y nuestras decisiones personales, por lo general, no lo son tanto porque descubrimos que vienen condicionadas desde fuera, desde nuestro entorno más cercano, empeñado en cuidarnos y sobreprotegernos, en querer lo mejor para nosotros y nosotras. ¿Pero quién establece qué es lo mejor para una persona?, ¿no debería depender de cada individuo?

Romper esa madeja, salir de la parálisis de un mundo encerrado en el hogar para vivir el que hay en el exterior, recuperar las riendas de la propia vida son los temas que aborda Todos queremos lo mejor para ella. Los demás, en especial la familia con su exceso de cuidados, se convierten en obstáculos al construir el modelo que debemos seguir. Si lo asumimos, los resultados terminan siendo el acomodo, la falta de expectativas, la rutina y la pérdida de la capacidad para sentir emociones. Vivir se convierte en un letargo donde descubrimos que la vida ha dejado de merecer la pena vivir, que somos lo que otros nos han dicho que seamos. Cuando caemos es difícil levantarse, pues la caída nos hizo débiles y vulnerables. Sin embargo ese periodo en el que decidir ponernos en pie nos sirve para reflexionar sobre a dónde habíamos llegado, dónde queremos volver y si algo de todo eso merece la pena.

A Mar Coll le gusta construir un cine que viaja con igual fuerza al corazón que a la cabeza. Ella no es una directora que dé respuestas, por eso no dice que las decisiones libres de cada cual sean mejores, ni más satisfactorias que las bienintencionadas de quienes nos rodean. Esa paradoja está viva en la película, pero a pesar de las estupideces que se puedan emprender por iniciativa propia, en el público siempre está latente ese deseo de que no sean otros los que tomen las decisiones por ella. La protagonista, para recuperar su vida recurre a su época de juventud, a retomar los sueños que no pudo realizar, insinuando que toda la etapa de madurez que vino después no sirvió para nada, que estuvo lastrada de una insatisfacción no cumplida. El tiempo pasa y regresar atrás no es posible. Volver a ver a las amistades de entonces, tratar de repetir el camino de la imitación a quienes idealizamos en el pasado para compartir su presente no sirve. La vida no puede ser como antes.

Una parte de ese agobio vital tiene un trasfondo social, el de la una burguesía catalana clasista en proceso de reconversión y que también busca su lugar haciéndolo desde el mismo punto de partida inmovilista del que arranca la protagonista como «hija y mujer de». Le bastaría con usar los beneficios de clase, de nacimiento, para resolver su situación. Hay en toda la película una mirada de casta muy cerrada y estancada, donde se ocultan los fracasos como norma, y que sirve de elemento claustrofóbico de la misma manera que la familia. Esa pertenencia a la rancia burguesía y la manera de mirar cuando se forma parte de ella son otros condicionantes igual de pesados en el proceso que emprende la protagonista.


Trailer de Todos queremos lo mejor para ella
Lo que descubrimos es que la libertad es posible, pero que se encuentra condicionada y cuando la ejercemos trae consecuencias. Vemos que el mundo cambia cada día sin remedio y que esa movilidad produce distancias y diferencias. Observamos que no es sencillo ser sinceros, que hay prejuicios, sobreentendidos que preferimos no aclarar, dificultades en la comunicación y divergencias insalvables. Sabemos que en el fondo todos estamos solos porque nos cuesta transmitir las emociones más hondas. Así, vivir se transforma en un formalismo marcado entre límites sociales y las personas se van haciendo más calladas y taciturnas, asumiendo un rol que las sustituye.

Quien destaca es Nara Novas. Su sólida interpretación es el gran sostén de la película. Ella sola consigue la credibilidad y el realismo que el largometraje necesita. Algo le ayuda su contraposición con Valeria Bertuccelli en una especie de duelo interpretativo convertido en juego. El trabajo del resto de los personajes es el de acompañar y sobre todo obligarla a enfrentarse para poder encontrarse a sí misma.

Todos queremos lo mejor para ella es, como la primera de Mar Coll, una película pequeña, intimista, que circula por lo cotidiano, sin aspavientos. Y sin embargo resulta más profunda, más cargada de monotonía y mucho más triste. Esa losa de la hipocresía familiar de su primera película, en cierta forma, está superada en este segundo largometraje para dar paso a la etapa del tedio de una vida aparentemente resuelta pero que solo ha producido insatisfacciones por habernos negado a vivir nuestra propia vida y elegido la que nos traía el destino.

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