Cine de verano, al aire libre y en el patio de un colegio público
Lunes 24 de junio de 2013. C.P. Emilia Pardo Bazán. Madrid
Carteles de los cortometrajes Cúmulo & Nimbo y El Viaje de Rama
Tras la cortinilla de la Muestra viene Cúmulo & Nimbo, del argentino Ariel Martínez Herrera. Es la historia de dos pequeñas marionetas que se pasan el día tiradas en su pequeño parque, un decorado. Su vida es mirar un cielo de cartulina azul para ver pasar por él nubes de algodón. Una de esas nubes podría ser un perro y además se repite, como si no hubiera infinitas nubes en el cielo para que tuvieran que estar circulando siempre las mismas. Esa reflexión lleva a las dos marionetas hacia otra que va plasmando sus inquietudes vitales, sus pensamientos existenciales, el mensaje que quizá esconde un sueño. El corto hace honor a ese tópico que enlaza de una manera indisociable a los argentinos con el psicoanálisis. Cúmulo & Nimbo mezcla animación con personajes de carne y hueso que comparten escenarios y planos. El corto es un buen trabajo que además divierte.
El Viaje de Rama, de Luis Madrid Zambrano, es un cortometraje de animación más clásico que el anterior, tanto en técnica como en guion. Cuenta una historia de princesas y enamorados capaces de superar cualquier prueba para que triunfe ese amor sobre cualquier otra cosa del universo. Explicar la realidad tal como es suele convertirse en un tema aburrido que no despierta la imaginación, sobre esa realidad se superpone una leyenda épica que atrapa el interés de quien la escucha. Esa es la intención del El Viaje de Rama, la de contarnos una ancestral leyenda cargada de mitología que podría explicar como el estrecho de Palk, que se encuentra entre el estado de Tamil Nadu de la India y Sri Lanka, pudo haber sido construido por el hombre. Así se vislumbra en una fotos tomadas por la NASA en 2003 que pergeñan los restos del puente. El progreso viene de la lucha, de enfrentarse para defender los sueños: «creer en un sueño, es el primer paso para conseguirlo». Lo otro es conservadurismo.
Cartel de la película Le Tableau
Le Tableau es una película muy artística, con un gusto plástico exquisito, pero que tiene unas partes mejores que otras. A mí me gusta especialmente el arranque donde se nos va describiendo una sociedad clasista, llena de desigualdades, con privilegios y sin asumir sus ciudadanos la propia identidad sino es por reflejo de los iguales. A cada una de las clases se les reserva su espacio: el palacio, los jardines con flores de los alrededores y el bosque hostil y tenebroso. La verdad es que estamos dentro de un cuadro inacabado, y el grado de finalización de cada cual es lo que marca la diferencia que separa las clases y marca su estatus. El palacio es para todas aquellas figuras acabadas, los alrededores para quienes aún les falta unas pinceladas y los bocetos van desterrados al bosque. Esa es la sociedad inalterable que seguiría así eternamente si nadie se atreviese a cuestionarla, a hacerse las preguntas correctas, a interesarse por si el mundo en el que nos movemos y al que pertenecemos se acaba en los márgenes del cuadro o hay otra vida fuera de él. No conformarse se convierte en el agente de transformación que puede conducirnos a otro futuro, tal vez algo más justo.
Por contra, no me gusta ese concepto juvenil que defiende la película de que el amor es el único motor que nos hace lanzarnos a cambiar el mundo. La rebeldía vista como fruto exclusivo de un enamoramiento nos da una visión sesgada de una arma potente, la limita y la condiciona. Pero la rebeldía va mucho más allá que sentirse obnubilado por un sentimiento afectivo hacia otra persona que nos hace ser mejores, es un principio inamovible de justicia social válido por sí mismo y en cualquier momento. Me sobra también alguno de los viajes plásticos con los que se representan otros mundos porque no les encuentro otro sentido que el gusto por la propia estética. Tampoco me convence la búsqueda espiritual de los personajes para encontrar al autor que de sentido a la existencia del cuadro. Pero sí me quedo con el empuje de unos pocos personajes que se atreven a gobernar la obra inacabada y llevarla por ellos mismos al camino que decidan entre unos y otras en una especie de república libertaria.
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