sábado, 29 de junio de 2013

La ironía truculenta de Urte berri on, amona!

La Muestra de Lavapiés con el cine de nuestras nacionalidades


Sábado 29 de junio de 2013. Plaza Xosé Tarrío. Madrid

Cartel del cortometraje Lo último que hago para el Notodo
Cartel del cortometraje Lo último que hago para el Notodo
Las noches en la Muestra de Cine de Lavapiés significan cine al aire libre. Hoy se desplaza a la esquina de la calles Calvario y Ministriles, donde se encuentra la plaza de Xosé Tarrío. No hay una placa que así lo indique, pues esa denominación no forma parte del callejero oficial. Pero el pueblo es terco y persiste porque sabe que una cosa es la que figura y otra la que es. Se empeña, dándole su nombre a esta pequeña plaza del barrio de Lavapiés, en recordar que Xosé Tarrío González fue un activista político y el autor del libro Huye, hombre, huye. Diario de un preso FIES. Este libertario se pasó 17 años en la cárcel y de ellos 12 en régimen de aislamiento. Su libro denuncia los abusos cometidos hacia los presos más desfoverecidos por los funcionarios de prisiones, abusos cimentados por las propias instituciones carcelarias y consentidos por la sociedad. Ese nombre en la plaza es una forma de mitigar la injusticia.

Tras la cortinilla se proyecta el corto de Estíbaliz Burgaleta titulado Lo último que hago para el Notodo, una pieza irónica sobre el hecho de ser actor de cortos. Nos pregunta si es el ego el motor de acción de quien se dedica a la intérpretación. Nos habla de esa línea que separa lo amateur de lo profesional. La fama puede ser un objetivo, pero en realidad, para llegar a ella, siempre se necesitará de trabajo por debajo, de elecciones contradictorias y de cierto toque que unas veces se incline hacia lo transcendental y otras lleve a lo más banal. El ego, mientras se trabaja, lo único que hace es diluirse. Lo último que hago para el Notodo es un cortometraje divertido, sobre todo por la interpretación de Daniel Pérez Prada y ese tono autobiográfico que sabe darle.

No todo lo que se hace dentro del Estado español habla castellano. Existen muchas otras nacionalidades con su lengua propia y que la utilizan con naturalidad. El cine es una muestra más de ese proceso de normalización de la sociedad con respecto a sus idiomas; algo que no debería ofender a nadie, pero que a nuestra derecha parece escandalizar siempre. Del País Vasco llega Urte berri on, amona!, una comedia muy negra de Telmo Esnal. Quizá no sea una película reivindicativa en este aspecto, pero sí un ejemplo de como la lengua nos refleja, pues se trata de un tema de identidad, de formar parte de algo, de señalar lo que es habitual como tal.

Cartel de la película Urte berri on, amona!
Cartel de la película Urte berri on, amona!
Urte berri on, amona! arranca ironizando sobre el trabajo y desgaste que produce cuidar de nuestros mayores. Se ríe de manías, avanza entre tópicos y encuentra su propio camino: lo más negro. Después, poco más es lo que queda. No sé si pretende ser la justificación de un acto, un aviso de a dónde llevan las decisiones mal resueltas o simplemente las ganas de jugar revolviendo un género. Lo cierto es que hay un momento en que se pierde el criterio y se traspasa la frontera de lo verosímil para hacer otra cosa. Lo único que se consigue es echar por tierra el trabajo realizado con las escenas anteriores, llevando la película hacia en una deriva donde incluso alguno de los personajes gira de una forma imposible e injustificada. La película abandona lo simbólico, es decir lo mejor que tenía, para potenciar lo absurdo. Salta a otro nivel que deja un cierto sabor a engaño, a inutilidad del tiempo empleado en verla. Lástima, pues tiene buenas interpretaciones, como las de Josean Bengoetxea y Nagore Aranburu, que merecían llevar la película un poco más lejos, pero el territorio al que les lleva el guion no da más de sí y termina jugando contra la propia película.

Es cierto que Urte berri on, amona! tiene algún momento gracioso, pero no justifica su metraje. En mi opinión no pasa de ser un corto muy largo.

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