El público del FicXixón ovaciona al checo Jiri Menzel por su The Don Juans.
Sábado 16 de noviembre de 2013. Festival Internacional de Cine de Gijón
Cartel de la película Henri
Leyendo el programa de este año, me ha llamado la atención el hecho que para los desempleados se destinan todos los días cincuenta entradas gratuitas para cada pase de la Sección Oficial que se realiza en el Teatro Jovellanos. Es una preocupación que demuestra sensibilidad por una de nuestras mayores lacras.
Sección oficial. Henri. Yolande Moreau
Yolande Moreau construye su largometraje con un lenguaje propio, visual y directo, a través de mimbres que son metáforas cotidianas, como la de esas palomas que no saben volver a casa, o la de quedarse dormido en un vertedero porque ha llegado a la cima de su propio abandono… Después, lo llena de música igual de simbólica, a la que además le saca un rendimiento estupendo. Por si fuera poco su estructura está muy bien construida. Henri es una película con alma que gira en torno a dos personajes. El primero es Henri, un hombre adulto y bastante bebedor. La segunda una mariposa blanca, es decir una muchacha con cierta discapacidad mental. Un símil tan afortunado como poético, pues en la naturaleza las mariposas blancas nos resultan diferentes, más tristes, porque sus alas no tienen color y por eso mismo dejan de resultarnos bellas. De Henri vemos su hastío, como si hubiera ya pasado mucho tiempo desde que perdió las ganas de vivir. Rosette, «la mariposa», es la curiosidad personificada, esa búsqueda incansable de las experiencias que le faltan por vivir. Cada uno de estos dos personajes está en un polo opuesto. Y sin embargo, encajan hasta el punto de que su relación sostiene la película. Henri narra la transformación de estos dos personajes.
Me inquieta dónde se quedó la vida de Henri, quizá en las fotos de sus paredes, el los trofeos que debió ganar cuando fue un ciclista joven. O quizá en un amor gastado. Lo cierto es que no siente responsabilidades y es incapaz de romper la inercia. Bebe y olvida porque delante de su vida no encuentra nada que le guste. ¿Qué ve ella en él? La materialización de una simple idealización de un estado desconocido para ella pero anhelado desde esa curiosidad que siente.
Quizá la única debilidad de la película venga de no difuminar la diferencia entre amar o querer cuidar de alguien, pareciendo que ambos asuntos sean la misma cosa. Sin embargo no son dos conceptos iguales, ni siquiera sinónimos. Cuidar a otra persona significa asumir responsabilidades y le sirve a Henri para encontrar ese motivo perdido para volver a desear vivir «porque la noche sin ti ha sido ya demasiado larga» como dice la pegadiza canción que idealiza el personaje de Rosette.
Otro aspecto destacable que sorprende es la capacidad para hacer dudar al espectador sobre si estamos en la actualidad o en otro tiempo anterior. Nuestro pasado se parece tanto a nuestro presente que ya resulta indistinguible. Y eso resulta inquietante, pues estamos yendo hacia atrás.
Carmelo Gómez, premio Nacional de Cinematografía Nacho Martínez
Carmelo Gómez en el FICXixón
El actor explica que hacer de malo te ayuda a conocer como son los malvados, también al que hay dentro de cada uno. Gómez reconoce que no le gusta hablar de sí mismo. El cine ha hecho crecer su imaginario de forma exponencial. Este oficio le ha llevado a sitios a los que de otra forma no hubiera podido, a vivir experiencias tan importantes que te sacan más allá de lo cotidiano. Se acuerda de Sarajevo, por ejemplo. Para ser un buen actor hay que olvidar la idea conservadora de estar protegido. Prefiere que los demás se acerquen y le hagan un poco de daño. Reconoce que todos los días pasa miedo. El cine le ha dado esta visión de la vida. Entendió a su padre con El rey Lear y no cuando estaba cerca de él. Las metáforas le han enseñado mucho. En su profesión se vive todo el día viajando, sin orden social, y te desequilibras. Para sobrevivir hay que llevar una vida muy austera. Además ha descubierto que el hombre no puede vivir solo. Carmelo Gómez dice que ha pensado dejar su profesión. Si sientes que ya no eres necesario te puedes ir, tienes que irte, insiste. Le gustaría dedicarse a la docencia, aunque también le atrae el campo.
Sobre el mecenazgo dice que se fía de lo que dice su amigo Gerardo Herrero, que sabe mucho del tema: «Es un bote de humo». Del cine no se recupera el dinero. Los gobiernos, éste y el anterior, lo saben. Primero legislaron para que la financiación quedara en mano de las televisiones y éstas les han dejado fuera. Explica que el cine está como el pez sin agua. Las películas se hacen con dinero porque la realidad hay que pagarla. El mecenazgo no puede funcionar nunca porque el inversor quiere recuperar el dinero que pone. Ahí entra el entretenimiento, todo el cine que se hace ahora quiere tener esa etiqueta. Reconoce que prefiere oír de hablar de cine como arte. El arte tiene una poética que coloca a las personas frente a la vida, las ayuda a mirarse como si estuvieran ante un espejo, permite que se desarrollen viendo reflejado su propio yo. Pero se ha puesto de moda lo otro, convertirlo en un producto comercial, y con ello se pierde su rango de identidad. El cine debe ser una apuesta social. Tenemos que crear un buen humus a través de la cultura. Añade que la política también es cultura, pero los políticos tienen que cambiar porque están equivocados, algo que ya saben. El estado del bienestar es esto. Tenemos que centrar el tiro porque por ahí va la solución. Recuperar es muy sencillo, todo lo que se ha ganado no se pierde. Nadie nos va a quitar Novecento, está ahí. Cita a Ortega y Gasset «no se puede mirar al futuro sin la mirada al pasado». Como todos lo sabemos se va a arreglar.
La vida que lleva ha superado cualquiera de sus sueños, así que es difícil decir «éste seré, este no seré». No ha dejado de hacer teatro porque no puede vivir sin el contacto del público, bromea con que a lo mejor tiene que ver con el ego. Luego afirma que el actor no aparece, se «transparece», es decir que el personaje pasa a través de quien lo interpreta. Esa sensación se la da más el teatro que una cámara donde no dejas de olvidar las marcas, los consejos de iluminación… El teatro es un estado de libertad total, no dices lo que el espectador tiene que ver en la obra sino que el público se sienta para ver lo que quiere ver en ella, en realidado lo que necesita ver en ese momento. El realismo atroz de una verdad cliché que vive el cine actual le agota, porque solo se ve lo que nos está contando el director. El estado poético del que hablaba antes llega cuando se transciende de la anécdota y el teatro pretende llegar a la luz desde la oscuridad.
Cuando le preguntan por el papel que le queda por hacer responde que los personajes vienen o sino no se pueden interpretar. No le quedan energías, pero sí rabia. Se acuerda de algo pendiente, pero hay que ser joven para hacerlo. Habla de Coriolano, un personaje de Shakespeare. Cuando en España vivíamos una época con la «mejor democracia», Carmelo Gómez se decía que había sido todo muy rápido, en veinte años, que aquí había algo que no olía bien. Lo primero era conseguir el voto y luego ya se hará lo que se quiera. Una vez ganada la voluntad del pueblo, se verá si se puede cumplir lo prometido. Todo esto lo contó Shakespeare antes de que se inventara la democracia que hoy conocemos. También le gustaría hacer de Manuel Girón Bazán, un maquis leonés de Ponferrada al que la guerra le pilló del lado de los rojos y al terminar le esperaban en el pueblo para matarle. No le quedó otra que tirarse al monte.
Con respecto a esa moda estadounidense de hacer películas sobre presidentes le preguntan a qué presidente español le gustaría interpretar. Dice que elegir uno sería una respuesta mercantilista. Ha pasado poco tiempo y están todos muy cerca. Señala que cuando un actor habla de política le están poniendo de un lado del río o del otro. A partir de ahí ya resulta sospechoso para un 50%. Lo cierto es que no tenemos libertad. Para interpretar dice que le parece más interesante la historia de los políticos que vivieron la Transición para conocer el trasfondo, o un rey de España que mostrase todos sus hilos, o a Botín porque ese sí que sabe lo que ha pasado, el resto es una pandilla de «matados». Los de atrás, los que mandan de verdad, esos son los peligrosos. A esos canallas hay que llevarlos a los escenarios para que veamos como son.
Rellumes. The Don Juans. Jiri Menzel
Jiri Menzel presentando su película
Hay mucha ópera en la película, en realidad dos visiones sobre el concepto de ópera. El director defiende en la cinta la música sobre la escenografía, algo que en el mundo modernos ha terminado siendo al revés. Explica que no le gusta que los cantantes representen, prefiere escuchar la ópera por la radio, pues no necesita imaginarla. No quiere ver cantantes que se torturan o cómo los directores desarrollan su ingenio para buscar algo nuevo.
Menzel es un hombre simpático, muy jovial, al que le gusta usar su ingenio. Ya tiene muchos años a sus espaldas, así que puede banalizar lo que quiera porque esa comedia dulce y sencilla esconde muchos niveles, algo que solo está al alcance de los grandes maestros. A poco que se rasque el entretenimiento que la envuelve, el espectador se encuentra una crítica mordaz a nuestras sociedades -pluralizo porque transcurre en su República Checa pero parece que esté hablando de Alcorcón y Eurovegas- donde lo económico se ha situado por encima de las propias personas. La voluntad sustituye la labor del Estado, el valor de la Cultura se pierde y lo profesional se vuelve amateur para poder mantener la pasión que se sienten por un oficio.
Tampoco deja en pie el menor de los convencionalismos. No los admite y tira contra ellos. Nuca pasa lo que debe, y lo que ocurre es siempre mejor como por si por fin hubiera triunfado la alternativa utópica. Sin duda quiere abrirnos los ojos con unos personajes diferentes que nos atraen sin remedio porque viven con pasión todo lo que les rodea. Quizá sea la seducción del cine, o quizá un trabajo esforzado por entregar solo la esencia.
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